Los últimos años han sido testigos de cambios sin precedentes, impulsados por la aparición de tecnologías revolucionarias como la inteligencia artificial, los sistemas autónomos y los avances en computación cuántica. Estas tecnologías no solo están remodelando el panorama de la seguridad global, sino que también exigen una reevaluación de las estrategias y tácticas tradicionales en el ámbito militar. En este contexto, la Armada se encuentra frente a una encrucijada crítica, con la obligación de adaptarse rápidamente a estos cambios disruptivos para mantener su relevancia y efectividad.
El desafío para la Armada no consiste simplemente en adoptar nuevas tecnologías, sino que debe integrarlas de manera que potencien sus capacidades sin comprometer los principios fundamentales de la guerra naval. Esta necesidad de adaptación implica una comprensión profunda de cómo estas tecnologías pueden cambiar la naturaleza de los conflictos, así como las tácticas y estrategias para abordarlos. Además, la Armada debe estar preparada para enfrentar y mitigar los desafíos éticos y estratégicos que surgen con la adopción de tecnologías avanzadas, asegurando que su uso esté alineado con los principios éticos y los objetivos estratégicos nacionales.
Este artículo explora la evolución histórica de la guerra y cómo las revoluciones tecnológicas pasadas han influido sobre los cambios actuales. Se centra en el impacto de la inteligencia artificial (IA) y los sistemas autónomos en la guerra naval, destacando la importancia de un liderazgo humano informado y adaptable. A través de un análisis exhaustivo, se busca entender cómo la Armada puede equilibrar la innovación tecnológica con la experiencia y sabiduría humanas, para navegar con éxito en la última Revolución de los Asuntos Militares (RMA).
Introducción
En 1946, Sir Basil Liddell Hart escribió un libro titulado “The Revolution in Warfare”. Antes que él, Jan Bloch, un banquero polaco, investigó en 1898 el impacto de la tecnología moderna en la guerra con su obra “The Future of War”[1]. Bloch previó con asombrosa clarividencia como la pólvora sin humo, la artillería, las ametralladoras y otras tecnologías emergentes darían un vuelco al pensamiento contemporáneo sobre el carácter y la conducción de la guerra[2].
Aventuró también que la guerra naval podría contemplarse en base a las siguientes premisas: operaciones cerca de costa, ataques contra puertos y buques mercantes, así como enfrentamientos entre buques individuales, escuadras y flotas. Gracias a los cañones de largo alcance y los potentes proyectiles, las ciudades costeras serían serían amenazadas con su destrucción[3].
Lo que Bloch anticipó y luego Liddell Hart mejoró, se conoce ahora como Revolución en los Asuntos Militares (RMA por sus siglas en inglés). Una serie de cambios que, sin alcanzar el nivel de una Revolución Militar, implican la llegada de tecnologías tan disruptivas que superan los conceptos y capacidades militares existentes, exigiendo una reconsideración de los métodos, recursos y actores involucrados en la guerra.
Aunque se trató ampliamente en la década de los 90, la comprensión y los detalles de esta idea aún generan un debate apasionado y su peso sigue siendo ambiguo. Es importante señalar que la noción de una revolución militar no es algo novedoso, ya que a lo largo de la historia ha habido momentos en los que cambios en la tecnología o la doctrina militar han sido vistos como rupturas significativas con el pasado[4].
Esta revolución se está produciendo en la actualidad[5]. La inteligencia artificial, los sistemas autónomos, los sensores ubicuos, la fabricación aditiva y la ciencia cuántica transformarán la guerra tan radicalmente como las tecnologías que consumieron la teoría pacifista de Bloch; las guerras continuarán a pesar de las cambios tecnológicos y el empleo de la fuerza seguirá siendo decisivo.
Existe el peligro de que estas nuevas capacidades militares den lugar a nuevas fuentes de vulnerabilidad, además de producir nuevas amenazas, que podrían volverse contra España. La ampliación de los usos militares de los fondos marinos, por ejemplo, bien podría acarrear desventajas para un Estado tan dependiente del mar como es el nuestro, pudiendo suponer un incentivo para que otros inviertan en drones submarinos.
El salto de la Armada a un modelo de intervención, totalmente nuevo, también podría plantear dificultades a la hora de operar con aliados que son políticamente vitales, si no militarmente esenciales. Además, la RMA cambiará también la naturaleza del mando, la organización interna de las Fuerzas Armadas y quizás incluso su relación con la sociedad. ¿Podría ser la RMA una caja de Pandora que España debería de controlar?
En este artículo trataremos de dar respuesta a esto.
¿Qué está pasando?
La guerra de Ucrania está mostrándonos algunas tendencias que nos llevan a pensar en la necesidad de cambios en nuestra Armada. Un ejemplo es el de la necesidad de mejorar nuestras defensas contra sistemas autónomos, tanto de superficie como aéreos, sin olvidarse de los misiles y las armas de largo alcance[6].
