Los últimos años han sido testigos de la consolidación de un fenómeno que lleva en marcha desde los años 90, pero que solo en la última década ha eclosionado definitivamente: el paso de la primera a la Segunda Era Espacial. Una nueva era caracterizada por la democratización de ciertas tecnologías, el aumento en el número de actores espaciales, la importancia del sector espacial para la economía global y no solo para la actividad militar y, también, el papel protagonista de las compañías privadas, en muchos casos por encima de las agencias espaciales estatales. Una nueva era que implica cambios profundos pero, también, un sinfín de oportunidades para aquellas empresas y países que sepan especializarse y que mejor combinen la necesidad de mantener cierta soberanía industrial y capacidades críticas con las necesidades de un mercado en pleno crecimiento. Una nueva era en la que España, si juega bien sus cartas, podría obtener pingües beneficios y mejorar no solo su seguridad, sino también su posición relativa frente a otros actores.
Índice
- Introducción: el paso a la Segunda Era Espacial
- España ante la Segunda Era Espacial
- La apuesta por la especialización
- Grupo Oesía: un caso de diferenciación
- Conclusiones
Introducción: el paso a la Segunda Era Espacial
Algo está ocurriendo en el Espacio. En los últimos tiempos los éxitos y fracasos de compañías como SpaceX o Boeing han copado numerosos titulares, generando una expectación que nos era desconocida desde los momentos álgidos de la Guerra Fría, con la puesta en órbita del Sputnik o la llegada del hombre a la Luna. Por supuesto, nada de esto es en absoluto casual. De hecho, tiene mucho que ver con la democratización de ciertas tecnologías como la propulsión o el guiado, algo que ha permitido a las empresas comerciales aventurarse más allá de la atmósfera con propuestas cada vez más innovadoras y atrevidas; y al igual que las empresas privadas, muchos Estados que antes no podían ni soñar con disponer de sus propios ingenios espaciales, se han lanzado también a una carrera desaforada.
Así las cosas, en el plazo de unos pocos años países como Armenia, Irlanda, Albania, Eslovenia o incluso un microestado como Mónaco han logrado desplegar (por supuesto, contratando la puesta en órbita y, en algunos casos la fabricación y diseño con terceros) sus propios satélites. De esta forma, lo que antes era patrimonio exclusivo de las superpotencias y, posteriormente y poco a poco de algunos países con importantes recursos y un incuestionable nivel de desarrollo, como Japón, Francia o el Reino Unido, se ha ido haciendo cada vez más común.
Ahora bien, la democratización en términos geográficos es solo una parte de la ecuación. Otra lo es el acceso de un número creciente de compañías privadas a un sector que, entre otras razones por el volumen de inversión necesario para adentrarse en él, antes les estaba vedado. Es más, hasta hace apenas unos pocos años, la competición entre los Estados Unidos, la Federación Rusa y Francia por copar el mercado de los lanzadores era enconada y les llevaba a buscar alianzas y contratos con tal de mantenerse en condiciones parejas al resto. Sin embargo, en el plazo de unos pocos años -aunque tras décadas de inversión y desarrollo- no sólo la República Popular de China ha irrumpido como un gigante en cuanto a número de lanzamientos y masa y volumen de las cargas puestas en órbita, sino que lo han hecho todavía con más fuerza desde Estados Unidos los cohetes de Space Exploration Technologies Corporation, más conocida como SpaceX, empresa fundada en 2001. Los datos no engañan: el número de satélites en órbita ha aumentado de forma prácticamente exponencial en los últimos cinco años. Un fenómeno en el que tienen mucho que ver tanto el éxito de los cohetes Falcon como el despliegue de la constelación de satélites de comunicaciones Starlink, todavía en proceso y a la que seguirán los que pongan en órbita programas como el IRIS2 europeo.
