La guerra de Ucrania ha favorecido una difusión sin precedentes en el uso de drones de combate, especialmente drones suicidas fabricados a partir de componentes comerciales y, también, de municiones merodeadoras producidas por empresas del sector de la defensa. Esta es una tendencia que, sin duda, ha llegado para quedarse y que todavía está en crecimiento. No obstante, a pesar de lo visto en el campo de batalla ucraniano, la correcta integración de los drones de combate en ejércitos como los occidentales presenta una amplia serie de desafíos, desde su empleo dentro de un espacio aéreo que puede estar saturado a su incardinación en los sistemas de mando y control, la determinación de a quién corresponde la responsabilidad de su uso en función del tamaño y capacidades o, como consecuencia de estos y otros problemas, la generación de una doctrina de empleo adecuada. Temas todos ellos que, junto a la necesidad de extraer el mayor partido a estas municiones (pues así deben ser considerados estos drones), pero también de establecer mecanismos de defensa frente a los del enemigo, son el objeto de este análisis.
Índice
- La explotación del espacio tridimensional
- Los fuegos y el empleo de drones de combate
- Municiones merodeadoras portátiles
- Drones de combate: letalidad aumentada y efecto masa
- La protección contra los drones de combate tácticos
- Conclusiones
Introducción
No hace falta estudiar teorías futuristas sobre guerra multidominio para entender el impacto que los drones aéreos, técnicamente llamados UAV (Unmanned Air Vehicle) o RPAS (Remotely Piloted Aerial System) han tenido en los conflictos recientes; con el añadido de que no han sido fruto de ideas revolucionarias procedentes de estamentos altamente profesionales, como son los ejércitos de referencia, sino que hemos asistido a su eclosión a partir de conflictos cuasi tercermundistas, como el de Nagorno Karabaj, el de Siria, el de Yemen o el de Ucrania.
Esta característica, derivada de una alta disponibilidad y sencillez de uso, ha sido un elemento realmente perturbador para los analistas militares, pues su implantación ha rebasado la más optimista de las previsiones, existiendo en el mercado aparatos civiles que se han adaptado como solución de fortuna y empleado antes de que ningún estudio operativo, doctrina de empleo o programa de ingeniería de carácter oficial haya establecido un marco técnico y normativo para su empleo. Es más, ya se están utilizando en combate los aun más novedosos UGV y USV (la versión terrestre y marítima del concepto de dron) sin que exista ningún sistema operativo (entendiendo como tal la IOC, Initial Operational Capability) plenamente desarrollado en los principales ejércitos occidentales.
En efecto, la adaptabilidad, imaginación e ingenio de los combatientes de estos conflictos ha cogido por sorpresa a los estados mayores; no tanto a parte de la industria militar, que como en otras ocasiones, ha visto el filón de adaptar tecnologías emergentes al uso militar, impulsando así al estamento castrense a realizar pruebas, redactar TTPs (Tácticas, Técnicas y Procedimientos) e incorporar estos sistemas. Esto ha sido así por diversos factores, entre los que resaltan la incertidumbre (temor a quedarse atrás) y el apoyo a la industria nacional en estos desarrollos, que es la que lleva la iniciativa en este campo.
La explotación del espacio tridimensional
La explotación de la llamada tercera dimensión por parte de las fuerzas terrestres no es nueva; desde la irrupción del helicóptero durante la guerra de Corea, ningún ejército moderno entra en combate sin contar con estos medios, lo que obliga a las fuerzas terrestres a tomar en consideración la gestión del espacio aéreo bajo su responsabilidad.
Igualmente las doctrinas de combate aeroterrestres, que tuvieron su bautismo de fuego con la Blitzkrieg alemana en los inicios de la Segunda Guerra Mundial, han convertido el apoyo aéreo en algo esencial; especialmente para las más decisivas fuerzas acorazadas, ya que son las más visibles sobre el campo de batalla y requieren de una mayor cantidad de consumibles (especialmente munición y combustible), por lo que tanto los propios vehículos de combate como los suministros son los objetivos más apetecibles para el poder aéreo.
La integración de estos fuegos aéreos, sean orgánicos (helicópteros) o no (fuerzas aéreas), es fundamental para las fuerzas terrestres, así como las medidas defensivas contra el poder aéreo enemigo, asumiendo que el dominio aéreo propio no pueda conjugar esta amenaza obteniendo la consabida ‘superioridad aérea’.
