Antiacceso y denegación de área (A2/AD)

Un concepto esquivo

El acrónimo A2/AD ha terminado por rivalizar con conceptos como Guerra Híbrida o Zona Gris por copar la atención de los académicos, militares e incluso periodistas. Se ha convertido en un cliché y se habla de zonas de negación rusas o chinas, pero también marroquíes, argelinas o norcoreanas con una laxitud en ocasiones sonrojante. Vamos a tratar de arrojar algo de luz sobre un concepto más esquivo y complejo -y quizá mucho menos aterrador- de lo que muchos piensan.

Las zonas A2/AD (Anti-Access/Area Denial), conocidas en español como zonas anti-acceso y de negación de área, constituyen un reto mayúsculo para la OTAN en general y para los EE. UU., en particular, pues limitan su capacidad de actuar como hegemón y contribuyen a acelerar el paso de un orden unipolar a otro multipolar. Esto parece haberse convertido, a fuerza de repetirlo en documentos oficiales, artículos periodísticos y manuales, en una verdad indiscutible y, como hemos hecho anteriormente con términos como Guerra Informativa o Zona Gris, conviene ponerla en contexto. Decía con bastante acierto Luis Simon, en un artículo de War on the Rocks titulado “Demystifying the A2/AD buzz” que:

“[el término] anti-acceso y negación de área -mejor conocido por su abreviatura A2/AD- ha cruzado el umbral de la palabra de moda. Es una hazaña bastante impresionante para un concepto técnico tan distintivo y no tan fácil de usar, que alude a una familia de capacidades militares utilizadas para prevenir o restringir el despliegue de fuerzas rivales en un determinado teatro de operaciones y reducir su libertad de maniobra una vez en el teatro”.

Para muchos, existen zonas anti-acceso desde que nuestro primer antepasado levantó una empalizada para frenar al clan rival y se niega el área desde que se arrojó la primera piedra a la cabeza de quien intentó cruzarla. Para otros, el bloqueo naval a Cuba en la Crisis de los Misiles puede entenderse como A2 (impedían a los soviéticos desembarcar material u hombres en la isla), mientras que las acciones guerrilleras en el Delta del Mekong serían AD (al dificultar el movimiento estadounidense una vez habían accedido a territorio vietnamita). La cuestión, con todo, no es tan sencilla como equiparar una muralla medieval con un sistema antiaéreo, ni una política de tierra quemada con un ataque de saturación, como veremos a continuación.

Desde el punto de vista técnico existen, como no podría ser de otra forma, numerosas definiciones. Stephen Biddle e Ivan Oelrich dan la suya en un artículo publicado en el número 41 de International Security titulado “Future Warfare in the Western Pacific. Chinese Antiaccess/Area Denial, U.S. AirSea Battle, and Command of the Commons in East Asia”. En él nos hablan, a propósito de la utilización que hace China de estas, de:

“una serie de tecnologías interrelacionadas de misiles, sensores, guías y otras diseñadas para negar la libertad de movimiento”.

Hacen especial hincapié en dejar claro que:

“[…] a medida que este programa [en referencia al programa A2/AD] ha madurado, la capacidad de China para restringir el acceso [a potencias] hostiles ha ido mejorando, y su alcance militar se ha ampliado. Muchos creen ahora que esta capacidad «A2/AD» (anti-acceso, negación de área) será finalmente muy efectiva para excluir a los Estados Unidos de partes del Pacífico Occidental que ha controlado tradicionalmente”.

Esta de descripción nos permite un primer apunte; el enfoque parece ser totalmente defensivo, buscando consolidar la posición china como hegemón regional, algo que solo puede lograrse expulsando a los EE. UU. (y por tanto a sus Fuerzas Armadas) de Asia.

Por su parte, los prestigiosos analistas Andrew Krepinewich, Barry Watts y Robert Work, miembros todos ellos del think tank estadounidense CSBA, escribieron ya en 2003 Meeting the Anti-Access and Area-Denial Challenge. En esta obra nos definen el término anti-acceso como el conjunto de:“acciones del enemigo que inhiben el movimiento militar en un teatro de operaciones”, mientras que se refieren a la negación de área como aquellas “operaciones […] que buscan impedir la libertad de acción dentro de las áreas bajo el control del enemigo”. En el mismo estudio citan al por entonces Jefe de Estado Mayor de la USAF, general Ronald Fogleman:

“Los ataques de saturación con misiles balísticos contra las fuerzas en el litoral, los puertos, aeropuertos, instalaciones de almacenamiento y áreas de concentración de fuerzas podrían hacer que fuera extremadamente costoso proyectar las fuerzas de EE. UU. en un teatro disputado, y mucho menos llevar a cabo operaciones para derrotar a un agresor bien armado. Simplemente la amenaza de tales ataques con misiles enemigos podría disuadir a los EE. UU. y a los socios de la coalición de responder a la agresión en primera instancia”.

