Geopolítica de los cables submarinos de comunicaciones II

El papel de las islas

Principales rutas mundiales de cables submarinos de comunicaciones. Fuente: Submarine Cable Map
Principales rutas mundiales de cables submarinos de comunicaciones. Fuente: Submarine Cable Map

Hawái, Andamán y Nicobar o Diego García son solo algunos de los ejemplos más conocidos de islas y archipiélagos que, por su posición geográfica, desempeñan un papel de primer orden desde el punto de vista militar. En los últimos años, además, a este papel ha venido a sumarse la creciente importancia de los cables submarinos de comunicaciones, que pasan por muchas de estas formaciones, pero también por otras como las Canarias, Puerto Rico y las Islas Vírgenes, lo que no ha hecho sino incrementar su valor geopolítico.

Las islas, por sus características y ubicaciones ―escoradas o lejanas respecto a los centros de decisión y/o comercio regionales o planetarios―, con frecuencia han sido consideradas territorios subordinados a los intereses de los ámbitos continentales. Por este motivo, el control de determinados espacios insulares, sobre todo los de pequeño tamaño, ha podido ser explicado mayormente en términos estratégicos, pues la mera posesión de los mismos no suele traducirse en réditos de otro tipo. A medida que los avances en materia de navegación fueron posibilitando desplazamientos más largos a través de masas de agua de mayor extensión, también fueron insertándose nuevas islas a los esquemas comerciales, securitarios y logísticos de los Estados continentales.

La globalización y los adelantos tecnológicos de las últimas décadas han propiciado que esta realidad también pueda evidenciarse a escala planetaria, todo ello a pesar de que aún hay bastantes islas que se encuentran ciertamente asoladas. Esta vulnerabilidad, que frecuentemente viene acompañada de otras contingencias ―como escasez de tamaño y recursos― es, a su vez, la principal causa de muchas de las relaciones de dependencia soberana que persisten en diversos espacios insulares del planeta[1].

En la actualidad, Estados Unidos y la República Popular China encuentran librando una pugna en diversos ámbitos y sectores que, por motivos obvios, presenta bastantes similitudes con la confrontación de la Guerra Fría. Sin embargo, en esta ocasión cabría plantear que el alcance es mayor que el de aquel entonces, pues el enfrentamiento ya se está evidenciando en regiones que se mantuvieron al margen de la competición que lideraron los abanderados del bloque capitalista y comunista. En efecto, con un tinte menos ideológico que el de antaño, chinos y norteamericanos hoy en día rivalizan en espacios geográficos que apenas habían sido contestados durante la segunda mitad del siglo XX, como África o las grandes porciones oceánicas caracterizadas por la insularidad ―como el Índico y el Pacífico―.

Al respecto, conviene detenerse en un aspecto fundamental de cuantos caracterizan la lucha hegemónica entre el gigante asiático y la potencia norteamericana, pues a escala global, hay un frente que está propiciando que determinados territorios insulares dependientes se posicionen como nodos de gran valor geoestratégico. Se trata de la utilidad que están adquiriendo algunas de estas formaciones debido al creciente número de rutas de cables submarinos que transcurren por ellos, sobre todo debido al incremento exponencial que están experimentando estos tendidos a nivel mundial.

Es preciso recordar que el lecho marino no solo alberga estos cables de comunicaciones, sino también tuberías por las que pasa gas y petróleo; sin embargo, un vistazo a los mapas de estos trazados muestra que sus rutas marítimas tienden a ser más cortas que las de los cables, pues los oleoductos y gasoductos no suelen concebirse para atravesar grandes masas oceánicas. En cambio, tal cual se puede apreciar en el mapa 1, por cuestión de costes, para los cables de comunicaciones submarinos, las largas distancias no son un problema, pues cuentan con rutas que atraviesan, por varios sectores, el Atlántico, el Pacífico y el Índico. Además, resalta el hecho de que estos suelen concentrarse en rutas muy concretas ―hacia/desde Estados Unidos, China y Europa― y en los principales cuellos de botella del planeta.

Principales rutas mundiales de cables submarinos de comunicaciones. Fuente: Submarine Cable Map
Mapa 1. Principales rutas mundiales de cables submarinos de comunicaciones. Fuente: Submarine Cable Map

Aunque los primeros cables de comunicaciones submarinos datan de la segunda mitad del siglo XIX, surgidos a partir del propio auge del telégrafo, la llegada de internet ha propiciado mallas cada vez más tupidas en muchos lugares del planeta y un lucrativo negocio para unas pocas empresas[3] que, a su vez, reciben grandes apoyos de sus Estados. En la actualidad, el flujo de datos que transitan a través de ellos representa el 99% de todo el tráfico intercontinental de internet y se logra a través de unas 550 rutas principales y a cerca de 1.500 estaciones receptoras repartidas por el mundo ―cable landing stations―, que actúan como puntos de entrada entre los cables que llegan del mar y el medio terrestre[4].

Curiosamente, estos cables son relativamente delgados, aunque están conformados por varias capas de materiales. Normalmente tienen una externa hecha de hilo de plástico de polipropileno para aislar, seguida de alambres de acero trenzado para armadura protectora. Más adentro hay otra capa de plástico de polietileno para impermeabilización, seguida de más alambres de acero. En el centro del cable hay un tubo de cobre o aluminio que protege el interior contra daños y corrosión. Luego sigue una cinta que bloquea el agua, y finalmente, en la capa más interna, se encuentran las fibras ópticas, delgadas como cabellos, separadas y sostenidas por un núcleo de fibra de vidrio. Las fibras ópticas emiten señales láser a receptores en el otro extremo. Sin embargo, la señal pierde integridad al emplearse en largas distancias, por lo que deben colocarse dispositivos repetidores cada 60-70 km para amplificar la señal.

