“La infantería es el arma principal del combate, y en provecho suyo por tanto, han de actuar todas las demás”. De esta forma se definía a la infantería en la doctrina de empleo de las armas de 1983, y ni todos los cambios tecnológicos o doctrinas diseñadas a lo largo de multitud de guerras de influencia dentro del cambiante mapa estratégico del último cuarto de siglo, han conseguido cambiar esta máxima.
Fue precisamente la infantería española, desde la creación de los tercios en 1534 (en realidad su origen puede citarse en 1492, durante la conquista de granada) y su efectivo uso del arma de fuego (arcabuz) combinado con la capacidad defensiva de la pica, como hicieran siglos antes las falanges macedonias, la que acabó con la preponderancia que durante toda la edad media tuviera la caballería pesada (el arma noble) imponiendo su superioridad en Europa durante cien años, hasta las amargas derrotas de Rocroi o las Dunas, en la segunda mitad del siglo XVII.
Esta brillante historia militar, junto con el atraso tecnológico del Ejército español durante todo el siglo XIX y la herencia de las sangrientas guerras de Marruecos (sostenidas por grandes contingentes de infantería), acabando por la contienda civil y el posterior aislamiento y neutralidad en el gran conflicto mundial, que pondría las bases para la guerra moderna, hizo que la confianza del Ejército español en su ‘fiel infantería’ fuera innegociable; basarse en personal de leva, que no adquiría formación militar relevante durante su escaso periodo de servicio, tampoco ayudaba a revertir esta tendencia.
En nuestro días, pese a los avances de la guerra mecanizada, los misiles de largo alcance, el poder aéreo y la incipiente inteligencia artificial, el Ejército de tierra aún se define básicamente por su poderosa (numéricamente) fuerza de infantería.
Cierto es que el largo periodo de paz que ha disfrutado nuestro país y la deriva de la situación internacional, con profusión de conflictos asimétricos en los que España se involucra en pos de la estabilización en muchas partes del mundo, han vuelto a otorgar una gran importancia al modesto fusilero de infantería. Este cambio ‘estratégico’, junto con la mejora en la preparación del personal militar, primero con la tan necesaria profesionalización (fin del servicio militar) y después con la experiencia acumulada en estas misiones, nunca lo suficientemente valorada, han permitido al Ejército de tierra reengancharse al tren de la modernidad en pleno siglo XXI.
En cambio, al contrario que otros sistemas de armas con un gran poder de destrucción, la disuasión que ejercen las fuerzas convencionales, y en especial los grandes contingentes de infantería, es más bien escaso, y sin embargo su sostenimiento es muy costoso en términos de adiestramiento, retribuciones y equipamiento.
Evidentemente, cuando esa disuasión no es efectiva o te ves involucrado en un conflicto de larga duración, la capacidad de las fuerzas terrestres para permanecer sobre el terreno y el gran desgaste físico y psicológico al que se someten las tropas en ZO, obligan a recurrir a crecientes contingentes de tropas, ya sea infantería o aquellos otros destinados a complementarla.
Así ha sucedido por ejemplo en Estados unidos, donde el enquistamiento de conflictos como Irak o Afganistán, y pese a toda la tecnología aplicada al arte de la guerra (proyectiles balísticos, aeronaves o blindados) han obligado a recurrir a todas las reservas disponibles del US ARMY y la USNG.
En cualquier caso, tampoco debemos obviar que las necesidades de EEUU y las nuestras no son comparables, ni siquiera se asemejan a otros países con presupuestos, intereses y responsabilidades mucho mayores que las nuestras y que, sin embargo, no poseen una ‘fuerza’ de infantería tan numerosa, como es el caso de Francia o Reino unido.
Asumido pues como necesario, el protagonismo de la infantería en nuestro ejército no debe estar reñido con la necesidad de racionalizar las estructuras y los efectivos, especialmente con las actuales restricciones presupuestarias. Así pues deberá adaptarse la fuerza de Infantería, y con ella el grueso del Ejército, a unos niveles que podamos sostener con eficiencia, objetivo que como veremos, está lejos de conseguirse.
El actual arma de infantería se compone de un total de 24 regimientos (incluido el Barcelona 63, de próxima creación) que engloban a 30 batallones. Mención aparte son los tres regimientos acorazados que pertenecieron al arma de infantería y que, junto con uno de caballería, se postulan como embrión de un nuevo arma (acorazada) y cuentan con cuatro batallones de infantería de carros de combate (BICC).
