Alemania es un caso particular en todo lo que concierne a sus Fuerzas Armadas, al menos desde el final de la Guerra Fría. También, por extensión, a su Marina de guerra, la Deutsche Marine. Si bien es indiscutible que los teutones conforman una potencia de primer orden en los campos económico y tecnológico, con compañías que se cuentan entre las más avanzadas y poderosas del planeta, incluidas las del sector de la defensa y la construcción naval, no han sabido capitalizar estos activos en forma de una fuerza naval igualmente potente. No obstante, en los últimos años han implementado una serie de planes destinados a poner remedio a esta situación, aunque dependerá de distintos factores que lleguen a buen puerto, como veremos a lo largo de este artículo.
Artículos de la serie
- Deutsche Marine 2024 (I): saliendo del letargo
- Deutsche Marine 2024 (II): Fuerzas de superficie, fuerzas auxiliares y futuro
Índice
- La marina alemana tras la Segunda Guerra Mundial
- La reconstrucción naval y la integración en la OTAN
- El final de la Guerra Fría y la reunificación alemana
- La Deutsche Marine en la actualidad
- Fuerzas submarinas
La actual marina de guerra de Alemania (Deutsche Marine), es la heredera de aquellas que durante parte de los siglos XIX y XX trataron de poner en jaque a la Royal Navy británica, cuando esta aún era la principal potencia naval a nivel mundial. Los planes navales, la concepción estratégica y su enfoque tecnológicos se orientaron durante décadas a dicha competición, hecho que se resume, como es de dominio público, en las actuaciones de sus fuerzas navales en dos contiendas mundiales. Tras ambas derrotas, la Marina Alemana sería lentamente reconstruida y orientada hacia una misión litoral, de protección y de guerra de minas, hasta que la política internacional volviera a requerir que el país se centrase en una misión más cercana a la guerra naval tradicional.
En relación con esto, una vez concluida la Segunda Guerra Mundial se permitió a los germanos poseer una pequeña fuerza naval orientada básicamente a la retirada de minas navales del Báltico, así de los numerosos pecios distribuidos en las aguas de este mar, al objeto de volver a poner operativos los puertos del país y las líneas de suministros de Alemania y de parte del continente europeo. La evolución política durante los siguientes años, sin embargo, obligaría a cambiar este enfoque. Así, la necesidad de disuadir a la Unión Soviética y el papel de Alemania Federal en el seno de la OTAN obligaron a trazar nuevos planes y a desarrollar capacidades militares reales, susceptibles de hacer frente a la Armada Roja en este escenario.
Como parte de los nuevos requerimientos estaría la necesidad de una fuerza naval operativa y con capacidades tradicionales en relación con la guerra naval. De esta forma, se volvió a recurrir al personal disponible, que en términos generales no eran otros que los técnicos, oficiales y burócratas que habían servido en la Kriegsmarine bajo el III Reich nazi. Como es lógico, estos individuos bebían de la concepción bélica que se había desarrollado durante la contienda, aunque ahora enfocado hacia un viejo enemigo con capacidades mejoradas. Con todo, tanto el escenario como las tácticas a aplicar eran viejas conocidas de estos mandos; un factor muy apreciado por los Aliados a la hora de permitir la creación de una renovada Bundesmarine, nombre que adoptaría hasta 1991 cuando, tras la reunificación alemana, pasaría a ser la actual Deutsche Marine.
Es importante y significativo tener en cuenta que, aunque la Bundesmarine pudo evolucionar hasta la actual Deutsche Marine, en las décadas posteriores a 1945 el esfuerzo principal de rearme alemán se centraría en sus capacidades terrestres y aéreas, ya que se esperaba que, ante un conflicto, el territorio de este país sería el principal escenario del choque directo entre las fuerzas de la OTAN y del Pacto de Varsovia. Sus principales ciudades y centros industriales estaban en la línea de avance directo de las abrumadoramente superiores -en términos numéricos- fuerzas comunistas. Dicho lo cual, la necesidad por parte de la OTAN de mantener abierto el Atlántico frente a la previsible entrada de la Marina soviética en él -para lo que, entre otras cosas, había que bloquear el Báltico reteniendo el control de los estrechos-, sería el principal aliciente para permitir que Alemania desviase parte de sus esfuerzos, orientándose al dominio marítimo, si bien las prioridades militares se encontraban en tierra para proteger a sus ciudadanos y ciudades de la amenaza soviética.
No nos debe pues sorprender, por tanto, que las principales vertientes de rearme naval alemán se basaran en aquellos aspectos en los que los astilleros y técnicos alemanes habían destacado durante la guerra: el diseño y construcción de lanchas rápidas y submarinos convencionales. Buques de mayor porte, o buques de superficie capitales, eran cuestiones políticas que en esos años de postguerra ninguna de las naciones Aliadas quería ver aún en manos de Bonn. Amén de que Moscú, como miembro de la entente que gestionaba los territorios divididos de Alemania tras la guerra, aún poseía entonces una notable capacidad de presión sobre Occidente en ese sentido.