A los dos fenómenos someramente descritos hay que sumar un tercero, no menos importante: buena parte de la participación de las compañías privadas en lo que al sector espacial se refiere consiste, en realidad, en el diseño y puesta en funcionamiento de productos y servicios con un uso claramente dual. Es decir, que «lo militar» es también, en cada vez menor medida, patrimonio exclusivo de un puñado de empresas, buena parte de ellas participadas o controladas por el Estado o contratistas de referencia con una amplia trayectoria. El caso de Starlink es paradigmático en este sentido, como hemos visto a propósito de la guerra de Ucrania y la forma en que ha permitido a las Fuerzas Armadas de este país mantener su Mando y Control (C2) a pesar de los ataques rusos, que habían logrado echarlo abajo unas horas antes de iniciada la invasión. Con todo, no es el único caso ni mucho menos. Satélites de observación como los de la compañía Maxar y otras similares han tenido un papel relevante, y no únicamente entre la comunidad OSINT. Por el contrario, buena parte de los aliados de Ucrania han costeado en un momento u otro el acceso de las Fuerzas Armadas ucranianas (AFU) a este tipo de servicios. Con la ventaja añadida, además, de que era una forma de graduar la escalada, pues no se implicaban así directamente, suministrando a Ucrania imágenes procedentes de sus propios satélites de reconocimiento, algo que Francia o Estados Unidos podrían haber hecho y han evitado.
Y además, está el hecho de que los activos espaciales (como los satélites climáticos, de comunicaciones o de posicionamiento) han trascendido definitivamente su función militar original hasta convertirse en elementos clave en una economía globalizada. Hasta tal punto que sin su concurso sería imposible gestionar las enormes flotas de buques mercantes o de camiones en el caso del transporte por carretera. Del mismo modo, no sería posible encontrar algunos yacimientos, ni se dispondría del mismo grado de seguridad en la navegación (cualquier aficionado a esta sabe que sin una buena previsión meteorológica hacerse a la mar sigue siendo una lotería) ni, por supuesto, de comunicaciones globales, por más que el grueso de las mismas sigan produciéndose a través de otros medios.
En resumidas cuentas, por estas y otras razones, podemos hablar sin duda del paso desde la primera a la segunda era espacial, en la que según algunos nos encontramos ya, aunque no todos los autores se ponen de acuerdo respecto a cuándo dio inicio o a cuáles son sus características distintivas. Pese a lo cual, y a modo de resumen, podría hablarse de: 1) el nuevo papel jugado por el sector privado, que ha tomado un rol protagonístico con el paso de los años; 2) la entrada en acción de nuevos jugadores, incluyendo varios países que, a tenor de su peso económico o de indicadores como el Índice de Desarrollo Humano parecerían a priori incapaces de aventurarse en el Espacio, y; 3) la importancia que los nuevos medios espaciales tienen más allá de lo militar, impactando especialmente sobre una economía que depende por ejemplo de las redes de posicionamiento global para su funcionamiento.
España ante la Segunda Era Espacial
Tal y como hemos explicado en la introducción, el paso de la Primera a la Segunda Era Espacial implica cierta democratización tecnológica (el proceso de difusión tecnológico es inseparable del avance), así como la entrada en el mercado de nuevos competidores. Esto último no solo afecta a los Estados, siendo cada vez más los que son capaces de asumir algún tipo de papel en el espacio ultraterrestre, sino también a las empresas privadas, habiendo aumentado en buena medida el número de empresas con intereses directos o indirectos en el sector.
La derivada de lo anterior, en parte explicada en un artículo de reciente publicación en esta misma revista, tiene que ver con los esfuerzos por parte de muchas compañías y gobiernos (en muchos casos ambos íntimamente ligados) por: 1) mantener el control de todo lo relacionado con un ámbito que consideran crítico; 2) reunir el volumen y recursos necesarios para asegurar su competitividad en un sector intensivo en cuanto a capital, dado el coste de financiar los nuevos desarrollos.
En el caso de España, nos encontramos como país en una situación un tanto incómoda a pesar de los innegables avances, sobre los que conviene detenerse aunque sea brevemente antes de explicar la razón de nuestra afirmación.
En este caso, en los últimos años y en términos puramente de seguridad, el Ministerio de Defensa ha seguido la línea marcada por otros países de nuestro entorno por ejemplo con la creación de un Mando Espacial (MESPA) o con el cambio de denominación del Ejército del Aire, que ha pasado a conocerse como Ejército del Aire y el Espacio. Además, en su momento se apostó por el establecimiento del COVE (Centro de Operaciones de Vigilancia Espacial) en Torrejón de Ardoz (Madrid), así como por el lanzamiento de diferentes programas complementarios, todos ellos en relación con el espacio. Dentro de todos ellos, cabe destacar el programa Paz 2, que persigue el desarrollo y puesta en órbita de un satélite-radar de observación terrestre de uso dual y que permitirá mantener durante las próximas décadas los servicios de observación que actualmente presta el satélite Paz, en lo que será una herramienta insustituible en manos del Ministerio de Defensa.
