Bombas planeadoras

Buscando el equilibrio perfecto entre coste y eficacia

Bomba planeadora rusa FAB-500 a la que se ha acoplado un prototipo de kit de guiado
Bomba planeadora rusa FAB-500 a la que se ha acoplado un prototipo de kit de guiado. Fuente - Duinnps.

La guerra de Ucrania ha puesto de actualidad las bombas planeadoras o deslizadoras (glide bombs). Ingenios que, generalmente, no son sino bombas de aviación dotadas de superficies de control de vuelo, lo que mejora tanto la precisión como el alcance, permitiendo golpear a decenas de kilómetros del punto de lanzamiento. Ideadas hace ya más de un siglo, gracias a la miniaturización de los componentes electrónicos y a la evolución de las tecnologías de posicionamiento tanto inerciales como por satélite, se han convertido en herramientas capaces de infligir un gran daño, manteniendo a la aviación relativamente a salvo de la acción de los antiaéreos enemigos y todo ello a un coste inferior al de los misiles. Ejemplos como las FAB-500 rusas a las que se acoplan kits de guiado UMPK o las AASM galas en servicio en Ucrania demuestran su utilidad. Más interesante es, sin embargo, la tendencia al crecimiento en cuanto a tamaño y potencia que están experimentando, al menos del lado ruso…

La guerra de Ucrania nos ha dejado ya varios ejemplos de cómo la tecnología permite reducir de forma ostensible los costes del armamento, permitiendo soluciones novedosas a problemas casi tradicionales. Un buen ejemplo de esto lo vimos al principio de la guerra, durante sus primeras semanas, cuando la llegada de las armas contracarro entregadas por sus aliados a Ucrania hizo posible infligir un gran número de bajas a las columnas mecanizadas rusas en su avance hacia el interior del país.

Sistemas como los archiconocidos misiles Javelin o los NLAW, entre otros, lo que hacían en realidad era ofrecer a los ucranianos una posibilidad de hacer frente a otros sistemas de armas mucho más complejos, como los carros de combate de las series «T» o los vehículos de combate de infantería y blindados de transporte rusos, por una fracción del coste, especialmente cuando se utilizaban en combinación con las posibilidades que, en cuanto a reconocimiento, ofrecían los drones comerciales.

Lo mismo que ocurría con los MANPADs tipo Stinger o sistemas SHORAD basados en ellos, como los STARStreak de Thales enviados por el Reino Unido. Diseños que permitieron a Ucrania negar a Rusia la posibilidad de emplear sus helicópteros de combate -parte sustancial de su doctrina de guerra en profundidad- infligiendo terribles bajas a la flota de ala rotatoria.

En una fase posterior, han sido los drones comerciales letalizados, como los drones tipo FPV (First Person View) los que han permitido rebajar, respecto a las armas contracarro entre uno y dos órdenes de magnitud el precio de dejar fuera de combate un carro de combate o blindado enemigo. En este caso, tenemos sistemas que son comparables por sus efectos al de los misiles tipo Javelin -incluso en su capacidad de ataque top-down-, pero que en lugar de irse a cifras de cinco y seis dígitos, no llegan en muchos casos al millar de euros (teniendo en cuenta que en muchos casos, hablamos de trabajadores voluntarios).

En el apartado naval, nos encontramos con que a falta de buques de guerra de cierto porte, armados con misiles antibuque y capaces de hacer frente a la Marina de guerra rusa en el teatro del mar Negro, Ucrania ha sabido recurrir en primer lugar a los misiles de lanzamiento terrestre y, cada vez más, al empleo de drones navales. Modelos como los ya famosos Magura V5, aunque no son exactamente baratos, sí lo son más que los buques de guerra y que algunos misiles, habiendo logrado hasta el momento cobrarse varias bajas de relumbrón.

En otro orden de cosas, la renuncia por parte rusa a seguir adelante con el desarrollo del «revolucionario» carro de combate T-14 Armata -y seguramente con todos sus derivados-, mientras confía la guerra en su mayor parte a las mil y una variantes del T-72 o a blindados que figuran por millares en sus depósitos, como los MT-LB, nos habla de cómo el coste ha sido y el lo que define en buena medida la valía de un sistema.

Al fin y al cabo, en un momento en el que la sensorización del campo de batalla y la disponibilidad de armas de precisión baratas han provocado un estancamiento que es estructural y no fruto de la coyuntura, es más relevante disponer de grandes números de armas, sistemas y plataformas baratos, que del último grito en cuanto a tecnología. El papel jugado por los Leopard 2 o Abrams en un entorno plagado de minas, infestado de drones y en el que la artillería tarda minutos en hacer fuego preciso contra cualquier intento de avance, así lo demuestra.

