Los avances más visibles en la guerra naval desde principios del siglo pasado han sido la aparición del submarino, la aeronave embarcada y el misil. Sin embargo, son los equipos electrónicos los que han permitido el uso de estos y otros sistemas y, como es lógico, se ha desatado una cruenta batalla por emplearlos en beneficio propio. Los equipos electrónicos permiten emplear los modernos sistemas de armas y, sin ellos, se seguiría combatiendo como en Jutlandia. La guerra electrónica es una parte fundamental de la guerra naval moderna que, debido a su complejidad y secretismo, se ve a menudo obviada. En este artículo haremos una introducción que nos permita profundizar en el tema en entregas sucesivas.
- Introducción a la guerra electrónica naval (I): el espectro electromagnético
- Introducción a la guerra electrónica naval (II): ESM (Electronic Support Measures)
- Introducción a la guerra electrónica naval (III): contramedidas electrónicas
La guerra moderna es inconcebible sin el empleo de ayudas electrónicas. Desde el equipo individual del combatiente menos especializado a los grandes y complejos sistemas de armas, la electrónica se ha adueñado del campo de batalla multidominio, incluyendo —y, quizás, especialmente— el naval. Los barcos de guerra modernos han sustituido la arboladura como forma de propulsión por una arboladura que les permite colocar antenas y equipos electrónicos.
Si bien podríamos considerar estos avances como una muestra más del desarrollo de la técnica bélica, tiene una fundamental diferencia: solo hay un espectro electromagnético y las partes aprovechables de este lo son tanto para unos como para otros e, incluso, para entidades civiles. El desarrollo de la artillería naval supuso un gran cambio en la guerra en la mar, pero todos los contendientes podían emplearla. Lo mismo sucedió con la aparición de la aviación que, si bien supuso un cambio de paradigma, era explotable por todos los combatientes que dispusieran de la tecnología. El submarino podría servir como tercer ejemplo. Sin embargo, espectro electromagnético —el campo de batalla electrónico que definiremos más adelante— solo hay uno; todos los contendientes querrán hacer uso de él y, para ello, deberán negárselo al enemigo. Bienvenidos a la guerra electrónica.
Introducción a la guerra electrónica
La guerra electrónica es el arte y ciencia de preservar el uso del espectro electromagnético para las fuerzas propias mientras se niega su uso para las enemigas. En este primer artículo, dedicaremos un apartado a estudiar la energía electromagnética y el espectro electromagnético, de tal forma que podamos profundizar en las diferentes ramas de la guerra electrónica y en sus distintas aplicaciones en sucesivas entregas. No obstante, se hace necesario dar unas breves pinceladas sobre ellas para comprender la aplicación práctica de este, a menudo, olvidado campo de batalla.
Tradicionalmente, la guerra electrónica se ha dividido en:
- Medidas de apoyo electromagnético (ESM);
- Contramedidas electromagnéticas (ECM) y;
- Contracontramedidas electromagnéticas (ECCM) o medidas de protección electromagnéticas (EPM).
Las ESM comprenden la parte receptora de la guerra electrónica, que nos da información sobre el enemigo. Las ECM, que incluyen la perturbación, el chaff o bengalas y las técnicas de engaño, tienen el objeto de impedir o dificultar el uso de aparatos electrónicos al adversario, incluyendo radares, comunicaciones o armas. Las EPM o ECCM son aquellas medidas tomadas en el diseño u operación de los sistemas electrónicos para contrarrestar los efectos de las contramedidas enemigas.
Desde hace unos años, se viene utilizando una nueva división de la guerra electrónica por una diferencia fundamental: las armas antiradiación y las armas de energía dirigida. Así, las ESM y EPM han pasado a denominarse apoyo electrónico (ES) y protección electrónica (EP), respectivamente, sin haber variado su definición. Por su parte, las ECM se han unido a las armas antiradiación y las armas de energía dirigida para formar el ataque electrónico (EA).
