El acrónimo A2/AD o Anti-Access/Area Denial se ha hecho muy popular en los últimos tiempos, principalmente porque ha sido utilizado por muchos analistas norteamericanos para estudiar los nuevos retos que las defensas chinas (y rusas) ponen a las fuerzas de proyección propias. Dado el pulso geoestratégico que enfrenta a ambos países, es difícil de entender la obsesión que parecen tener los diferentes estamentos de las Fuerzas Armadas norteamericanas en lo que, en términos mundanos, podríamos definir como defensas costeras de China.
Es obvio que el trasfondo de este enfrentamiento no se supedita solo a la defensa de Taiwán, un territorio soberano que China reclama como propio, sino de la influencia que ambos países intentan imponer en la zona Asia-Pacífico y que son de índole estratégica.
China, que opera en su propia zona de influencia, es una amenaza para los intereses económicos de EE. UU. y sus aliados, como Japón, Corea del Sur o Australia, cuyas FFAA han crecido exponencialmente al amparo de las nuevas amenazas identificadas por sus departamentos de defensa.
No obstante, el problema principal para explicar la amenaza que suponen estas zonas de denegación de acceso va más allá de la visión norteamericana, poco entendible en cuanto que no parece postularse un conflicto entre potencias nucleares en términos como la capacidad de las fuerzas de proyección norteamericanas de aproximarse y/o ocupar territorio continental chino, escenario bastante inverosímil.
Es evidente, a tenor de lo sucedido en Ucrania con Rusia y su enfrentamiento diplomático con la OTAN, amenazas atómicas incluidas, que el conflicto abierto que ponga a un régimen totalitario sostenido por cultos personalistas, unipartidismos u oligarquías no democráticas, en la tesitura de luchar por sobrevivir, le impulsará al uso de sus armas de destrucción masiva; ello limita las posibilidades de enfrentamiento directo, derivándose los enfrentamientos a litigios periféricos, a través de actores delegados o en la Zona Gris del espectro de los conflictos, si bien serán igualmente letales para los ciudadanos que padezcan los combates, como pasa con los ucranianos o sucedería, en su caso, con los taiwaneses.
Sobre la guerra y su circunstancia
La esencia de la guerra no ha variado significativamente a lo largo de la Historia, es una confrontación de voluntades y mide el esfuerzo de dos o más contendientes para sacar rentabilidad a sus fortalezas y minimizar sus debilidades, con el único objetivo de vencer.
De la irrupción de nuevas tecnologías y/o la actualización de doctrinas, tácticas o procedimientos, surgirán ventanas de oportunidad para provocar un desequilibrio estratégico que un buen comandante utilizará para imponerse a su adversario, antes de que este ejecute otros con los que cerrar la brecha y reestablecer el equilibrio.
En muchas ocasiones estos avances traen corrientes de pensamiento que son un loable ejercicio académico y, en cierto modo, un incentivo para invertir e implementar nuevos sistemas, redundando en un desarrollo técnico e industrial. Estas teorías, apenas si evolución o adaptación de otras anteriores, suelen recibir nuevos nombres y acrónimos para darles mayor impulso mediático, de tal manera que influyan en el poder político y social para su adopción o, en caso de ser foráneas y una amenaza para las fuerzas propias, como impulso para combatirlas.
Esto es lo que está sucediendo actualmente con las redes A2/AD, que no son sino un entramado defensivo que cubre una frontera marítimo-terrestre apoyada en este caso en la enorme ventaja que supone el abrupto cambio de entorno físico representado por las costas. Este desafío, antiguo como el mundo, recibe ahora la denominación de entorno multidominio.
Deberíamos aclarar pues, qué es exactamente un sistema A2/AD en términos doctrinales, funcionales y materiales. Para empezar, el ámbito de actuación que se está considerando es el estratégico y en menor medida el operacional, desechando el ámbito táctico, que se rige por otros condicionantes. De hecho, cualquier burbuja defensiva, desde trincheras con pozos de tirador y armas CC a baterías de artillería antiaérea o zonas minadas (marítimas y terrestres) son, de facto, zonas de denegación de área, acceso o tránsito para el enemigo.