Es pues comprensible que, en un ambiente en el que los aviones de ataque a tierra y los bombarderos tácticos no pueden operar con seguridad -de hecho, las cifras de bajas han sido altísimas cuando se ha intentado- y en el que los misiles de crucero, como armamento stand-off más efectivo, constituyen activos demasiado caros, se hagan buscado soluciones que permitan: 1) seguir utilizando la aviación, aunque a distancia prudencial; 2) disponer de armamento de precisión capaz de golpear instalaciones concretas o posiciones defensivas determinadas maximizando el daño causado, y; 3) hacerlo a un coste razonable.

Es aquí en donde entran las bombas planeadoras, bombas deslizadoras o glide bombs. Estas, aunque como veremos hay distintas aproximaciones, son en muchos casos bombas de caída libre a las que se han acoplado kits dotados con superficies de control de vuelo, así como sistemas de guiado, generalmente GPS/GLONASS. Esto permite no solo que se deslicen planeando -de ahí su nombre- durante decenas de kilómetros una vez se procede a su suelta desde el avión aprovechando la velocidad que llevaba el aparato, sino también que pueda orientarse su rumbo hacia un objetivo concreto con una precisión más que aceptable.

También utilizar a conveniencia el enorme inventario disponible para muchas potencias de bombas de caída libre, dándoles así una segunda vida, ahora que los bombardeos indiscriminados no parecen la opción más adecuada ni en términos morales, ni puramente prácticos. Todo ello sabiendo, además, que en muchos casos su poder destructivo, al portar centenares de kilos de explosivo, es devastador. Algo que las hace especialmente útiles cuando consiguen dirigirse contra posiciones reforzadas, de las que la línea de frente en Ucrania está plagada por ambas partes. Y no sólo, pues las bombas planeadoras, en manos rusas, se han convertido también en una alternativa/complemento a los drones Lancet, empleándolas contra objetivos de alto valor, como radares o sistemas antiaéreos entre otros, solo que con una diferencia abismal en cuanto a poder destructivo.

https://twitter.com/raging545/status/1765844221397729476

Origen y evolución de las bombas planeadoras

Las bombas planeadoras tienen su origen en la Primera Guerra Mundial. De hecho, fue en las primeras fases de esta cuando el Dr. Wilhelm von Siemens propuso, aunque para el dominio marítimo, el empleo de torpedos acoplados un sistema de planeo, lo que permitía que llegasen por aire a las cercanías del buque objetivo, soltándose posteriormente el arma para que esta hiciese blanco. Para dotarlo de precisión, el conjunto estaba conectado por cable con su operador, lo que permitía incidir sobre el rumbo del aparato.

En este caso, que muchos consideran más que el antecesor de las bombas guiadas, el de los vehículos no tripulados, se llevaron a cabo diversos vuelos de pruebas entre 1915 y 1918, sumando al diseño original otros de mayor tamaño o que incluían diversas mejoras. Los test se llevaron a cabo tanto desde aviones, que los transportaban bajo sus alas, como desde zepelines, logrando distancias de planeo de cerca de cinco millas en el mejor de los casos.

Plano de un torpedo planeador Siemens
Plano de un torpedo planeador Siemens. Fuente – Flyingmachines.ru.

A partir de ahí, el siguiente paso sería dado también por los alemanes, concretamente durante la Segunda Guerra Mundial. Una vez más trataron de responder al desafío que planteaba alcanzar objetivos relativamente pequeños como son los buques de guerra -hay que tener en cuenta los medios de apuntado de la época y el gran CEP (Círculo de Error Probable) de las bombas de caída libre-, en este caso modificando una bomba perforadora SD 1400 de 1.400 kg alumbrando lo que se conocería por parte aliada como como «Fritz-X» por la forma que le conferían sus superficies de control. El guiado funcionaba, ya que en la época no había más posibilidades que las ondas de radio o el cable (imposible en este caso), mediante control remoto.

Respecto a sus capacidades, hay fuentes que hablan de un CEP (teniendo en cuenta que se define como el radio del círculo dentro del cual la probabilidad de que impacte una ojiva, un misil, una bomba o un proyectil es del 50%), si sus operadores estaban bien entrenados, de apenas 14 metros lanzándolas desde entre 4.000 y 8.000 metros de altitud (entre 13.000 y 26.000 pies). Un logro sin duda notable para la época y seguramente suficiente, de hecho, pues la manga de muchos acorazados rondaba la treintena de metros.