Aquí, como puede verse, Fogleman centra más el tiro al hacer referencia a las instalaciones de las que depende la capacidad de los EE. UU. para proyectar fuerzas. No obstante, todo sigue girando en torno a un escenario muy concreto; el continente asiático y, más exactamente, a los mares de China. Hay que tener en cuenta que las declaraciones de este general datan de 1996, cuando la conocida como Tercera Crisis del Estrecho de Taiwán todavía estaba muy reciente.

Nathan Freier, del CSIS, nos explica en “The Emerging Anti-Access/Area-Denial Challenge” (2012) cómo:

“En caso de guerra […], en prácticamente todos los casos, las fuerzas avanzadas estadounidenses serán insuficientes para superar los letales […] desafíos A2/AD y resolver eficazmente la crisis por sí mismas. Por consiguiente, las futuras operaciones de combate -ya sean campañas coercitivas por aire y por mar o intervenciones conjuntas de mayor alcance- exigirán que los Estados Unidos y sus asociados proyecten una capacidad militar sustancial a lo largo de distancias estratégica y operacionalmente considerables. Los desafíos A2/AD frustran nuestra capacidad para hacerlo”.

En el mismo texto aclara que ambos tipos de amenazas pueden perfectamente presentarse por separado, con lo que tendríamos en el caso de A2, que:

“[…] tienen por objeto excluir nuestras fuerzas de un teatro extranjero o negar el uso efectivo y el tránsito de los espacios comunes. En términos más generales, los desafíos A2 pueden implicar primero la exclusión política y económica, en la que los estados competidores intentan activamente negar a los Estados Unidos la amplia influencia política y económica de la que ha disfrutado durante mucho tiempo. En términos militares, esto puede traducirse en la negación de la posibilidad de establecer bases, preposicionar fuerzas, transitar o sobrevolar”.

Mientras que sobre las áreas de denegación (AD) se afirma lo siguiente:

“[sus efectos] se manifiestan a corta distancia [y] empiezan a acumularse cuando las fuerzas de EE.UU. entran en un teatro hostil o incierto para llevar a cabo operaciones conjuntas, y al final, complican nuestros intentos de establecer una presencia efectiva en o sobre el territorio o intereses de un adversario. Los desafíos […] AD […] pueden explotar las vulnerabilidades de los EE.UU. en los cinco dominios clave: aire, mar, tierra, espacio y ciberespacio. Lo hacen primero proporcionando los medios para resistir físicamente la entrada de los EE.UU. en el teatro. Posteriormente, limitando la libertad de acción una vez que las fuerzas estadounidenses han llegado. Entonces, frustran nuestros esfuerzos para lograr rápidamente resultados estratégicos y operacionales favorables. Y, finalmente, amenazan con imponer costos muy altos a las fuerzas de EE.UU. en caso de que sea inevitable extender las operaciones militares”.

Finalmente, ofrece un interesante apunte:

«Al igual que los desafíos A2, las amenazas AD pueden envenenar los cálculos de riesgo de los EE. UU. mucho antes del inicio de una operación, aumentando el grado de dificultad percibida. Después de la entrada, los desafíos AD obligan a los decisores estadounidenses a cuestionar persistentemente los crecientes costos asociados a la continuación de las operaciones».

En cualquier caso, son solo algunas entre muchas definiciones posibles y todas ellas nos hablan, en realidad, únicamente de la vertiente defensiva de las amenazas A2/AD y, como hemos dicho anteriormente, casi en exclusiva en relación al caso chino.

Pese a ello, esta concepción no es igual a la rusa (que ni siquiera existe como tal), incluso aunque la influencia técnica y teórica de Moscú haya marcado la aproximación china, como cliente tradicional que es de sus sistemas de armas. Con esto no queremos decir que Rusia no trate por todos los medios de imposibilitar el acceso -o una vez logrado este el movimiento- de sus rivales de la OTAN en toda una serie de teatros. Lo que queremos decir es que, en su doctrina, la concepción de estas no tiene nada que ver con lo que en Occidente entendemos por A2/AD y que sus objetivos tácticos y operacionales son muy diferentes de los chinos, iraníes, etc, por más que tengan una misión defensiva a nivel estratégico.

