Los más básicos conocimientos de Historia permiten afirmar que las guerras han cambiado con el transcurso de los años. Podríamos llegar a sostener que se han dado cambios vertiginosos en los últimos tiempos, teorema que nos lleva a pensar que, probablemente, se dé una evolución exponencialmente acelerada en el futuro próximo. Para intentar entender esos cambios y, quizás incluso, preverlos, es esencial entender qué es la guerra y qué la hace cambiar.
La definición de «guerra»
El abrumador número de definiciones de la guerra no tendrían cabida en este artículo, por lo que se han seleccionado aquellas, a nuestros ojos, más representativas, para así extraer sus características fundamentales.
Comenzando por uno de los más conocidos estudiosos de la Guerra, Clausewitz la definió como un «acto de fuerza para obligar al contrario al cumplimiento de nuestra voluntad»1. De aquí obtenemos dos importantes características. La primera es que la guerra es un acto de fuerza, en sus orígenes comprendida como fuerza militar, pero que hoy en día puede incluir otras muchas. La segunda característica es el objetivo de la guerra, que no es otro que forzar a otro a cumplir nuestras exigencias.
Según Quincy Wright, la guerra es «un conflicto simultáneo de Fuerzas Armadas, de sentimientos populares, de dogmas jurídicos y de culturas nacionales»2, lo cual nos acerca a la naturaleza integral de la guerra, que estudiaremos más adelante. Baste por ahora decir que la guerra se ve afectada por sentimientos, por el pueblo o por la cultura entre otras muchas cosas.
Para Marvin Harris la guerra es «un combate armado entre grupos de personas que constituyen agrupamientos territoriales o comunidades políticas diferentes», lo que nos hace ver que los conflictos surgen por las diferencias entre las partes, y «una lucha armada entre agrupaciones políticas organizadas»3, que nos da otra característica fundamental: la organización de los contendientes. No son necesariamente Estados, pero están suficientemente organizados. Esto la diferencia de otro tipo de conflictos como podrían ser las revueltas.
En resumen, podemos decir que la guerra siempre es sangrienta, colectiva y total, y requiere de encuentro entre fuerzas enfrentadas y organizadas4. Además, es importante señalar que la guerra tiende a lo anormativo, debido a los procesos de acción-reacción que hacen que las respuestas sean de mayor escala.
La guerra y la política
Volviendo al maestro prusiano, «la guerra es una mera continuación de la política por otros medios»5 y, evidentemente, es un hecho social, pues ya hemos visto que es necesaria la participación de grupos sociales organizados. De esta forma, la guerra se ve afectada por las cinco tradicionales esferas de poder: política, económica, militar, tecnológica y cultural. Dicho de otra manera, la guerra —enfrentamiento de poderes, al fin y al cabo—, se puede librar en todos estos «frentes».
La polemología —estudio de la guerra—, es una ciencia social y, como tal, se ve afectada por infinidad de campos. Para su estudio se tocan áreas tan distintas como la historia, la etiología, la política, la psicología y otras muchas. Podemos dilucidar que el estudio de la guerra es tan complejo que es difícilmente objetivo. El punto de vista que se escoja para analizarla inevitablemente condicionará el resultado. Además, el verse afectada por tantos factores, el hecho de que estos trasciendan los distintos niveles (político, estratégico, operacional, táctico), y las imprevisibles dinámicas de acción-reacción, hacen de su comprensión una tarea intuitiva: el arte de la guerra.
Clausewitz representó la naturaleza integral de la guerra con la trinidad pueblo-ejército-gobierno. El pueblo representa la parte pasional, el ejército la volitiva y el gobierno la racional6. Lo que nos lleva de nuevo a la relación de la guerra con la política. La política, la parte racional de la guerra, establece sus límites y condiciones. La guerra es instrumental, sirve a un fin; la política hace de freno ante la tendencia escalatoria de la guerra. De no estar la guerra subordinada a la política, se tornaría en absurda7; la guerra por la guerra.