Hay que aclarar, llegados a este punto, que no se pretende en ningún momento menospreciar las capacidades industriales alemanas. El alto grado de calidad de los productos industriales germanos, así como la capacidad de trabajo de sus operarios y técnicos es de todos conocido. La industria naval alemana era -y es- capaz de crear productos de alta tecnología y gran calidad, sin lugar a dudas. Pero en este caso estaban sujetos a limitaciones políticas y no tecnológicas. Además, la necesidad de reconstruir, en una complicada situación económica, sus fuerzas terrestres y aéreas limitaba los recursos que podían destinar a su marina de guerra, con lo que la elección más racional fue finalmente la escogida. Una opción que pasaba por centrarse en el tipo de unidades que sus astilleros dominaban y que sus tripulaciones podían operar de forma efectiva, basándose para ello en la doctrina y tácticas que mejor controlaban.
En este sentido, los submarinos convencionales serían su primera elección. La herencia del Gran Almirante Döenitz, así como de toda la experiencia de sus empresas navales, se volcaría ahora en un programa estatal de construcción de submarinos convencionales, pensados punto por punto para equipar a su Armada de cara a una confrontación los submarinistas soviéticos, quienes también bebían de la experiencia germana, no en vano habían accedido a su personal, instalaciones y diseños. Algo harían bien los alemanes, en cualquier caso, pues medio siglo después el país seguía siendo el mayor exportador de submarinos convencionales del mundo, siendo sus diseños el estándar a batir por cualquier otra nación con ganas de aventurarse en este campo. Es más, aunque en los últimos años potencias como Francia o China han comenzado a hacerle cierta sombra, al igual que Rusia, lo cierto es que la de los Tipo 209/212/214 sigue siendo la estela a seguir.
Siguiendo con la evolución de la marina alemana, los submarinos serían los encargados de tratar de bloquear a la Flota del Báltico soviética en el Golfo de Leningrado; exactamente lo mismo que habían hecho durante la Segunda Guerra Mundial. Aquí, ha de tenerse en cuenta que se trata de un escenario muy particular, aunque contaban con la ventaja de que sus buques estaban especialmente diseñados y optimizados con ese objetivo en mente. Así las cosas, y aunque los presupuestos alemanes eran restringidos, durante la Guerra Fría la Bundesmarine sería capaz de mantener y operar una numerosa flota de submarinos convencionales, ejerciendo de tapón efectivo frente a sus rivales y evitando que pudiesen incursionar en el Mar del Norte y el Atlántico con la colaboración, eso sí, de la aviación de patrulla marítima.
No todos los proyectos serían igual de agradecidos. El desarrollo de las unidades de superficie necesitó de un mayor esfuerzo político, más que técnico o económico, al ser más mediática que la flota submarina. De esta forma, poco a poco evolucionaron desde pequeñas unidades de escaso porte y pensadas para operar en el litoral -aquí hay que tener en cuenta la escasa profundidad media del Báltico y su particular orografía- hasta llegar a unidades como las que operan actualmente, de porte oceánico en muchos casos.
Lograr esto, en cualquier caso, necesitó de un intenso debate político, que se centraría en la necesidad de permitir el rearme de Alemania o no. En el se enfrentarían los puntos de vista opuestos de algunos de sus principales aliados, con París y Londres muy reticentes a tomar cualquier medida que pudiese devolver al continente a la situación anterior y Washington, por el contrario, defendiendo la necesidad de una Alemania Federal fuerte. Así las cosas, aunque hasta 1956 no se instauró oficialmente una nueva Marina de guerra- ni tampoco un Ministerio de Defensa propiamente dicho-, sí se produjeron movimientos encaminados a mantener un núcleo de capacidades, al menos humanas, de forma que no se perdiese todo el bagaje acumulado en las décadas anterior y que, llegado el caso, la formación de la nueva marina no partiese de cero.
Como se ha adelantado al inicio, el primer esfuerzo en lo relativo a la flota de superficie tuvo que ver con las capacidades de guerra de minas, aunque por entonces era considerado un servicio civil orientado hacia el desminado del Báltico y no con vistas a la formación de una futura marina de guerra. Dicho servicio mantuvo una serie de unidades y personal entrenado y muy operativo, aunque sus tareas por entonces eran muy limitadas y concretas. Conocida como GSMA, esta fuerza llegaría a contar con hasta 440 pequeños buques provenientes de la Kriegsmarine y a alistar la nada desdeñable cifra de 16.000 hombres, manteniéndose en todo momento bajo control operacional británico.
