Siria. Palabra que evoca la mayor guerra de la última década. Un país que fue la cuna de la reina Zenobia y del Imperio de Palmira y hoy yace arrasado bajo el abrasador sol del Levante. Un país que sirve de tablero de juego en el que se dirimen las relaciones internacionales del siglo XXI. Siria es también el lugar en donde Rusia ha puesto a prueba su capacidad de proyección en la primera operación a gran escala que intenta a tal distancia de sus fronteras. Un caso que merece ser analizado.
El de las razones por las que la Federación Rusa ha decidido intervenir en Siria con todas las consecuencias es un tema de debate apasionante que ha hecho correr ríos de tinta, muchas veces con poco tino. Se ha hecho referencia al mero interés económico, a la afinidad política entre ambos regímenes, a los lazos históricos, etcétera. No obstante, son dos los temas clave que han servido a Vladímir Putin para dar el paso, siendo las demás cuestiones accesorias.
- La primera y fundamental razón para intervenir en Siria ha sido la propia seguridad nacional rusa. Independientemente de lo que uno piense sobre Putin, ha sido siempre consecuente respecto al terrorismo y no puede olvidarse que gran parte de su popularidad inicial se debió a la gestión de la Segunda Guerra de Chechenia y de la crisis terrorista que asoló Rusia en los años posteriores, con sucesos como el del teatro Dubrovka o la escuela de Beslán. En este sentido, una Siria desestabilizada se podría haber convertido en un caladero ideal para la yihad global, capaz de plantar la semilla de nuevos conflictos en una zona tan sensible como es el Cáucaso, en donde tanto Putin como Ramzan Kadirov llevan años lidiando con la amenaza del yihadismo. De Siria podría incluso haberse exportado la yihad a países como Uzbekistán o Kirguizistán, que también cuentan con movimientos insurgentes de este corte que llevan siendo combatidos por Moscú años, aunque se haya hecho mediante despliegues muy modestos: un escuadrón de Su-25 Frogfoot, apoyo de inteligencia, apoyo logístico…
- La segunda razón es la estratégica situación siria, clave para una Rusia que pretende seguir siendo un actor global y que necesita de la proyección que permite la base naval de Tartus, complementada ahora con la base aérea de Khmeimim. Si bien es cierto que al comenzar el conflicto en Siria la Federación Rusa llegó a evacuar Tartus -que de hecho sólo albergaba una reducida guarnición-, con el tiempo esta situación ha cambiado por completo, como explicaremos más adelante. Hasta no hace mucho, para ser honestos, el poderío naval que Rusia podía proyectar era escaso debido a la carencia de un número adecuado de buques oceánicos -especialmente en el Mar Negro y el Mediterráneo, después de la disolución de la 5ª Eskadra– y a las limitaciones de la propia base, que necesitaba ser reacondicionada para albergar navíos con mayor calado y desplazamiento.
Por último, conviene aclarar que el enfoque economicista, que defiende que Rusia está en Siria por los beneficios económicos que obtiene de ello, carece de sentido. En primer lugar debido a que las tan cacareadas fuentes de hidrocarburos sirias son muy limitadas. En segundo lugar porque el estado sirio más que un adquirente de material de defensa es un estado moroso que acaba requiriendo constantes condonaciones y renegociaciones de su astronómica deuda cada equis años, por lo que es dudoso que Rusia vaya a recuperar el dinero invertido. Además, como mucho podría suponer el 4% de la carga de trabajo e ingresos de la industria de defensa rusa en los próximos años, cantidad que no justifica la inversión que Rusia ha llevado a cabo y que difícilmente va a recuperar. Ha de tenerse en cuenta que la intervención en Siria ha supuesto destinar un ala aérea completa, bombarderos estratégicos, fuerzas terrestres equivalentes a una división, la construcción de numerosas infraestructuras, la cesión continua de armamento, la puesta en marcha del “Expreso sirio” y el desplazamiento de centenares de asesores militares, por no hablar de la ayuda humanitaria y los fondos destinados a la reconstrucción del estado para que no se convierta en un estado fallido. Podría decirse que como inversión económica, Siria es el equivalente a apostar en la ruleta de un casino, lo que no obsta para que numerosos empresarios rusos se hayan beneficiado, así como innumerables intermediarios, claro está.