La victoria de Azerbaiyán sobre Armenia en 2020 parecía confirmar la superioridad de las armas de precisión sobre las fuerzas terrestres. El primer ministro británico, Boris Johnson, reflexionó sobre este cambio en el paradigma militar al afirmar en noviembre de 2021: “Debemos reconocer que antiguos conceptos de librar grandes batallas de tanques en masa han llegado a su fin. Hay áreas estratégicas en las que deberíamos invertir, como la cibernética, ya que así será la guerra en el futuro”[7].
La RMA no solo se basa en los avances tecnológicos, como los sistemas informáticos y de información, sino también en las nuevas modalidades de relacionarse, formas de dirección flexibles y horizontales. En estos aspectos, la RMA representa una anticipación y extrapolación de las transformaciones recientes en el ámbito civil, llevando las novedades directamente al campo de batalla[8]. Pero no existe una bala de plata, pues ninguna revolución ha conseguido el efecto de ser una solución definitiva, ni siquiera la que provocó la llegada de la bomba atómica. Y es que, como dice Benbow, la reacción inmediata siempre ha sido reducir esa ventaja, evitando este efecto de remedio infalible[9].
En una época más cercana, la RAND publicó, en 1997, un artículo en donde se abogaba por la creación de una malla, una densa red de sensores que permitiese a aviones y drones coordinar ataques de precisión mediante el monitoreo y el intercambio de datos en tiempo real; la revolución de la información, que es tanto una revolución organizativa como tecnológica, está transformando la naturaleza del conflicto en todo el espectro[10].
Más reciente y en relación con la guerra en el mar, François-Olivier Corman publicó hace un par de años un libro con el título “Innovation et stratégie navale”, en él nos describe cómo debemos evolucionar ante este cambio. Se trata de lograr una armonía entre la alta tecnología y la simplicidad, la sinergia y la autonomía, la diferenciación y la homogeneidad, priorizando la solidez sobre la brillantez y el conocimiento sobre el mero saber hacer[11].
La gestión del abrumador flujo de información representa un desafío significativo en la actualidad. La saturación de datos amenaza con desviar la atención de los responsables, poniendo en riesgo la visión integral y llevándolos a ahogarse en información superficial, inútil o coyuntural[12]. La aparente creencia de que la cantidad de información puede reemplazar a la calidad también está presente, generando la percepción de que la verdad está al alcance de un click. Este entorno lleva a que la solución de problemas sea percibida más como el resultado más de investigaciones que de reflexiones[13].
Los mandos militares no son inmunes a esta dinámica, enfrentándose a la toma de decisiones bajo la constante avalancha de imágenes, noticias y la preocupación por la desinformación y las estrategias de influencia. En este contexto, se requiere que se adapten al vertiginoso ritmo de la era digital, que no da tregua y sugiere, de manera insidiosa, priorizar la reacción rápida sobre la reflexión profunda, así como soluciones parciales o secuenciales en lugar de la sincronización de efectos y el enfoque global.
En esencia, el desafío radica en conciliar la tecnología con la estrategia para eludir las trampas de los enfoques precisos que pasan por alto la fricción de lo virtual y que desatiende la realidad del propósito de la acción militar. La innovación es indispensable, pero no debe surgir simplemente de un entusiasmo ciego por la alta tecnología ni de un rechazo inflexible hacia la misma; debe ser el resultado de un enfoque prudente y ágil que busque el equilibrio en la construcción de una estrategia ambiciosa basada en la luz de la historia y la experiencia[14].
El avance rápido de la IA en el sector militar plantea diversas consideraciones. Por un lado, la innovación tecnológica impulsada por esta puede resultar en soluciones eficientes y efectivas en áreas como las comunicaciones, la detección de amenazas y el mando y control[15]. Además, la automatización de tareas repetitivas liberaría a los humanos para enfocarse en funciones más estratégicas. La IA también se muestra prometedora en el análisis de grandes conjuntos de datos para identificar patrones que podrían conducir a descubrimientos científicos aplicables en campos militares.
Sin embargo, aún existen desafíos y áreas de mejora en el ámbito militar de la IA. Por ejemplo, la detección de amenazas mediante análisis en tiempo real es crucial para identificar actividades sospechosas, y la IA puede desempeñar un papel fundamental en este proceso. La batalla naval se asocia comúnmente con los vastos océanos, donde la libertad de movimiento en tres dimensiones, incluyendo el espacio aéreo y el submarino, es máxima. Esta idea se fortaleció con la introducción de misiles antibuque y las armas guiadas[16]. La realidad operativa desafía esta visión romántica y la IA puede ayudarnos ya que la mayoría de las pérdidas y daños a buques de combate desde la Segunda Guerra Mundial ha sido cerca de costa o en estrechos, lugares por tanto fácilmente vigilables.