Igualmente pertenecen al arma los cuatro grupos de operaciones especiales del MOE, por lo que el total de unidades tipo batallón (o asimilados) es de 38.
Los principales problemas que afectan a esta considerable fuerza hacen referencia a las carencias de personal, la capacidad para mantener un nivel de adiestramiento adecuado del mismo y a la falta de vehículos tácticos, dentro de la actual pretensión de ‘motorizar’ completamente al conjunto de la fuerza.
Esto último se está antojando muy difícil, pese a las compras continuas de material tipo VAMTAC o el ambicioso programa VCR ‘Dragón’ (con un millar de vehículos programados), por lo que se espera contar aún durante mucho tiempo con los vehículos BMR, TOA e incluso Anibal en inventario. El problema es de tal magnitud, que el precedente programa de transformación, que dio lugar a las actuales BOP y por el cual se definieron batallones dotados con ‘camiones’ y pese a lo modesto e inapropiado de este equipamiento, no se ha podido llevar a cabo; por lo que estas unidades a día de hoy siguen operando a pie.
En lo que respecta al personal, las carencias se centran en algunos empleos, fruto de una ineficaz ley de carrera militar, y en las limitaciones impuestas por los presupuestos actuales, que reducen el personal disponible (este déficit se cifra en más de 15.000 efectivos). Resulta imperativo por tanto adaptar las plantillas a esta realidad; y si se debe priorizar a la infantería como fuerza básica para la acción del Ejército, se hará a costa de otras unidades de apoyo.
Desde el punto de vista de la captación, la oferta de empleo público ligada al ingreso en las FAS ha tenido una fuerte demanda y mantiene los ratios de ‘reclutamiento’ en niveles aceptables, lo que ha permitido aumentar los requisitos (físicos y psíquicos) para ingresar en el Ejército, algo que es de vital importancia en un arma tan exigida como infantería.
No obstante, al contrario que el militar de carrera, la tropa profesional no está acostumbrada a cambiar de acuartelamiento (tiene limitados los ascensos) ni arrastra en la mayoría de casos a sus seres queridos por los diferentes destinos. De hecho las convocatorias son para destinos concretos, al contrario que los oficiales y suboficiales, que acceden a las academias sin conocer dónde irán cuando reciban sus despachos.
Esta preferencia de la tropa por servir en su tierra natal y/o cerca de su entorno familiar ha variado la política de concentrar las unidades en grandes bases (con beneficios logísticos evidentes) para acometer una mayor dispersión de las unidades por todo el TN. Y es por esto por lo que tiene tanta importancia la unidad orgánica Regimiento, la mayor y más representativa de las diferentes armas.
El regimiento capacita a su jefe, un coronel, a través de su PLMM para ejercer las labores administrativas relativas al sostenimiento de la base/acuartelamiento, las instalaciones de ocio/deportivas, habilitación, seguridad del personal, representación institucional, interacción con la autoridad civil o el abastecimiento de bienes y servicios (bien mediante el entramado logístico militar o por contratas civiles).
De esta forma se libera a las unidades operativas (el Regimiento no es un escalón táctico, al menos en infantería) bajo su mando, que son los batallones, de todas las tareas que no tengan que ver con la preparación. Incluso en este caso, el regimiento asume la función de dirigir los planes de adiestramiento (S-5) y los medios de simulación; cuenta además con personal instructor en el manejo de armas y sistemas complejos, como el tiro de cañón o el uso de misiles.
Igualmente sobre el regimiento, tercio legionario o grupo de regulares, recae la responsabilidad de mantener la moral y los valores de la unidad (Espíritu de pertenencia, o esprit de corps, que dicen los franceses) defendiendo su bandera (los batallones carecen de ella) y estandarte, que lucirán los recordatorios de los hechos de armas y las condecoraciones colectivas a las que la unidad haya sido acreedora a lo largo de su historia; muchas de las cuales tienen varios siglos de antigüedad (De hecho la infantería española tiene el regimiento más antiguo del mundo en activo, el ‘Soria’ Nº9, que data del año 1509).