En términos industriales, nuestro país ha vivido una cierta revolución, en tanto hemos visto cómo el ecosistema de compañías relacionadas con el espacio ha crecido, sumándose un buen puñado de pequeñas y medianas empresas privadas, incluyendo startups, a un grupo antaño dominado por aquellas que tienen una participación estatal, aunque sea mínima. Hasta tal punto que más de dos décadas después estamos en una posición mucho mejor de la que llegamos a estar en tiempos del difunto programa Capricornio, cancelado en el año 2000 y que podría haber culminado con un vehículo lanzador propio susceptible de poner en el espacio cargas de hasta 140 kilogramos.
El panorama, sin embargo, no ha dejado de ser un tanto agridulce, pues España dispone ni dispondrá -al menos a corto plazo- de los medios necesarios para asegurar su soberanía en el espacio, algo que pasaría por dotarse de una constelación de satélites de observación suficiente para mantener capacidades 24/7, de una constelación de satélites de comunicaciones propia, etc. Dicho esto a sabiendas de que hay planes en esta dirección, pero también de las dificultades que su implementación entraña. Mucho menos para dotarse de armas ASAP (algo que en cualquier caso no está en los planes ni supondría una ventaja para un país como el nuestro) o, en su caso, de mecanismos de defensa de nuestros activos espaciales, algo en lo que sí trabajan por ejemplo Francia o el Reino Unido en nuestro entorno.
En problema de fondo es de todos conocido: la falta de músculo financiero e industrial de un país que está, incluso dentro de la UE, a medio camino entre los Estados miembros más poderosos (Francia, Alemania e Italia) y el resto, algo que condiciona en demasiadas ocasiones nuestra aproximación a diferentes asuntos, incluyendo los industriales o los relacionados con la defensa. Falta de músculo que en realidad no es tanta, pero que se ve agravada en lo que aquí nos concierne por unos presupuestos de defensa por debajo de la media en términos de porcentaje del PIB y que, además, se ven afectados por la actual situación política.
Dicho esto, nuestro país ha seguido, como muchos otros, distintas vías para suplir las carencias detectadas. Por ejemplo, asumiendo la situación e invirtiendo recursos en dotar al Ministerio de Defensa de aquellos medios que sí es posible obtener y que le permitan disponer de la máxima consciencia situacional (de ahí la inversión en el COVE). Puede parecer un consuelo de necios hasta cierto punto, pero poder controlar lo que ocurre en el espacio permite al menos tomar medidas paliativas en caso de detectarse una amenaza, lo que no es poco.
En paralelo, no hay que olvidarlo, España se ha ido sumando a distintas iniciativas europeas clave en las que nuestro país e industria participan de forma activa, como sucede con Galileo o IRIS2. Proyectos que mediante la suma de esfuerzos han permitido en primer caso una alternativa europea a la red GPS y, en el segundo -si llega a buen término-, harán posible disponer de una suerte de Starlink para los Veintisiete. Dos proyectos que implican una inversión multimillonaria y que ninguno de los Estados miembros de la UE podría asumir en solitario, ni siquiera los más poderosos, salvo a cambio de grandes recortes en otras áreas.
Las empresas, por su parte, han adoptado una actitud pragmática, sumándose a cuantos programas europeos les ha sido posible y aplicando en todo momento a los fondos comunitarios, al tiempo que en muchos casos buscaban socios en el extranjero que les permitan no solo sinergias, sino también mayores oportunidades de negocio. Hasta el punto de que el sector aeroespacial continúa exportando la mayor parte de lo que produce, estando las empresas españolas -en este caso hablamos de una mayoría de SMEs- implantadas en decenas de países a lo largo y ancho del mundo.