La Royal Navy, respaldada por los servicios de inteligencia británicos, instauró un grupo de operaciones en Alemania, completamente integrado por personal alemán, con el cual llevaría a cabo operaciones contra la Unión Soviética en el Báltico, conocido como el Grupo Klose. La US Navy, por su parte, mantendría en marcha dos operaciones de mayor calado a futuros, siendo finalmente las que absorbieron al resto de grupos operativos, dando como resultado la Bundesmarine.
En este caso, la primera de las misiones de la US Navy sería la conocida como Naval Historical Team (NHT) y consistiría en el patrocinio de una serie de altos mandos navales de la Kriegsmarine, con la intención de aportar una visión histórica de primera mano de las operaciones de combate contra la Unión Soviética. Posteriormente dicho grupo evolucionaría hacia la realización de estudios orientados hacia un posible conflicto directo contra la Armada Soviética. Un grupo del que saldría el primer Inspector General de la futura Bundesmarine -quien contaba con el necesario apoyo político por parte de Washington-, el almirante Ruge.
El otro esfuerzo norteamericano hacia la posible preparación de la marina alemana sería conocido como US Navy Labor Service Unit (B) y aunque fracasaría en el intento de colocar a un grupo de oficiales apadrinados por los EE. UU. como los futuros mandos generales de la Bundesmarine, sí que permitiría a Alemania disponer de un gran número de oficiales y marineros entrenados en técnicas y equipos modernos por parte de sus homólogos estadounidenses. Además, contaban con la motivación suplementaria que suponía poder trabajar en el desarrollo de su propia marina de guerra, sobre un lienzo en algunos casos casi en blanco, pese a beber de la experiencia anterior, como se ha explicado.
Todos estos esfuerzos no llegarían a ningún sitio si a la par no se diseñaban y construían las plataformas y buques que debían integrar la nueva marina. De esta forma, ya en mayo de 1955 Alemania se integraría en la OTAN. Apenas un mes después, en junio, se crearía el nuevo Ministerio de Defensa, con la orden explícita de formar una Marina de guerra. Implementar dicha orden implicaría la redacción y puesta en práctica de sucesivos planes navales, aunque no sería hasta 1961 cuando se comenzaría a invertir con cierta fuerza en cuanto a construcción naval.
Por esas fechas se solicitó por parte de los marinos germanos disponer de una fuerza nada desdeñable de 12 destructores, 6 fragatas, 40 lanchas rápidas o corbetas de menor porte, 12 submarinos convencionales costeros, 52 dragaminas, 120 buques auxiliares y 58 aeronaves asignadas a la aviación naval. Como vemos, se trató de un potente resurgimiento de las capacidades navales para un país que había sido arrasado por la guerra, aunque es cierto que eran otros tiempos en los que las plataformas todavía eran más baratas y menos sofisticadas y complejas que en la actualidad.
Las cosas, sin embargo, no serían tan fáciles. En estos años caóticos, estaban en vigor limitaciones -incluidas en los Acuerdos de París de 1954- que en el caso alemán implicaban un desplazamiento máximo de 3.000 toneladas para los buques de superficie y 350 para los submarinos. Es decir, que se permitía e incluso favorecía el rearme alemán, pero buscando un equilibrio respecto al nivel de amenaza que pudiese suponer un país del que los que menos se fiaban eran sus principales aliados europeos. Además, y por otra parte, el propio país se autoimpondría una limitación operacional en virtud de la cual no participaría en misiones más allá del paralelo 61º Norte, lo cual dejaba en la práctica gran parte de las costas escandinavas y accesos a la Unión Soviética sin unidades de combate alemanas, al menos en tiempos de paz.
Dicho esto, como cabe suponer las primeras unidades de la Bundesmarine ni siquiera fueron construidas en el propio país, sino que fueron buques entregados por los Aliados de la OTAN, incluyendo destructores y fragatas. También se devolvieron al país, eso sí, algunos antiguos buques de guerra de la Kriegsmarine que anteriormente sus aliados habían tomado a modo de reparaciones de guerra. Al mismo tiempo, comenzarían a llegar nuevos encargos a la industria. Un sector que gozaba de una gran fama desde el inicio de la Revolución Industrial, en cuanto a las calidades de los productos entregados, pero que había desaparecido en la práctica gracias a la política de tierra quemada aplicada por Hitler durante los últimos compases de la II Guerra Mundial, así como la masiva campaña de bombardeos aéreos llevada a cabo contra Alemania por el bando aliado. Esto, en el caso de los astilleros, implicaba que buena parte de ellos habían quedado reducidos a escombros, literalmente.
