A lo largo de estas breves líneas pretendemos aportar una visión atípica y crítica sobre el análisis de esas nuevas tecnologías que pueden llevarnos a una Revolución en los Asuntos Militares o incluso a una Revolución Militar y que sin embargo, aunque no se le conceda la debida atención, van siempre acompañadas del desarrollo de un hardware que bien puede marcar la diferencia entre la victoria y la derrota.
Hoy día existe entre los expertos en defensa una tendencia exagerada a valorar el futuro de la guerra y las capacidades de los ejércitos, de las armas y de las plataformas, en base a elementos que en muchos casos podríamos calificar de intangibles. Nos vienen a la mente términos como Mando y Control, Comunicaciones, Computación, Inteligencia, Reconocimiento o Vigilancia, términos recogidos en multitud de acrónimos cada vez más complejos (C2, C3, C4, C4I, ISTAR, ISR…) o bien conceptos poco claros como Inteligencia Artificial, Conciencia Situacional o Multiplicadores de Fuerza y doctrinas cada vez más esotéricas (RUK, Airland Battle, Letalidad Distribuida, Batalla Multidominio, Guerra Mosaico…).
En este sentido, creemos haber refinado nuestros análisis mediante la inclusión de estos elementos inmateriales que revisten una obvia importancia en los resultados de las batallas. Así, conceptos como la cantidad o el grosor del calibre o los milímetros de blindaje pasan a un segundo plano, cuando no al olvido en muchos análisis, dando por descontado que son esos intangibles de los que hablábamos y no la calidad de la plataforma lo que va a decidir el combate, porque: ¿Quién necesita verdaderos carros de combate teniendo la posibilidad de desplegar blindados hiperconectados e inteligentes como el Ajax o el futuro Carmel israelí? Es aquí donde reside el error.
En el pasado existió un marcada tendencia a sobrevalorar los elementos de hardware por encima de otros factores, como la logística o las comunicaciones. Quizá porque en tiempos analógicos un calibre mayor o más blindaje eran definitivos respecto al desempeño en combate, era fácil caer en la tentación del «cuanto más grande, mejor», buscando siempre pequeños incrementos en cuanto a rendimiento de motores o cañones. Hoy, por el contrario, empezamos a caer en el extremo opuesto, olvidando que todo es una cuestión de equilibrio.
No venimos aquí a negar la importancia del C4ISR (Command, Control, Communications, Computers, Intelligence, Surveillance and Reconnaissance o Mando, Control, Comunicaciones, Computación, Inteligencia, Vigilancia y Reconocimiento) o la cibernética. Más bien al contrario, pensamos que su inclusión y su importancia en la guerra moderna es tan fundamental que resulta obvia para cualquier especialista en defensa, y afirmar sus bondades no constituye novedad alguna, ni es muestra de un análisis profundo.
En cambio, sí representa un análisis profundo concretar las arquitecturas de red, la organización de las comunicaciones, el papel detallado de la Inteligencia Artificial, los tempos de su maduración tecnológica y sobre todo, las desventajas de todas estas tecnologías, y los desequilibrios que pueden generar, a nuestro favor o en nuestra contra, al combinarse en un hardware concreto que puede no ser el ideal. En cualquier caso, esta pugna entre lo intangible e inmaterial contra el pesado acero, tiene antecedentes históricos que es pertinente estudiar para ponderar mejor nuestros análisis. He aquí un ejemplo muy simple, el del carro de combate alemán Panzer II que participa en la invasión de la URSS siendo uno de los principales tanques alemanes, escenario en donde se las verá con el T-34-76 Modelo 1940.
En este caso, la IH (Inteligencia Humana) del Panzer II era muy superior a la del T-34 debido al entrenamiento de sus carristas. Las tripulaciones germanas eran capaces de llevar a cabo tareas de mantenimiento preventivo así como ciertas reparaciones (algunas bastante complejas), conocían bien su máquina y, de hecho, le sacaban el máximo provecho al alcance de su armamento y a sus formaciones tácticas.
Los alemanes también contaban con una amplia superioridad en C3 (Mando, Control y Comunicaciones), debido a que todos los Panzer llevaban radios, lo que unido al entrenamiento de las divisiones, regimientos, batallones y compañías como formaciones acorazadas les permitía explotar mucho mejor los tempos del combate, a fin de reubicar a sus reservas, trasladar sus puños acorazados y, en definitiva, reaccionar a las condiciones cambiantes del campo de batalla.