Cuando escalamos hacia al ámbito operacional ya podemos vislumbrar el efecto que provoca un entramado defensivo en los órganos de decisión del enemigo potencial: condicionar sus planes de operaciones y movimientos y, en último término, impedir los objetivos o efectos que pueda pretender alcanzar.
Pero sin duda es en el plano estratégico donde las zonas A2/AD pretenden, por sí mismas, imponer un quebranto tal en las intenciones del enemigo que frustren sus planes y le hagan desistir, alcanzando la disuasión como efecto diferencial.
Ejemplos de entramados defensivos tenemos muchos a lo largo de la Historia. En el ámbito táctico sobresalen los éxitos cosechados por las plazas fuertes de ultramar que defendían los dominios del imperio español o como la que los turcos realizaron de Estambul durante la batalla de Gallipoli, que frustró los planes aliados de enlazar con el imperio ruso a través de los estrechos del Bósforo y los Dardanelos, encerrando a las potencias centrales en una maniobra de alcance estratégico.
Sin embargo, la defensa a ultranza de grandes extensiones de terreno se saldaron siempre con estrepitosos fracasos, debido principalmente a su rigidez y a la falta de medios.
Precisamente lo que distingue el escenario estudiado por el Pentágono de una doctrina defensiva clásica como las citadas, es la flexibilidad. Los pensadores norteamericanos inciden en los problemas que representan estos sistemas para los medios y las tácticas de proyección del poder por aire y por mar, ya que como decimos se plantean supuestos netamente ofensivos y quizá demasiado pretenciosos, como atacar el territorio continental de China. Sin embargo, estos análisis obvian que el enemigo también refuerza sus medios ofensivos, los mismos que son objeto de controversia en EE. UU. para apoyar sus defensas. Así, China apuesta no solo por proteger sus costas con una combinación de misiles antibuque, tropas terrestres y defensas antiaéreas; también las apoya con cazas interceptores, bombarderos, buques de guerra (incluidos portaaviones) y submarinos; exactamente los medios necesarios para disputar el control del mar a su rival.
A2/AD y Guerra Multidominio
George Patton, uno de los más eficaces y afamados generales de EE. UU. durante la Segunda Guerra Mundial, llegó a afirmar, en consonancia con lo expuesto en estas líneas, que las fortificaciones eran un monumento a la estupidez humana. Tenía razón, pues siempre existen los medios para superarlas, como demuestra la historia desde Troya hasta Suez.
Esto se debe a que el atacante cuenta con dos ventajas básicas, la iniciativa y la concentración de esfuerzos. Al defensor solo le queda la opción de esperar para ver en qué punto se realiza el ataque contra sus líneas, teniendo antes de ello que dispersar sus fuerzas para proteger zonas muy amplias.
La solución pasa por combinar las defensas estáticas con otras móviles, de reserva o capaces de contraatacar, para una vez detectado un ataque acudir a reforzar ese punto, frustrando la ruptura. Igualmente, las capacidades ofensivas deben ser usadas para conseguir el objetivo estratégico, que es defender la zona en cuestión, golpeando al enemigo en las fases de concentración previas, cuando es más vulnerable (como una agrupación anfibia antes de aproximarse a la costa) o destruyendo sus vías de suministro, papel en el que siempre ha destacado el arma submarina.
Por ello la defensa de costas es una misión que involucra a muchas fuerzas diferentes, suponiendo un ejemplo perfecto de fuerza multidominio moderna; si solo contara con misiles antibuque (relevo del clásico cañón) no podría sobrevivir a una flota con componente aéreo (portaaviones) dado el superior alcance de estos (de hecho, han revolucionado los principios del combate naval) por lo que debe combinarse con defensa antiaéreas que protejan los emplazamientos de los ataques aéreos.