Se deberán por tanto recurrir a tecnologías que permitan la integración y el análisis de datos, algo en lo que hace años que trabajan empresas como la estadounidense Palantir, liderada por Peter Thiel y Alex Karp. Fundada en 2003, la compañía desarrolló sus herramientas en respuesta a la amenaza del terrorismo posterior a los ataques del 11 de septiembre, y desde entonces ha desempeñado un papel crucial en diversas iniciativas para agencias gubernamentales y empresas; aunque parte de su trabajo es secreto[17].
Todo ello teniendo en cuenta aspectos que no podemos dejar de lado, como la ética. De hecho, es esencial abordar el espinoso asunto de la toma de decisiones éticas durante todo el proceso de desarrollo e implementación de la IA militar[18]. La regulación adecuada y la consideración de los posibles impactos sociales son fundamentales para garantizar que los beneficios de la IA en el ámbito militar superen los riesgos que entraña. La adaptación dinámica de la en la IA y los avances de la doctrina de su empleo es crucial para responder de manera efectiva a las amenazas emergentes en tiempo real[19].
Lo mismo ocurre con la doctrina, el pegamento de la táctica, encargado de mantener unidas las piezas arrojadas al caos del combate. Si bien es vital, no debe convertirse en dogma. Para alcanzar la victoria, hay que enseñarla, practicarla y dominarla; procesos que, en ocasiones, también implican transgredirla. La doctrina, en este sentido y frente a los cambios a los que asistimos debe servir más bien como un marco intelectual del cual no siempre es inapropiado apartarse. Es así pues, al hacerlo, se adquiere una conciencia saludable de los límites que se están sobrepasando y de los riesgos potenciales que conlleva. En este momento, con la llegada de la IA, debemos adelantarnos buscando nuevas doctrinas, enfocadas al conflicto ágil y cambiante del multidominio[20].
La inteligencia artificial y los juegos de guerra
En la actualidad, tanto la IA como los juegos de guerra se consideran herramientas clave para mejorar la toma de decisiones en seguridad nacional y defensa. Por ejemplo, en Reino Unido han aumentado sus inversiones en ambas áreas, reconociendo el potencial para generar una ventaja estratégica. Sin embargo, surge el interrogante sobre si estas dos herramientas pueden integrarse de manera efectiva o si sus diferencias fundamentales son demasiado pronunciadas.
En un escenario donde las expectativas en torno a la IA y los juegos de guerra son elevadas, en un artículo reciente para el RUSI, Barzashka nos plantea tres posibles futuros tecnológicos. En uno, ambas actividades permanecen como prácticas distintas con un solapamiento limitado. En otro, la IA reemplaza por completo a los juegos de guerra dirigidos por humanos. El tercer escenario, considerado el más prometedor, aboga por una integración selectiva hombre-máquina[21].
Las actuales prioridades de liderazgo y las diferencias culturales y metodológicas sugieren que los juegos de guerra dirigidos por humanos y las simulaciones impulsadas por IA pueden seguir siendo válidas. Las inversiones en juegos de guerra son escasas, en comparación con las inversiones en empresas de IA. La innovación en IA podría llevar a las máquinas a igualar o incluso superar las habilidades humanas en el diseño y análisis de los juegos de guerra[22].
La capacidad generativa de la IA también podría permitir que las máquinas participasen en la creación de objetivos estratégicos y en la redacción de políticas militares para escenarios realistas. Los recientes avances de la IA en juegos estratégicos respaldan esta idea de que las máquinas podrían superar a los jugadores humanos en la toma de decisiones.
Pero la práctica del wargaming se extiende más allá de la simple “partida”, abarcando el proceso integral que involucra la planificación, diseño, ejecución y análisis de modelos basados en escenarios. Estos modelos siguen una secuencia de eventos y resultados que se ven moldeados por las decisiones de los jugadores. En cada iteración, se genera una nueva narrativa y un futuro plausible, convirtiendo al wargaming en un proceso completo.
Actualmente, los juegos de guerra y la IA operan como actividades separadas, e incluso en competencia, debido a sus diferencias metodológicas y a las tensiones entre las comunidades que las practican. La IA se destaca en el procesamiento de grandes cantidades de datos, mientras que los juegos de guerra se basan en la creatividad y juicio humanos. La integración completa de la IA podría correr el riesgo de perder la perspectiva humana en la toma de decisiones estratégicas, un riesgo que hemos de tener en cuenta.
La importancia de las personas y del liderazgo
El liderazgo del comandante emerge como el factor más crucial para el éxito en una batalla naval. Es imperativo capacitar a nuestros comandantes en nuevas tecnologías, revitalizar su desempeño y alejarse de la burocratización, invirtiendo más tiempo en el mar[23].
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