La guerra y la sociedad
Las guerras son y han sido siempre una expresión social y política, sin embargo, es indiscutible que han cambiado con el tiempo. Esta primera aproximación a la guerra nos indica por dónde debemos empezar a estudiar los factores que la afectan: si la guerra es, como decía Clausewitz, continuación de la política (es decir, de la sociedad), indudablemente los cambios sociales influirán en ella. Es decir, las guerras han sido, son y serán, reflejo de las sociedades que se ven involucradas en ellas.
La guerra cambia tanto como las sociedades que la practican. Desde las guerras de reyes de antaño, pasando por las guerras de pueblos a partir de la Revolución Francesa hasta llegar a los conflictos híbridos actuales. Y no solo cambia, sino que es una generadora de cambio: hace desarrollar la tecnología e, incluso, algunos autores la defienden como una ley de progreso.
La evolución de las guerras se ha dividido en cuatro generaciones. En 1989 William Lind escribe “El rostro cambiante de la guerra: hacia la cuarta generación”. El historiador norteamericano tipifica así las guerras en cuatro grandes grupos. Las guerras de primera generación están asociadas a la aparición del concepto moderno de Estado. Se trataba de conflictos alejados de la sociedad, una suerte de «guerras de reyes», luchadas por soldados profesionales y limitadas en su alcance, con lo que la población generalmente sufría poco. La Revolución Francesa significó el primer paso de la sociedad hacia el poder, pero también trajo consigo su entrada en las guerras. El pueblo se movilizó y las guerras tendieron a los límites. Apareció el servicio militar obligatorio. Las guerras de tercera generación son las guerras de la tecnología. Tras la Segunda Guerra Mundial, las sociedades priorizaron el sector servicios sobre el industrial, basando la economía en los conocimientos. De aquí provienen las guerras luchadas por tropas especializadas a lomos de la tecnología. Por último, aparecen los conflictos de cuarta generación, cuyas características son la globalización, la pérdida de poder de los Estados, la opinión pública, la información, la tecnología y la diversificación. Las guerras de cuarta generación destacan por su antiformalismo, por ser anormativas y asimétricas; consisten en un enfrentamiento entre conceptos distintos de sociedad que veremos a continuación.
Una de las tipificaciones de sociedades más recurrentes es la que las engloba en premodernas, modernas y postmodernas. Como hemos visto anteriormente, la guerra es un acto político, social. Es por esto que cada sociedad se caracteriza por un tipo de conflicto.
Por sociedades premodernas se entiende aquellas en las que el Estado ha dejado de ser viable. La globalización avanza demasiado rápido y sobrepasa a las instituciones, que ceden control a grupos no gubernamentales. Nos referimos a los Estados fallidos, cuyos paradigmas son hoy países como Somalia o Sudán del Sur8. Con el retorno a estructuras preestatales, similares a los señoríos de la Edad Media, el Estado pierde el monopolio del uso de la fuerza y los conflictos aparecen entre estos grupos no gubernamentales que pugnan por el control del territorio o recursos.
Las sociedades modernas relacionan su seguridad directamente con el Estado, para lo que los intereses individuales están supeditados al bien común. En estas sociedades, la guerra es tan «pura» como la definió Clausewitz: el enfrentamiento entre Estados por cuestiones geopolíticas, que puede llegar a implicar a todas las fuerzas de la nación. Estos conflictos tuvieron lugar, al menos, desde Westfalia hasta la Segunda Guerra Mundial, aunque podemos seguir encontrando ejemplos hasta la Primera Guerra del Golfo.
Las sociedades postmodernas son fruto de la globalización. Se acepta una suerte de ciudadanía universal, por la que se difuminan las diferencias entre sociedades, y se prioriza lo individual sobre lo colectivo. Además, los Estados postmodernos desean el crecimiento económico por encima del territorial. Así, las guerras entre Estados desaparecen, siendo sustituidas por intervenciones «humanitarias», siempre que los ciudadanos no se vean comprometidos. De esta manera, los ejércitos son muy reducidos y se exprimen las tecnologías de la información y las armas de precisión.
