Acercarse a una realidad no europea u occidental no es misión sencilla, teniendo que atender a diversos factores sociopolíticos que, en ocasiones, distan mucho de nuestra cotidianidad. Acercarse al Magreb, por tanto, implica comprender la composición política de los Estados que lo conforman, la evolución histórica que constriñe el devenir de sus pueblos y mandatarios y, por supuesto, las amenazas que afrontan esos Estados y sociedades, ya sea de forma autónoma o en conjunto.
El grupo de Estados que forman el Magreb está compuesto por: Argelia, Marruecos, Mauritania, Túnez y Libia. De esta forma, analizaremos el Magreb como un complejo regional donde existen relaciones de poder históricas y estrategias enfrentadas, destacando las dos potencias regionales, Argelia y Marruecos. Estos dos Estados, atendiendo a los aspectos tradicionales del poder como la territorialidad, la población, su economía o la influencia religiosa o diplomática, pueden definirse como dominantes a nivel regional. Dado el estado actual de Libia, inmersa en una guerra civil y tras la caída del dictador Muamar el Gadafi, podemos considerar que su influencia regional es limitada o que ocupa un papel por definir en el futuro.
Así, algunos autores entienden que el Magreb, como realidad política, puede ser considerado un sistema político bipolar, con la dominancia de las dos potencias y la debilidad del resto de países, como Estados menores. Esta bipolaridad se traduce en una competencia estratégica por el liderazgo regional del Magreb que no encuentra ni canales diplomáticos ni fronteras comerciales abiertas, lo cual recrudece una tensión latente que tuvo como punto de fricción la Guerra de las Arenas (1963)[1]. Como veremos más adelante, la territorialidad disputada que generó estos enfrentamientos se encuentra en el epicentro de la seguridad y el liderazgo regional.
El complejo de seguridad del Magreb
La competición estratégica entre ambas potencias se extiende a todos los ámbitos de la vida política regional. Si bien podemos encontrar numerosos ejemplos de declaraciones políticas cruzadas entre ambos países culpándose de la inestabilidad, la insurgencia, el tráfico de drogas o las rutas de migrantes; este fuego cruzado también se advierte a la hora de la constitución de canales de comunicación, foros y organizaciones regionales. Es decir, en el Magreb existen organizaciones regionales e internacionales donde ambas potencias se encuentran inmersas, pero que se caracterizan por la carencia de acuerdos vinculantes, véase la Liga Árabe o la Unión Africana. A su vez, también podemos encontrar organizaciones donde la ausencia de alguna de las dos potencias las convierte en inoperativas, carentes de legitimidad o instrumentos de poder de alguna de ellas; el ejemplo más perverso es la Unión del Magreb Árabe (UMA), bloqueada por ambas potencias.
Así, la situación política se traslada a la actividad económica, donde encontramos claras consecuencias de la congelación diplomática como la ausencia de Argelia en los Acuerdos de Agadir de 1997[2] o la tardía inclusión argelina en la Zona Panárabe de Libre Comercio (PAFTA)[3] en 2009. Esta frontera económica entre ambos países se ve apaciguada gracias a las distintas iniciativas económicas de la Liga Árabe como el Fondo Árabe para el Desarrollo Económico y Social (FADES) y otras como Organización de la Cooperación Islámica (OIC), donde Marruecos encuentra una mejor posición gracias a su cercanía a los Estados de la Península Arábiga. Quizá la mayor diferencia en el panorama geoeconómico entre ambos países sean los intentos de adhesión de Argelia a la Organización Mundial del Comercio (OMC), mientras que Marruecos es miembro desde 1995. No hablemos, aún, de un futuro acuerdo para la Zona de libre comercio continental africana (AfCFTA), donde Marruecos es uno de los Estados reticentes en la negociación.
Otro de los acontecimientos destacables en esta competición regional es la posibilidad de una disuasión vía interdependencia económica. Esta posibilidad se exploró con el planteamiento del gasoducto Magreb-Europa (GME), conocido como Pere Duran Farrel (GPDF). Este gasoducto obligaría a ambos Estados a cumplir sus obligaciones de control, gestión y mantenimiento común, sin embargo, Argelia desplegó unilateralmente el gasoducto submarino de Medgaz-España en 2011; eliminando esta posibilidad de acuerdo y el despliegue de medidas de confianza mutua entre los dos países enfrentados.
