A lo largo de la historia militar se han hecho innumerables referencias a lo que denominaremos «crisis de la maniobra». En la Edad Moderna, por ejemplo, ocurrió una vez la traza italiana se generalizó y las fortificaciones que se construyeron alrededor de buena parte de las ciudades europeas dificultó los movimientos de los ejércitos, condenándolos a una sucesión de asedios. En la primera guerra mundial el desarrollo de la artillería o las armas de repetición condenó en el frente occidental a los combatientes a excavar miles de kilómetros de trincheras. Hoy, en Ucrania, la sensorización del campo de batalla y el desarrollo de la drónica, entre otros factores, han provocado un efecto parecido. Sin embargo, al igual que ocurriera en ocasiones anteriores, tarde o temprano la maniobra volverá al campo de batalla. En este artículo se abordan los elementos necesarios para que esto se produzca, incluyendo los cambios doctrinales o industriales.
Índice
- Introducción
- La Guerra de Desgaste
- La Guerra de Maniobra
- Ucrania y el posible futuro
- Conclusiones
- Bibliografía
Introducción
En anteriores colaboraciones nos hemos referido a la maniobra y la guerra de desgaste a raíz de la situación creada en el campo de batalla de Ucrania. Las condiciones que ofrecía el frente y la ofensiva sobre Kursk, así como la forma en que Rusia está llevando la guerra, han dado nuevamente pie a un debate acerca de las ventajas e inconvenientes de una y otra aplicadas en según qué conflictos … que nunca acabará. Parece interesante y oportuno entrar en la discusión para profundizar en algunos de sus principales aspectos, ampliando lo ya publicado.
Un excelente punto de partida es el artículo “¿Son Posibles las Operaciones de Ruptura en la Guerra de Ucrania?” de Francisco Jiménez Moyano publicado en el número 51 de esta revista, que nos ofrece antecedentes históricos en los que ya no entraremos.
Esa campaña se encuentra en un punto en el que la maniobra prácticamente ha desaparecido. El escenario parece mostrar tal crisis para esa función táctica1 que se ha venido planteando en diversas publicaciones especializadas si ya no se podrá ejecutar en los conflictos bélicos modernos. La respuesta clara es que no puede desaparecer, aunque se den circunstancias que la pongan enormemente difícil. Ya ha habido antecedentes y siempre resurge como recurso para una resolución de los conflictos más definitiva, rápida y económica (en todos los sentidos).
La alternativa es la guerra de desgaste. Este es un tipo de confrontamiento que requiere mucho tiempo de aplicación, causa muchas bajas de personal y material (tanto en el frente como en retaguardia), afecta enormemente a la moral de la población civil, y obliga a un gran esfuerzo de la industria de defensa en detrimento de otros sectores. Supone, por ende, un formidable reto de larga duración.
En el combate no se dan normalmente circunstancias absolutas que permitan una opción o la otra, no son antagónicas. Pueden darse, y probablemente se darán, una a continuación de la otra o las dos a la vez en distintos escenarios.
Siendo la ofensiva la forma decisiva de la guerra, para ponerla en marcha se debe conseguir reunir la sorpresa, la concentración de fuerzas, el «tempo», y la audacia e iniciativa que caracteriza las operaciones de ese tipo, con la finalidad de llegar a una resolución rápida y determinante de la guerra, algo, como veremos, realmente complicado en la actualidad, como bien se ve en Ucrania.
La Guerra de Desgaste
A finales de los 90, ante la creciente influencia de la tecnología y la digitalización del campo de batalla, multitud de trabajos, entre los que podemos destacar los publicados por el Centro de Estudios Estratégicos de la Academia de Guerra de los EEUU, o los trabajos escritos por los Generales Gordon R. Sullivan (fue el JEME de su ejército en 1991-95) o Robert H Scales, hacían hincapié en que en la era de la información y su tecnología, si se quería doblegar al enemigo mediante la ofensiva, que es la acción más resolutiva para conseguirlo, se debía tener muy en cuenta que la velocidad de la maniobra vendrá dada por la integración de la tecnología, que aumentará el ritmo de la acción-reacción y tendrá como resultado la delegación de decisiones en mandos subordinados. Esta integración no tendrá como límite el material, sino el ser humano. La digitalización del campo de batalla, por consiguiente, es el factor más importante para la futura conducción de la guerra.