Si analizamos el alcance de los modernos sistemas de misiles, tanto antibuque como de ataque a tierra, veremos que superan en varias magnitudes al horizonte radar de toda batería de superficie, por lo que el componente aéreo, sólo en cuanto a medios ISR, es parte indisoluble de este tipo de organizaciones. Cuando hablamos de una potencia continental o un archipiélago equipado con bases o aeródromos, entran en juego las fuerzas aéreas desplegadas en lo que denominamos ‘teatro de operaciones’, por lo que el enfrentamiento pasa a ser eminentemente aeronaval, un asunto que ya tratamos ampliamente en estas páginas.
Igualmente, la opción de golpes de mano con fuerzas SOF (Special Operations Forces) o sabotajes a los emplazamientos costeros, como pudimos ver en la famosa película ‘Los cañones de Navarone’, será conjugada con elementos terrestres de protección, mientras que la aproximación de los buques será conducida hacia las zonas que pueden batir las defensas costeras mediante el minado selectivo de las vías de acceso a la costa [1].
Si sumamos conceptos más novedosos como la Alerta Previa, sistema de coordinación (red de mando y control) o la lucha por la supremacía electrónica, tendremos una red multidominio capaz de enfrentarse a un enemigo igualmente multidisciplinar, tal que una flota moderna.
Todas estas operaciones se denominan ahora Joint All-Domain Operations (JADO) aunque en nada se diferencian de las que se han realizado a lo largo de la Historia, más cuando incluimos en la ecuación fuerzas navales de proyección; ya que es difícil combinar fuerzas marítimas y terrestres si no se opera en un entorno que sea parcialmente naval (archipiélagos, penínsulas o costas).
Doctrinas como los desembarcos anfibios, las operaciones aeronavales o la batalla aeroterrestre tienen su origen o maduraron durante la Segunda Guerra Mundial, y se han ido depurando con el tiempo especialmente en los órganos de Mando y Control, con cuarteles generales conjuntos de diferente nivel y un cada vez más relevante acceso a la información, agilizando la toma de decisiones. La verdadera novedad radica en esta integración, denominada actualmente Highly-Effective Joint All-Domain Command and Control (JADC2), en proceso de implementación en EE. UU. y que trabajará por el método de «superposición»: un enfoque colaborativo en el que todas las partes (dominios) con competencia en el desarrollo de capacidades C2 apoyan al JADC2 como elemento unificador para optimizar los recursos y maximizar los resultados operativos. El desafío radica en lograr la necesaria fusión de los diferentes sensores y redes de información para lograr un proceso ágil y no redundante, lo que los anglosajones llaman Make Sense o ‘dar sentido’ al caudal de información recibido.
Cierto es que el peso específico de los tres dominios físicos ha disminuido, cobrando cada vez más relevancia otros nuevos que actúan en el plano cognitivo y cibernético, que son intangibles y por tanto están siempre presentes en cualquier operación por tierra, mar o aire. Es decir, su mera existencia ha diluido los dominios clásicos, convirtiéndolos todos en multidominios. Así, la inteligencia, guerra electrónica o la influencia (contra la capacidad y voluntad de lucha del enemigo) imponen nuevos procedimientos para cualquier planeamiento militar, lo mismo que el entorno, la diplomacia o las reglas de enfrentamiento como restricción política a la hora de explotar el poderío militar.
Otra cuestión muy diferente, y es otra acepción muy moderna del concepto multidominio, es la influencia que cada uno de los tres entornos físicos ejercen en los demás, estableciendo un sistema cooperativo por el cual cada uno trabaja en beneficio de los otros, en lugar de imponer la preponderancia de sus objetivos estratégicos (según la naturaleza de la campaña). La más inmediata percepción de ello se da en el dominio aéreo, que nació como apoyo a las operaciones terrestres y navales antes de tomar carta de naturaleza como estrategia propia, incluso preponderante, de la acción militar; en especial por las doctrinas basadas en efectos [2], que espoleaban al poder político contra el despliegue de vulnerables contingentes terrestres.