Sistema antiaéreo Pantsir. Establecer una «burbuja» A2/AD implica la adición de muchos sistemas con diferentes capacidades y alcances. Fuente – Ministerio de Defensa de la Federación Rusa.

ISR y C2

Más allá de las definiciones que ya hemos visto, podríamos considerar de forma genérica las zonas anti-acceso y de negación de área como aquellas en las que se han instalado una serie de sistemas (antiaéreos, antibuque, anticarro, de guerra electrónica…) así como los sensores asociados y que, por su densidad y capacidades, permiten o bien impedir la entrada de fuerzas hostiles en un teatro de operaciones o, si esto ya se ha producido, limitar de forma efectiva la libertad de acción de las mismas así como la llegada de refuerzos.

Esto último implica también que las armas y sensores utilizadas para el establecimiento de las zonas de negación deben contar con un gran alcance, que vaya incluso más allá de las propias fronteras hasta cubrir buena parte de los territorios vecinos o, en su caso, de los mares adyacentes. Es así porque han de poder incidir sobre los puntos críticos del despliegue enemigo, normalmente situados a retaguardia y relacionados con su logística (puertos, aeropuertos, carreteras, depósitos de material preposicionado, zonas de concentración de fuerzas…) y capacidades C3 (puestos de mando móviles y fijos, sistema de comunicaciones…).

Hemos de tener en cuenta, una vez dicho esto, que todos los estados tratan, en la medida de sus posibilidades, de hacerse con medios de defensa, sin que ello sea equivalente a establecer zonas A2/AD efectivas. También hemos de ser conscientes de que cuanto mayor es el área a cubrir, menor es siempre la densidad de medios, lo que implica una pérdida de eficacia.

España, por poner un ejemplo accesible, dispone de una notable red de detección de amenazas aéreas formada por los Escuadrones de Vigilancia Aérea (EVA). Estos, dotados con radares RAT-31 SL/T y Lanza (que sustituirán a los anteriores en las estaciones que todavía los utilizan) están repartidos estratégicamente por toda la geografía española. Sumados a las capacidades de los SPY-1D de las F-100, así como de sus misiles SM-2MR y los radares y misiles MIM-104C de las baterías Patriot, además del resto de sistemas antiaéreos de alcance medio y SHORAD, permitirían dificultar sobremanera los movimientos de los cazas marroquíes, en caso de que se atrevieran a atacar territorio español. Con todo, sería imposible -y nadie lo pretende-, establecer una «burbuja» A2/AD sobre el conjunto del país. En realidad, la defensa de nuestro espacio aéreo corresponde en primer lugar a los cazas del Ejército del Aire en misiones de interdicción, siendo el resto de medios, independientemente de su procedencia (fragatas, baterías terrestres…), un complemento.

Pese a que asociamos A2/AD con misiles antiaéreos y antibuque, para asegurar el anti-acceso y la negación de área es necesaria la participación de muchos sistemas complementarios. En la imagen se puede ver un avión de alerta temprana Beriev-A50. Fuente – Ministerio de Defensa de la Federación Rusa.

Tomando el ejemplo contrario, en este caso el marroquí, este país pese a tratar por todos los medios de implementar capacidades A2/AD, todavía tendría serias dificultades para evitar una operación anfibia española o la llegada de refuerzos a las guarniciones ceutí y melillense, como vimos en nuestro anterior número. De hecho, todavía sería muy complicado para Rabat evitar las operaciones de nuestro Ejército del Aire sobre su territorio, lo mismo que las de nuestra Armada, que seguramente dejaría a la suya amarrada a puerto desde los primeros compases de un hipotético conflicto. Por esto, en puridad, tampoco se puede hablar por el momento de A2/AD marroquí, aunque la situación esté dando un vuelco en los últimos años gracias a las últimas incorporaciones y a las compras que ya se han anunciado.

La idea que queremos remarcar es que para hablar de verdaderas capacidades A2/AD necesitamos que se cumplan una serie de requisitos, como son:

  • Número: para ser efectivas, las zonas A2/AD necesitan de la adición de más y más sistemas con distintos alcances y características complementarias (deben poder enfrentar todo el espectro de amenazas dentro de cada dominio). Además, deben cubrir los múltiples dominios bajo riesgo de que aquello que creemos perfectamente protegido (por ejemplo un cuartel general con la infraestructura de mando y control asociada) en lugar de por un ataque cinético caiga por un ciberataque o vea mermadas sus capacidades por un ataque EW.