Entre otras explicaciones a estos acontecimientos, podemos señalar una aclaración de Esther Barbé (2007) que destaca una característica principal para entender el comportamiento de algunos Estados, su edad. Otra explicación a esta disparidad regional que se traslada a nivel internacional es el cariz de los sistemas políticos, líderes y socios con los que contaban ambos países a la hora de un cambio geopolítico, de un mundo bipolar a uno unipolar tras la Guerra Fría.
Esta realidad refleja un complejo de seguridad de bajo nivel o la ausencia de una comunidad de seguridad. Los conflictos que tienen lugar en el Magreb, Mashrek o Sahel no encuentran un foro y una respuesta común debido a que se encuentran condicionados por la competición entre ambas potencias. Sin embargo, eso no significa que existan respuestas, debido a que sí existen paraguas de seguridad, en este caso, cruzados. Tanto Argelia como Marruecos dedican severos esfuerzos para construir sus áreas de influencia de forma que resulten atractivos y legítimos. Por parte de Argelia, destacamos la iniciativa del Comité del Estado Mayor de Operaciones Conjuntas (CEMOC), basado en la cooperación antiterrorista más allá del Magreb, incluyendo a Malí, Níger, Mauritania y Libia. El cometido del gigante magrebí es la construcción de un espacio de seguridad común sin Marruecos y, aunque cuente con sus limitaciones, ha logrado avances en materia de seguridad, como la creación de un servicio de inteligencia conjunto, el UFL[4] (Mora Tebas; 2015). La respuesta marroquí ante tales ambiciones consiste en alzarse con el liderazgo de la Comunidad de Estados Sahel-Saharianos (CENSAD) tras la caída del carismático Gadafi; y reforzar su relación con el régimen saudí a través de la Coalición Islámica contra el Terrorismo (IMAFT), donde participan todos los Estados del Magreb y el Sahel, excepto Argelia (Echevarría; 2015).
Por su parte, países de la Unión Europea como Francia y España apuestan por la resolución de conflictos a través de las iniciativas del G5 Sahel (G5S), al que no pertenecen ni Argelia ni Marruecos y donde se ha desarrollado la Operación Barkhane. Así, englobando esta situación, podemos considerar que las relaciones regionales del Magreb se mueven por la desconfianza mutua y la rivalidad entre las dos potencias, desde el plano político hasta el militar, agudizando cualquier amenaza que surja en su entorno. Estas amenazas no son pocas y afectan a todos los países del Magreb, como veremos más adelante.
El otro elemento que deteriora el complejo de seguridad magrebí es el conflicto de baja intensidad al que responden las tensiones entre Argelia y Marruecos, desde la tregua que puso fin al conflicto árabe-árabe. Este conflicto enquistado posee muchas lecturas y no existe ánimo de profundizar demasiado en ello. Sin embargo, podrían mencionarse las reclamaciones territoriales y fronterizas de Marruecos, las acusaciones de financiación marroquí a las organizaciones islamistas durante la Década Negra argelina[5] frente a la financiación al Frente Polisario por parte de Argelia y la concepción alauita del Gran Marruecos[6]. Es decir, existen numerosas capas dentro de esta competencia por el liderazgo regional donde el poder relativo obtiene más valor que el absoluto, es decir, que el enfrentamiento directo entre ambas potencias.
Para Laurence Thieux (2014), este conflicto de baja intensidad se encuentra instrumentalizado por ambas potencias por varios motivos, desde el control de las tensiones internas hasta el liderazgo regional que se encuentra en juego. Así, Marruecos trata de vestir de estabilidad política la ocupación del territorio frente a un posible escenario de independencia que desestabilizase la región. Sus aspiraciones en el Sáhara Occidental atienden a cuestiones económicas y territoriales, desde la pesca hasta la extracción de fosfatos. El reconocimiento del Sáhara Occidental como parte integrada o adscrita a Marruecos supondría un paso enorme en sus aspiraciones territoriales, ganando así fachada atlántica (y sus respectivas aguas territoriales) e influencia en el Sahel.