En definitiva, cada tipo de sociedad tiende a desarrollar sus conflictos de una forma determinada. Sin embargo, es evidente que no siempre los conflictos se darán entre sociedades del mismo tipo. Cuando esto tiene lugar, cuando una sociedad postmoderna se enfrenta a una premoderna, por ejemplo, los conflictos resultantes se denominan «híbridos». En estas guerras, se potencia la dimensión psicológica (véase la propaganda de las ejecuciones del DAESH), civiles y combatientes son difíciles de diferenciar —a esto volveremos más adelante—, y el crimen organizado se confunde con las actividades paramilitares (véase la financiación del DAESH9).
La guerra y la tecnología
El otro factor determinante en el cambio de las características de la guerra es la tecnología. Motor de evolución de la humanidad, la tecnología afecta a todos los asuntos relacionados con nuestra especie. Su influencia sobre los conflictos armados es tal que se ha llegado a plantear que pueda modificar su propia naturaleza política.
Andrew Marshall fue el encargado de generar la respuesta a la Revolución Tecnológica Militar de la URSS, pero desde el principio defendió que las innovaciones tecnológicas en sí tienen poco valor. Para el estadounidense, la evolución tecnológica se puede considerar «revolución» solo si va acompañada de los cambios doctrinales y organizativos necesarios. Es decir, se debe vencer la inercia de encajar las novedades en la doctrina existente. La fórmula consiste en generar nuevos métodos que aprovechen las ventajas tecnológicas. Un término muy socorrido para explicar este fenómeno es el de RMA, o revolución de los asuntos militares por sus siglas en inglés. Y, precisamente, las RMA son «un gran cambio en la naturaleza de la guerra derivado de la aplicación de nuevas tecnologías que, combinadas con cambios en la doctrina militar y los conceptos operacionales, altera fundamentalmente la naturaleza y la conducta de la guerra»10. Es decir, las RMA no son el simple avance tecnológico del armamento, sino que implican un cambio trascendental en la guerra que, aunque tiene su origen en esa evolución tecnológica, no se daría sin su aplicación por medio de cambios en la doctrina y la mentalidad.
Sin ánimo de entrar en el amplio debate sobre qué fenómenos constituyen una RMA y cuáles no, citaremos algunos con el simple propósito de ilustrar cómo la guerra se ve afectada por los avances tecnológicos. Las RMA pueden ser de distinta índole según su origen o causa: reactivas, proactivas u ofensivas.
Las RMA reactivas nacen de la aparición de nuevas amenazas. Esto supone una auto-evaluación y, cuanto mayor sea la amenaza o desequilibrio de fuerza, mayor es la posibilidad de que tenga lugar una revolución en los asuntos militares. Como ejemplo podemos señalar los avances en mando y control que se están empleando en los conflictos híbridos junto con las armas de precisión de largo alcance. Además de la tecnología, se han aplicado nuevas doctrinas (no boots on the ground, control directo de las operaciones a nivel político), con lo que estaríamos ante una RMA nacida de las amenazas asimétricas e híbridas.
Las RMA proactivas tienen su origen en el propio Estado que las aplica. Suceden antes de la materialización de nuevas amenazas y se basan en las revisiones de las políticas de defensa y planificaciones estratégicas. Estas deben prestar especial atención a los cambios en los conflictos, para ser capaces de generar la tecnología necesaria y la doctrina que permita su uso antes de que los conflictos afecten al Estado en cuestión. Se podría argumentar que la RMA de EEUU de principios de los 90 estaba orientada hacia los conflictos que hoy conocemos como híbridos, pero en nuestra opinión los cambios en la doctrina no han aparecido hasta después de intervenciones como las de Afganistán e Irak, por lo que estaríamos ante el ejemplo de reactividad del párrafo anterior.