Por todo ello recientemente se ejecutó un plan para incluir a todos los batallones dentro de un Regimiento que les alivie de todas estas tareas, así como que no haya ninguno acuartelado aislado sin el soporte de una PLMM regimental. Así se han creado dos regimientos paracaidistas (Nápoles 4 y Zaragoza 5) para englobar las tres banderas que forman la BRIPAC y se va a crear otro en Barcelona para mandar el batallón de la ciudad condal, que dependía del RI ‘Arapiles’ 62 sito en Girona.
El batallón de infantería
La unidad básica de la acción en infantería es el batallón; si bien en tiempo de paz ejerce como unidad orgánica, es la base para la organización de un grupo táctico (GT), que es el escalón más habitual para el empleo de las unidades de infantería, ya que los escalones superiores son siempre de carácter interarmas.
El GT es la unidad mínima donde se dan cita todas las funciones de combate (dentro del nivel táctico) como maniobra, protección, fuegos, transmisiones, inteligencia o logística; un batallón dispone de unidades específicas para ejecutarlas todas, con la excepción de los equipos de zapadores.
La unidad cuenta con 600 hombres aproximadamente (dependiendo del tipo) y se organiza entorno a cinco compañías, tres de fusiles como base de su capacidad de combate, una de mando y apoyo (CIMAPO) con equipos de armas especiales (reconocimiento, defensa contracarro, morteros pesados o mando y transmisiones), y una de servicios, que atiende a las funciones logísticas, como transporte, abastecimiento, mantenimiento y apoyo sanitario.
Existen varios módulos de planeamiento (MPLTO) de batallón, no solo por la citada especialización, también por los diferentes medios tácticos con los que cuenta, fruto de numerosos programas de equipamiento improvisados (necesidades asociadas a las misiones en el exterior) y que han impedido adquirir el material necesario para una renovación global. Así vemos que hay hasta 8 tipos diferentes, a saber:
- De carros de combate.
- Mecanizado con VCI Pizarro.
- Ligero protegido, equipado con blindados de hasta tres tipos diferentes (TOA, BMR y RG-31/LMV)Ligero aerotransportable, con compañías dotadas de VLTT VAMTAC, Aníbal y hasta camiones.
- Paracaidista
- Cazadores de montaña
El mando de un batallón de infantería lo ejerce un Teniente coronel, auxiliado por una plana mayor de mando (PLMM) que se compone de Administración, núcleo NBQ, sección de personal (S1), inteligencia (S2), operaciones (S3) y logística (S4); estando la S1 al mando de un capitán y el resto de comandantes, auxiliados por otros tantos oficiales para garantizar la continuidad en el mando (H24); un capitán AS2, el jefe de la compañía de servicios como AS4, el de la CIMAPO como AS3.
Pero esto es la teoría, las carencias de personal que mencionabamos han provocado que se desactive el puesto de capitán S1 y comandante S2, así como rebajar muchos de los puestos de suboficial auxiliar de subteniente a sargento 1º.
Es por ello que, generalmente, estas PLMM en operaciones son reforzadas con personal del regimiento, y en el caso de que en torno al batallón se organice una AGT, el mando recaerá en el coronel jefe de aquel.
La función de la PLMM, con el apoyo de la sección de mando y transmisiones (SMT), es organizar los puestos de mando de GT, que son tres: uno móvil (PCMOV) entorno al TCol jefe y su vehículo, otro avanzado (PCAV), con las secciones de operaciones e inteligencia, al frente del que se sitúa S3 y donde suele asentarse la unidad de morteros pesados, y uno retrasado (PCR) con las secciones de personal y logística, responsabilidad de S4 y donde despliega la unidad de servicios, trenes de municionamiento, centro de recepción y clasificación de heridos, etc.
Igualmente, en esta estructura se integrarán (agregados) el jefe de la sección de zapadores y el enlace de artillería, que organiza el FSE (Fire support element) de este nivel.
La evolución de la infantería
La gran dispersión de los despliegues, fruto de la actuación en grandes espacios vacíos (campos de batalla de baja densidad), ha variado enormemente las doctrinas de empleo de las PUs de infantería, que de cubrir apenas dos kilómetros de frente por batallón han pasado a actuar con compañías aisladas en puestos de combate avanzados a decenas de kilómetros de su unidad.
No es de extrañar que la infantería esté siempre ligada al terreno sobre el que combate, ya que su función básica, sea cual sea el conflicto, enemigo o amenaza, es asegurar el terreno, afianzarse en él y defenderlo; o bien maniobrar para tomarlo al enemigo, recurriendo al asalto si fuera necesario.