Este punto tiene especial relevancia, pues el uso de drones en el ámbito táctico y sus conocidas capacidades SSL (Small, Slow and Low) los convierten en un elemento no interceptable y casi imposible de destruir apelando al dominio del aire. En este sentido, todos los aerodinos que operan en el espacio de responsabilidad de una fuerza terrestre no solo son parte integrante de esta fuerza, sino que pertenecen al mismo dominio, pese a que sea el aire y no la superficie terrestre su ámbito de actuación; estos dos conceptos, dominio y ámbito de actuación, no son por tanto sinónimos.
Cabe decir que no importa a quien pertenezcan los medios, sea a un ejército de tierra o a otra rama de las fuerzas armadas -generalmente la fuerza aérea (caso de los helicópteros de ataque en muchos países)-, pues el concepto es el mismo, y no es razón por la que debamos asimilar operaciones multidominio o DMO con el dominio terrestre tridimensional en los ámbitos operacional y táctico.
En este trabajo nos centraremos en dicho nivel y en las armas que actúan en él, que son orgánicas de las fuerzas terrestres y que actúan dentro del espacio de batalla exclusivamente terrestre; no requieren por tanto de una gestión del espacio aéreo para operar y su uso puede estar descentralizado.
Los fuegos y el empleo de drones de combate
La integración de los drones tácticos Tipo I (hasta 150 kg) está muy bien estudiada en la mayoría de los ejércitos de referencia, pues su función ISR es un elemento que no suele vulnerar los principios de actuación de las unidades terrestres, siempre que el operador se limite a su Área de Responsabilidad de inteligencia (AIR o Area of Intelligence Responsibility). Esto no es tan sencillo como pudiera parecer, sobre todo si escalamos la misión a la función ISTAR, incluyendo el targeting o localización de objetivos, de la que se beneficia directamente la función fuegos, conducida desde niveles superiores.
No es ningún secreto que los condicionantes de la guerra de Ucrania (y no solo el empleo masivo de drones) ha devuelto un inusitado protagonismo a la artillería de campaña, que gracias a un frente estático y unos pobres elementos C2 (Mando y Control) limitativos de la maniobra, permite a dicha arma dominar el espacio de batalla; esto unido al incremento de su precisión está logrando un enorme impacto operacional.
La artillería trabaja generalmente en favor de la fuerza de maniobra, distribuyendo este apoyo desde los escalones tácticos (BTG) hasta nivel brigada o división, llegando los fuegos más profundos a imponerse sobre la misma maniobra en el plan de operaciones conjunto, como ya vimos en estas mismas páginas. El targeting y el control de los fuegos tiene su propio plan operativo (plan de fuegos) y su herramienta C2 (malla de fuegos, Talos, etc) que actúa de forma paralela a la maniobra y se nutre como ella de un plan de (obtención) inteligencia, lo que posibilita que las herramientas ISTAR participen en la gestión de estos fuegos, aunque no sean orgánicas de la artillería.
Independientemente de que una unidad táctica localice un objetivo con sus propios medios o no, su petición de ‘fuego de apoyo’ se introduce en la malla de fuegos, y será un coordinador de fuegos (Fire Support Coordination Element o FSCE) el que autorice la acción y decida con qué fuegos de entre los que estén disponibles se ejecute, atendiendo a muchas variables que el solicitante no puede tener en cuenta; como la cantidad de baterías artilleras ‘en posición’, el plan de fuegos establecido para la unidad superior, la disponibilidad de munición y, elemento de suma importancia, su interacción en la tercera dimensión, ya que la trayectoria balística de la artillería obús y cohete invade las sendas de vuelo de las aeronaves.
Esta necesidad es la que, por más que los UAV representen una inigualable capacidad de captar información o hacer targeting, no pueden sustituir al coordinador de fuegos o actuar fuera de su control, siendo solo una herramienta en manos de aquel (y de otros estamentos solicitantes de información) para ver mejor y más lejos; hasta tal punto es así, que podrá utilizar los fuegos fuera de las necesidades de las fuerzas en contacto, dejando sentir su acción en profundidad y, como ha demostrado el conflicto ucraniano, pasar a ser un arma de combate directo más que de apoyo al combate. No obstante, esto no significa que en todos los casos, como sí ha pasado en los campos ucranianos, sean las PUs de combate las que tengan el control de los fuegos indirectos y el poder de decisión para utilizarlos.