El modelo resultó, con todo, un éxito solo relativo. Si bien lanzadas desde 20.000 pies -es decir, por encima de las defensas antiaéreas de la época- eran capaces de atravesar 28 pulgadas de blindaje y lograron algunas piezas de relumbrón, como el acorazado italiano Roma, lo cierto es que nunca pudieron ser empleadas en gran número. Más allá del coste o complejidad técnica (apenas se produjeron unas 2.500 unidades), tenemos por una parte que los bombarderos desde los que eran lanzadas pasaron, una vez se constató la superioridad aérea a aliada, a no poder operar con la libertad suficiente. Por otra, que el sistema de control era susceptible a las contramedidas electrónicas, que podían interrumpir la comunicación entre la bomba y su operador o bien suplantarla.

Bomba guiada alemana "Fritz-X"
Bomba guiada alemana «Fritz-X». National Air Museum of the United States Air Force.

Los aliados también hicieron sus pinitos con este tipo de diseños. Por ejemplo, los estadounidenses contaron con la GB-1 o «Grapefruit bomb» («Bomba pomelo»), modelo que se impuso a otros intentos, como las GB-2 y GB-3 a la hora de ser seleccionadas por la aviación del Ejército, ya que todavía no existía la actual Fuerza Aérea. En este caso, como se puede ver en la imagen bajo estas líneas, hablamos de una bomba de aviación de 2.000 libras a la que se le adosaba un ala en la parte superior, así como una superficie de estabilización a cola.

La empresa responsable, Aeronca Aircraft (actualmente una división de Magellan Aerospace) diseñó un conjunto que únicamente podía variar el rumbo en azimut, manteniendo el rumbo deseado. Aun así, lanzada a 230 millas por hora, era capaz de recorrer alrededor de 20 millas antes de impactar contra su objetivo, lo que permitía mantener a los bombarderos que las transportaban a distancia suficiente de las defensas antiaéreas enemigas.

Sin embargo, su precisión seguía siendo muy limitada a pesar del mecanismo de guiado, lo que hizo que su eficacia no fuese la deseada ni en el caso de la GB-1, ni en el de su gemela antibuque -recurriendo a un torpedo, como en el caso de von Siemens-, la GT-1. De hecho, apenas llegaron a producirse un millar de unidades, algunas de las cuales fueron utilizadas por ejemplo sobre Colonia. Desgraciadamente para los estadounidenses, tampoco los intentos por desarrollar variantes con guiado por TV o con sistemas de búsqueda activos fructificaron, dadas las limitaciones técnicas de este periodo.

https://www.youtube.com/watch?v=E54aSgy7ntk

Como quiera que no pretendemos hacer un repaso exhaustivo, ya que no es el objetivo de este artículo, dejaremos de lado algunos de los desarrollos británicos, entre otros. De hecho, lo que perseguimos con estas líneas es demostrar por una parte que las bombas planeadoras no son un invento en absoluto nuevo, por otra que han sido la reducción de costes, la miniaturización y el guiado por satélite las que han hecho posible su desarrollo actual y, por último, que su evolución va en la línea de otros avances relacionados con lo que podría ser una «Tercera Revolución Militar», caracterizada por el uso intensivo de la información en todas sus formas.

Pasaremos, por tanto, obviando el salto temporal, al corazón de la Guerra Fría, en concreto a la larga serie de conflictos que la historia ha agrupado bajo la etiqueta, engañosa, de «Guerra de Vietnam» y que se extendieron desde la segunda mitad de los cuarenta, con la Guerra de Indochina, hasta mediados los setenta, con la caída de Saigón.

Durante este periodo, los estadounidenses experimentaron con conceptos como el representado por la bomba planeadora AGM-62 Walleye, desarrollada por Martin Marietta (germen, junto a Lockheed Corporation, de la actual Lockheed Martin), que estuvo en servicio hasta los años 90. En este caso, superando los problemas técnicos que eran imposibles de solventar en la Segunda Guerra Mundial, el guiado se hacía vía TV, pudiendo el piloto ver en una pantalla las imágenes captadas por una cámara situada a proa del ingenio, gracias a las cuales podía fijar un punto de impacto, al que la bomba se dirigía sin necesidad de intervención posterior una vez lanzada, permitiendo el tan ansiado fire & forget (dispara y olvida).