Igualmente, las defensas antiaéreas hacen sentir su efecto desde tierra sobre el dominio aéreo, y la tradicional influencia del poder naval sobre tierra, con la siempre temida presencia de una flota enemiga bien artillada frente a las costas propias hoy se mantiene invariable en método y objetivo (desembarcos o bombardeos de objetivos en la costa), pero con otros medios.
A estas operaciones se han opuesto las defensas de costas tradicionales, con fuertes en las plazas o puertos vulnerables a la acción desde el mar, que guarniciones terrestres de artilleros operaran estos fortines junto con brulotes [3] o pecios hundidos en las bocanas de los puertos, es otro tradicional y evidente ejemplo de fuerza multidominio, si bien durante los últimos cincuenta años, con la preponderancia del poder aéreo, parecían haber caído en desuso; el teatro Indo-Pacífico las ha vuelto a poner de actualidad, reescribiendo las viejas doctrinas con la pluma de la modernidad tecnológica actual.
Si algo ha cambiado es que estas redes se comportan como tales; es básico para un entramado A2/AD operar como un único sistema, de tal forma que los elementos de la defensa costera obtengan una eficacia superior a la suma de sus partes. Igualmente, la A2/AD está formada por elementos móviles y dispone de alcances muy superiores a las defensas costeras tradicionales, lo que da pie a utilizarlas de forma eminentemente ofensiva, como bien ha entendido el USMC y la US Navy. Es precisamente este cambio el que ha revitalizado el concepto multidominio en una fuerza que nunca dejó de serlo, como los conocidos Marines.
No es que este afamado cuerpo no tuviera bien engrasado este concepto, ya que dispone incluso de fuerza aérea propia, pero desde la Segunda Guerra Mundial había ejercido como fuerza terrestre expedicionaria, usando el mar como un medio, no como un fin.
La nueva doctrina de establecer bases avanzadas expedicionarias (EABO), muy diferente a la precedente (la progresión tierra adentro), se plantea con la idea de establecer burbujas de denegación de área mediante fuegos terrestres de muy largo alcance integrados en las unidades de Marines. La combinación de nuevos sensores, como el radar multifunción AN/TPS-80 Ground/Air Task Oriented Radar (G/ATOR) y armamento, desde lanzadores HIMARS a sistemas móviles AsuW NMESIS (Navy Marine Expeditionary Ship Interdiction System) con el misil RGM-184A NSM; permitirá que estos puntos avanzados no solo estén protegidos de acciones desde el mar o territorios adyacentes, también harán sentir su acción sobre el dominio marítimo, impidiendo la libre navegación o la acción naval enemiga en las cercanías de unos emplazamientos que se convierten en puntos neurálgicos del control del mar.
Los entornos en disputa
Lógicamente el escenario previsible, más allá del control de los accesos al mar rojo y el canal de Suez (contra las aspiraciones Iraníes), es el océano pacífico, que en términos tanto ofensivos como defensivos se divide en tres zonas claramente diferenciadas: El gran azul, que se extiende desde la costa oeste de estados unidos hasta las islas Kuriles (disputadas por Japón y Rusia) por el norte y la costa austral por el sur; esta enorme extensión de agua está atravesada por un eje que va desde Alaska a Nueva Zelanda, pasando por Hawaii, y la preponderancia de la US Navy en dicha franja es aún indiscutible.
Muy al contrario, las aguas continentales próximas a China, el mar del sur entre la península de Indochina y la costa norte de Malasia/Indonesia, pasando por Filipinas, Taiwán, Okinawa y el Mar del Japón (entre este y la Península de Corea), son las aguas que más fácilmente se pueden negar al enemigo por parte de redes A2/AD, tanto por las democracias aliadas de EE. UU. como por La República Popular China. Esto suele pasar desapercibido, pero especialmente al noreste de esta franja marítima, tan importante para el tráfico mundial, China aún está en clara desventaja y necesitará de su creciente flota de alta mar para disputársela a sus potenciales enemigos.