Dentro de esta maniobra, puede emplear potentes blindados aptos para el choque violento y resolutivo, con amplias maniobras envolventes y gran potencia de fuego (maximizando las posibilidades de penetrar en el dispositivo enemigo con el menor número de bajas propias) pero en última instancia su función es desembarcar y afianzar las posiciones alcanzadas.
Es por esta razón que todos los ejércitos occidentales, excepto el nuestro, no consideran al carro de combate como un arma de infantería (su personal no combate desembarcado salvo extrema necesidad) y lo encuadran en diferentes armas o cuerpos acorazados o de caballería, que ha sustituido el noble bruto por caballos de acero.
Este es un tema que ya hemos tratado en estas páginas, por lo que lo obviaremos en este trabajo, dejando a un lado el carro de combate para centrarnos en la infantería tradicional, esto es, basada en el fusilero y su arma individual.
Sí debemos tener en cuenta en cambio la capacidad que tiene la moderna infantería de combatir a bordo de sus vehículos mecanizados, que la aportan protección, movilidad táctica y potencia de fuego. De hecho es la única que tiene la suficiente flexibilidad para actuar en todo el espectro de misiones y la más demandada en los conflictos modernos, especialmente la equipada con blindados de ruedas; ya que aúnan movilidad táctica, operacional y estratégica (son transportables por aire) a la par que se sufre una menor huella logística en comparación con los medios de cadenas.
En el extremo contrario están las unidades paracaidistas, helitransportadas o de montaña, que usan medios externos para infiltrarse en el terreno, combatiendo básicamente a pie.
Para proporcionarles mayor flexibilidad y movilidad táctica, se les dota de vehículos, si bien no suelen ser orgánicos del nivel sección, utilizándose medios que proporciona un escalón superior, como mulas mecánicas, vehículos ultraligeros de alta movilidad o tractores de montaña (TOM).
Si bien las unidades deben estar acostumbradas a emplear estos medios y disponer de conductores entrenados, esta práctica supone una alternativa razonable al uso orgánico de decenas de vehículos en el seno de una compañía motorizada; toda vez que su empleo táctico suele ser a nivel S/GT y hacen un uso limitado (se ciñe a determinadas misiones) de los vehículos. Un batallón de este tipo puede disponer de un número reducido de estas plataformas (adiestramiento) y ser reforzado por los medios de otro batallón en caso de necesidad. De esta forma se ahorra considerablemente en plataformas y gastos de sostenimiento.
La unidad mínima de acción es el pelotón. Generalmente se compone de 10 hombres, el jefe (un sargento), un operador de radio (ORTF) y dos escuadras de cuatro miembros (cabo y tres soldados). Estos están armados con una ametralladora ligera (AML) MG-4 de 5,56, y tres FUSA (fusil de asalto) G36, de los que al menos uno está dotado de lanzagranadas de 40mm (AG36), mientras que otro porta un lanzacohetes desechable C90 y el tercero munición extra para la AML.
Como infantería motorizada suelen embarcar en dos VLTT, con capacidad para cinco hombres cada uno, por lo que necesita dedicar dos fusileros como conductores, y que permanecerán, al menos en teoría, a bordo de los vehículos como escalón de protección de los mismos.
La infantería mecanizada por su parte embarca un pelotón por cada vehículo táctico, disponiendo de una dotación dedicada de tres hombres, el jefe de pelotón/vehículo, conductor y tirador/ORTF de uno de los diferentes afustes/torres disponibles, por lo que el elemento de combate a pie (ECP) se limita a una escuadra reforzada de seis pax: un jefe (cabo 1º) , AML y cuatro fusileros.
El escalón sección cuenta con tres de estos pelotones y un pelotón de mando, que incluye un equipo de mando (jefe, conductor, tirador/ORTF) y tres equipos de armas: de tirador selecto (Accuracy), ametralladora media MG-3S y lanzagranadas Alcotán, si bien alguno de estos equipos ha sido complementado o sustituido en algunas misiones por un equipo de mortero ligero de 60mm (ECIA commando) fruto de la necesidad detectada en operaciones de contar con fuego indirecto controlable en los escalones más avanzados (entornos urbanos).
A este personal habrá que sumar en el futuro un equipo operador de micro RPAS, así como implementar la figura del sanitario de combate, ambos en estudio. También está previsto incrementar los medios de comunicaciones, suministrar nuevos equipos de asistencia personal al combatiente y RGV de apoyo para el transporte de material.
