La lógica de la estrategia espacial en realidad responde a cuatro lógicas diferentes en función de la diferente efectividad que tengan los armamentos ofensivos y defensivos, la estructura de la fuerza y arquitectura espacial que la tecnología y entorno estratégico favorezcan, y del desarrollo que tenga la economía espacial civil.
La relativa estabilidad y sencillez de la primera era espacial, en la que el espacio era prácticamente un santuario y en la que únicamente habían dos grandes potencias y predominaba la tecnología militar y el papel de las armas nucleares, ha dado paso a la mucho más inestable segunda era espacial. Esta se caracteriza por el mucho mayor número de actores estratégicos en el espacio, el armamento, que será mayoritariamente convencional y de daños limitados y el papel de la economía espacial civil, la cual está cobrando una gran importancia gracias a empresas como SpaceX, Stratolaunch, Virgin Galactic, etc.
Las cuatro escuelas de la estrategia espacial
En 1998, David E. Lupton en su obra «On Space Warfare: A Space Power Doctrine», esquematizó las cuatro principales escuelas de pensamiento estratégico relativas al poder espacial: 1) la escuela del Santuario, 2) la escuela de la supervivencia, 3) la escuela del Control y 4) la escuela de la Posición Elevada (High Ground).
La Escuela del Santuario
Según esta escuela, el espacio tiende a ser un dominio en el que hay pocos incentivos por el que las potencias puedan iniciar un ataque contra los activos espaciales de las potencias adversarias, por lo que permanecería como un santuario en el que los conflictos y la violencia de la guerras en tierra no escalan hacia un escenario de guerra espacial.
La principal capacidad o ventaja estratégica que proporciona el espacio exterior según este punto de vista, sería el de poder observar la totalidad del territorio adversario, al poder sobrevolar los satélites el terreno enemigo con diferentes medios de detección y observación. La capacidad de poder observar los despliegues militares enemigos dificulta el que pueda organizarse un ataque por sorpresa a gran escala, además de poder estimar el tamaño y capacidad de la fuerza militar del contrario.
Recordemos cómo durante la década de 1950 se vivió una gran incertidumbre e inestabilidad estratégicas entre los EE. UU. y la URSS, ya que la propaganda soviética trataba de dar la impresión de que la Unión Soviética tenía una gran cantidad de bombarderos y misiles intercontinentales (ICBM) con los que amenazar a los EE. UU.. Esto último, de ser cierto, dejaba los planes de disuasión nuclear y estratégica norteamericana, basados en la Represalia Masiva, en entredicho.
Esas supuestas capacidades nucleares estratégicas soviéticas indujeron a los norteamericanos a crear una gigantesca fuerza de bombarderos y misiles ICBM e IRBM, para conservar la superioridad nuclear imprescindible de la Represalia Masiva y también a poner esa fuerza en permanente estado de alerta prebélica. Ese estado prebélico permanente produjo varios accidentes nucleares (como el de Palomares en España) y llevó a que la URSS temiera un First Strike norteamericano, lo que en última instancia llevó al despliegue soviético de misiles IRBM y MRBM en Cuba para compensar su inferioridad, algo que a punto estuvo de degenerar en una guerra nuclear.
Sin embargo, la capacidad de poder observar los despliegues estratégicos soviéticos que los primeros satélites proporcionaros a los norteamericanos, les proporcionó también la información necesaria para detener la inestable carrera de armamentos de la época, y poder diseñar y desplegar arsenales proporcionados y simétricos.
Además de poder observar el territorio del adversario, los satélites de alerta temprana (como el DSP de EE. UU.), podían detectar el lanzamientos de misiles apenas unos instantes de que estos despegasen, lo que aumentaba en muchos minutos la capacidad de reacción del mando nacional para alertar y disparar su propios misiles y hacer despegar a cierto número de bombarderos (si estaban en alerta).
La capacidad de detectar con suficiente antelación un ataque y responder mientras se está ejecutando, disminuye casi a cero la posibilidad de lanzar un First Strike que pueda desarmar la fuerza estratégica enemiga, lo que genera una situación estratégica muy estable con pocos incentivos para iniciar una guerra a gran escala.
Los satélites de comunicaciones abundaban en la estabilidad estratégica, ya que aseguraban que las informaciones de los diferentes sensores, las consultas entre diferentes mandos y las órdenes de los decisores, llegaran con inmediatez a los puestos de mando a lo largo de todo el mundo, pudiendo desencadenar y conducir una guerra nuclear estratégica a plena escala y a nivel global, lo que impedía el poder ejecutar un First Strike de una superpotencia contra otra.