La apuesta por la especialización
Dado el tamaño de nuestras empresas, la falta de inversión pública y, pese a ello, la necesidad de mantener en lo posible una serie de capacidades críticas, la apuesta lógica para un país como España y para las compañías que en él operan pasa por la especialización. Es decir, por copar nichos de mercado desarrollando productos competitivos en los mercados internacionales, en lugar de intentar ofrecer soluciones globales que requieren de una inversión y medios que exceden las posibilidades reales de estas mismas empresas.
Es, de hecho, lo que muchos de los principales actores del panorama industrial de defensa español están haciendo. Así, tenemos casos como el de Grupo Oesía, al que dedicaremos un epígrafe más adelante por constituir un caso extremo de compañía que ha buscado diferenciarse haciendo aquello que prácticamente nadie más hace. Sin embargo, no es un caso único ya que otras empresas españolas están siguiendo, en áreas diferentes (y algunas de ellas, por fortuna, complementarias), el mismo camino.
Por poner varios ejemplos bien conocidos, en fechas recientes el Centro Europeo de Astronomía Espacial (ESAC) ha acogido recientemente el acto de presentación de la misión Proba-3 de la Agencia Espacial Europea (ESA), la cual está lista para su próximo lanzamiento desde la India. En este caso, se trata de una misión que tiene como objeto desarrollar y probar una serie de tecnologías clave relacionadas con el vuelo en formación de satélites de alta precisión, en concreto dos pequeños satélites que deberán volar en tándem tras separarse, para lo cual entre otras cosas deberán poder coordinarse (comunicarse) entre ellos. Una misión liderada por España y en concreto por Sener, empresa que forma parte de un consorcio de 40 empresas de 16 países del que también forman parte Airbus Defence and Space, que ha llevado a cabo el diseño y la fabricación de las dos plataformas; GMV, que se encarga del desarrollo del subsistema de vuelo en formación, de la dinámica de vuelo y de la función de GPS relativo y; Deimos, responsable del análisis de órbita.
Volviendo sobre, GMV, ha resultado adjudicataria recientemente del contrato de la Agencia Espacial Europea (ESA) para liderar la misión CyberCUBE, que tiene como objeto las capacidades de radiofrecuencia (RF) del Centro de Operaciones de Ciberseguridad (CSOC). Esto, que puede sonar confuso implica, en lo básico, demostrar la validez de las herramientas de análisis de datos diseñadas para detectar y contrarrestar posibles amenazas cibernéticas que puedan dirigirse contra la ESA. Además, recientemente la misma empresa se ha hecho también con otro contrato, cuyo objetivo pasa por mejorar el centro de procesamiento de datos y la sala de analistas del Centro Español de Vigilancia y Seguimiento Espacial (S3TOC) aumentando sus capacidades de computación.
Tecnobit-Grupo Oesia, que complementa su estrategia de especialización con una gran capacidad productiva, gracias a su moderno Centro Tecnológico en Valdepeñas (Ciudad Real), suministra un alto volumen de tarjetas para la electrónica de distribución y control de radio frecuencia para las antenas de los dos satélites de nueva generación Spainsat NG. Indra, por su parte, ha aportado en los últimos años, entre otros, los circuitos híbridos de capa gruesa empleados por las antenas de comunicaciones de los satélites Spainsat NG, programa del que Airbus Defence and Space España es el contratista principal y en el que participan en mayor o menor medida Acorde, Anteral, Arquimea, Crisa (subsidiaria de Airbus), GMV, Iberespacio, Sener y Tecnobit-Grupo Oesía.
Lo relevante es que, dejando al lado los nombres, el conjunto del ecosistema español está bien posicionado, es dinámico, sus empresas se han venido especializando en subsectores concretos en los que son punteras a nivel internacional y que, a pesar de que carecemos como país de un sistemista de capital mayoritariamente español que haga las veces de Thales, Airbus, Leonardo, Bae Systems, Lockheed Martin, Raytheon, etc., el futuro se presenta halagüeño siempre que se mantenga la apuesta por la diferenciación.