Por su parte, Argelia ha sido un férreo defensor de la independencia del Sáhara Occidental, dando cobijo y apoyo tanto a los refugiados saharauis en Tinduf (Argelia) como al Frente Polisario en los territorios liberados[7]. Entendiendo como inadmisible la ocupación del Sáhara Occidental por considerarla una amenaza potencial marroquí. Esta amenaza consistiría en la expansión territorial (llegando a ocupar 712.550 km2), el contacto directo con los países del Sahel, cuyo acceso obligatoriamente pasa por Argelia y el Sáhara Occidental.
Además, Argelia entiende que podría llegar a tener acceso, operar e inclusive, negar a Marruecos el acceso al Atlántico, puesto que, siendo el Frente Polisario su adalid, en una supuesta independencia, podría obtener privilegios de construcción, de comercio y militares en el nuevo país magrebí. Por otro lado, el apoyo al Frente Polisario se ve supeditado a la realidad argelina, actualmente convulsa; aunque en los últimos años se han sucedido avances en la lucha de liberación. Entre otras cosas, debido al obsoleto, aunque numeroso contingente marroquí, que se encuentra desplegado en el muro de seguridad, el líder del Frente Polisario, Brahim Gali, está decidido a devolver a la población a los territorios liberados, comenzando por una nueva capitalidad en Tifariti. Entre otras cosas, la realidad del Sáhara Occidental motiva a Marruecos a modernizar sus fuerzas mecanizadas y la artillería, instalada en la frontera con el Sáhara. De ahí que, podamos encontrar en esta necesidad, parte de la motivación de los planes de modernización y desarrollo de las fuerzas terrestres marroquíes.
Finalmente, algunos autores como Mohsen-Finan (2007) atienden a que, dada la inestabilidad interna que poseen tanto Marruecos en la región del Rif, como Argelia en la región de Cabilia, una resolución de independencia al conflicto saharaui podría abrir la puerta a la regionalización del Magreb y el agravamiento de estas tensiones. Esto es un aspecto a considerar como posible escenario futuro a calibrar por ambas potencias. Ya que, la división de países por poderes enfrentados, la aparición de grupos armados y contrapoder y las regiones que retroalimentan la insurgencia están a la orden del día en el norte de África y el Sahel, véanse escenarios malienses, libios o sudaneses, aunque posean particularidades distintas.
Dos estrategias y modelos de actuar hacia el exterior
Dicho esto, ambos países se encuentran enzarzados en una competición por el poder relativo, es decir, de uno frente al otro, que no desemboque en un conflicto directo y abierto; aunque cada uno mantiene sus propias estrategias y disposiciones para tratar los asuntos exteriores.
Si bien Argelia se ha caracterizado históricamente por mantener una doctrina de no intervención en los conflictos exteriores, la senectud y el posterior fallecimiento de su líder, Abdelaziz Bouteflika, han determinado la caída en desgracia de su fama diplomática (Benchiba, 2017). Este planteamiento, que consiste en la resolución diplomática de los conflictos, la apuesta argelina por liderar dichos procesos y convertirse así en un representante legítimo en el mundo árabe para con las organizaciones internacionales; responde a la complicada situación interna que lleva viviendo el país desde su independencia y su recelo a las injerencias extranjeras. La razón de ser de esta doctrina se puede encontrar en su historia reciente, marcada por la Guerra de Independencia (1954-1962) y la Guerra Fría, reforzando su carácter aislacionista, socialista/militarista y receloso de las potencias occidentales; y la Década Negra (1991-2002), donde se acusan numerosas acciones encubiertas. Sin embargo, su falta de voluntad a la hora de atender las necesidades de sus vecinos magrebíes, como la economía e inestabilidad tunecina o el terrorismo maliense han propiciado la aparición de nuevos actores en el Magreb y en el Sahel, destacando las inversiones estadounidenses, qataríes, turcas y chinas en materia de seguridad, infraestructuras, aportaciones culturales y activos financieros. Así, el no intervencionismo en aspectos no militares o una política exterior congelada ha llevado a Argelia a convertirse en un gigante inútil o incapaz de controlar lo que para sí sería su órbita de poder o patio trasero y lo que es aún más escamoso para las élites argelinas, no han conseguido suplantar el liderazgo francés en la región.