Merece la pena también señalar la diferencia entre la guerra electrónica y la inteligencia de señales (SIGINT). Esta última se divide en inteligencia de comunicaciones (COMINT) e inteligencia electrónica (ELINT). La tecnología y equipos utilizados para una y otra son tan similares que, a menudo, es difícil establecer una línea divisoria entre las ESM y la ELINT. De hecho, veremos que muchos sistemas se pueden usar para ambas tareas. Por tanto, su diferencia recae cada vez menos en aspectos técnicos y más en el empleo de la información recabada.
Las ESM tienen una aplicación táctica; inmediata o casi. La información obtenida se usa por la fuerza que la recaba para obtener una ventaja sobre el enemigo, ya sea averiguando su posición o identificándolo, por ejemplo. La inteligencia de señales tiene una aplicación más a largo plazo, requiriendo un análisis más detallado y sus usos pueden ser variados: construir una base de datos con información sobre el adversario, diseñar contramedidas para sus sistemas o averiguar el funcionamiento de sus armas, algo similar a lo que vimos a propósito de los buques de vigilancia oceánica y las señales emitidas por los submarinos.
En próximos artículos profundizaremos en las distintas ramas de la guerra electrónica y sus aplicaciones que, además de la inteligencia, incluyen, por ejemplo, la defensa antimisil. También trataremos el concepto de guerra informativa, en el que la guerra electrónica se ha visto incluido.
El espectro electromagnético
Las ondas electromagnéticas son vibraciones de los campos magnéticos y eléctricos, perpendiculares entre sí, que se propagan a la velocidad de la luz en una dirección perpendicular a ambos. La dirección de propagación se puede considerar una línea recta; aunque es posible que se curve ligeramente por condiciones atmosféricas, no se ve tan afectada como las ondas de sonido bajo el agua (Supervielle, 2020).
Conviene reflejar que las ondas son oscilaciones (movimientos periódicos) que transportan energía, pero la materia por la que se transporta permanece en el mismo lugar o, más rigurosamente, moviéndose pero sin salir de su movimiento periódico definido. Por ejemplo, sacudiendo un extremo de una cuerda, haremos llegar la energía cinética al otro extremo, pero la cuerda permanecerá, esencialmente, en el mismo lugar.
Si bien, originalmente, se consideraban las partículas y las ondas dos fenómenos distintos que se regían por leyes diferenciadas (la mecánica clásica y la electrodinámica clásica), hoy en día la dualidad onda-partícula las conecta intrínsecamente. Aun así, podemos separar las ondas (UCO, s.f.) en:
- Elásticas: aquellas que requieren de un medio físico para su propagación, también llamadas sonido (no solo el audible por el oído humano), y cuyo estudio se denomina acústica.
- Electromagnéticas: aquellas que no requieren necesariamente un medio material para su propagación.
Ambas se estudian mediante las ecuaciones de Maxwell.
Las ondas tienen tres características fundamentales que debemos conocer, pues definirán su posible aplicación y, algunas, se usan directamente en equipos de guerra electrónica. La longitud de onda es la distancia entre dos picos consecutivos y se mide en metros. La frecuencia (inversa del periodo) es el número de ciclos u oscilaciones que pasan por un punto específico en un segundo y se mide en hercios.
Como veremos, las frecuencias que tienen aplicación en la guerra electrónica naval se suelen medir en megahercios y gigahercios. Por último, la amplitud mide la intensidad de la onda: el brillo en la luz y la intensidad en el sonido. De forma gráfica, es la mitad de la altura entre un pico y un valle, es decir, lo que se desplaza la onda desde el centro.
La velocidad de propagación de la onda es igual al producto de su longitud de onda por su frecuencia, haciendo que estas sean inversamente proporcionales. Como adelantamos, en las ondas electromagnéticas la velocidad de propagación en el vacío es la de la luz (300000 km/s) y, a efectos prácticos, en la atmósfera también.
El espectro electromagnético es el conjunto de las posibles frecuencias o longitudes de onda de la radiación electromagnética.