Los sistemas de Mando y Control (C2), cuya seguridad y capacidad será uno de los grandes retos a encarar, contarán con el apoyo de información de carácter global, casi en tiempo real, procesada por sistemas de C2 integrados. La guerra de la información pasará a ser tan importante como hasta ese momento habían sido los objetivos geográficos de carácter estratégico.
La tecnología debería permitirnos ser capaces de ocultarnos del enemigo mientras podemos detectarle a mayores distancias y hacer que sea posible actuar con armas inteligentes sobre blancos específicos prácticamente a distancias ilimitadas.
En la guerra del futuro probablemente la sorpresa puede llegar a ser «el factor decisivo» en determinar el curso y resultado del conflicto, y la velocidad, que debe ser el ingrediente esencial de la fuerza terrestre del futuro, permitirá aplicar el principio de la sorpresa.
El sistema C2 global debe permitir en el futuro conseguir la victoria rápida y decididamente, y a un bajo costo, para lo que se debe contar con los medios para conducir la batalla con rapidez y terminarla limpiamente, con preferencia cuando los efectos paralizantes de la potencia de fuego propia sean los máximos. Hacerlo después de ese momento sólo aumenta las bajas y otorga al enemigo la oportunidad de ser más eficaz al fortalecer su voluntad de resistencia y permitir que se reorganice.
Estas afirmaciones parecen indicar que se esperaba un futuro (nuestra actualidad) en el que la digitalización del campo de batalla fuera a facilitar el desarrollo de la maniobra ofensiva rápida y resolutiva. Sin embargo, si tomamos como muestra (algo que es discutible) la guerra de Ucrania, nos encontramos ante frentes paralizados, convertidos en una larga línea de posiciones que la digitalización permite vigilar estrechamente mediante todo tipo de sensores que detectan cualquier desplazamiento y éste sea rápidamente localizado y batido por el fuego.
Si desaparece el movimiento, desaparece la maniobra, y queda como alternativa la guerra de desgaste o de atrición, pero a este contexto se llega por una combinación de factores más allá de la aplicación de la tecnología o la situación táctica sobre el terreno.
No existe, o no conocemos, una definición de guerra de desgaste, probablemente porque se define en su mismo término, pues consiste en degradar sistemáticamente las capacidades del enemigo hasta que no pueda soportar las pérdidas y termine sucumbiendo. Sobre el terreno se produce un choque frontal de fuerzas que, mediante el fuego básicamente, pretende hacer sufrir al enemigo una pérdida de material y personal que no pueda sobrellevar, mientras se absorbe el desgaste recíproco provocado por el enemigo.
Evidentemente, no existe en estado puro, pues se dan otro tipo de acciones. Por ejemplo, aunque se caracterice entre otras cosas por el estancamiento de las líneas, esto no quiere decir que no haya una cierta actividad, pues se suelen llevar a cabo pequeños combates de asalto a posiciones enemigas, incluso con apoyo de carros y VCIs. Se trata de “empujar” al enemigo, no de infligirle un golpe decisorio.
Además de los enfrentamientos en el campo de batalla, se desarrollarán acciones sobre la retaguardia con la finalidad de minar los recursos de la nación, como la destrucción de infraestructuras de producción de energía, de comunicaciones, de material bélico, etc, o las de propaganda destinadas a socavar la moral de la población, y también se pondrán en marcha prácticas políticas-diplomáticas para degradar los apoyos de otras naciones.