Apuesta que será la que permita que todas las empresas que han ido apareciendo en este artículo y otras muchas que no han sido citadas puedan seguir siendo percibidas como socios necesarios por parte de las principales compañías del sector, al complementar sus propias capacidades y aportar un plus en diversas áreas, en lugar de como un obstáculo. Lo contrario, intentar entrar en una competición de igual a igual con empresas que multiplican el tamaño y recursos de las españolas sería, al menos para la mayoría de ellas, un suicidio a medio y largo plazo, ya que indefectiblemente terminarían siendo expulsadas del mercado.
Grupo Oesía: un caso extremo de diferenciación
Si en las líneas anteriores hemos hablado de varias empresas españolas que han sido capaces de diferenciarse de la competencia, encontrando su «lugar bajo el sol» en el complejo ecosistema europeo que es el sector aeroespacial, las siguientes líneas las dedicaremos a Grupo Oesía, una multinacional de capital 100% privado y español con casi 50 años de trayectoria, dedicada a la ingeniería digital e industrial de uso dual y cuya actividad se extiende a un total de 40 países de 4 continentes distintos.
Hablamos de una empresa que, gracias a una estrategia acertada y sin hacer demasiado ruido, ha logrado en los últimos años crecimientos de doble dígito alcanzando una facturación superior a los 220 millones de euros. Un grupo que engloba cinco marcas diferentes, aunque todas ellas complementarias entre sí y que ha extendido su actividad a todos los dominios, si bien de forma selectiva y centrándose cada vez más en el dominio espacial; ámbito este último en el que trabajan en áreas como la electrónica embarcada, la fotónica, la conectividad segura, las comunicaciones por satélite de banda ancha y la consciencia situacional, entre otros.
Es, de hecho, uno de los ámbitos en los que están logrando destacar con más fuerza en los últimos años, algo que no es fruto de la casualidad, sino de una apuesta decidida por lo que denominan «hiper-especialización» y que no es otra cosa que una forma de diferenciarse de la competencia y lograr así desarrollar soluciones que muy pocas empresas en el mundo son capaces de proveer, como ocurre en los siguientes casos:
Electrónica embarcada y fotónica: Tecnobit-Grupo Oesía es seguramente la empresa española que ha hecho una apuesta más decidida por el valor diferencial que las tecnologías fotónicas ofrecen, en particular para defensa y seguridad. En concreto, en el dominio espacial la fotónica promete, sobre otras herramientas como las electrónicas, ventajas notables: 1) la posibilidad de transmitir información a velocidades cercanas a las de la luz y de una manera energéticamente mucho más eficiente, es decir, con menor disipación de energía y generación de calor; 2) la fotónica, a través de las comunicaciones ópticas, es particularmente apropiada para transmitir grandes volúmenes de datos; 3) en comparación con las señales electrónicas, las señales ópticas experimentan una menor interferencia electromagnética, lo que ofrece sistemas más estables y menos susceptibles a interferencias externas; 4) los componentes fotónicos, tales como los dispositivos ópticos y la fibra, pueden ser más pequeños, con menor consumo de potencia y peso en comparación con soluciones electrónicas, lo que resulta especialmente atractivo para soluciones miniaturizadas o con limitaciones de tamaño y potencia. Es decir, al posibilitar el procesado de señal de radiofrecuencia en una banda de decenas de GHz bajo una misma arquitectura, se consiguen resultados sin precedentes en el campo de la guerra electrónica y radar, la seguridad cuántica y las comunicaciones ópticas seguras, a través de soluciones y tecnologías “stealth”, lo que resulta imprescindible en el actual y futuro entorno operacional.
Dicho esto, el grupo trabaja en aplicar la fotónica al espacio en forma de cargas de pago analógicas y flexibles, además de en cargas de pago completamente digitales (concepto software-defined), comunicaciones ópticas en espacio libre (FSOC) y comunicaciones ópticas entre satélites (OISL), distribución cuántica de claves, o sensores cuánticos e inteligencia de señales (SIGINT/ELINT) en el ámbito de la guerra electrónica. Y es que no hay que olvidar que la fotónica no solo ofrece capacidades superiores a las obtenidas mediante señales electrónicas, sino que además lo hace ocupando un menor espacio, beneficiándose de un menor peso y, también, de un menor consumo. Dado el coste de poner en el espacio cada kilo de carga o lo que implica en términos de ingeniería tener que diseñar satélites más grandes y, por lo tanto, con mayores servidumbres en cuanto a consumo y complejidad, se entiende mejor la apuesta por el desarrollo de sistemas fotónicos.