Como puede suponerse, el desarrollo no quedó aquí, sino que se fueron diseñando y produciendo ulteriores variantes: 1) con alcance extendido; 2) aptas para transportar ojivas nucleares de bajo rendimiento (tácticas) W-72; 3) dotadas con un enlace de datos AN/AWW-9 que permitía su empleo más allá del alcance visual, etc. Todo lo cual hizo posible que incluso en 1991, cuando llegó el turno de empleo de armas más modernas durante la operación «Tormenta del Desierto», la Walleye siguiese teniendo su nicho y, por lo tanto, siendo empleada.

https://www.youtube.com/watch?v=cPgVsz_TnkE

Y de ahí, ya como consecuencia de la Second Offset Strategy estadounidense posterior a la salida de Vietnam y de toda la cadena de avances técnicos, muchos de ellos relacionados con la microelectrónica, que esta acarreó, pasamos a los años 80 y 90, en los que el empleo de bombas guiadas de todo tipo, así como de misiles, se multiplicó en consecuencia. Es por estas fechas que tienen su origen algunos de los desarrollos generalizados posteriormente, desde la AGM-154 Joint Standoff Weapon (JSOW) de Texas Instrument (posteriormente Raytheon) a los kits de guiado Joint Direct Attack Munition (JDAM) que, estos sí acoplados a bombas convencionales, como las Mk 84, permitían convertir con un coste cada vez más aceptable municiones «tontas» en «inteligentes».

La evolución, de hecho, no ha cesado desde entonces. Buena muestra de ello son las actuales GBU-39 Small Diameter Bomb (SDB), de apenas 250 libras (110 kilogramos). Estas, debido a su precisión, que se ha maximizado hasta apenas 1 metro de CEP, permiten no solo por una parte hacer el mismo daño con menor carga explosiva sino, como consecuencia, que un mismo aparato transporte un mayor número de ingenios, pudiendo así batir más objetivos en una misma salida.

Las bombas planeadoras soviéticas

Al lector quizá le extrañe que hayamos hablado sobre bombas planeadoras nazis, británicas y estadounidenses, pero no soviéticas, cuando esta superpotencia se hizo, sin ir más lejos, con buena parte de las tecnologías desarrolladas por la Alemania de Hitler tras ocupar la parte oriental del III Reich. Además, la Unión Soviética, ya antes de esto, contaba en los años 30 con la flota de bombarderos más importante del mundo, disponiendo de más de 800 Tupolev TB-3 desde los que hacer uso de de todo tipo de ingenios, con lo que habría resultado ilógico no intentar, al menos, algún tipo de desarrollo. Y de hecho, los hicieron. De todo tipo, además.

Es más, no es en absoluto de extrañar, pues durante un tiempo la Unión Soviética llegó a bullir literalmente de ideas novedosas relativas a la forma de librar la guerra. En algunos casos, por el simple hecho de que el nuevo gobierno había logrado dar medios y objetivos a los científicos y técnicos del país, ahora reunidos en instituciones de investigación estatales. En otros, como consecuencia de la difusión de las ideas de los teóricos del arte operacional, nacidas con la intención de dar carpetazo al estancamiento propio de la Primera Guerra Mundial y que, a la postre, permitieron dar sustento a los avances en cuanto a guerra mecanizada y armas combinadas.

Por ejemplo, a principios de los años 30 y siguiendo un esquema muy similar a otros que hemos visto anteriormente, lograron desarrollar una variante planeadora de las bombas de caída libre AF-82 simplemente situando un añadido a cola y una pequeña ala atornillada al cuerpo de la misma. No fue un experimento exitoso, en tanto no había ningún mecanismo de control o guiado y lo único que se lograba era aumentar la distancia que el proyectil era capaz de recorrer desde el lanzamiento, pero sin ningún control sobre su trayectoria. Aun así, inició un camino que sería seguido con otros modelos.

Bomba planeadora soviética AF-82
Bomba planeadora soviética AF-82. Fuente – Alternathistory.ru.

Otro buen ejemplo, que data de finales de los años 30 e implicó al Instituto de Investigaciones Científicas Reactivas (RNII-24) fueron las KAB-436 y KAB-5103, guiadas por fotocontraste, mediante una fotocélula que escaneaba el flujo de luz entrante, permitiendo discriminar los puntos oscuros cuando eran lo suficientemente prominentes. De esta forma podían distinguir la silueta de un buque de guerra frente al azul del mar y del cielo. El sistema de estabilización era bastante rudimentario, permitiendo su orientación en altura, con lo que para hacer blanco debían estar perfectamente apuntadas en cuanto a azimut, lo que obligaba a los aparatos a acercarse bastante al objetivo.