En conjunto, sus características principales son un gran número de bajas, grandes pérdidas de material y la falta de movilidad que ya hemos comentado. Sin embargo, dado que el lado que obtenga la victoria será el que más posibilidades tenga de reemplazar soldados y equipo, el problema se traslada a otros niveles más allá del puramente militar. Es necesario estar dispuesto a soportar tal desgaste, empezando por el desfile de bajas (muertos y heridos que regresan a sus casas en estado lamentable) y siguiendo por el esfuerzo industrial en el área de defensa que tendrá repercusiones negativas en otras áreas, pasando por las restricciones en la vida cotidiana en retaguardia, todo lo cual golpea la moral de una población que hay que mantener para que no se derrumbe ante el sobreesfuerzo.
En consecuencia, más que en la capacidad militar, el centro de gravedad del peso de la guerra se traslada a la capacidad industrial para reponer equipos (con o sin ayuda exterior) y la capacidad demográfica para suplir las bajas de combatientes, así como el mantenimiento de la moral de la nación durante un largo periodo de tiempo. Es esta última un ejemplo donde se pueden contemplar con cierta nitidez los cometidos que hay que realizar en los dominios no físicos, como son el ciberespacial o el cognitivo.
Sobre el terreno, las características de la guerra de desgaste son las profundas líneas defensivas a base de trincheras, fosos, pozos de tirador, etc (lo que da como resultado la falta de movilidad), y el elevado empleo de artillería, hoy acompañado por el empleo de drones en sus muchas facetas.
Se despliega la potencia de combate directamente frente a la del enemigo, intentando destruir sistemáticamente lo más que se pueda de la suya mientras se intenta reforzar la propia.
Es interesante la evolución que ha contemplado un caso particular del combate, como es la actuación en las localidades. Los sitios que se daban antes de la Gran Guerra desaparecieron, ya que apenas se produjeron enfrentamientos en ellas para que, en la siguiente gran confrontación, las ciudades se convirtieran en objetivos, aunque relativamente pocas veces se dio batalla en su interior. Actualmente, el atacante arrasa las ciudades desgastándose enormemente en el esfuerzo por conquistarlas, intentando erosionar lo más posible al defensor, para conseguir en ocasiones tan sólo un éxito propagandístico.
A otro nivel, la capacidad industrial, afectada por la movilización al perder mano de obra, adquiere una importancia especial para poder mantener el ritmo de la contienda.
Hay dos tendencias muy diferentes de encarar la fabricación de material de guerra. En occidente su fabricación bélico depende de varias cadenas de producción de subsistemas que, a su vez, dependen de unas cadenas de abastecimiento de piezas muy deslocalizadas y de uno (o varios) puntos de ensamblaje. El material es caro, difícil de fabricar y difícil de manejar (complicando la instrucción), pero tiene una gran calidad, proporciona un alto nivel de protección a las tripulaciones y tecnológicamente es superior, lo que ofrece ventajas tácticas.
Por otro lado está el material diseñado en la zona que podemos llamar exsoviética y China que, en términos generales, no depende de cadenas localizadas en diversos países, y cuya producción se puede reactivar, aun creando límites en otros sectores de producción, sin complicadas decisiones. Es más fácil de fabricar, más barato y se puede producir en masa. También es un material más simple y fácil de manejar, si bien comparativamente de peor calidad, lo que no quiere decir que sea malo.
La conclusión, desde el punto de vista de una guerra de desgaste, es que el equipo occidental es más difícil de reponer y es más complicada la instrucción en su manejo, lo que añade tiempo para la recuperación de los niveles operativos de las formaciones, pero ofrece mejor protección y es superior en cuanto a las posibilidades tácticas de empleo.
La reposición de personal incluye la recluta en sí misma, el encuadramiento en unidades y la instrucción y adiestramiento posterior (en ocasiones se realiza la instrucción básica en centros dedicados a ello, para encuadrar posteriormente).