Así, dado los acontecimientos de la última década en el Magreb, algunos autores entienden que se han quebrado los cimientos de esta doctrina hierática. Los primeros pasos hacia un replanteamiento de su modelo de acción exterior fue la intervención en Túnez tras la caída de Ben Alí contra los grupos islamistas (Ghilés & Kharief, 2017). Luego, existen acusaciones de intervencionismo encubierto por parte de Argelia en los países del CEMOC como Malí y Níger y otros como Libia, con contingentes de hasta 5000 efectivos de fuerzas especiales (Hellerstein, 2016); acusaciones elevadas de nuevo en 2018 por parte de Khalifa Belqasim Haftar, líder del LNA libio. De ese modo, Carlos Echevarría (2015) apunta a que Argelia podría convertirse en una especie de gendarme regional por sus capacidades y sus relaciones con los Estados menores del Magreb. En contraposición, Toba Hellerstein (2016) atiende a que “Argelia ha conseguido mantenerse como un actor dominante en el Magreb sin asumir riesgos asociados en otros países en post de la seguridad”.
Marruecos, sin embargo, ha explorado en los últimos años un nuevo campo de batalla en materia diplomática en el Magreb y el Sahel a través de la diplomacia religiosa del rey alauita Hassan II (1961-1999), primero y Mohamed VI (1999-actualidad) después, basada en la promoción educativa y religiosa (Moral; 2018). Esta diplomacia, que encuentra como epicentro simbólico el reconocimiento del monarca alauita como Amir al-Mu’minin o “príncipe de los creyentes”. Esta figura, que permite impulsar un liderazgo Panislámico desde el norte de África hasta la Península Arábiga, se basa en el diálogo religioso bajo el liderazgo marroquí y la consiguiente mejora de su imagen internacional, como un instrumento de “soft power”. La puesta en práctica de esta diplomacia religiosa se entiende bajo la creación de numerosos entes, dependientes del Ministerio de Bienes Habices y Asuntos Islámicos, que operan tanto en el país alauita como en el exterior véanse el Instituto Mohamed VI, el Consejo Marroquí de Ulemas para Europa (2008), la Fundación Mohamed VI para Ulemas Africanos (2013) o los medios de comunicación “Radio del Santo Corán” y “Mohammed VI Assadisa para el Santo Corán”; para la formación de imanes y la propaganda ante la sociedad civil (Hernando de Larramendi, 2018). Cabe destacar que, este despliegue institucional viene acompañado de la visita de Mohamed VI a más de cuarenta países africanos desde su reincorporación a la Unión Africana. De este modo, la finalidad de la diplomacia religiosa, aparte de la imagen internacional, es la expansión de un “islam marroquí”, entendido como justo y moderado, que permita a Marruecos entablar relaciones diplomáticas, formales e informales, en todos los niveles y, sobre todo, en países del África Occidental y el Sahel; ejemplo de ello es que aproximadamente diez mil subsaharianos estudian en universidades marroquíes. Esta estrategia se asemeja o puede recordarnos a la relación que estableció Arabia Saudita con Marruecos a partir de los años sesenta, apoyando política y militarmente al reino alauita mientras extendía el wahabismo a través de las escuelas coránicas y las organizaciones caritativas (Fuente Cobos, 2016).
A su vez, Mohamed VI toma el liderazgo regional en materia diplomática y extiende sus relaciones a terceros países europeos como Francia, España o Estados Unidos. Marruecos actúa como un willing partner[8] de las potencias europeas y Estados Unidos, beneficiándose económica, diplomática y militarmente de estas relaciones a cambio del apoyo explícito de las intervenciones francesas y americanas en el Magreb y el Sahel (Echevarría; 2015). También podríamos hablar de un mercado armamentístico estadounidense para Marruecos alentado por las sanciones CAATSA a países como Irán, Corea del Norte y Rusia. Sin embargo, esta idea pasaría por alto las relaciones comerciales de Marruecos y Rusia como la instalación de la empresa Kamaz en el norte de África y el suministro de sus camiones civiles y militares, entre otros.