A pesar de lo anterior, y aunque la prioridad durante los años 40 había sido reconstruir la serie de astilleros necesarios para afrontar la demanda de pequeños buques de cabotaje capaces de mantener abiertas las líneas de suministros vitales que se dirigían hacia Alemania en esos años, en el plazo de unos pocos años lograron cambiar la situación de pleno. Gracias a la disponibilidad de un gran número de trabajadores bien formados y al «poso» que había quedado en el país pese a las pérdidas humanas y la destrucción económica, el sector vivió un nuevo auge y para comienzos de los 50 ya habían recibido sus primeros pedidos de exportación de unidades militares, algo que se multiplicaría en las décadas siguientes. Fue, sin ir más lejos, el caso de Lürssen Werft, astillero que en 1953 se haría con un contrato destinado a surtir a la Marina sueca.
Desde entonces, son muchos los éxitos que se han anotado los astilleros teutones, siendo un buen ejemplo el de las fragatas MEKO del astillero Blohm + Voss, que desde la década de 1980 hasta la actualidad han nutrido las marinas de medio mundo con más de 80 unidades construidas si se suman todas las variantes. Lo mismo ocurriría en el caso de los submarinos, segmento en el que la industria alemana, apoyada y respaldada por un Gobierno que busca activamente las exportaciones, se convertiría en líder durante décadas, con éxitos como los Tipo 209.
A lo largo de las las décadas posteriores, la Bundesmarine no solo se integraría por completo en el seno de la OTAN, siendo responsable de la defensa litoral del Báltico, así como tomando parte también en misiones en el Mar del Norte, así como incluso participando de la posible protección de convoyes a través del Atlántico Norte, sino que creció notablemente en tamaño y calidad. No podía ser de otra forma, en tanto se le exigía que participase de forma activa en la defensa colectiva, lo que obligó en julio de 1980 a descartar los límites establecidos como parte de los Acuerdos de París, aunque de facto ya se habían superado. Por otra parte, el gobierno de Bonn renunciaría al veto autoimpuesto relativo a las actividades más allá del paralelo 61º N, aunque por el momento no se atrevería a desplegar unidades más allá del marco de las operaciones europeas de la OTAN.
Con la caída del bloque soviético, que incluiría la desintegración de la Alemania del Este y la decisión de integrarse junto a la República Federal Alemana para formar un solo país, las dificultades serían otras. Más allá del reto político, económico y social que suponía absorber -pues en la práctica no fue exactamente una reunificación- a un país atrasado y con una renta per cápita muy inferior (las diferencias todavía se notan y explican algunos resultados electorales recientes), en el plano militar las modernas y capaces fuerzas de la antigua Alemania Federal tendrían que integrar en su seno a otras que habían sido entrenadas en técnicas, equipos y plataformas soviéticos y que requerían de muchísimo tiempo y una gran inversión para transformarse en unidades operativas dentro de la nueva Bundeswehr. Todo, además, en un contexto de recortes presupuestarios y en cuanto a tamaño que dificultaba sobremanera implementar cualquier cambio, y máxime uno de semejante calado.
En el caso concreto de marina militar, en el lado del debe tenemos que las unidades heredadas de Alemania del Este -que habían mantenido un rol más cercano al de las fuerzas de guardacostas, con buques pequeños y veloces pensados para librar la «Batalla de la Primera Salva»-, carecían de una utilidad real dentro del marco estratégico de la Bundesmarine. Es por ello por lo que las unidades soviéticas serían, en términos generales, descartadas. Al fin y al cabo, aunque se estudiaron todas las opciones, los costes de su transformación a los estándares de la OTAN eran inasumibles; máxime teniendo en cuenta que las unidades de la Bundesmarine podían asumir las funciones dejadas por estas sin mayores problemas. En el lado del haber, la nueva Alemania unificada ganaría acceso a nuevas bases navales y aéreas más hacia al este de su antigua frontera, tomando un rol más importante si cabe en la seguridad báltica.
Sería pues durante los años 90 cuando de la integración de la Volksmarine y la Bundesmarine nace la actual Deutsche Marine que, para lo bueno y lo malo, es hija de su tiempo, al igual que toda la generación de alemanes que, incapaces de pensar en términos estratégicos tras 30 años de paz, ahora se ven obligados a redescubrir la realidad de las cosas…
La Deutsche Marine en la actualidad
En la actualidad, la Alemania unificada es uno de los principales actores en materia de a nivel europeo, incluso teniendo en cuenta que durante años ha sido de los estados que menos han invertido en este particular, o de los problemas de operatividad y generación de fuerzas que arrastra. Lo que desde 2014 eran leves intentos de rehacer parte de las capacidades perdidas, tras la invasión rusa de Ucrania en 2022 se han convertido en esfuerzos acelerados tanto industriales como orgánicos, doctrinales y presupuestarios, aunque todavía están lejos de dar el resultado esperado.
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