Empezando por las frecuencias más altas, nos encontraríamos con los rayos gamma, los rayos equis, el espectro ultravioleta y el espectro infrarrojo. La luz visible se encuentra entre 385 THz y 750 THz, es decir, entre el infrarrojo y el ultravioleta. Tras el infrarrojo aparecen las ondas radio, que según la Unión Internacional de Comunicaciones, abarcan desde los 30 Hz a los 300 GHz y se dividen de la siguiente manera:
Acrónimo | Banda | Frecuencia |
ELF | Frecuencia extremadamente baja | 30-300 Kz |
VF | Frecuencia de voz | 300-3000 Hz |
VLF | Frecuencia muy baja | 3-30 KHz |
LF | Frecuencia baja | 30-300 KHz |
MF | Frecuencia media | 300-3000 KHz |
HF | Frecuencia alta | 3-30 MHz |
VHF | Frecuencia muy alta | 30-300 MHz |
UHF | Frecuencia ultraalta | 300-3000 MHz |
SHF | Frecuencia superalta | 3-30 GHz |
EHF | Frecuencia extraalta | 30-300 GHz |
Las bandas LF, MF, HF y VHF son generalmente conocidas como radiofrecuencia y se utilizan, en el ámbito militar, para comunicaciones. Los sistemas de cifrado y la necesidad de traducción simultánea, junto a la posibilidad de transmisiones falsas, hacen que su explotación por el adversario tenga una menor, aunque perfectamente válida, aplicación inmediata. Las bandas de UHF, SHF y EHF se conocen como microondas y son en las que operan los radares. Como veremos, se puede obtener muchísima información de las transmisiones radar del enemigo, además de que se las puede atacar como medida ofensiva o defensiva.
El radar
«Radar» es la contracción de radio detection and ranging, es decir, detección y medida de la distancia por radio. Simplificando, su funcionamiento consiste en un emisor de ondas electromagnéticas, el rebote de estas en algún objeto, y su posterior recepción. La radiación electromagnética se genera mediante alguna clase de oscilador y se emite al aire por algún tipo de antena. Las antenas pueden tener formas y tamaños muy variados en función de las características que se deseen obtener en el radar. La onda electromagnética, al colisionar con algún objeto reflectante, es rerradiada en todas direcciones. Una parte de este rebote volverá hacia el emisor que, normalmente, usará la misma antena para recibirla y enviarla al receptor, donde se procesa.
El fenómeno de reflexión supone que la propagación continúe con una inclinación igual al ángulo de incidencia y una intensidad que es función del coeficiente de reflexión. Este último es función de la frecuencia del radar, pero también de la forma y composición de la superficie reflectora. En las unidades modernas, es habitual el uso de formas y materiales especiales para disminuir la onda reflejada: es lo que se conoce como tecnología stealth. La distancia al objeto reflectante se obtiene al medir el tiempo desde la transmisión hasta la recepción, sabiendo que la onda habrá recorrido, en los dos sentidos, esa distancia a la velocidad de la luz. La dirección en la que se encuentra el objeto reflectante se mide en función de la dirección en la que llega la onda reflejada.
El proceso de recepción acaba en un amplificador de vídeo que se presenta en una pantalla, originalmente, de tubo de rayos catódicos, aunque hoy en día se pueden usar muchas otras. La presentación más habitual es la conocida como PPI o indicador de posición en el plano: mediante coordenadas polares (ángulo o azimut y distancia), se refleja el entorno alrededor del radar en una pantalla circular. En los radares pulsados con antenas de giro mecánico, el barrido del radar, es decir, la zona por la que pasa la radiación electromagnética, se presenta como un radio del círculo que gira por la pantalla a la velocidad de giro de la antena.