Dado que las dos superpotencias eran conscientes de lo estratégicamente estabilizadores que eran los satélites y el dominio espacial, había un fuerte incentivo para que ninguna de ellas, en un periodo de crisis o en las primeras fases de una guerra convencional, comenzara a atacar el despliegue espacial adversario, ya que podía ser confundido como una preparación de un ataque nuclear a gran escala.
En añadidura, los satélites de observación y vigilancia permitían que se implementaran tratados de control de armas estratégicas, ya que no había ningún lugar donde poder ocultar una gran base de misiles ICBM o de bombarderos estratégicos.
Por todos estos motivos, la escuela estratégica del santuario proponía que prohibiese el despliegue de armas en el espacio o que se desarrollasen armas contraespaciales, ya que iniciar una carrera de armas en el dominio espacial podía degenerar en un conflicto en el que ninguna potencia obtuviera ganancias estratégicas sino que se saldaría con pérdidas mutuas.
Esta autorestricción estratégica de la escuela del santuario tiene muchos vínculos con la escuela de disuasión nuclear mediante la represalia y el castigo de la destrucción mutua asegurada (MAD), y entre otros produjo el Tratado del Espacio Exterior de 1967, en el que se prohíben el despliegue de armas de destrucción masiva en el espacio.
La Escuela de la Supervivencia
Para esta escuela, la fragilidad inherente de los sistemas espaciales, que genera un entorno estratégico en el que predomina la ofensiva sobre la defensiva, no debería inducir a crear un entorno de autorrestricción estratégica como en la escuela del santuario.
Por contra, la mejor manera de generar una situación estratégicamente más estable en el espacio pasaría por desarrollar sistemas ofensivos que potencialmente pudieran destruir los sistemas espaciales, y evitar en la medida de lo posible que las fuerzas militares dependan demasiado o en exclusiva de las capacidades del dominio espacial.
Intentar crear un santuario no impediría que a la hora de la verdad, una vez se estalle una crisis o en los periodos iniciales de una guerra, se terminen atacando los satélites e infraestructura espacial del enemigo.
Paradójicamente, al intentar crear un santuario y zona libre de armas que genere estabilidad estratégica mediante la transparencia que proporcionan los satélites, cuando se de una crisis la vulnerabilidad de dicho santuario invitará a atacarlo para impedir que el enemigo siga disfrutando de las ventajas de la superioridad espacial.
El desarrollo y despliegue de armas espaciales por parte de las dos superpotencias que permitan la eliminación mutua de las ventajas que da la transparencia espacial, en realidad terminaría generando más estabilidad estratégica por el temor a las pérdidas mutuas.
Por otra parte, aunque en tiempos de paz el espacio es mucho más eficiente en lo relativo a telecomunicaciones, inteligencia, vigilancia, etc, que los sistemas basados en la superficie terrestre, la vulnerabilidad de los sistemas espaciales debería inducir a una política militar que no fuera demasiado dependiente de esas capacidades, ya que sería un incentivo al enemigo para atacarlos y anular esa ventaja.
La Escuela del Control
Esta escuela toma su nombre de la estrategia naval del control de las líneas de comunicaciones, que se opone a la de los combates y la batalla decisiva que decide el conflicto.
En la estrategia naval, Corbett sostenía que la clave reside en el control marítimo y las líneas de comunicaciones, por lo que las principales tareas que debe ejecutar la fuerza pasan por realizar bloqueos marítimos, ataques corsarios contra las líneas de comunicaciones enemigas, defender los convoyes de las comunicaciones propias, etc. La importancia del poder naval se basa en su capacidad para influir en tierra firme destruyendo la logística y la economía del enemigo, al mismo tiempo que permite continuar con la actividad económica amiga y la libertad de acción logística para concentrar fuerza terrestre a través del mar.
Esta escuela del control, se contrapone a la escuela de Mahan en la que la decisión no se logra mediante los bloqueos, convoyes, etc, sino mediante grandes batallas navales que destruyeran la fuerza adversaria, para que una vez el mar se haya limpiado de la fuerza principal enemiga, se pueda destruir la economía y logística del adversario.
Utilizando como ejemplo la Segunda Guerra Mundial, la estrategia alemana del almirante Raeder, basada en acorazados y algunos portaaviones que se pudieran enfrentar a la Home Fleet británica o mantenerla en jaque (mediante la estrategia de «Flota en Potencia»), sigue una lógica parecida a la de Mahan; mientras que la estrategia de submarinos del almirante Dönitz, atacando la línea de comunicaciones británica, seguía una lógica más similar a la de Corbett.