En el primer caso, se trataba de una bomba ligera, destinada a batir buques de superficie ligeros. La KAB-5103, por su parte, debería haber permitido destruir buques con un importante blindaje. Desgraciadamente para la aviación soviética, y aunque ambos modelos realizaron diferentes pruebas antes de que la Alemania nazi se lanzara contra la URSS, una vez el país se vio arrastrado a la Segunda Guerra Mundial, los desarrollos cesaron. Siguiendo las lógicas de una potencia terrestre, todo lo que tenía que ver con la guerra naval quedó relegado a un plano secundario, con lo que los recursos pasaron a desviarse a problemas más acuciantes.

Bomba planeadora soviética KAB-436
Bomba planeadora soviética KAB-436. Fuente – Fondzeppelin.

Más capaz era -o debió haber sido- la PRAB-203, que además utilizaba un motor cohete en su etapa más inicial, otorgando propulsión adicional durante apenas 3 o 4 segundos una vez se daba la orden de lanzamiento. En este caso, con una longitud de 2,58 metros y un diámetro de 2,03 metros, así como con una envergadura de 1,15 metros, disfrutaba de un alcance de entre 35 y 40 kilómetros en condiciones óptimas.

Además de estas, la Unión Soviética también hizo sus intentos relativos al diseño de torpedos voladores o «aviones-torpedo», para ser lanzados desde sus Tb-3. En este sentido, se hicieron varios desarrollos, todos ellos guiados por radio, aunque el apuntado era visual, dependiendo de la agudeza del operador a bordo del bombardero, lo que limitaba el alcance real, a pesar de que sobre el papel este pudiese ser de decenas de kilómetros. En cualquier caso, como hemos adelantado, la inmensa mayoría de proyectos soviéticos quedaron suspendidos con la entrada en la guerra, además de por las razones dadas, porque había limitaciones tecnológicas en la época que dificultaban sobremanera el convertir las ideas en armamento capaz y a un coste aceptable.

Al final, hay que tener en cuenta que la Unión Soviética, si por algo destacó desde sus inicios -y se vería a las claras durante la Segunda Guerra Mundial- fue por el desarrollo alcanzado en todo lo relativo a la cohetería. Es decir, que se centraron en lo que era técnicamente viable en la época, apostando por la producción en masa de millones de cohetes, como los que lanzarían desde los famosos «Órganos de Stalin» o Katiushas, de los que decenas de miles llegaron a entrar en servicio y que permitían batir por saturación en lugar de por precisión.

Bomba planeadora asistida por cohete PRAB-203
Bomba planeadora asistida por cohete PRAB-203. Fuente – Secretprojects.uk.

¿Por qué hoy sí y hace un siglo no?

Como hemos visto, los primeros intentos de fabricar bombas planeadoras o deslizadoras datan de un siglo atrás. Por distintas razones, en su día no pudieron convertirse en una solución aceptable a los problemas que planteaba el campo de batalla. No es un fenómeno nuevo, pues por ejemplo con la pólvora ocurrió algo similar: únicamente cuando el compuesto entró en contacto con el caldo de cultivo adecuado (la Europa medieval), se reunieron todos los elementos necesarios para que se produjese la «magia», comenzando un ciclo de iteraciones sin parangón que llevó en un plazo de pocas décadas a desarrollar cañones y posteriormente armas ligeras cada vez más eficaces.

En el caso que nos ocupa, muchas de las tecnologías necesarias para que las bombas planeadoras se generalizasen ya estaban disponibles al comienzo de la invasión rusa de Ucrania. De hecho, como sabemos en los Estados Unidos llevan siendo una realidad desde hace décadas, formando parte integral de sus inventarios y habiendo sido empleadas con profusión en distintos escenarios. Lo que no había ocurrido era que se diesen los incentivos necesarios como para que operadores no occidentales pasaran a usarlas en cantidad, evolucionando rápidamente sus diseños, abaratándolos y transformándolos en soluciones aceptables para una serie de problemas a los que no podían dar respuesta por otras vías.