Las antenas más comunes son de tipo parabólico, con el objeto de focalizar la energía emitida por una bocina o elemento similar en un haz estrecho. En función del tipo de radar, puede ser más o menos estrecho en azimut, teniendo distintas capacidades de discriminación en demora. Es decir, dos contactos que se encuentren muy juntos aparecerán como uno solo hasta que se acerquen tanto que el haz no los abarque a los dos. El barrido de todo el horizonte se consigue al girar la antena y orientar ese estrecho haz, sucesivamente, en todas direcciones. Las antenas generan también lóbulos laterales, no deseados. Estas emisiones, generalmente de menor potencia que la principal, pueden tener distintas formas y salir en varias direcciones, en función de las características de la antena y el radar. En la fase de diseño se intentan eliminar pues, además de ser poco eficientes, son aprovechables por el adversario con medios de guerra electrónica, tanto para detectar nuestro radar como para perturbarlo o engañarlo.
Las antenas planas son más modernas, aunque ya llevan décadas en uso. Están compuestas de multitud de elementos radiantes que se combinan para formar el haz de transmisión. El uso de una cantidad determinada de ellas, sus posiciones relativas y la combinación de distintas fases en cada elemento radiante, permiten generar haces muy estrechos y apuntarlos en cualquier dirección sin necesidad de mover la antena. Así, se pueden emitir más haces para los contactos de mayor interés o para buscar en una zona que se estima más peligrosa sin necesidad de esperar a que la antena haga un giro completo. Este es el principio de funcionamiento del radar SPY-1 y sus sucesivos modelos, que constituyen el núcleo del sistema de combate Aegis que usan los barcos de la marina estadounidense, además de nuestras fragatas F100 y las futuras F110.
Las frecuencias radar se han dividido en bandas para nombrarlas con mayor facilidad. El Instituto de Ingenieros Eléctricos y Electrónicos (IEEE) las denomina, a partir de la ya mencionada UHF: L, S, C, X, Ku, K, Ka, V y W. En el entorno militar en el que se mueve España, se numeran de forma correlativa desde la A hasta la M. Es posible diseñar radares con frecuencias superiores, pero tienen aplicaciones muy concretas y se salen del objeto de estudio de este artículo.
La frecuencia del radar definirá su uso. Por norma general, los radares en frecuencias bajas, normalmente entre las bandas C y F, se suelen usar para hacer búsqueda a gran distancia, ya que las frecuencias más bajas permiten alcances mayores, aunque reduciéndose la precisión. Por eso mismo, frecuencias más altas (I, J) suelen usarse en radares de navegación, que tienen que ser muy precisos, radares de seguimiento o, incluso, los radares de los propios misiles. Frecuencias aún más altas se pueden encontrar en sistemas de muy corto alcance y que no tienen aplicación en la guerra naval, como los sensores de aparcamiento de los coches.
El alcance del radar también se ve afectado por otro parámetro fundamental conocido como PRF o frecuencia de repetición de pulso. Los radares pulsados, los más comunes, no son capaces de transmitir y recibir a la vez, contando con un duplexer que envía los ecos recibidos al receptor, en lugar de al transmisor, y también evita que la alta potencia del transmisor dañe el receptor. Por tanto, se debe establecer en qué momentos el radar transmite y en qué momentos solo recibe, teniendo en cuenta que, una vez vuelva a transmitir, el radar no recibirá nada. Por tanto, los pulsos que vayan tan lejos que, al volver, el radar esté transmitiendo, no serán recibidos. Así, la PRF establece el alcance máximo —aunque las radiaciones del radar lleguen más lejos—, que se obtiene de dividir entre dos (ida y vuelta) la distancia que puede recorrer una onda a la velocidad de la luz en el periodo que transcurre entre un pulso y otro.
De forma similar afecta la velocidad de giro de la antena, en el caso de las antenas que giran, que son la mayoría. Las antenas más lentas suelen estar relacionadas a radares de búsqueda a gran distancia, mientras que antenas con mayor velocidad de giro se utilizan para refrescar más a menudo la información. Existen, también, los radares de onda continua, que varían la frecuencia de transmisión, de tal forma que, al recibir la señal rebotada, analizando su frecuencia, son capaces de saber en qué momento se emitió y, por tanto, el tiempo transcurrido y la distancia al blanco (Richardson, 1985, p. 18).
