El Programa FCAS y la Industria Española de Defensa: una apuesta equivocada

Una apuesta equivocada

Si hay un programa polémico en el que esté embarcado el Ministerio de Defensa de España, ese es el FCAS. Nacido como una iniciativa del Programa Europeo de Adquisición de Tecnología (ETAP) destinada a explorar las necesidades de las fuerzas aéreas de la UE relativas a un nuevo sistema de armas conjunto de combate aéreo, con la firma del acuerdo marco NGWS mutó en algo muy diferente. La priorización de los intereses de parte de la industria de defensa por encima de los del Ejército del Aire en el caso de España, los particulares intereses de Francia -con Dassault a la cabeza-, la posición dubitativa de Alemania, los múltiples retrasos y desencuentros entre los socios o la apuesta española por Indra -en detrimento de Airbus- como coordinador nacional son solo algunos de los temas motivo de controversia en un programa que siempre ha transitado por la cuerda floja. Además, una pregunta sobrevuela todavía a los decisores de los tres estados que forman parte del programa FCAS: ¿es la apuesta correcta?

El programa FCAS (Future Combat Air System) nació a partir de una iniciativa del programa de adquisición de tecnología europeo (ETAP o European Techology Adquisition Programme) destinada a explorar las necesidades de las fuerzas aéreas de la UE en relación con un nuevo sistema de armas conjunto de combate aéreo. Los primeros pasos se dieron allá por el lejano 2001[1] cuando el Eurofighter Typhoon ni siquiera había entrado en servicio (lo haría a partir de 2003). Por entonces, la ETAP analizó hasta una decena de propuestas diferentes de posibles FCAS, llegando a la conclusión de que dos eran las soluciones más prometedoras[2]. Desde entonces, como suele decirse vulgarmente, ha llovido mucho, y el programa, así como los países implicados, han ido también cambiando. Es más, las mismas siglas han hecho referencia a iniciativas muy diferentes, como el fracasado SCAF-FCAS, puesto en marcha por Dassault y BAE Systems sobre la base de sus demostradores Neuron (desarrollado en colaboración con Italia y Suecia) y Taranis, respectivamente[3].

Dado que este no pretende ser un artículo histórico, nos remontaremos al último lustro, durante el cual se han firmado los acuerdos más relevantes de cara al actual programa. En este sentido, la primera decisión de desarrollar un Sistema Europeo de Defensa Aérea conjunto de nueva generación fue tomada por la canciller germana, Ángela Merkel y el presidente francés, Enmanuel Macron, en el verano de 2017. Un año después, en 2018, ambos Estados firmaron de la mano de sus respectivas ministras de Defensa, un Documento de Requisitos Operativos Comunes de Alto Nivel (HLCORD) para un sistema de armas de nueva generación (NGWS) como parte del FCAS[4]. Posteriormente, ya en 2019, se produciría la firma de los dos documentos que dan inicio al programa tal y como lo conocemos. En primer lugar, el Acuerdo de Estudio Conjunto francoalemán (JCS)[5], firmado en febrero. En segundo lugar, y más importante si cabe, ese mismo verano y coincidiendo con la 53ª edición del Salón Internacional de la Aeronáutica y del Espacio de París, se oficializaría el acuerdo para el desarrollo del NGWS[6] (Next Generation Weapon System), al que se sumaba España. Esta era –y oficialmente sigue siendo- una iniciativa de los gobiernos de París, Madrid y Berlín lanzada con la intención de poner en el aire un nuevo y complejo sistema formado tanto por aviones tripulados como no tripulados en sustitución de los actuales Typhoon Rafale, hacia el año 2040.

La escenificación de la firma por parte de las tres ministras de Defensa implicadas bajo la atenta mirada de Macron en el verano de 2019, pese a suponer un importante hito -y certificar la entrada de España en pie de igualdad con Francia y Alemania-, no servía para poner fin a unas desavenencias entre socios que acompañan al proyecto desde sus inicios. Hay que tener en cuenta que, aunque el NGWS sea relativamente reciente, el camino ha sido tortuoso desde antes de su aprobación. No hay más que remontarse a la salida del Reino Unido para lanzar el programa Tempest en julio de 2018[7], a las discusiones entre Francia y Alemania a propósito de la política de exportación de armamentos, a las relativas al reparto industrial -con las continuas amenazas de Dassault de abandonar el proyecto si el resto de los socios no aceptan sus imposiciones- o, en el caso de España, a la elección de Indra como coordinador nacional en detrimento de Airbus España. Tampoco podemos olvidar que el FCAS debe cumplir con requisitos en ocasiones encontrados, algo que ya lastrara el desarrollo del Eurofighter y que costase la salida de Francia del programa al no aceptar diseños como el TFK-90 o el P110.B que no eran embarcables. Este último es un tema que todavía preocupa a los decisores franceses, como demuestran algunos de los informes de su Senado[8].