Curiosamente, como hemos explicado en el epígrafe anterior, entre los pioneros en el desarrollo de bombas planeadoras estaban los soviéticos, que pretendían, entre otras cosas, dotar a sus fuerzas armadas de herramientas que evitasen el estancamiento observado durante la Primera Guerra Mundial, devolviendo así la movilidad al campo de batalla. Las situación actual en Ucrania, como sabemos, guarda notables semejanzas con lo visto en la campiña europea entre 1914 y 1918. Paralelismos motivados nuevamente por una serie de avances técnicos que han favorecido la defensiva frente a la ofensiva, aunque los elementos implicados sean en muchos casos diferentes de los de hace un siglo.

En este contexto, no es tan extraño que algunas de las soluciones a las que se recurre sean parecidas a las de entonces. Al fin y al cabo, la necesidad es la misma: devolver la movilidad al campo de batalla, lo que pasa por atacar más allá de la línea del frente (nivel táctico), plagada de construcciones defensivas y de armas capaces de detener cualquier avance terrestre, de forma que por una parte se interrumpa el ciclo de decisión enemigo (por ejemplo atacando los centros de mando) y, por otra, su logística se vea afectada, haciendo que las unidades en el frente pierdan parte o toda su capacidad combativa (atacando así en el nivel operacional). De hecho, las bombas planeadoras no han sido, ni mucho menos, las únicas herramientas empleadas para este propósito. Antes de esta fase de la guerra hemos visto cómo se utilizaba la artillería de precisión de largo alcance, incluyendo los cohetes guiados lanzados desde los M-142 HIMARS o incluso misiles balísticos sobrados de años que aun así se han demostrado útiles para atacar, en algunos momentos, concentraciones de tropas, puntos de acumulación de material u objetivos sensibles.

Por otra parte, hay que tener en cuenta que, a diferencia de 1916, el campo de batalla actual es mucho más extenso en cuanto a profundidad, al tener la artillería -tanto de campaña como antiaérea- un alcance mayor, poder los ejércitos negar el uso del espacio aéreo a gran distancia, existir posibilidades en cuanto a comunicaciones (vía satélite, sin ir más lejos) que eran impensables en la Gran Guerra, etc. Todo lo cual impone la necesidad de armas capaces de recorrer ese espacio adicional, pero también de disponer de medios de observación y reconocimiento que permitan localizar blancos de alto valor, sean drones o satélites –incluso a través del acceso a las redes comerciales, aunque sean de tus competidores, como está haciendo Rusia-, equipos de escucha electrónica, etcétera, a lo largo de enormes extensiones de terreno. Algo que, una vez más, no era posible hace un siglo, pero sí lo es ahora.

En resumen, a lo que hemos asistido en los últimos meses es a cómo se han dado los elementos necesarios para que actores diferentes de los Estados Unidos puedan pasar a hacer un uso intensivo de las bombas planeadoras –se habla por parte ucraniana de hasta 50 diarias-. Algo que, por cierto, plantea una cuestión interesante que tiene que ver con la forma en que la innovación militar suele funcionar. Nos referimos al hecho de que el primero en adoptar un avance, sea el que sea, si bien durante un tiempo se ve favorecido por la capacidad extra que este le aporta, posteriormente suele verse superado por aquellos que son capaces de beneficiarse de nuevos métodos de fabricación más baratos o formas de uso más imaginativas.

Es decir, que podría ocurrir que en este sector, al igual que en otros como el de los drones, aquellos que están aprovechando: 1) las posibilidades derivadas del alto ciclo de iteración propio del campo de batalla ucraniano; 2) las ventajas que ofrecen el mercado chino, los componentes COTS o la impresión 3D y; 3) el hecho de no contar ni con empresas ni con estructuras de ningún tipo que ofrezcan inercias perjudiciales, podrían no solo recortar terreno, sino llegar a liderar los avances en los próximos años, con lo que ello implica.

https://twitter.com/REjercitos/status/1469678009024143366

Bombas planeadoras en las las Fuerzas Armadas ucranianas

Durante muchos meses, desde el Ministerio de Defensa de Ucrania han solicitado a los Estados Unidos el envío de bombas planeadoras asistidas por cohete, así como JDAM, al igual que cazabombarderos o misiles ATACMS. Todo con la intención de poder seguir golpeando en profundidad, especialmente una vez Rusia acometió distintas adaptaciones para hacer frente a la amenaza que suponían los cohetes guiados lanzados por los M142 HIMARS o las municiones tipo Excalibur en el caso de los obuses de 155mm. Una petición que hicieron extensiva a otros socios como Francia o el Reino Unido.

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