A su vez, la doctrina de no intervención y la postura argelina llevaron a que Estados Unidos se decantase por Marruecos como país anfitrión de la base de US-AFRICOM en Tan-Tan. Esta elección y su posición estratégica colocan a Estados Unidos como un actor influyente en la región que, aunque limita la acción de ambos países, beneficia a Marruecos (Romeo; 2012). Dada su relación comercial-militar con Rusia y China (aunque actualmente extendida a otros países como Alemania e Italia), Argelia no ha profundizado su relación con Estados Unidos; estancada en la cooperación antiterrorista. Véase la ausencia argelina en “African Lion”, los ejercicios anuales de interoperabilidad de los Estados Unidos con sus socios euromediterráneos donde colaboran otros actores como Marruecos, Túnez o Egipto, entre otros[9]. Claro está que, siendo estos ejercicios en territorio marroquí (aunque no exclusivamente), el distanciamiento argelino está justificado. Además, encontramos otros escollos en esta relación como son el Sáhara Occidental y la resolución del conflicto árabe-israelí; destacando que ni Argelia ni Marruecos han reconocido aún a Israel, aunque se sospecha que Marruecos puede hacerlo tras los Acuerdos de Abraham[10]. De esta forma, encontramos una presencia real norteamericana a través del AFRICOM que balancea las tensiones del lado marroquí y colabora con el resto de Estados menores al margen de una aislada Argelia.
A su vez y como aspecto facilitador entre Estados Unidos y Marruecos se encuentra Arabia Saudita, cuya relación con Marruecos es longeva y se refuerza con la participación alauita desde 2015 en la Guerra de Yemen con, según fuentes periodísticas, seis F16 y unos 1.500 soldados de infantería aproximadamente. Esta relación alauita-saudí ha facilitado los acuerdos de compra de armamento norteamericano, destacando los carros Abrams M1A1, 25 F16C/D Bloque 72, los helicópteros AH-64E Apache y su equipamiento balístico, entre otros. En primera instancia, estas capacidades serán usadas para la lucha contra la inmigración ilegal, las rutas del narcotráfico y todas aquellas actividades ilícitas que se producen en torno a sus fronteras. Sin embargo, algunas compras armamentísticas y equipamiento para sus aviones y sus fuerzas aéreas, como los misiles antibuque AGM-84L Harpoon Block II, son realizadas por los Estados Unidos con la idea de incorporar a Marruecos en “misiones de coalición” (Pons, 2020).
Por otro lado, el cambio en las relaciones diplomáticas regionales entre ambas potencias también se puede observar en la participación de Marruecos en las operaciones de Naciones Unidas, MINUSCA (2014), en la República Centroafricana, con el envío de 765 tropas y MONUSCO (2010), en la República Democrática del Congo, donde envió 1.373 unidades y apoyo humanitario; mientras que Argelia aportó observadores internacionales y descartó el envío de fuerzas militares sobre el terreno. A su vez, Argelia podría comenzar a enviar efectivos militares en operaciones militares en el extranjero tras la aprobación de la nueva Constitución, lo cual reforzaría el fin de su doctrina de no intervención. Mientras que, también cabe la posibilidad de que Argelia cuente con un papel relevante en el conflicto libio a través de la designación de su diplomático y exministro de Asuntos Exteriores, Ramtane Lamamra, como Enviado Especial y jefe de la misión ONU en Libia (UNSMIL), ante la renuncia del libanés Ghassan Salamé.