Respecto a las tradicionales relaciones entre Bashar al-Assad y Rusia, así como sus raíces en los tiempos de su padre Hafez y la Unión Soviética, lo cierto es que estas se habían deteriorado mucho con el paso del tiempo y que nunca jamás han sido nada parecido a una hermandad irrompible. Se trataba más bien de una de cal y otra de arena. Damasco no tenía buenos aliados en la arena internacional, y menos aún capaces de imponer su veto en el Consejo de Seguridad de la ONU. El único aliado fiable, que no incondicional, era Irán, así como los miembros del Eje de Resistencia: un conglomerado de actores estatales y no estatales, que venían a seguir una serie de objetivos concebidos en Teherán. De esta forma, y a falta de algo mejor, como un apoyo de la República Popular China, de Turquía o de Estados Unidos, Rusia representaba la opción menos mala, lo que no es óbice para que desde el gobierno ruso se llegara a atacar duramente y en público la poca inteligencia de Bashar para acabar con la insurrección o que se llegase a hablar de la posibilidad de que perdiera su apoyo.
En base a todo lo anterior podemos afirmar que Siria representaba un interés estratégico de grado medio para la Federación Rusa, pues incluso sin Tartus podrían haber expandido su presencia naval en el Mediterráneo a través de acuerdos con otros países y la cuestión yihadista no está del todo clara, pues incluso en el peor de los escenarios para Siria, la exportación de yihadistas y la consecuente crisis de seguridad en el Cáucaso no estaba asegurada.
Lo que sí representaba Siria, por otra parte -y eso decantó la decisión en favor de la intervención- eran una serie de beneficios potenciales nada desdeñables que, bien aprovechados podrían catapultar a Rusia una vez más como potencia global y que, con una gestión adecuada, incluso podrían llegar a compensar económicamente el esfuerzo realizado. No obstante, hablamos de una amplia gama de efectos, a menudo fuera del control de los rusos y que representaban una apuesta arriesgada en cualquier caso.
De entrada, se generarían unas relaciones de dependencia del gobierno Assad respecto a Rusia, lo que haría de Siria un estado servil a los intereses rusos. De ahí por ejemplo, la gratuidad de la creación de la base de Khmeimim, el nuevo contrato de arrendamiento y la ampliación y modernización de la base naval de Tartús, o la creación de una tupida red de pequeñas posiciones rusas por media Siria.
El apoyo ruso también serviría para descargar los hombros del Eje de Resistencia y en particular de Hezbolá, ya que estaban llevando un peso creciente en la contienda que les estaba pasando factura en forma, bajas, pérdidas materiales y ataques aéreos israelíes contra los envíos de cohetes a Líbano. Además, estaban muy necesitados de potencia de fuego procedente de la aviación y la artillería, así como de la capacidad de supervivencia que aportan los carros de combate modernos contra los misiles de los rebeldes.
Pero lo más valioso que Moscú podía vender mediante Siria era confianza y seguridad: se convertiría en un aliado ideal para muchos regímenes deseosos de contar con un socio fiable. Harían bueno así el antiguo lema de la agencia estatal de exportación de armamentos Rosoboronexport, que rezaba “su socio fiable en el tercer milenio”. Para ello, la mayor guerra que se estaba librando constituía el altavoz perfecto, pues situaría a Rusia como el centro de atención mediático y político, en un tiempo en el que los EE. UU. estaban ya pensando con la vista puesta en el Pacífico. Quizá por ello la propaganda rusa incidió aún más en la falsa idea de una firme y antediluviana alianza Moscú-Damasco, a la que el Kremlin hacía honor poniendo toda la carne en el asador y arriesgando su propio ejército y economía para salvar a Assad. Todo un reclamo para dictadores y gobernantes temerosos de una intervención extranjera o de una insurrección y que a partir de entonces empezarían a ver en Rusia un socio activo y poderoso, capaz de proporcionar un bien tan valioso y escaso como es la seguridad.
Con los iraníes la jugada saldría bien. Teherán incluso puso al servicio de los aviones rusos la base aérea de Hamadán, si bien el posterior escándalo obligó a cancelar la estancia de la Fuerza Aérea Rusa (VKS) en dicha instalación. Por lo demás, la cooperación en materia de defensa se intensificó y el país persa se convirtió en un cliente cada vez más importante. Además, esta buena sintonía entre Teherán y Moscú, aunque no exenta de roces, era importante para dos naciones con una economía dependiente de la extracción y exportación de hidrocarburos.