Por último, las RMA ofensivas se originan por presiones institucionales, tanto políticas como industriales y pueden tener como objetivo cambiar el orden geopolítico internacional. Para que se puedan llevar a cabo, es necesario una armonía entre política, sociedad e institución militar, y solo suelen ser viables en grandes potencias. Como ejemplo, podríamos citar la guerra cibernética que China realiza sobre Occidente, que supone una nueva forma de hacer la guerra a través de la tecnología.
En definitiva, las revoluciones en los asuntos militares van de la mano de la evolución de los conflictos. Las llevan a cabo las grandes potencias que participan en ellos y tienen la capacidad tecnológica e industrial para generar estos cambios.
La guerra hoy
Hemos dicho que las guerras son reflejo de las sociedades y, hoy en día, probablemente el concepto que mejor define nuestras sociedades es la globalización. La guerra como la entendía Clausewitz era una confrontación violenta entre Estados, pero la globalización está haciendo perder fuerza al tradicional concepto de nación-Estado originado en Westfalia. La globalización afecta a todo: economía, cultura, poder; a la sociedad, en definitiva. Y, por tanto, y como no podía ser de otra manera, la globalización afecta a la guerra. Su influencia es tan profunda que ha supuesto un cambio en la denominación del concepto, ahora llamado «conflicto armado» para abarcar sus nuevas formas de materializarse.
La globalización es un fenómeno inevitable en la historia humana que ha acercado el mundo a través del intercambio de bienes y productos, información, conocimientos y cultura, según la ONU. Además, en los últimos años ha cobrado velocidad de forma espectacular debido a los avances en la tecnología, las comunicaciones, la ciencia, el transporte y la industria.
La globalización ha acercado el modo de vida y las ideas occidentales a todo el mundo. Algunas de las tendencias liberales que se han propagado son la democracia, el libre comercio y las organizaciones internacionales. Todos estos entes rechazan la guerra. La «paz democrática», entendida como las normas pacificas de resolución de conflictos que comparten estos regímenes, evitan los enfrentamientos entre democracias. El objetivo de los Estados ha pasado a ser el crecimiento económico por encima de la expansión territorial. Y las organizaciones internacionales, al estar basadas en los modelos occidentales, refuerzan estos impulsos. En resumen, la guerra ha quedado demonizada.
Pero, como sabemos, la paz democrática no reina en todo el mundo. Una de las principales consecuencias de la globalización es la pérdida de poder del Estado-nación. Esto conlleva la pérdida del monopolio del uso de la fuerza y es una de las causas del auge de los conflictos intraestatales. Los cambios producidos por la globalización han provocado que algunos Estados hayan dejado de ser viables, ya que no pueden garantizar a sus ciudadanos los servicios esenciales: seguridad, salud, educación o infraestructuras. En estos casos, aparecen estructuras políticas pre-estatales que gestionan, entre otros, el uso de la fuerza. Estos organismos no están supeditados a las condiciones «pacificadoras» de la globalización, ni a los requerimientos del Derecho Internacional en lo que afecta a los Estados, por lo que la tendencia a dirimir sus diferencias por medio de la violencia es mucho mayor.
La desaparición de los conflictos entre Estados ha traído una disminución del número de víctimas, pero no la desaparición de los conflictos armados. La guerra clásica ha sido sustituida por las «nuevas guerras», término acuñado por Mary Kaldor en 1999 que engloba las guerras civiles con dimensión internacional por las que se caracteriza nuestro tiempo.
El origen de estos conflictos radica en esa desaparición del monopolio del uso de la violencia por los Estados. Así, estas guerras se asemejan a los conflictos medievales, en los que entes paraestatales luchan por el control de un territorio y su población. Además, pueden participar actores tanto públicos como privados, dificultando la distinción entre civiles y combatientes. Pero también hay casos que no involucran a fuerzas gubernamentales. Los grupos armados explotan los recursos del territorio que controlan y se dedican a tráficos ilícitos, acercando el conflicto armado a la criminalidad a gran escala, que analizaremos más adelante. Otras características de estas nuevas guerras son su brutalidad e inexistencia de límites, las fuerzas de pequeña entidad y poco adiestradas, tener a la población civil como objetivo y ser recurrentes.