Conectividad segura: Además de Tecnobit, Grupo Oesía dispone de otras marcas como Cipherbit-Grupo Oesía, en este caso la primera enseña española específicamente dedicada a la ciberseguridad y al desarrollo de productos de comunicaciones seguras certificados por el Centro Criptográfico Nacional (CCN) y la OTAN. Grupo Oesía lleva 30 años trabajando en actividades de protección de las comunicaciones, esto ha generado un amplio ecosistema de productos y conocimiento con soberanía nacional e independencia de terceros, lo que resulta especialmente relevante para la protección de la información. En este caso, y en relación con el tema de este artículo, que es el Espacio, Cipherbit-Grupo Oesía es responsable de la seguridad de los receptores PRS y dispone de un amplio grupo de expertos en seguridad y criptografía para el programa Galileo, trabajando tanto de forma nacional con DGAM, INTA y el CCN, así como internacionalmente en consorcios europeos, como GEODE, con las principales empresas del sector y directamente con la ESA y EUSPA a través de diferentes contratos.
En relación con la conectividad, además, está la criptografía cuántica, de la que ya hablamos en profundidad en su momento y que supone en muchos aspectos un cambio de paradigma. En este sentido, Grupo Oesía ha venido trabajando en dos puntos de vista complementarios destinados a proteger las comunicaciones frente al incremento de capacidad de cómputo por parte de los ordenadores cuánticos: 1) cambiar los actuales algoritmos matemáticos por otros más fuertes que no estén amenazados por una computación cuántica, algoritmos que ya han sido seleccionados por organizaciones internacionales, que están disponibles y se están implementando y desplegando, denominados algoritmos PQC (Post Quantum Cryptography) y; 2) utilizar la mecánica cuántica para conseguir que nuestras transmisiones sean seguras mediante tecnologías QKD (Quantum Key Distribution).
Abundando en lo anterior, la criptografía cuántica o QKD es, como explicamos en su día, una forma de distribución de claves que se apoya en la mecánica y que funciona mediante el envío de fotones entre el emisor y el receptor, lo que hace que el medio sea seguro, pues si alguien intenta escuchar esa comunicación, los fotones son alterados y el resultado que obtiene en el receptor es distinto, permitiéndonos percibir que la comunicación se ha comprometido.
Por supuesto, son muchos los retos todavía por superar. La criptografía cuántica necesita poder ser industrializada y asegurar la interoperabilidad entre equipos de distintos fabricantes. Además, requiere unos estándares de seguridad que garanticen la aplicación correcta de la tecnología y la transferencia de claves a cifradores de forma segura. También está la necesidad de lograr llegar a más distancia con mejores características funcionales… Y es precisamente aquí en donde el espacio ultraterrestre ofrece una ventaja diferencial, al ofrecer la posibilidad de aumentar distancias a través de la generación de enlaces cuánticos con satélites, aspectos en los que Tecnobit y Cipherbit trabajan, participando además en las principales iniciativas españolas y europeas relacionadas con la distribución cuántica de claves.
No todo es perfecto, en cualquier caso, pues todavía hay un importante margen de avance en muchos aspectos, para lo que habría que incrementar la colaboración entre las empresas de referencia en el sector espacial y los centros de investigación y spin-offs de forma que pueda abordarse el reto de la distribución de cuántica de claves a través de medios satelitales con las máximas garantías. En este sentido y a nivel nacional, gracias a actores como Hispasat se ha generado una capacidad única y estratégica, completamente alineada con las necesidades comerciales y la ineludible necesidad de proteger la información. En términos europeos, por su parte, también existen iniciativas industriales espaciales enfocadas a la distribución de claves cuánticas y a su futura integración en IRIS2, junto con EUROQCI, el programa a través del que se desarrolla la infraestructura necesaria. Pese a ello, es mucho lo que queda por hacer, por lo que será también necesario el máximo apoyo por parte de las instituciones públicas tanto nacionales como comunitarias.