Como los ejércitos profesionales suelen disponer de un material más sofisticado, resulta más complicada la instrucción de los nuevos soldados, así como la de los nuevos cuadros de mando que deben hacerse cargo de unidades y PLM/EMs que no sólo manejan ese material, sino que además deben planificar, dirigir y ejecutar complicadas maniobras con sus apoyos al combate y logísticos.
Los ejércitos menos profesionales tienden a no complicar tanto sus actuaciones. No pueden llegar a los niveles de adiestramiento de los profesionales. Es otra razón por la que no necesitan un material tan sofisticado.
Como conclusión, dejando aparte la capacidad de combate, la reposición de personal es más fácil en este último caso.
Mención especial habría que hacer ante el problema de la cantidad de reservistas que una nación disponga. Es un tema más complicado de lo que parece, y excede los límites de este trabajo, pero merece la pena que hagamos algunas reflexiones. Aconsejamos la lectura de artículos como el publicado el pasado 18JUN en The Objective por el Cor Carlos de Antonio Alcázar (ver bibliografía) con una propuesta y unos comentarios y datos interesantísimos de los que deberíamos tomar nota.
Poder contar con una cierta cantidad de individuos que cumplan dos condiciones básicas, como la de tener ya adquirida una instrucción en unos puestos tácticos y que, en muchas ocasiones, hayan podido adiestrarse con unas unidades a las que serán asignados tras la movilización, será determinante. Por decirlo de alguna manera, quien pueda desplegar antes más organizaciones dispuestas para el combate, antes podrá dar el golpe definitivo si se trata de una guerra de maniobra o antes podrá “empujar” al oponente hasta unas posiciones que resultarán muy difíciles de recuperar en el caso de la guerra de desgaste.
El sistema de servicio militar obligatorio proporciona una cantidad de potenciales combatientes tras su realización, aun cuando no sean movilizados de vez en cuando para actualizar su instrucción. Por el contrario, los países con ejércitos profesionales deberían organizar un sistema de reservistas que garantice poder aportar un número adecuado de nuevos militares suficientemente preparados en un periodo de instrucción básica y varios de activación en unidades para aprender su puesto táctico y actualizarlo. En tiempos de paz este sistema no debería recargar a esas unidades (incluso podría beneficiarlas) si el reservista es activado siempre en la misma y en un puesto específico, pero sí lo hará si va cambiando de lugar de activación, porque cada vez se deberá asignar a alguien que se ocupe, además de su cometido habitual, de su formación.
Las sociedades occidentales no muestran una gran preocupación por los temas de defensa mientras se sienten en un entorno seguro, y suelen dejarlos en manos de los profesionales, aunque evidentemente no es sólo un problema militar. De esta forma, para el logro de un buen cuerpo de reservistas, se debe fomentar la cultura de defensa (dominio cognitivo) y promulgar leyes que no sólo organicen el sistema de alistamiento, instrucción y activación, sino también que creen condiciones como, por ejemplo, facilidades en el entorno laboral.
La Guerra de Maniobra
Se dice normalmente en forma abreviada que la Maniobra es la combinación de fuego y movimiento. El manual “Doctrina, Empleo de las Fuerzas Terrestres” dice que la Función Táctica Maniobra comprende “el conjunto de actividades encaminadas al empleo de las fuerzas mediante la combinación del movimiento y el fuego efectivo o potencial para alcanzar una posición de ventaja respecto al enemigo.
De las actividades que desarrolla, las principales son el movimiento, el combate con el enemigo y el dominio del terreno”. Muy parecido a la del AAP-06 Glosario de Términos y Definiciones de la OTAN2.
El Glosario de Términos Militares define la Maniobra de igual forma, matizando que como “incluye las acciones de movilidad y contramovilidad que se realizan con esta misma finalidad de obtener una ventaja”. El FM 1-02.1 Operational Terms (NOV19) norteamericano enfatiza la combinación del movimiento con fuegos e información.
Como vemos, existen pocas diferencias y, efectivamente, todas se basan en el empleo del movimiento y el fuego.