Por último, el ancho de pulso (PW) es también un parámetro fundamental del radar. A pesar de lo que su nombre parece indicar, es una medida de tiempo. Para ser exactos, mide el tiempo que el radar está transmitiendo y, por tanto, en una gráfica en la que las abscisas representen el tiempo, cuanto más ancho sea el pulso, más tiempo está el radar transmitiendo cada pulso. Cuanto más ancho el pulso, más energía podemos emitir, pero con una contrapartida importante: los contactos dentro de un mismo pulso se presentarán como uno solo; el radar no es capaz de discriminarlos. Si el ancho de pulso es más grande que el tiempo que tarda la onda en llegar de un contacto al otro, para el radar serán un solo contacto. Por tanto, en los barcos, los radares de navegación suelen tener anchos de pulso estrechos, para definir mejor el contorno de la costa u otros obstáculos, mientras los radares de exploración aérea suelen tener anchos de pulso grandes, para poder emitir pulsos con más energía que tengan mayor alcance.
Como veremos llegado el momento, estos parámetros, al definir la forma de operar del radar, pueden dar mucha información a quien cuente con un equipo capaz de recibirlos y procesarlos. Este es el principio de funcionamiento de las ESM: si conocemos las características del radar enemigo, cuando lo recibamos en nuestro sistema sabremos que la plataforma que lo porta está ahí incluso antes de detectarla con nuestro propio radar.
Aunque puedan parecer evidentes, es bueno reflejar algunas de las ventajas (Wolff, s.f.) del radar para entender su importancia y la revolución en la guerra naval que supuso su aparición en la Segunda Guerra Mundial:
- Capacidad de operar de día o de noche.
- Gran alcance y cobertura.
- Operación en cualquier condición ambiental.
- Capacidad de penetrar algunos obstáculos.
- Posibilidad de gran resolución, llegándose a identificar objetos.
- Funcionamiento permanente sin necesidad de intervención humana.
A este listado cabe añadir una certera e instantánea determinación de la distancia en todas direcciones.
Los orígenes de la guerra electrónica
La guerra electrónica es, como hemos dicho, el aprovechamiento del espectro electromagnético y su negación al enemigo. Por tanto, la guerra electrónica no tiene razón de ser hasta que el humano empieza a hacer uso de las ondas electromagnéticas.
Fue el escocés James Maxwell el que formuló la teoría del campo electromagnético en 1865, estableciendo que los campos eléctrico y magnético viajaban en forma de ondas a la velocidad de la luz. Unos veinte años más tarde, el alemán Hertz demostró la teoría descubriendo las ondas electromagnéticas. En 1897, fue el italiano Guglielmo Marconi el primero en lograr la transmisión a gran distancia de ondas electromagnéticas, sentando las bases de lo que serían la radio y el radar. Este último fue visionado por Nicola Tesla tres años más tarde, sugiriendo que la reflexión de la ondas electromagnéticas podría utilizarse para detectar objetos.
Generalmente, se considera la guerra ruso-japonesa de 1904-05 como el primer conflicto en el que se hizo uso de la guerra electrónica, algo lógico, ya que fue el primero en el que ambos contendientes hacían uso de la recién inventada radio. Además, es curioso que se usaran, al menos, dos de las tres ramas de la guerra electrónica. Los radiotelegrafistas rusos descubrieron que, poco antes de los ataques nipones a Port Arthur, tenía lugar un gran intercambio de señales entre los buques japoneses. Los rusos no tenían equipos especiales para detectar las emisiones enemigas, pero las frecuencias usadas eran muy similares y eran capaces de recibir las transmisiones niponas en sus equipos. Sin necesidad de descifrarlas o traducirlas, el simple hecho de ver que el tráfico de señales enemigo aumentaba les permitía dar la alarma a las fuerzas propias. Estamos, posiblemente, ante el primer uso de las medidas de apoyo electromagnético, en este caso, en el espectro de las comunicaciones radio. Lo mismo ocurrió en una ocasión en que los rusos pretendían atacar a los japoneses en Gensan: al detectar numerosas transmisiones enemigas, fueron conscientes de la poderosa escuadra japonesa que también se acercaba al mismo lugar y renunciaron a un ataque que les habría salido muy caro.