Comunicaciones satelitales de banda ancha. A través de Inster-Grupo Oesía, el grupo ofrece soluciones de movilidad por satélite para aplicaciones militares, gubernamentales, ferroviarias y aéreas, incluyendo terminales de bajo perfil y alto rendimiento SOTM (SGoSat), así como los terminales ultraligeros Manpack (SGoPack). Todos ellos integran una antena pasiva de alta eficiencia de elementos radiantes en fase, proporcionan conectividad en cualquier lugar y lo hacen incluso bajo condiciones extremas. Además, en los últimos años han sacado al mercado el portátil FoldSat Leo, dispositivo diseñado para constelaciones satelitales de órbita baja que ha sido seleccionado por Eutelsat-OneWeb para sus operaciones y que es, de hecho, el primer terminal de usuario plegable y totalmente reforzado del mercado. Como complemento, y para el dominio naval, se está desarrollando el terminal SailSat marítimo para constelaciones LEO/GEO que garantiza las comunicaciones satelitales de banda ancha.
Por su parte, y en el caso del dominio aéreo, disponen de una solución multifrecuencia capaz de transmitir en las bandas gubernamentales X y Ka, siendo la mejor solución para plataformas como el MRTT, C295-MPA y A400M. Además, ofrecen también la antena ligera para uso dual SGoSat uPro, diseñada para ser integrada en vehículos aéreos ligeros, tanto tripulados como no tripulados, y soluciones basadas en antenas electrónicas para helicópteros, cazas y UAVs. Equipos que en todos los casos se integran en el fuselaje del aparato en cuestión, lo que permite mantener la maniobrabilidad y baja observabilidad de la plataforma. Grupo Oesía, complementa los anteriores dominios tecnológicos con una gran capacidad productiva tanto para equipos en el segmento terreno como para equipos embarcados; para los que cuenta con un área limpia de más de 1000 m2, distribuida en 4 salas limpias y un banco de flujo laminar (Clase 100 – ISO 5), y con medios de ensayos ambientales. La capacidad productiva es un aspecto clave para poder abordar soluciones tecnológicas integrales para grandes constelaciones.
Conclusiones
La Segunda Era Espacial es una realidad e implica cambios a nivel industrial de profundo calado. La mayor competitividad, derivada tanto del acceso al Espacio de nuevos actores, como de la multiplicación del número de empresas interesadas en este sector y dispuestas a participar del mismo, así lo garantizan. Todo ello, sumado al hecho de que el Espacio ha pasado a ser clave en términos de Seguridad y Defensa, incluyendo el funcionamiento normal de la economía globalizada, aseguran que la competición ya en marcha será descarnada. En este nuevo escenario, son dos las estrategias básicas por las que optarán los países y empresas embarcadas en la competición de la que hablamos.
La primera, solo al alcance de las principales potencias, pasará por reunir cuantos más recursos mejor, buscando dotarse de una verdadera «Autonomía Estratégica» en materia espacial, lo que les llevará a desplegar constelaciones de satélites cada vez más pobladas, a dotarse de nuevos lanzadores, a financiar infinitud de desarrollos y, por supuesto, a proveerse de medios defensivos (y en varios casos, también ofensivos) con los que garantizar su soberanía más allá de la atmósfera, la seguridad de sus medios espaciales y, en última instancia, la disuasión y la estabilidad estratégicas.
La segunda, que es la que aplica a potencias medias como España, consiste en apostar por la especialización. Ante la imposibilidad de contar con todo lo necesario para competir con los grandes actores o, siquiera, para garantizar la propia soberanía en el Espacio, lo razonable es centrarse en aquellos apartados en los que se pueda aportar un plus de calidad y competitividad. De esta forma, no solo el país continuará asegurando el futuro de una industria puntera, caracterizada por sus altos salarios y por el elevado nivel de formación de sus trabajadores, sino que se convertirá en un aliado necesario para la industria y gobiernos de otros países, lo que en última instancia implica mayor poder negociador y de presión, así como retornos industriales y beneficios económicos.
En este contexto, casos como el de Grupo Oesía constituyen ejemplos de éxito dada su apuesta por la hiperespecialización, hasta el punto de que no solo desarrollan tecnologías que están al alcance de muy pocas empresas a nivel global, sino que se han convertido con el paso de los años en socios y proveedores clave para un buen número de países y empresas, configurándose como un ejemplo a seguir.
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