Estas particularidades inciden en un hecho especialmente relevante: tanto las estaciones receptoras como los mencionados repetidores son susceptibles de ser manipulados ―por ejemplo, durante la fabricación o en el mantenimiento―[5], facilitando las labores de espionaje de actores interesados en interceptar datos y comunicaciones, o de corromperlos. Por ello, los Estados son recelosos ante la titularidad y nacionalidad de las empresas encargadas de la gestión del cableado y de su reparación, pues las brechas de seguridad inherentes al sector son evidentes. A pesar de ello, este sector todavía adolece de regulaciones internacionales que den respuesta a estas contingencias, lo cual es, en parte, paradójico, ya que las comunicaciones subacuáticas son enormemente sensitivas, pues transmiten datos de diversa índole, incluyendo comunicaciones militares o transacciones bancarias.

Los artículos 79 y 112 de la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar ―más conocida como CONVEMAR―[6] plantean que cualquier Estado puede tender estos cables en Alta Mar, aunque los ribereños pueden poner condiciones al trazado dentro de sus aguas jurisdiccionales, sin impedir su entrada. No obstante, el texto legal no contempla la obligatoriedad de que los cables sean protegidos por estos Estados ―ni tan siquiera en el mar territorial― y tampoco prevé escenarios de sabotaje de las líneas o de intercepción de sus señales. Por ello, son los propios Estados ribereños los que, caso por caso, están decidiendo cómo actuar, qué multas poner o cuáles son las empresas que pueden suplir o reparar los cables en caso de avería, aunque esto último no siempre es posible en la práctica.

Como cabría esperar, China y Estados Unidos son también los actores más activos en este particular sector ―que no es más que otro frente en esta particular lucha por la preminencia tecnológica―, ya sea de manera directa o bien respaldando a las empresas privadas de sus respectivas naciones, que compiten en un mercado bastante cerrado. Estados Unidos lleva tiempo en este negocio por lo que la apuesta china se ha ido enfocando en dos frentes: la instalación de cables propios donde es posible, y en cometidos de mantenimiento y reparación. El primero, con gran apoyo estatal, se inserta en lo que se ha dado en llamar la Ruta de la Seda digital y apunta tanto al desarrollo de nuevas rutas ―por ejemplo conectando la base china en Djibouti― como a la creación de toda una estructura paralela de internet que, acaso, tiene potenciales visos de poder llegar a escindirse de la red global[7]. El segundo es un nicho de mercado que presenta una particularidad que, como cabría esperar, también ha levantado suspicacias: se trata de un sector basado en la oportunidad. Dicho de otra forma; al darse en situaciones de avería, depende de contratos que se firman rápido a partir de la disponibilidad y cercanía de los barcos reparadores, sin que la nacionalidad de la empresa que tendió los cables dañados sea tan importante, pues lo que más cuenta es la premura en la respuesta.

De todos modos, y atendiendo al hecho de que China comienza a operar sobre todo en la cercanía de sus costas, conviene tener presente un aspecto fundamental que se adelantó anteriormente: las rutas por las cuales transitan los cables submarinos responden, en buena medida, a los designios del Estado litoral. Para el caso de los mares de China Meridional y Oriental ―que ya contaba con densas redes de Verizon, AT&T y Microsoft― resulta obvio que las crecientes presiones y reclamos del gigante asiático sobre estas aguas está siendo un condicionante de primer orden. De hecho, los nuevos cables que las empresas occidentales han querido tender por la región han tenido que ir adaptando sus recorridos a las demandas chinas sobre determinadas porciones oceánicas[8]. Como consecuencia, en el mapa global de cables submarinos se aprecia una tendencia creciente a trazados cada vez más alejados de zonas continentales y que no siempre van por las rutas más cortas entre los puntos que se pretenden unir.

Detalle de la nodalidad de Guam y Hawái en el Pacífico. Fuente - Submarine Cable Map.
Mapa 2. Detalle de la nodalidad de Guam y Hawái en el Pacífico. Fuente – Submarine Cable Map.

De manera concreta, este último aspecto es el que mejor explica que un buen número de islas se hayan enarbolado como nodos de especial valor geoestratégico para estas comunicaciones, pues en ellas se pueden erigir estaciones receptoras donde se pueden densificar y repartir más líneas. Un escenario en el que esta situación resulta evidente es en las proximidades al mar de China Meridional, donde los cables que unen Japón con Australia[9], u otros como los Apricot[10], Bifrost y Echo[11], ya contemplan rutas alternativas, todas ellas contando con la centralidad de la isla de Guam, tal y como se aprecia en el mapa 2. Su ubicación en el extremo sur del archipiélago de las Marianas y, sobre todo, su adscripción soberana respecto a Estados Unidos ―como territorio no incorporado―, lo convierten en el emplazamiento ideal para la recepción y reparto de las líneas que unen Norteamérica con el Sudeste Asiático, al tiempo que también posibilita conexiones en sus proximidades geográficas más inmediatas.

Esta potencialidad no ha pasado desapercibida y ya constan tensiones por el control de este emplazamiento, como la sucedida en 2021, cuando, a instancias de Estados Unidos, el Banco Mundial canceló una licitación para el tendido de cables en la isla porque el principal postulante era un consorcio chino[12]. Esta red pretendía fortalecer líneas ya existentes y también servir a otros Estados insulares del entorno, pero la advertencia estadounidense planteó una brecha de seguridad que, a tenor de la naturaleza de Guam ―que alberga importantes instalaciones militares vitales para el entramado de seguridad que Washington sostiene en el Pacífico―[13], resultaba inadmisible asumir. Consecuentemente, al final, la instalación del ramal principal tuvo que ser financiada entre Estados Unidos, Australia y Japón.

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