Los alemanes no solo incluían vehículos de mando a nivel compañía, sino que además contaban con oficiales de enlace procedentes de la fuerza aérea, observadores de artillería y con una profunda coordinación entre las unidades de tanques y anticarro, con lo que la doctrina de armas combinadas también estaba del lado teutón. Sin embargo, el Panzer II tenía un blindaje que podía ser penetrado por rifles antitanque de 15 mm, y apenas contaba sí con un cañón semiautomático de 20 mm.
No obstante, por el entrenamiento de los comandantes de tanque alemanes, y el diseño del Panzer II, estos tenían una mejor conciencia situacional, sus ópticas eran superiores a las soviéticas y además su menor perfil y huella visual tras cada disparo les hacía más difíciles de detectar. Por tanto, los carristas a bordo de los Panzer II contaban con casi todos los multiplicadores de fuerza habidos y por haber (en aquella época, claro está): C3, gracias a las radios, ISR (Inteligencia, Vigilancia y Reconocimiento) gracias a la coordinación con los aviones de reconocimiento de la Luftwaffe, la transmisión de informes por radio de las unidades de reconocimiento, o las ópticas superiores de sus vehículos y por encima de todo, estaban mejor entrenados y poseían una inteligencia superior a la de sus contrapartes soviéticas.
Bajo una óptica actual, un ejército con las mismas ventajas que los alemanes tuvieron sobre los soviéticos en su momento debería barrer por completo a todos sus enemigos. ¿O acaso no debería esto dar lugar a una aplastante victoria?
Lo cierto es que el T-34 padecía numerosos defectos de fabricación y diseño. Entre los más graves, la vida útil del motor, inferior a 100 horas, la fabricación de un solo motor por cada tanque, la desastrosa logística soviética que no permitía ni mantener, ni recuperar, ni dotar de municiones perforantes a sus carros, y las ópticas desalineadas con el arma principal, con poca absorción de luz y tendentes a empañarse. Tal era la situación en el verano de 1941.
Los carristas soviéticos, por su parte, apenas eran entrenados unas horas antes de entrar en combate, no tenían radios y en su lugar basaban sus comunicaciones en señales luminosas y banderines. Las unidades merecían ser llamadas “desunidades”, ya que no se habían hecho ejercicios a nivel batallón o brigada, por ejemplo, y la coordinación con las otras armas era inexistente. Eran así enviados, literalmente, al matadero salvo por un pequeño detalle: su hardware.
Las únicas ventajas del T-34 pasaban por su hardware, y no eran poca cosa. El cañón de 76 mm podía destruir un Panzer II a cualquier distancia de combate al primer impacto, mientras que el cañón de 20 mm no podía en ningún caso penetrar al T-34. Daba igual lo que hicieran los alemanes, simple y llanamente no había nada que hacer, salvo confiar en los Stuka, en un disparo certero por parte de un cañón antitanque o en la rendición de los rusos. Es verdad que podían recurrir a otras armas para atravesar el correoso pellejo de los T-34, pero antes de que eso ocurriera, durante el primer encontronazo los Panzer II ya habían pagado un precio muy alto.
Lo que este hecho histórico nos demuestra es que si bien siempre hay un cierto desequilibrio entre ciertos elementos intangibles y el hardware, un exceso de uno puede ser compensado en parte por un exceso del otro, con lo que no conviene nunca descuidar ninguno de los dos aspectos. Así, un C3ISR y una IH abrumadoras pudieron ser compensados por un vehículo infinitamente mejor blindado y con un cañón de mayor calibre.
Ahora, aplicando esta idea a un caso más moderno, pensemos en los drones de categoría Micro, con una masa de 1 a 5 Kg, por ejemplo. Juguemos a imaginar que los chinos (que llevan una enorme ventaja en este campo concreto) logran los avances en términos de IA que les permitan constituir verdaderos enjambres de drones y que todo eso se instala sobre una plataforma de tipo cuadcóptero Phantom, capaz de desarrollar una velocidad máxima de 50 Km/h y de realizar un giro de 180º en dos segundos.
Para enfrentarse a dicho Phantom, Estados Unidos emplea un cuadcóptero de carreras Furious capaz de desarrollar 150 Km/h, una maniobra de 360º en medio segundo y que además está blindado en ciertas partes.
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