  • C2 e ISR: Una verdadera «burbuja» A2/AD surge de la combinación de los sistemas citados con medios ISR (Inteligencia, Vigilancia y Reconocimiento) y C2 (Mando y Control) que permitan hacer del conjunto un todo mucho más capaz. Sin datos acerca de posibles objetivos y sin la capacidad de gestionarlos y hacerlos llegar al sistema adecuado, el conjunto no será más que una pléyade de equipos con capacidades limitadas, por potentes que sean.

  • Potencia: el alcance y capacidad de los sistemas es clave, pues permite que ejerzan su función incluso más allá de las fronteras del estado a defender, cubriendo áreas importantes de otros estados. Esto es lo que ocurre con los medios que Rusia despliega en Kaliningrado y que complicarían, en caso de conflicto, la actividad militar de las Repúblicas Bálticas, Suecia, Polonia e incluso Alemania. El mismo fenómeno se puede observar en torno a Siria, aunque en este caso Rusia en ocasiones omite deliberadamente hacer uso de sus sistemas, como sucede con los ataques israelíes, sin ir más lejos.

  • Resiliencia: una zona A2/AD no es tal si no puede seguir funcionando incluso frente a fuerzas con importantes capacidades SEAD, de ataque standoff, etc. Por ejemplo, en el caso del Mando de Artillería Antiaérea (MAAA) del Ejército de Tierra de España, únicamente cuenta con un centro coordinador de fuegos que sirve para mantener conectadas las tres baterías Patriot. Aunque estas pueden funcionar de forma independiente, si este centro es atacado, perderían la posibilidad de compartir datos directamente con el resto de elementos del conjunto, disminuyendo así sus capacidades.

Dejando a un lado a España y Marruecos para centrarnos en un caso de libro como es el chino, todo lo anterior supone que para que sus sistemas antiaéreos puedan enfrentarse con garantías a los Super Hornet o F-35 estadounidenses, no basta con que un radar 64N6E detecte x aparatos aproximándose y lance los correspondientes misiles. Eso significaría que antes uno o varios CVN de la US Navy habrían sido capaces de llegar a una distancia ridícula de sus costas, lo que no resulta tan sencillo dados los medios ISR chinos, el tamaño y capacidades de la Armada del Ejército Popular de Liberación, su Fuerza de Misiles, etc.

Por tanto, para establecer un burbuja A2/AD se requiere, siguiendo con el mismo ejemplo, de la participación de un sistema antiaéreo S-400, sí, pero también de buques de obtención de inteligencia (AGI), satélites de reconocimiento, estaciones de vigilancia basadas en la costa o en islas artificiales, aviones de patrulla marítima y alerta temprana, sistemas de escucha submarina, etc. De hecho, siguiendo la secuencia lógica desde el punto de vista chino, mucho antes de llegar al extremo de utilizar un misil AA deberían ser capaces de lanzar misiles IRBM DF-21 y DF-26 contra la fuerza de tareas estadounidense con el objeto de dañar sus portaaviones, así como los medios preposicionados en bases en Japón, Filipinas, Corea del Sur, etc.

En resumen, para que una zona A2/AD sea tal, no solo son necesarios medios cinéticos suficientes para hacer frente a las posibles amenazas, sino también capacidades de observación y reconocimiento (ISR) y de mando y control (C2) como para detectarlas a tiempo y tomar las decisiones más oportunas (y eso por no complicar el tema hablando de los medios cibernéticos, de guerra electrónica o anti-satélite necesarios en un ambiente multidominio). De la misma forma, tampoco basta con tener un único tipo de sistema antiaéreo, antibuque, etc, sino que es la mezcolanza de diversos modelos con características complementarias y en muchos casos redundantes y en cantidad suficiente (resiliencia), lo que permite hablar de A2/AD.

A2/AD en la Península de Crimea. Como se ve, permite cubris la práctica totalidad del Mar Negro. Fuente – CSIS.

El caso ruso

En “Component Integration Challenges presented by Advanced Layered Defence Systems (A2/AD)”, publicado por la OTAN y escrito por el capitán William A. Perkins, se explica cómo la propia organización está dejando de lado el término A2/AD para utilizar el más correcto Sistemas Avanzados de Defensa por Capas (Advanced Layered Defence Systems). Hace referencia, además, al esfuerzo ruso por desplegarlos en zonas concretas del Mediterráneo Oriental y el Mar Báltico, así como alrededor de Crimea, para impedir la libertad de movimientos de la Alianza. Su intención, según este autor, no es tanto lograr la invulnerabilidad del territorio ruso ante un ataque de la OTAN (algo imposible), como imponer una serie de costes inasumibles para sus miembros en caso de conflicto, además de ralentizar cualquier posible acción militar en su contra.

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