Pero Rusia no podía ni debía materializar intervenciones de gran calado, como las de Siria o Ucrania, más allá de su esfera de influencia, ya que en ese caso las sanciones lloverían desde Occidente. Por eso, se explotó la mejorada imagen internacional de Moscú mediante una herramienta menos eficaz que un ejército regular, pero mucho más discreta y utilizable: Los mercenarios (y, por supuesto, “los mercenarios”). La concurrencia de oligarcas amigos personales de Vladimir Putin, cercanos a los órganos del estado y propietarios de empresas de contratistas privados permitían al Kremlin ofrecer servicios de seguridad con un valor político innegable, de una forma subrepticia y sobre todo muy flexible, hasta el punto de que si hacía falta se podían trasladar fuerzas del ejército regular y spetsnaz a las empresas simplemente para que cumplieran una misión y siendo posteriormente reintegrados en sus puestos anteriores. Casos dignos de mención los encontramos, además de Siria, en la República Centroafricana, el Congo o Sudán, aunque se sospecha que las empresas rusas están presentes en otros estados. El denominador común es obvio, todos son países con conflictos de bajo perfil mediático que sin embargo poseen importantes recursos.
Por otra parte, un aspecto valioso de la intervención en Siria tiene que ver con la posibilidad de probar en condiciones reales las reformas introducidas en las Fuerzas Armadas Rusas, así como los nuevos equipos. En este sentido, Siria se ha convertido en el campo de pruebas de las FAS rusas y en el escaparate de la industria de defensa rusa. Los militares rusos han podido de estar forma extraer numerosas lecciones tácticas, así como sobre el equipamiento y la organización propias, a la par que un número elevado de soldados han adquirido verdadera experiencia en Zona de Operaciones (ZO). Con todo, este escaparate no siempre ha sido útil para Rusia. Casos como el del portaaviones Almirante Kuznetsov que en 2016-2017 pretendió mostrar al mundo la capacidad de proyección estratégica rusa, se convirtieron en una de las experiencias más vergonzantes para el país desde que la flota del almirante Rozhéstvenski pusiera proa a Tsushima. El maltrecho portaaviones arrojaba una pluma de humo negro visible desde decenas de kilómetros e iba siempre acompañado por un remolcador por si fallaban los motores y quedaba a la deriva, por no hablar de que dos aviones embarcados: un MiG-29 y un Su-33 se perdieron porque el cable de arresto no funcionaba bien, con lo que hubo que basar el ala embarcada en Hmeimim. Aquella travesía demostró que la capacidad aeronaval de Rusia estaba en las últimas, con un portaaviones que a duras penas regresó a su puerto de origen y cuyo futuro es incierto.
La industria rusa sí ha salido beneficiada y no ha perdido la oportunidad de probar centenares de prototipos de mil y un materiales así como vehículos en servicio que nunca habían estado en ZO, entre los que destaca por ejemplo el extraño blindado BMPT “Ramka”, los sistemas antiaéreos y antiproyectil Pantsir-S2, los sistemas de defensa anti drone, los equipos de guerra electrónica… La experiencia siria ha servido tanto para diseñar nuevos materiales como para promocionar los ya probados en el campo de batalla. El mejor ejemplo lo encontramos en el envío de uno de los prototipos del PAK-FA, el caza experimental ruso de 5ª Generación, a Hmeimim. Sin duda un movimiento arriesgado cuando cualquier ataque con drones caseros podría haber hecho perder a Rusia los millones invertidos, por no hablar del consiguiente ridículo. El temerario despliegue buscó impresionar a los posibles socios indios con la madurez del diseño y es que para la industria aeronáutica rusa es fundamental contar con un socio extranjero bien dotado de fondos para poder culminar el desarrollo del Su-57.
En otro orden de cosas, el regreso de Rusia a la región Oriente Medio-Mediterráneo ofrecía una perspectiva de influencia política creciente, más aún teniendo en cuenta el relativo abandono estadounidense de dicha región en favor del eje Asia-Pacífico, y por tanto el mayor papel que pueden jugar potencias interpuestas relativamente neutrales y que cuentan con poder duro sobre el terreno. Este es el caso de Rusia y así Kremlin se convertía en un actor político de primer orden que empezaba a tener cada vez más peso en las decisiones y acuerdos regionales. De ahí, por ejemplo que un número elevado de negociaciones se hayan llevado a cabo en Moscú, o en ex repúblicas soviéticas, como en Kazajstán, o también la buena sintonía que mantienen los ejecutivos de Putin y Netanyahu, pues el mismo Israel reconoce la importancia de Rusia para la estabilidad regional.