Por último, entre ambos entornos se extiende una franja de importancia creciente y donde EE. UU. planea ejercer un dominio total con el que encerrar y contener a las fuerzas navales chinas; esta zona corresponde con lo que se conoce por mar de filipinas, entre el archipiélago y la conocida por ‘segunda cadena de islas’, Micronesia, Guam y las Marianas, hasta la costa meridional de Japón.
Otro escenario pertinente en el que las redes A2/AD pueden tener un claro componente ofensivo (o intrusivo) es en las aguas continentales europeas, como el mar báltico o el Mediterráneo. Si definimos estas como elemento multidominio, no hay mayor ejemplo que aquellas que extienden su acción a todo el espacio marítimo en litigio, por lo que no hay zonas donde las fuerzas navales puedan operar libremente. Así, los países ribereños no necesitan potentes flotas o submarinos para poner en jaque a las fuerzas navales que transiten por aquellas aguas, lo que ha condicionado siempre el desarrollo de las marinas de potencias regionales como Alemania, Polonia o Grecia.
Las operaciones marítimas en este entorno se conocen habitualmente como ‘acción litoral’ y en el caso del arma submarina, se las denomina como ‘aguas marrones’, siendo poco propicias para las flotas oceánicas basadas en CVN y SSN.
La combinación de las redes A2/AD, relativamente económicas y asequibles para países en vías de desarrollo, así como la escasa libertad de acción de los grandes buques en estos escenarios, han alumbrado bastantes teorías al respecto de la composición de las flotas occidentales en el futuro, si bien el liderazgo doctrinal norteamericano siempre impulsa la acción oceánica y el poder aéreo embarcado, no siendo realmente un escenario convergente con las necesidades ni los medios de otros países aliados.
Precisamente las doctrinas navales de algunos países europeos, como Reino Unido, España o Italia, han puesto el énfasis en pequeños portaaviones de apoyo con aeronaves de despegue vertical, de forma similar a los del USMC, pero una orientación diferente y relativa al dominio del mar. El actual panorama estratégico pone en duda la idoneidad de estos buques para operar en entornos próximos a sus territorios nacionales y las fuerzas aéreas propias si no es para garantizar el apoyo inmediato a fuerzas de desembarco, que es precisamente el procedimiento que más puede sufrir (hasta el punto de ser inviable) con las redes A2/AD. De hecho, Reino Unido ya ha escalado a dos portaaviones que, pese a operar aviones VSTOL, se pueden considerar medios de ataque y no tienen como principal escenario teórico el mar del norte o la brecha de GIUK [4].
EE. UU. ha entendido que las grandes plataformas son muy vulnerables, ya que concentran los recursos de la US Navy en unos pocos cascos, pensando en soluciones a la europea para evitarlo, lo que unido a la disponibilidad de grandes LHA y los nuevos aviones VSTOL de quinta generación F35B [5] parecen aventurar el uso de estos medios como elementos de una acción naval ‘distribuida’ o DMO (Distributed Maritime Operations), limitando la vulnerabilidad y dependencia de los grandes grupos de tareas o CSG (Carrier Strike Group). Precisamente de confrontar las doctrinas que impulsan la proyección del poder naval de los países globales en el mapa geoestratégico (básicamente EE. UU. y sus aliados de la OTAN) con aquellos que, recelosos de este potencial, defienden su espacio geoestratégico o territorial, han surgido conceptos como las redes A2/AD, la guerra de salvas o las operaciones marítimas distribuidas.