La forma moderna de la maniobra nació con la revolución, a caballo de la 1ª Guerra Mundial, que supuso la motorización y la posterior mecanización de los ejércitos, es decir, la incorporación de los vehículos de motor de explosión y la ulterior dotación a esos vehículos de protección y armamento para combatir con ellos. En ese proceso evolutivo nació el carro de combate, a partir de los primeros vehículos que en realidad eran cañones autopropulsados (y por eso los franceses les llamaban “artillería de asalto”), hasta que llegó el FT17, el primer carro propiamente dicho.
Con esos medios se facilitó el movimiento, terminando (relativamente) con una situación en la que las refriegas se ceñían a desgastar al enemigo mediante ataques limitados y empleo masivo de la artillería. No se lograban avances significativos sobre el terreno y se esperaba que uno de los contendientes no pudiera soportar el peso de la guerra y terminara claudicando.
Todo esto se parece mucho a lo que está sucediendo en la guerra de Ucrania, donde también prácticamente ha desaparecido la movilidad. Muchos analistas se plantean si se podrá volver a la maniobra y, en caso positivo, cómo.
Tal y como se entiende en la doctrina herencia de la soviética, esta función táctica consiste esencialmente en poner en marcha una potente fuerza mecanizada que avanza como un rodillo hacia sus objetivos. No hay ejército hoy en día que pueda realizar ese tipo de operación. Los rusos optaron por utilizar unas formaciones inter armas muy potentes, los BTGs3, pero sólo con la misión de ejecutar una acción de corta duración, muy violenta y con el apoyo de milicias locales. Este sistema ha fracasado en Ucrania.
La doctrina de los ejércitos occidentales es la que más importancia da a la maniobra. De hecho, no están preparados para la guerra de desgaste, sino que buscan una intervención rápida, contundente, llevada a cabo por ejércitos profesionales con un equipo tecnológicamente muy superior.
Sin embargo, en vista de la experiencia, habría que plantearse la posibilidad de enfrentarse a una guerra de larga duración que, con las importantes particularidades que hemos detallado en el apartado anterior, implica una organización y doctrina diferentes y un enfoque de la política de defensa que afecta a muchas áreas hasta ahora poco implicadas en ella.
Las operaciones que demandan un alto grado de movilidad requieren de una serie de características que, aun siendo diferentes, están muy relacionadas entre sí. Abarcan, entre otras, la doctrina, la organización, el sistema de mando y control, o el material que se emplea. Sin embargo, lo más importante es la mentalidad del combatiente, en la que deben converger esas características, igual en el nivel individual como en el colectivo. Se consigue a través del adiestramiento, dando forma a un proceder en la batalla por el que un conjunto puede aprovechar coherentemente las iniciativas individuales combinadas con las acciones generales para conseguir un objetivo común.
Adiestrar Grandes Unidades (GUs) en este tipo de guerra es bastante complicado. Los ejércitos han ido perdiendo la facultad de coordinar el desplazamiento, y todo lo que ello conlleva, de muchas organizaciones de combate, apoyo al combate y el apoyo logístico correspondiente porque es un esfuerzo poco rentable dentro de los presupuestos que se manejan. Tampoco tendrían capacidad de soportar bajas masivas de todo tipo, porque no existe un sistema de reservas adecuado y formar nuevas unidades o reponer las bajas con militares instruidos lleva mucho tiempo.
El adiestramiento al que nos referimos permite a las GUs y sus apoyos transitar, tanto en la actitud táctica como desde su posición física, rápida y coordinadamente para anticiparse al adversario, esencial para desequilibrarle, romper su acción de mando y su organización para el combate. Es la rapidez en relación con el enemigo, que se debe entender en el sentido que se explica la velocidad en los Reglamentos de Caballería, que no está basada en la de los medios, sino en una pronta concepción y decisión y en la elección de una maniobra sencilla y ágil. El material es muy importante pero, insistimos, lo es aún más la mentalidad, y todo se aglutina mediante el adiestramiento.
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