Tampoco se puede obviar el papel que las sanciones y el aislamiento que siguieron al conflicto en el Donbáss han tenido a la hora de intervenir en Siria. El Euromaidán de Kiev había terminado por defenestrar al mayor estado de la órbita rusa, provocando un conflicto político-militar en Donetsk, Lugansk, Mariupol y Crimea, tras lo que llegó una riada de sanciones occidentales y un intento de aislamiento político de Rusia. De hecho, las sanciones del gobierno francés de François Hollande incluyeron la retención de dos portahelicópteros de la clase Mistral, ya casi acabados, que iban a ser entregados a Rusia, y que habrían permitido a esta compensar, en parte, la baja del Kuznetsov. En este contexto, que esta tuviera en su mano futuro de Siria era un argumento de peso para negociar y obtener contrapartidas, lo que al final se convirtió en una forma de esquivar el aislamiento político, aunque hasta donde sabemos las negociaciones en Ucrania y en Siria no se han interconectado, en apariencia.
Por último, la duración del conflicto sirio, los actores implicados y los cambiantes equilibrios de poder en Oriente Medio, en buena medida causados por la guerra siria, han dado lugar a modificaciones de las que Moscú ha sabido aprovecharse. Por ejemplo, el crecimiento del Dáesh en Siria y su expansión en Iraq destrozó al ejército iraquí, que al rehacerse a menudo ha optado por comprar material ruso, menos complejo y más libre de condiciones que el americano. Más importante todavía, Moscú ha sabido explotar los problemas de Erdogan, cada vez más alejado de la órbita occidental, hasta el punto de que Turquía ha adquirido avanzados sistemas antiaéreos S-400 y quien sabe si en el futuro el Bósforo y el Dardanelos serán más una entrada que una cerradura para la Flota del Mar Negro. Putin, ayudado por las circunstancias ha sabido sacar provecho del estado de las cosas en Ankara.
Proyección del poder militar
La dirección operacional y estratégica de las Fuerzas Armadas Rusas parte del Jefe de Estado Mayor (JEMAD), quien a su vez es parte del Consejo de Seguridad de la Federación, convirtiéndose así en el puente entre las directivas de seguridad nacional y la defensa. En 2015, este cargo lo ostentaba el capitán-general Andrei Kartapolov.
El JEMAD y toda su plana mayor está constituida por oficiales pertenecientes a su propia especialidad dentro de las FAS, de tal forma que no deben ostentar, en principio, preferencia por ninguna de las ramas: aviación, armada, fuerzas terrestres, fuerzas estratégicas…
Poco se sabe sobre los motivos reales por los que se decidió intervenir en Siria. Hay quienes alegan una solicitud de Bashar al-Assad, mientras que otras versiones apuntan a las numerosas visitas que el comandante de la fuerza Al-Quds, el general Suleimani realizó a Moscú a lo largo de 2015.
En este último caso, se cree que durante las negociaciones del pacto nuclear con Teherán, las potencias occidentales cedieron respecto a Siria, dando a los iraníes libertad de acción en el país. Sea donde sea que resida la verdad, se pueden confirmar varias cuestiones:
- Que la intervención rusa en Siria prestando material a mansalva, mediante una importante serie de envíos de suministros no había cesado desde 2011.
- Que existían elementos de inteligencia, observadores/asesores y fuerzas especiales, como la fuerza Zaslon desde antes de 2015.
- Que la decisión de intervenir directamente se tomó en algún momento entre mayo y julio, y que para el 30 de septiembre el despliegue ruso era completo.
- Por tanto, que se había tardado entre dos y cuatro meses en pergeñar un plan de despliegue y ejecutarlo.
- Que en ese tiempo se desplegaron fuerzas equivalentes a una división por todo el país.
En realidad, los rusos habían proseguido con la ejecución de los contratos de suministro firmados antes de 2011, de ahí que entre 2011 y 2014 llegaran a Siria helicópteros nuevos, misiles antibuque P-800 Ónix o sistemas de defensa aérea BUK y Pantsir-S1. La cooperación militar para formar a los miembros de las FAS sirias tampoco se detuvo: los pilotos seguían siendo enviados a Rusia para aprender a manejar sus futuros Mi-24P y los operadores de P-800 lo mismo, al igual que los del Pantsir.