Operaciones Marítimas Distribuidas y Fuerza Mosaico
En realidad, el concepto DMO no es nuevo. Ya en los años ochenta y ante la proliferación de medios antibuque soviéticos, incluidas cabezas nucleares, la US Navy estudió la posibilidad de crear grupos de tareas más numerosos basados en portaaviones ligeros para la lucha ASW (el objetivo eran los SSBN soviéticos) y la escolta de los convoyes hacia Europa, tal como sucediera durante la segunda guerra mundial. Es curioso que aquel proyecto de SCS o ‘Sea Control Ship’, que sería finalmente cancelado, acabó por alumbrar los portaaeronaves español [6] y británicos, que acababan de fabricar el avión que conformaría finalmente el sistema de armas ‘portaaeronaves’, el Harrier.
Sin embargo la teoría DMO aplicada a la aviación embarcada tiene dos problemas importantes, por un lado que la amenaza de las defensas costeras obliga a alejar los grupos navales en pos de mayor seguridad; por el otro, que las plataformas tipo LHA ‘América’ no pueden llevar los medios de reabastecimiento necesarios para dar a los aviones F35B el alcance necesario, que se suma a que el modelo de aterrizaje vertical tiene menos combustible interno y carga de armas que los operados por los grandes CVN (F-35C).
Igualmente, la necesidad de los grandes anfibios para dejar sobre la playa los contingentes desde distancias seguras (hasta 200 millas) choca con la escasa capacidad de los LCAC y LCU disponibles, lo que por un lado fuerza a emplear asaltos aerotransportados con V22 y CH53K (que monopolizan las cubiertas) y por el otro a diseñar nuevos buques para el movimiento hasta la costa con mayor capacidad, denominados Light Amphibious Warship (LAW).
Más allá de la doctrina DMO, o como evolución de la misma, se sitúa la que se ha venido a llamar ‘fuerza mosaico’ o guerra mosaico, publicada por la agencia DARPA (Defense Advanced Research Projects Agency) y que básicamente consiste en renunciar a la confrontación entre complejos sistemas de armas en favor de una ‘distribución’ de funciones entre plataformas especializadas que actúen en red para componer las capacidades militares demandadas, dificultando de este modo las acciones de destrucción sistemática de los nodos C3I, que es la base de la respuesta doctrinal china.
Así pues, la teoría aboga por aumentar el número de plataformas, haciéndolas más automatizadas (incluso no tripuladas) y especializadas en una función muy concreta, actuando como sensores, unidades de fuego, apoyo, etc. Estas teorías se empezaron a desarrollar con la evolución tecnológica de los sistemas autónomos, en especial los aéreos o UAV, que han sido los pioneros y de más rápido desarrollo.
Del ‘pastoreo’ de UAVs desde plataformas tripuladas se ha pasado a los enjambres de drones con IA, e incluso a las mentes colmena, donde ningún sensor o controlador humano es necesario para que el enjambre piense como un conjunto y tome ‘decisiones’ por sí mismo.
Todas estas teorías aún no se han evaluado lo suficiente, pero si bien son prometedoras en algunos aspectos (principalmente por el uso de UUV submarinos) tienen muy mala aplicación al ámbito naval de superficie, principalmente porque es un entorno donde la causa-efecto tiene un tiempo de respuesta mucho mayor que en el aire, porque la maniobra se realiza en dos dimensiones y porque no se puede prescindir del elemento humano en la mayor parte de las operaciones de gobierno de un buque.
Uno de los grandes factores para considerar esta teoría es la de obviar las pérdidas en combate (medios prescindibles) cosa factible en los artefactos aéreos, pero no tanto en los navales, dado el coste de los mismos. En el caso de los medios tripulados de capacidades parciales y menos demanda de personal, el problema viene de la falta de herramientas para las tareas básicas a bordo de una plataforma naval. Ya si hablamos de trasladar fuerzas anfibias, operaciones de vuelo, atención a emergencias o la seguridad de la embarcación, optar por la automatización excesiva parece poco razonable [7].