El 8 de marzo, los japoneses intentaron atacar Port Arthur con dos cruceros y un destructor que haría de observador de los disparos de los dos poderosos barcos. Un operador radio ruso, detectando las transmisiones enemigas, decidió por su cuenta y riesgo transmitir en la misma frecuencia, impidiendo, de facto, la necesaria comunicación entre los barcos japoneses, que tuvieron que retirarse.
Una década después, durante la Gran Guerra, se extendió el uso de la inteligencia de señales, en particular, de lo que hoy llamamos COMINT, para interceptar y escuchar las transmisiones enemigas, sobre todo entre embajadas y ministerios de exteriores, que se habían extendido sin tener en cuenta lo vulnerables que eran. En el momento de empezar la guerra encontramos un ejemplo clásico de perturbación de comunicaciones cuando los cruceros Goeben y Breslau impidieron que el HMS Gloucester, que les seguía y debía remitir la información a Londres, pudiera hacer llegar su mensaje. Así, los alemanes fueron capaces de refugiarse en Turquía sin que la flota británica les cayera encima al romperse las hostilidades.
También aparecieron durante la Primera Guerra Mundial los primeros engaños electrónicos, siempre en el espectro radio, pues el radar aún no existía. Los contendientes hicieron transmisiones falsas y comunicaciones ficticias para engañar al enemigo. Fue también en este conflicto en el que apareció el primer aparato radiogoniométrico, es decir, diseñado para averiguar la dirección de procedencia de la emisión, permitiendo así localizar el centro de mando o comunicaciones enemigo. La adaptación al teatro naval de este invento se hizo por Reino Unido para encontrar los submarinos alemanes, dirigiendo hacia ellos a los barcos propios.
Por último, fueron las interceptaciones radio británicas las que permitieron a la Grand Fleet conocer que la flota alemana se hacía a la mar para atacar sus localidades costeras, con lo que los británicos salieron a darles encuentro y tuvo lugar la que, según algunos indicadores, es la batalla naval más grande de todos los tiempos: Jutlandia.
A mediados de los años 30, científicos estadounidenses, británicos, soviéticos, japoneses, holandeses, franceses e italianos construyeron prototipos de radares (Pérez, 2018, p. 214), un adelanto permitido, entre otras cosas, por la invención del magnetrón, fuente de la radiación electromagnética que luego se lanzaba al aire por la antena, en 1921 por Albert Hull.
El primer éxito del radar tuvo lugar en 1935, con la detección de un hidroavión a 27 km por el enorme radar de Watts, Wilkins y Bowen en Escocia. Este hito fue el origen de lo que se conocería como la Chain Home, una descomunal cadena de radares de detección aérea que se demostraron fundamentales durante la Batalla de Inglaterra. La Royal Navy, obligada a diseñar radares más reducidos para instalar en sus barcos, alcanzó su propósito en 1938. La Regia Marina también desarrolló un radar funcional, pero los altos mandos italianos despreciaron su utilidad, decisión que les costaría muy cara en el Mediterráneo, por ejemplo, en la Batalla del cabo Matapán.
Con los primeros radares en funcionamiento y las comunicaciones radio enlazando a las distintas fuerzas, era solo una cuestión de tiempo que la guerra electrónica hiciera aparición. El radiogoniómetro de alta frecuencia (HF-DF) o huff-duff era capaz de discernir la dirección de proveniencia de las transmisiones radio mediante una antena direccional. Se usó asiduamente para cazar U-boote alemanes y la marina del Reich contó con su propia versión denominada Metox, que detectaba los radares aliados. Estamos ante las primeras versiones de los equipos de guerra electrónica como los conocemos hoy.