Con los fuegos que sí son orgánicos de estas unidades pasa todo lo contrario, el jefe tiene la potestad de usarlos en apoyo de su maniobra siempre que lo estime oportuno, pues generalmente el alcance y prestaciones (trayectoria balística) de los mismos no invaden las competencias de otras unidades. Esta máxima es la que se ha roto con la irrupción de los UCAV ligeros, sean de tipo reutilizable o los mal llamados suicidas, más formalmente denominados municiones Loitering Munitions (LM) o municiones merodeadoras, en el caso de nuestro idioma; pues al contrario de lo que se espera de un misil, los UAV trabajan con la dimensión tiempo, pudiendo estar en estación o función exploración/vigilancia un periodo determinado y actuar más allá del área de responsabilidad de su unidad.
Los fuegos de una PU táctica están sujetos a unas órdenes de fuegos que determinan quién, cómo, cuándo y con qué armas se van a batir los objetivos y bajo qué condiciones se realiza el fuego; variables todas ellas ya estudiadas en nuestro trabajo sobre la táctica. Si bien una orden de fuego puede no ejecutarse de forma inmediata, esta queda limitada en el tiempo por motivos obvios, entre los que está la accesibilidad del enemigo, la disponibilidad de munición y la seguridad de las unidades ejecutantes. Igualmente, el alcance de las armas está determinado por la burbuja de fuegos de la unidad, que es aquella área en la que esta tiene autoridad (delegada) para hacer sentir su potencia de combate. De tal forma que la causa/efecto de una acción de fuego se mide en segundos, siendo la trayectoria de proyectiles tan extraordinarios como el MLRS (con una velocidad inicial superior a mach 3) de apenas 120 segundos para batir un blanco situado a 100 km.
El caso de los UAV, como el de los helicópteros de ataque, no queda limitado a un alcance determinado en el que la espoleta del arma debe hacer blanco o autodestruirse; estos medios aéreos tienen la capacidad de orbitar sobre la zona asignada en busca de un blanco, siendo menor el tiempo disponible cuanto más lejos esté su posible objetivo, pudiendo alcanzar su tiempo de vuelo según su categoría en más de 90 minutos, con un alcance hasta los 150 km (equivalente al área de operaciones de una división), según sea la altitud de vuelo y la línea de visión (LOS, Line of Sight) disponible para asegurar la señal.
Existen pues tres características fundamentales que distinguen a un UCAV de un misil o cohete, a saber:
- El tiempo de búsqueda;
- La exposición o alerta previa frente al objetivo;
- La falta de causalidad para el lanzamiento.
Esto último es igualmente muy complejo, pues si en efecto un medio como este se usa en función hunter/killer (búsqueda y destrucción) en lugar de sobre un blanco ya aprobado, asumimos el riesgo de que no se localice un blanco viable, lo que para una munición suicida o de no retorno supone un desperdicio considerable. Si se trata de un UAV reutilizable el problema radica en el retorno a las líneas propias de un sistema con un explosivo armado y, generalmente, con pocas o ninguna garantía sobre su seguridad, requiriendo un laborioso trabajo de desactivación por parte de personal muy cualificado.
Igualmente aunque se pueda establecer una orden coordinada de fuego, solo el operador del sistema tiene la información del objetivo y hace la valoración sobre la conveniencia de batirlo. Es más, con este tipo de munición no existe la posibilidad de coordinar los fuegos de diferentes plataformas, tras las cuales hay siempre un operador dedicado. Es posible establecer una malla C2 para que un centro coordinador pueda mantener el control táctico (TACON) de un conjunto de municiones de estas características (respecto a las cuales es importante entender que no son sistemas de armas, sino municiones), si bien obliga a transmitir la imagen por malla datos de múltiples operadores a un centro de control donde se sitúa el jefe, lo que lo convierte en un sistema demasiado complejo y demandante del elemento transmisiones.
Solo la inteligencia artificial, actuando en el futuro como elemento integrador de un conjunto de estas armas -comúnmente denominado enjambre- podrá recibir un plan de fuegos preestablecido y agilizar la toma de decisión mediante algoritmos de posicionamiento y discriminación de objetivos.
Municiones merodeadoras portátiles
El tamaño de los pequeños UCAV y el tiempo de vuelo que se les exige limitan su capacidad de destrucción (carga de pago) respecto a un misil portátil equivalente, ya que no demandan ni la velocidad ni la trayectoria tensa propia de estos últimos; muy al contrario disponen de notables elementos de sustentación, un bajo consumo relativo (comparado con la propulsión química) y alta autonomía, característica fundamental para determinar su concepto de empleo.