Finalmente, se terminó imponiendo la perspectiva de Corbett al ser la clave de la guerra en el occidente europeo el que EE. UU. y el Reino Unido pudieran unir fuerzas evitando que estos últimos no fueran derrotados por hambre debido a la guerra submarina. Durante la Primera Guerra Mundial, la perspectiva de Corbett también terminó siendo la predominante, ya que los intentos de batalla decisiva por parte de la Marina Imperial Alemana (batallas de Dogger Bank y Jutlandia) se saldaron en fracaso, decidiéndose la cuestión mediante la guerra submarina sin restricciones (que ganarían los Aliados).
En estrategia espacial, la escuela del control se asemeja a la de Corbett, mientras que la escuela de la posición elevada (High Ground) es similar a la enunciada por Mahan (combates y batallas decisivas), aunque ambas estrategias espaciales tienen en común en que dan una gran importancia e influencia que el poder espacial tiene sobre la superficie terrestre, tanto en el aspecto militar como en el económico.
Por otra parte, la escuela del control entiende que la capacidades y armas ofensivas espaciales tienen menos eficacia que las que les otorgan las escuelas de la supervivencia y el de la posición elevada.
Recordemos que la escuela de supervivencia, abogaba por el desarrollo de armas ofensivas que potencialmente pudieran destruir la fuerza espacial enemiga, aunque al contrario que la escuela de la posición elevada no cree que el combate resulte en un ganador claro sino que ambos acabarían destrozados.
Cabe destacar que en la estrategia y escuela de la supervivencia, como ambos contendientes terminan en destrucción mutua, es en realidad una escuela y una estrategia de disuasión, en el que la estructura y postura de la fuerza espacial se diseñan no para ganar una guerra, sino para evitar que se desencadene una guerra no dando demasiados incentivos para un primer ataque (First Strike).
Esa disuasión también se logra en el caso hipotético que sólo uno de los contendientes tuviera grandes capacidades espaciales, ya que induciría igualmente a que estos fueran atacados, por lo que debería diseñarse una estructura de fuerza no demasiado dependiente de la fuerza espacial.
Por contra, la escuela del control no tiene por fundamento principal la disuasión, sino que cree que se puede ganar, o al menos gestionar, una guerra espacial.
Esto implica que, por un lado, la estrategia del control estime que las armas ofensivas espaciales cinéticas (ASAT que destruyen por impacto) y nucleares tienen poca utilidad real. Es así porque generan una gran cantidad de fragmentos y radiación que dañan no solo los satélites del enemigo, sino también los propios y los de países neutrales o amigos (con un coste político práctimente inasumible salvo en circunstancias extremas y existenciales.
Aunque por otro lado, la estrategia del control sí da un gran valor a las armas ofensivas de mucho menos poder destructivo que hagan gestionable la guerra en el espacio. Ese tipo de armas serían, entre otras: las de interferencia (jamming); los láseres para destruir un satélite, láseres de menor potencia para solo dañar partes concretas o incluso causar daños reversibles (inutilizando solo tamporalmente) mediante dazzling o lasing; armas de pulso electromagnéticos (HPM); satélites o naves empleando brazos robots para desorbitar o secuestrar naves enemigas; el uso de redes para capturar un satélite adversario o para defender un satélite atrapando una satélite u objeto cinético atacante; el empleo de sprays químicos para cegar, dañar o inutilizar un satélite.
Este armamento permite inutilizar o destruir satélites de manera controlable, sin que degenere automáticamente en una guerra espacial generalizada que inutilice el dominio espacial.
La escuela del control además considera que el espacio da grandes ventajas en la conducción de la guerra y en desarrollo económico. Por un lado, la importancia creciente que tiene actualmente la guerra basada en redes y las operaciones multidominio, desde que se iniciara la Revolución en los Asuntos Militares (RMA), se basa en la superioridad espacial.
El empleo masivo de municiones de precisión requiere el acceso a alguna constelación de satélites de posicionamiento global, de telecomunicaciones en tiempo real para guiarlas y coordinar los lanzadores de municiones de precisión en aeronaves, buques de guerra, etc; la vigilancia del territorio enemigo no puede hacerse con aeronaves contra adversarios con potentes defensas antiaéreas (como Rusia y China) por lo que la dependencia del espacio para la información que guíe las salvas de municiones guiadas se acrecienta.