La teoría de Kaldor tiene sus detractores, cuyos argumentos detallamos a continuación. En primer lugar, se duda de la novedad del concepto. Como hemos señalado, las «nuevas guerras» guardan cierta relación con las guerras antiguas y medievales. Esto nos podría hacer pensar que no se trata de un nuevo tipo de conflicto, sino de la vuelta a la situación anterior a Westfalia, en la que los grupos no estatales tenían suficiente poder y autonomía para hacer la guerra por su cuenta. La parte positiva de este cambio es digna de estudio. La guerra entre Estados llegó a alcanzar el calificativo de «total», con los nefastos resultados que podemos observar estudiando las dos guerras mundiales. Mientras que estas nuevas guerras afectan a la población civil, su dureza no alcanza la de aquellas, por lo que los nuevos conflictos —aunque desestructurados— podrían ser un buen paso hacia la disminución del número de víctimas.
En segundo lugar, se cuestiona la premisa de la caducidad del Estado como organización prevalente internacionalmente. Si bien es innegable la pérdida del monopolio del uso de la fuerza, parecen necesarios más motivos para justificar la desaparición del actual orden mundial. Precisamente la globalización, que ha llevado este régimen a todo el planeta, y el concepto del path dependence tenderán a fortalecer la vigencia del Estado. El path dependence es un término acuñado por el historiador económico Paul David. Se habla de path dependence cuando los costes de revertir una decisión para cambiar el camino elegido son muy altos. Esto supone que se sostenga la decisión inicial y se refuercen las instituciones creadas.
En tercer lugar, se pone en duda el papel de la globalización como transformadora de la guerra, defendiendo que «los conflictos armados han estado íntimamente relacionados con los procesos globalizadores y tienen mucho que ver en la forma en que estos se desarrollan»11.
Junto a la globalización, una de las denominaciones más aceptadas para la era que nos ha tocado vivir es la de Sociedad de la Información: «una sociedad caracterizada por un modo de ser comunicacional que atraviesa todas las actividades (industria, entretenimiento, educación, organización, servicios, comercio, etc.). En este tipo de organización social la información ocupa un lugar sustantivo y se convierte en fuente de riqueza»12. Fruto de la combinación de la tecnología con la globalización, vivimos en un mundo en el que la información es la piedra angular sobre la que gira la opinión pública que, a su vez, es la base de decisión de los gobiernos democráticos. En boca de Thomas Hobbes (aunque la frase se le atribuye a Francis Bacon), la información es poder.
El poder de la opinión pública supone que «los Ejércitos democráticos no pueden ganar guerras sin apoyo popular, sin un consenso real» y «la victoria es también muchas veces […] una cuestión de percepción»13. Como paradigma de este poder, encontramos la guerra de Vietnam, de la que Estados Unidos acabó retirándose por el impacto en su población de la primera guerra que el periodismo moderno les acercaba a casa. Así, «probar la responsabilidad del enemigo en una guerra se ha convertido en el deber de todo gobierno»14, y nos encontramos con que en el Manual de Contrainsurgencia utilizado por los Estados Unidos en Irak, se insiste en la búsqueda de fuentes de legitimidad y en la plena subordinación de la acción militar a los fines políticos.
Los grupos terroristas son expertos en explotar el poder de la información y la opinión pública, buscando actos que generen una fuerte impresión en esta para generar terror y caos. Esto supone que sus actividades sean ideales para los medios de comunicación, que al fin y al cabo buscan audiencia, y se genera una peligrosa confluencia de intereses.