Variantes hay tantas como puedan imaginar, sobre todo si atendemos a las soluciones de fortuna en base a drones comerciales, pero dentro de las municiones militarizadas por fabricantes de reconocido prestigio, podemos establecer un equivalente a los UAV de reconocimiento de los tipos I y II (clasificación OTAN), que no disponen de BLOS (Beyond Line of Sight) como puede ser SATCOM, y para los cuales, por lo tanto, su alcance está limitado por la altitud de operación y el horizonte terrestre, esto es:
TIPO | PESO | CARGA | AUTONOMÍA |
Tipo I.a (Micro) | < 2Kg | 0,5 Kg | 5-10 km |
Tipo I.b (Mini) | 2-20 Kg | 1-5 Kg | 25 Km o 40 min |
Tipo I.c (Small) | 20-150 Kg | 10-50 kg | 100 km o 1,5 hs |
Tipo II (Tactical) | 150-600 kg | 50-100 kg | 200 km o 6 hs |
El hecho de que sean transportables por un solo hombre, como un misil ATGM o MANPADs, no significa que deban reemplazar a las armas de corto alcance orgánicas de las PUs de combate, debido principalmente a su alcance y/o tiempo en estación; siendo más obvio un uso diferente relacionado con la interdicción.
Igualmente, debemos distinguir entre el UAV reutilizable y el de tipo suicida, como las loiterings. El primero es obvio que tras realizar el ataque debe retornar al punto de partida o a uno alternativo donde pueda ser recuperado, lo que limita notablemente su alcance máximo; además obliga a un control continuo por parte del operador y mantener el enlace radio.
Aunque este control hace al sistema vulnerable a las pérdidas de señal, permite al operador controlar el aparato en las fases (consecutivas) en las que se divide el proceso de ataque. Estas fases son conocidas en EEUU como ‘Kill chain’ o cadena de muerte; también definidas formalmente como F2T2EA (Find, Fix, Track, Target, Engage, Assess) que en castellano viene a ser: detección, triangulación, seguimiento, fijación (parámetros de tiro), ataque y valoración de daños.
Por otra parte no debemos olvidar la orografía o perfil del terreno (plano vertical), pues en estos sistemas es básico para medir el alcance efectivo de la señal LOS; por ello algunos UA, aun a pesar de tener un alcance teórico elevado, miden el alcance eficaz en un orden de magnitud muy inferior, siendo en este caso más relevante el factor de ‘tiempo en estación’ a una distancia dada. Debido a esta capacidad de exploración previa, los sistemas de este tipo se denominan ‘Fire & Observed’.
La LM por su parte puede operar con el mismo sistema de control remoto de vuelo/ataque u optar por la guía autónoma. En el primer caso se suele usar un sistema denominado FPV (First Person View), donde el operador desde su pantalla o mediante unas gafas de realidad aumentada actúa en total simbiosis con el sensor del arma; de esta forma puede responder a las maniobras evasivas del blanco, establecer objetivos alternativos o incluso abortar el ataque en todo momento, incluso aunque se doten de modos automáticos de enganche.
Por el contrario, las municiones autónomas liberan al operador de estar controlando el sistema, bien durante la fase de aproximación a la zona de operación (por GPS o giro-inercial), durante la órbita de exploración/búsqueda de objetivos, mediante modos automatizados de discriminación de blancos, o en todo el espectro de misión, incluido el ataque terminal, como haría cualquier misil.
Los ejércitos aún son reacios a dejar en manos de un programa informático la decisión de realizar el ataque o ‘engage’, por lo que se suele implantar un sistema HITL (Human-in-the-Loop), que permite al operador interferir en el proceso para autorizar/cancelar dicho ataque; si esto no existe hablamos de una munición completamente autónoma desde el lanzamiento o Fire & Forget.
El US Army está introduciendo su nueva LM portátil para apoyo directo de sus unidades de infantería; denominado LASSO (Low Altitude Stalking and Strike Ordnance), el programa ha declarado ganadora a la SwitchBlade 600 del fabricante AeroVironment, un arma que ya ha entrado en combate en Ucrania con éxito, especialmente en el ataque a objetivos tácticos como lanzadores SAM o vehículos blindados, pues lleva la misma cabeza de guerra del misil Javelin; esto indica que su uso está orientado a incrementar el alcance efectivo de la lucha contracarro, apostando por la persistencia que le otorga su perfil de vuelo lento (propulsión por motor eléctrico y hélice).
El Javelin, como otros misiles, necesita que el operador le asigne un blanco al lanzamiento, pero al contrario que los guiados por cable de la anterior generación, permite dejar en manos del misil la guía hacia el objetivo, utilizando una cabeza de contraste de imagen mediante un sensor IIR y un CCD (Charge Couple Device), si bien aún conserva el modo HITL (mediante supervisión del operador).
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