Por otra parte, como expliqué en mi artículo sobre el ABMS, la guerra futura dependerá mucho más todavía de la superioridad espacial, ya que la Guerra Conjunta de Todos los Dominios (la última vuelta de tuerca de lo Multidominio), necesita de grandes constelaciones de satélites tanto para la vigilancia y la detección como para las comunicaciones que permitan hacer una guerra en red en el dominio aéreo y también en las operaciones interdominio y multidominio.
La información y control del campo de batalla aéreo, en los espacios disputados, ya no podrá hacerse mediante grandes plataformas como los E-3 Sentry o los JSTAR, sino que la detección se hará mediante plataformas aéreas distribuidas y constelaciones de satélites, que requerirán también de satélites para retransmitir los datos por todo el sistema.
Además, en la Segunda Era Espacial, la importancia económica de la industria espacial irá se irá multiplicando y creando un gran mercado mundial de alta tecnología que será infraestructura crítica que facilita la actividad del resto de sectores económicos.
La relevancia económica creciente se asemeja a la influencia que el poder naval tuvo en la historia una vez se inició la era de los descubrimientos y permitía la explotación económica global de los poderes europeos.
De modo similar, la estrategia y escuela del control cree que el uso de armas ofensivas limitadas puede no solo negar al enemigo las ventajas del poder y superioridad en el espacio, sino que además podría causar un gran daño económico y social al causar disrupción en la actividad civil espacial.
Por ejemplo, Rusia y China son conscientes de la gran ventaja tecnológica militar que tienen los EE. UU. con su superioridad espacial, que permite una proyección de poder global, por lo que obtendrían un gran beneficio estratégico atacando y erosionando el despliegue espacial norteamericano, para que no pueda ejecutar su estilo de guerra basada en redes. De hecho, en caso de destruir sus sistemas espaciales se devolvería a las fuerzas de Estados Unidos a la era industrial.
El despliegue hipotético de armas defensivas que limitasen la eficacia de las armas ofensivas enemigas, como si fueran los destructores que protegen los convoyes en la escuela de líneas de comunicaciones (Corbett), abunda en la lógica estratégica espacial de la escuela del control.
La Escuela de la Posición Elevada
Como decíamos anteriormente, esta escuela guarda semejanzas con la perspectiva de Mahan sobre el poder naval, que se basa en la importancia de la batalla decisiva y los combates ofensivos que determine directamente el resultado de la contienda.
En la estrategia espacial, la posición elevada se ejemplifica con la visión que se tuvo de la Iniciativa de Defensa Estratégica (SDI) durante la administración Reagan.
El combate en el dominio espacial influía de manera decisiva en el resto de dominios por sus efectos en el dominio nuclear. La SDI, que consistía en el despliegue de una gran cantidad de armas estratégicas en órbita y en tierra, estaba ideada para destruir en el espacio muchos de los ICBM y de las ojivas soviéticas. Al eliminar la fracción del arsenal nuclear estratégico soviético superviviente de un primer ataque, mediante las defensas estratégicas de la SDI, la disuasión nuclear de la URSS perdía toda credibilidad y utilidad estratégica-coercitiva. Como la disuasión nuclear estratégica era la clave de bóveda de la estabilidad estratégica de la Guerra Fría, el dominio espacial era el más importante de todos los dominios (terrestre, marítimo, aéreo, cibernético y espacial).
Si en la escuela del control la utilidad de las armas ofensivas es relativamente limitada y se circunscribe a un arsenal que cause daños leves e incluso reversibles, en la SDI y la posición elevada predomina una guerra estratégica espacial a gran escala, con empleo de gran cantidad de armamento muy destructivo (como las estaciones nucleares de láseres de rayos X) y con objetivos no limitados y de control de la escalada, sino basado directamente en planes de guerra a gran escala.
En la actualidad las perspectivas acordes a la escuela de la posición elevada ya no tienen ese aire de guerra nuclear estratégica de antaño, pero sí dan una mayor importancia y utilidad a las armas ofensivas que en los argumentos acordes a la escuela del control.
Dado que predomina ampliamente la ofensiva sobre la defensiva, el incentivo para desencadenar un primer ataque y buscar enfrentamientos decisivos es mayor, especialmente si los daños causados no son masivos e indiscriminados: como ocurriría con el empleo de armas nucleares para inutilizar ojivas, el uso de armas ASAT cinéticas, o lanzamientos de interceptores cinéticos antimisiles balísticos.
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