Junto a todo este material puntero posiblemente llegaban otras armas, como granadas y misiles antitanque, repuestos para la aviación y los blindados, armas ligeras y por encima de todo mucha munición, en especial para la artillería. Esta última era la mayor devoradora de munición debido a la doctrina del Ejército Árabe Sirio (EAS en adelante), agravada por los numerosos asedios que es estaban perpetrando a lo largo y ancho de toda la geografía siria y que eran muy demandantes en cuanto a proyectiles artilleros.
En septiembre de 2013 Rusia reconstituyó una versión un tanto disminuida de la 5ª Eskadra de la era soviética, bajo la denominación “Unidad Operacional de la Marina Rusa en el Mar Mediterráneo”, lo que implicaba el despliegue permanente de una flotilla en Tartús. La infraestructura portuaria comprendía una estación naval más que otra cosa, así que se iniciaron las mejoras para renovar las instalaciones y acomodar buques con una eslora superior a 100 metros.
¿Pero cuántos buques logísticos rusos llenaron sus bodegas de material para Siria antes de 2015? Desgraciadamente, hay pocos datos concretos al respecto, pero posiblemente se enviaron remesas de material viejo que el ejército ruso mantenía en reserva, sumando decenas de miles de toneladas de material del que una parte era donado y otra comprometido su pago por el estado sirio a cuenta de futuros ingresos que llegarían con la recuperación de territorios y fuentes de ingresos.
Lo que sí sabemos, es que durante el verano de 2015, antes incluso de la intervención rusa, el puente logístico empezó a arribar con material nunca visto hasta entonces, como los tanques T-72B, T-72B obr. 1989G y T-90, y nuevos VCI BMP-1P, así como nuevas piezas de artillería, munición de reciente fabricación, bombas de aviación… Material que aparecía en manos del EAS y de milicias foráneas entrenadas por Irán.
Durante el verano de 2015, también se procedió a la ampliación del Aeropuerto Internacional Bassel al-Assad, en Latakia, cuyas instalaciones civiles pasarían a ser de doble uso y servirían para acomodar la mayor base de la Rusia contemporánea fuera de sus fronteras hasta la fecha: Hmeimim. Se ampliaron las pistas, se construyeron hangares y polvorines, nuevos barracones, se perimetró la base y se acondicionaron varios edificios de cuartel general para contar con un centro de operaciones, con comunicaciones seguras de largo alcance y barreras electrónicas totales y permanentes en las bandas civiles en varios cientos de metros a la redonda. En poco tiempo los rusos pusieron las bases de la fuerza, mediante una infraestructura aeroportuaria capaz de operar y mantener a un ala expedicionaria al completo, así como de recibir aviones de transporte, como el An-124, útil para transportar personal, VIP, envíos urgentes, secretos, o materiales en general.
De otro lado, la base naval de Tartús cumplía un doble rol como centro de operaciones subsidiario y centro de proyección para los buques de la marina. Además, en el cometido logístico también se aprovecharon del puerto de Latakia. Tartús permitía el despliegue de una flotilla permanente que incluía submarinos de ataque convencionales y de otro lado, el estacionamiento de buques de alta mar de cuando en cuando, baza que el Kremlin aprovechaba para mandar mensajes políticos y probar ciertas armas, como los misiles de crucero Kalibr.
El 30 de septiembre de 2015 se formalizó lo que ya era un secreto a voces: Rusia había desplegado toda una fuerza expedicionaria en Siria. En última instancia, el precursor de esta intervención fueron las derrotas en la provincia de Idlib y al norte de Latakia, ya que los rebeldes financiados por potencias extranjeras amenazaban con conquistar los principales bastiones del gobierno junto a la costa, lo que representaba un interés vital para Damasco. Los rusos configuraron el “Grupo de Fuerzas de la Federación Rusa en Siria” (GFF en adelante), que estaría bajo el mando del 58º Ejército de Armas Combinadas, con cuartel general en Vladikavkaz, Osetia del Norte, y que además tendría bajo su control entre 24 y 44 aviones de combate durante todas las rotaciones y entre 10 y 20 helicópteros de ataque y utilitarios.
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