El Metox permitió al Bismarck detectar a los cruceros británicos Suffolk y Norfolk en misión de piquete radar en la última navegación del acorazado alemán. Así, repelió a los dos barcos enemigos, se enfrentó y hundió al acorazado Hood, huyó y, una vez más gracias al Metox, volvió a detectar a los británicos que habían vuelto a encontrarlo, precisamente, valiéndose de radiogoniómetros en tierra y las comunicaciones del Bismarck transmitiendo su victoria sobre el Hood. Esta alerta previa permitió al Bismarck enfrentarse a sus perseguidores y que su acompañante, el Prinz Eugen, procediera con independencia hacia Brest. Aunque el final del acorazado alemán es por todos conocido, sus victorias previas y la salvación del Prinz Eugen se deben, en buena parte, a la guerra electrónica. El Metox también se usó por los submarinos alemanes para alertarse de la cercanía de los primeros aviones de patrulla marítima que, armados con radar, causaron estragos entre los sumergibles alemanes. La invención del magnetrón y los radares aliados en frecuencias que el Metox no detectaba causaron un incremento del número de U-boote hundidos. Los alemanes intentaron diseñar un equipo que cubriera las nuevas frecuencias usadas y emplearon los primeros señuelos: globos de goma que arrastraban cables metálicos para reflejar las ondas radar enemigas.
La primera aparición de las contramedidas electromagnéticas expresamente diseñadas como tal tuvo lugar durante la batalla de Inglaterra. Los alemanes, que sufrieron numerosas pérdidas a manos de los cazas británicos, decidieron hacer sus bombardeos de noche, para lo que se valieron de un sistema radioeléctrico de ayuda a la toma modificado para la ocasión. Los bombarderos alemanes «cabalgaban» uno de los haces radioelectrónicos mientras que otros, que se cruzaban con este, marcaban su posición exacta. El sistema se llegó a automatizar de forma que las bombas se desprendían en un punto concreto determinado por el sistema de guiado, logrando una precisión excepcional para la época (Arcangelis, 1983, p. 61).
Tras descubrir por casualidad el sistema de guiado enemigo, los británicos decidieron que, perturbándolo, alertarían a los alemanes de que el guiado ya no era fiable, así que buscaron una forma de engañar a los pilotos enemigos. El sistema resultante capturaba las señales alemanas y las retransmitía con mayor potencia y ligeramente desviadas, para divertir a los bombarderos de sus rumbos hacia las ciudades británicas. La detección de las señales alemanas para alertar a lo cazas propios y las contramedidas sobre sus señales de guiado dieron una poderosa ventaja a Reino Unido para ganar la Batalla de Inglaterra.
Ese mismo año, las contramedidas se aplicaron en el ámbito naval, con un complejo sistema de perturbadores en la costa oeste francesa diseñado para impedir el correcto funcionamiento de los radares británicos al otro lado. Junto con el empleo de aviones equipados con equipos de guerra electrónica, un complejo plan permitió al Scharnhorst, el Gneisenau y el Prinz Eugen, bloqueados en Brest, atravesar el Canal de la Mancha y llegar hasta Alemania.
Poco después, una vez que la RAF comenzó a bombardear Alemania, en la eterna pugna entre contramedidas y contracontramedidas, hizo su primera aparición el chaff, pequeñas láminas metálicas de una longitud determinada para reflejar las ondas radar y enmascarar los aviones propios, logrando disminuir la tasa de bombarderos perdidos a números no vistos antes durante el conflicto. Aparecieron también en esta campaña los primeros aviones dedicados expresamente a la guerra electrónica: generalmente, Short Stirlings con perturbadores Mandrel y tiras chaff.
El desembarco de Normandía es otra de las campañas en las que la historia suele obviar la importancia de la guerra electrónica. La finta operacional aliada fingiendo un desembarco en Calais solo fue posible gracias a que se simuló la presencia de una flota de desembarco en esa zona mediante engaños electrónicos, mientras se cubría la verdadera fuerza de desembarco perturbando los radares alemanes en Normandía.
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