Por todo ello la composición de las pequeñas unidades de infantería deberá someterse a una profunda revisión; y esta debe empezar por el elemento más básico de todos, el fusilero y su arma individual, el fusil G36 de 5,56×45 mm.
Sobre las limitaciones de los actuales FUSA y su munición se ha escrito mucho (incluido un extenso artículo en nuestro Número 2); nacida con la pretensión de reducir el peso del arma y su munición, los defectos inherentes a un calibre muy pequeño que basaba su capacidad de incapacitar en su alta Vo (posibilidad de fragmentar), sumado a la progresiva reducción de la longitud de los cañones de los FUSA (versiones carabina) con la consecuente reducción de esta velocidad, el aumento de las distancias de combate o la necesidad de mayor penetración ante protecciones individuales o parapetos, ha dejado al cartucho 5,56×45 totalmente obsoleto. Hecho agravado por la disposición del mismo como calibre estándar en el escalón pelotón, incluídas armas colectivas (ametralladoras) o de tirador selecto, para las que dicho calibre es completamente inadecuado.
Tal es así que muchos países han adoptado en los últimos tiempos armas complementarias en el viejo cartucho 7,62×51, primero desempolvando equipo en desuso, como puede ser el M14 o la M60, y después adoptando armas de nueva concepción, con amplio uso de materiales plásticos o polímeros (incluidos los cargadores) que reducen considerablemente el peso de estos ingenios a la vez que ponen en entredicho la necesidad del 5,56 como calibre básico del fusilero.
De hecho muchas fuerzas policiales y/o antiterroristas han vuelto por completo al calibre 7,62, como los GEOs y sus excelentes HK-417; arma que también ha adoptado la infantería de marina para sus tiradores de precisión. Esta medida debería hacerse extensiva a los pelotones de infantería del Ejército, disponiendo así de un arma capaz de hacer fuego letal y preciso sobre objetivos a más de 300 mts. El Ejército británico ha considerado este arma capaz de prestar suficiente fuego de supresión como para eliminar la AML de escuadra.
Sin llegar tan lejos, sería conveniente dotar a cada pelotón de un tirador adiestrado con un FUSA tipo HK417 y mira de 4-9 aumentos, así como sustituir una de las AML de escuadra por una AMM de 7,62×51, si bien debería adquirirse un modelo más liviano que la actual MG-3S y que, entre otras características, usará cajas de munición desechables de 100 o 200 cartuchos para facilitar su utilización por parte de sus operadores. Por seguir con los productos del fabricante alemán, aunque debería someterse a la debida evaluación, esta podría ser la MG-5 (HK121) ya adoptada por el Heer.
Por otra parte, el necesario aumento de la potencia de fuego del fusilero viene impulsado por los nuevos sistemas de protección individual, tanto como barrera que debe ser superada para causar una baja como por su capacidad para incrementar la carga de trabajo del soldado (pudiendo portar y usar armamento más potente); hablamos de la potenciación fisiológica mediante exoesqueletos.
Aunque pueda parecer de ciencia ficción, esta revolución tecnológica ha llegado para quedarse y los principales ejércitos del mundo ya están experimentando con diferentes modelos, caso del Fortis K-SRD (Knee stress release device) norteamericano o del Ratnik de la federación rusa. En españa el estudio ‘fuerza 2035’ incluye la experimentación de este tipo de equipos, habiéndose probado en el MOE un prototipo desarrollado por el MADOC y la universidad de granada de tipo exoboot, o exoesqueleto adaptado a la bota, que refuerza y protege el tren inferior.
Pero la fórmula va mucho más lejos, desde la protección mediante armadura integral a los brazos robóticos para portar armas pesadas con mochilas de municionamiento, pasando por el aumento cognitivo y de enlace del combatiente mediante sensores y comunicaciones integradas en el casco, incluido el control de micro RPAS de observación e incluso de loitering munition (munición merodeadora). El soldado del futuro será más capaz, pero también más complejo, pesado y caro.
Es previsible que en una primera fase se suministre a los cuerpos de operaciones especiales, que se infiltran sobre el terreno por medios aéreos y que deberán realizar su misión íntegramente a pie; pero en el futuro deberá considerarse la posibilidad de un uso generalizado, por lo que el concepto de infantería motorizada podría cambiar radicalmente.
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