En el aspecto táctico, las flotas distribuidas chocan con varios problemas, para empezar los relacionados con el Mando y control o C2 ejercido remotamente, que, al contrario de los medios aéreos, no tienen garantizada la señal LOS (Line Of Sight) a largas distancias, por lo que la dependencia de SATCOM es total.
Una fuerza mosaico se basa en sistemas interconectados en una red de información no centralizada a la que los diferentes comandantes recurren para la toma decisión (Network-Centric Warfare o guerra centrada en la redes), esto teóricamente permite trabajar en entorno EW exigentes o ‘niebla de guerra’, para que se mantenga la iniciativa en caso de caída de la cadena de mando natural. Es obvio pues que el supuesto asume graves riesgos a la hora de depender de una red para operar sistemas de armas o prescindir de nodos efectivos (buques con toda la panoplia EW/C2 instalada).
La solución propuesta por DARPA es bastante difusa, ya que cita el empleo de inteligencia artificial o IA, algo realmente complejo y sin desarrollo efectivo para ser implementada por el momento. Todo proceso de targeting en una acción bélica está sujeto a condicionantes externos, regidos por el DICA (Derecho Internacional de Conflictos Armados) y más allá del derecho inherente a la legítima defensa, siempre están sujetos a diferentes ROE (Reglas de Enfrentamiento) que emanan del ámbito estratégico (y político) aunque se delegue la conducción a niveles de decisión inferiores (operacional y táctico) según el nivel de autorización que se les asigne. Es obvio que todo este mecanismo decisorio no puede ser automatizado, ya que es la esencia del proceso de planeamiento, aunque en teoría podría centralizarse desde el nivel estratégico (externo al área de operaciones o AO) emanando hacía abajo en forma de directrices automatizadas.
Es en un complejo entramado de mando y control, donde se incluyen equipos de trabajo de un estado mayor embarcado de ámbito operacional (MOM), incluso de planeamiento táctico con alto ritmo de ejecución, como el MAOC (Maritime Air Operations Center) de las alas aéreas embarcadas, donde los grandes buques de superficie aún tienen un cometido, que se basa precisamente en la capacidad para operar de forma autónoma o delegada sea cual sea el grado de degradación de la red de datos y con ella, de la visión global del espacio de batalla.
Precisamente conseguir esta autonomía o iniciativa de los escalones inferiores entre la ‘niebla de guerra’ es contrario a una excesiva centralización del poder decisorio humano en un MOC (Maritime Operations Center) de carácter estratégico, además de contrario al básico concepto de conciencia situacional que ofrece la presencia de los comandantes en AO.
Es lo que el DoD (Department of Defense) norteamericano ha definido por Actuar o ‘Act’, dentro del proceso JADC2, esto es: La capacidad de todos los escalones de conocer y comprender las intenciones del mando superior para poder obrar en consecuencia, pero con libertad para proceder con sus fuerzas como estimen oportuno.
En este punto una IA avanzada puede llegar a ser eficaz, ya que confrontará las variables más convenientes en el ámbito táctico sin perder la perspectiva que emana del MOC, es decir, del objetivo final de la operación, siempre y cuando esté perfectamente definido.
Un ejemplo de esta dicotomía en el ejercicio del mando lo podemos ver en la actuación del almirante Halsey, al mando de la séptima flota durante la batalla del golfo de Leyte (1944). Obcecado por obtener una victoria táctica sobre los portaaviones japoneses (que lograría finalmente), cayó en la trampa preparada por Ozawa, abandonando la protección de la 3ª flota de desembarco del vicealmirante Kinkaid (su principal cometido), que quedó así a merced de las escuadras de superficie mandadas por Nishimura y Kurita; este último logró alcanzar la zona del desembarco a través del estrecho de San Bernardino y solo la valerosa actuación de los destructores y portaaviones de escolta de Kinkaid evitaron el desastre para los norteamericanos.
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