El Otro Enemigo del Flanco Sur
Entre las distintas piezas que componen el escenario de competición regional, encontramos el terrorismo y la inseguridad interna que este genera en los países del Magreb. Si nos centramos en las dos potencias, existen consideraciones generalizadas acerca de la realidad terrorista en ambos países, desde la constatación de que Marruecos es un país donde se han cultivado varias “generaciones” de yihadistas que han combatido desde Afganistán hasta Siria (Fuente Cobo, 2016); hasta que en Argelia existe un rechazo social y político hacia el radicalismo religioso (Caballero Echevarría, 2018), visible también en las protestas del movimiento Hirak. Sin embargo, estos aspectos no eliminan la persistente amenaza del terrorismo, alimentada a su vez por una serie de multiplicadores de inestabilidad: conflictos identitarios, pobreza y/o perspectiva de abandono social (como motivos políticos); flujos migratorios, tráfico de drogas y delincuencia (como motivos sociales); y desertificación y escasez de agua potable (como motivos medioambientales).
Dicho esto, un factor determinante para ambos países es la orografía que, si bien antepone entre ambos el Atlas del Tell como frontera natural de tipo montañoso, para con el resto de países del Magreb implica un paisaje desértico. En algunos estudios se arroja la idea de unas fronteras porosas de tipo astronómico, es decir, diseñadas en el proceso de descolonización sin atender a aspectos geográficos y/o étnicos. Lo importante para nosotros es atender a las amenazas que allí se generan.
Así, por los corredores desérticos del Sahel se cobijan y operan hasta siete grupos terroristas[11] cuyos epicentros se encuentran en Tombuctú (Malí) y Niamey (Níger). Si observamos la lógica de asentamientos humanos en el Magreb, tanto Argelia como Marruecos encuentran una concentración en la franja costera. Esta lógica también sirve a los grupos terroristas que actúan usando un patrón Norte-Sur, donde el sur sirve de asidero de recursos humanos y el norte como franja útil para actuar. Por su parte, en Marruecos podemos encontrar dos líneas islamistas, la política, protagonizada por el movimiento Caridad y Justicia; y la terrorista, personificada por la filial de Al Qaeda, el Grupo Islámico Combatiente Marroquí (GICM). El primero supone una fuente de inestabilidad interna para el régimen dado que no reconoce la legitimidad del monarca como “príncipe de los creyentes” y no participa en las elecciones; el segundo, por su parte, nace a partir de veteranos de la guerra de Afganistán, conocidos como “los afganos-marroquís”.
Por otro lado, el terrorismo supone una amenaza notoria a la principal fuente de recursos económicas argelinos, véase la red de gasoductos de unos 15 mil kilómetros a los que Argelia presta seguridad. Así, allí donde se encuentre un núcleo de extracción de recursos como Tamanrasset (Sonatrach/Sonelgaz), Orán o Béchar (Cepsa/Naturgy) o Reggane o Illizi (Repsol), podemos encontrar instalaciones militares o puestos de avanzada. Así, la demostración argelina de securitización de estos flujos de energía se aprecia en la ausencia de cortes de suministro, incluso en la Década Negra. Para Ghilés y Kharief (2017), la defensa de estos yacimientos justificaría cualquier operación argelina y el terrorismo supone una amenaza a esta actividad.
Ante tales amenazas, ambos países han tomado en la última década numerosas medidas de control y vigilancia a través de sus cuerpos de seguridad y sus fuerzas armadas. Estaríamos ante otra motivación de los planes de modernización y compras de armamento por las dos potencias. En el caso marroquí, encontramos distintos proyectos desde la militarización de la frontera saharaui a través de sus fuerzas terrestres y la Guardia Real alauita hasta la cooperación entre cuerpos del proyecto “Hadar” (precaución) que pone al país en un estado de vigilancia permanente y de desradicalización interna progresiva (Fuente Cobo, 2016). Por parte de Argelia, existe una movilización permanente de sus Agrupaciones de Guardias de Fronteras (GGF)[12] con la colaboración de las fuerzas especiales y medios aéreos a lo largo de su frontera sur y la frontera libia (Mora Tebas, 2015). De este modo, Argelia combina diferentes medios y estrategias en la frontera, desde la instalación de puestos de monitoreo, el uso de drones, las patrullas terrestres que usan prácticas de nomadeo y las patrullas aéreas.
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