El poder de la información ha generado cambios en la doctrina militar, buscando por todos los medios evitar las bajas propias (efecto cero) y la gestión comunicativa se ha hecho con un lugar preferente en todos los Estados Mayores. Cualquier unidad militar de cierta entidad cuenta en sus filas con un PIO/PAO (oficial de información/asuntos públicos) y la guía de la OTAN para estos oficiales tiene cerca de cuatrocientas páginas15.
Como hemos visto unos párrafos más arriba, la guerra, en Occidente, es un concepto demonizado. Hasta tal punto que ya no se habla de guerras, sino de conflictos armados. Aunque se puede argumentar que «conflicto armado» es un término más amplio, no nos cabe duda de que parte del cambio de denominación tiene que ver con ese tabú. Se huye de las connotaciones negativas, para lo que se habla de crisis y de operaciones de imposición de la paz. Esto es un claro ejemplo de la repercusión que tiene la opinión pública, que es la que legitima —o no— las guerras y otorga la victoria. La supremacía militar ya no es un sinónimo de victoria. Más aun cuando la globalización hace que cada conflicto se propague hasta alcanzar todos los rincones del globo (no hablamos necesariamente de los combates, sino de sus repercusiones).
De la guerra total a la
guerra integral
En el siglo XXI la violencia se ha fragmentado y diversificado, apareciendo de nuevas y distintas formas. Así, como mencionábamos antes, la distinción entre guerra y crimen se ha difuminado. Los mismos organismos no estatales que combaten en las guerras se financian mediante el crimen, y clasificar a estas organizaciones como grupos terroristas o instituciones de crimen organizado se complica.
Además, las amenazas han dejado de ser puramente militares, las guerras clásicas se mezclan con acciones terroristas, la propaganda es fundamental y la sociedad civil se ve afectada por la guerra a la vez que influye sobre ella. La nueva forma de combatir estas amenazas se ha llamado «integral», en línea con esa naturaleza de la guerra que, veíamos, abarca infinidad de campos. El Comprehensive Political Guidance de la OTAN es un ejemplo de este fenómeno. Se pretende enfrentar la naturaleza multicausal y supramilitar de la guerra mediante una combinación de factores militares, políticos, sociales, diplomáticos y de otra índole.
Esta diversificación de la guerra ha resultado en la aparición de un nuevo término que engloba y sustituye a la Defensa: la Seguridad. Así, nos encontramos con la Estrategia de Seguridad Europea o la Estrategia Española de Seguridad.
La guerra de las galaxias
En epígrafes anteriores hemos vista la evolución de las guerras en base a la tecnología. Ahora daremos un baño a las implicaciones de la tecnología en la guerra actual. En primer lugar, ha traído consigo nuevas dimensiones de la guerra: el espacio y el ciberespacio. España ha reaccionado a estos nuevos teatros de operaciones creando el Mando de Ciberdefensa de las Fuerzas Armadas en febrero de 2013, ya que «[el ciberespacio] plantea un nuevo escenario de posibilidades pero también de vulnerabilidades y amenazas que lo hacen muy atractivo para determinados actores, que aprovechándose de las mismas, quieran infligir un daño a la sociedad mediante la realización de ciberataques»16.
En segundo lugar, el desarrollo de las armas de precisión de largo alcance y de los drones ha cambiado el modo de hacer la guerra. El concepto de no boots on the ground ha pretendido evitar la reacción negativa de la sociedad a las bajas propias en combate, algo clave en unas sociedades en las que se rechaza el sacrificio de una vida humana en cualquier caso. A pesar de su evidente fracaso en algunos conflictos, se sigue empleando en cierta manera, con despliegues de personal cada vez más reducidos y un uso más extendido de los medios no tripulados y los ataques a gran distancia.
En tercer lugar, los avanzados medios de mando y control modernos permiten al nivel político tener el control directo de las operaciones y tomar decisiones en tiempo real, con lo que los clásicos niveles en los que se desarrolla la guerra (táctico, operacional, estratégico y político) han dejado de ser estancos y muchas acciones trascienden a todos los niveles, mientras la política alcanza a dirigir los asuntos tácticos.
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