En el caso de España, nuestro país ha estado implicado desde el primer momento en el programa, siendo una de las seis naciones firmantes de la Carta de Intenciones para la Reestructuración de la Industria Europea de Defensa (LOI-EDIR) junto a Alemania, Francia, Italia, Reino Unido y Suecia. Posteriormente, ya en 2013, se organizó una jornada sobre el tema en el Centro de Guerra Aérea[9] que reunió a la DGAM, el INTA, el Ejército del Aire y la industria de defensa, en la que se debatieron aspectos tecnológicos y operativos del FCAS que fueron desde el propio concepto del programa a los requisitos y capacidades, las misiones a cumplir o el riesgo tecnológico e industrial[10]. Eran momentos difíciles, pues la situación económica posterior a la crisis de 2008 lastró la inversión en defensa, lo que impidió al Ministerio de Defensa implicarse en algunos programas, obligó a reducir las adquisiciones y forzó el retraso en otros, llevando a la industria nacional a un punto crítico, en el que la supervivencia del sector llegó a estar amenazada. Lo hizo hasta tal punto que el Ministerio de Defensa terminó por embarcarse en algunos programas y compras únicamente por intereses industriales que no parecían “estar plenamente alineados con las necesidades nacionales”, algo que se aplica a la perfección en el caso del FCAS[11]. No olvidemos que, para nuestro Ministerio de Defensa, al menos oficialmente y tal y como se recoge en la Estrategia de Tecnología e Innovación para la Defensa (ETID 2020)[12], el FCAS es de entre todas las futuras grandes plataformas:

“El programa más representativo […] entendido como la próxima generación de capacidades del combate aéreo, que combinará componentes tripulados, plataformas remotamente tripuladas, efectores y otros elementos cooperantes integrados en una arquitectura de sistema de sistemas, operando en red como una única entidad funcional. Así, el concepto nacional de FCAS contempla, fundamentalmente, el NGWS como elemento principal, junto con el avión tripulado sustituto del EF-18MLU y la evolución de los aviones Eurofighter (EF Long Term Evolution); siendo el objeto del programa NGWS la renovación de las actuales flotas de Eurofighter (Alemania y España) y Rafale (Francia) en el entorno temporal de 2040. El programa está estructurado en un conjunto de siete pilares tecnológicos; avión de combate futuro (NGF), operadores remotos no tripulados (RC), nuevos sistemas avanzados de sensores (SENSORS), nube de combate (CC), simulación (SIMLAB), propulsión (ENGINE) y baja observabilidad (ELOT)”.

A lo que añaden:

“Dadas las características de las amenazas a las que las FAS deben hacer frente, es necesario disponer de grandes plataformas y sistemas de armas en los dominios terrestre, naval, aéreo y espacial, que incorporen avances tecnológicos de muy elevada complejidad, los cuales a menudo se llevan a cabo en cooperación internacional, implicando grandes inversiones económicas y plazos de desarrollo muy extensos.

Al tratarse de sistemas pensados para estar en servicio durante décadas, se requiere acometer programas tecnológicos con una serie de años de anticipación, en los que se aborde la incorporación de las últimas tecnologías a las funciones más críticas del sistema a través de demostradores tecnológicos, los cuales permiten validar la madurez de estos desarrollos y el riesgo de trasladarlos a los sistemas finales”.

Es precisamente aquí, como veremos, donde empiezan los problemas, pues se asume, a décadas vista (en el entorno temporal de 2040), que el paradigma plataforma-céntrico que lleva imperando desde el final de la Segunda Guerra Mundial, seguirá en vigor a la entrada en servicio del FCAS, una fecha que además se ha pospuesto en diversas ocasiones. Tan es así que, según los últimos cálculos del CEO de Dassault, su entrada en servicio podría ser más bien hacia 2050 que hacia 2040, fecha en la que se antoja difícil pensar en una plataforma tripulada como núcleo de este sistema de sistemas.[13]

En el tiempo que nos ha tocado vivir, al menos en lo relativo a la defensa, hacer planes a tan largo plazo es más un acto de fe que un acto racional. No en vano, se espera la singularidad tecnológica hacia el 2035[14], estamos inmersos en una Revolución Militar sin precedentes y cualquier programa militar a tres décadas vista, como es el caso del FCAS, debería ser mirado con mucha cautela. No es casualidad que en un espacio de tiempo relativamente breve hayamos asistido a desarrollos intelectuales sin precedentes, que han tenido su reflejo en sucesivos cambios doctrinales. Nociones como las de «Guerra en red» y «Guerra centrada en redes», «Guerra híbridas» o «Guerras de nueva generación» en las décadas anteriores y más recientemente los de «Guerra Multidominio» o «Guerra Mosaico» no son, en última instancia, más que intentos de aproximación a un momento de cambio profundo. Un periodo en el que se ha venido gestando -todavía está en marcha- auténtica Revolución Militar que amenaza con alterar radicalmente mucho de lo que damos por sentado respecto a la guerra, a la forma de combatir y como consecuencia, de plantear los programas militares.

En este maremágnum de cambios, la industria de defensa, especialmente las empresas plataformistas, así como los planificadores militares españoles y europeos, llevan años moviéndose en la cuerda floja. En primer lugar, porque hacer prospectiva es cada vez más complejo. A los avances tecnológicos y sus posibles aplicaciones al terreno bélico han de sumarse la necesidad de adelantar de qué nuevas y sorprendentes formas podrán utilizarse armamentos y sistemas ya en uso, tanto de forma independiente, como combinados con los nuevos desarrollos. En segundo lugar, porque el proceso de conceptualización, diseño, pruebas, producción y entrada en servicio de los nuevos sistemas de armas y plataformas exige de recursos ingentes y tiempo, especialmente tiempo, medido en demasiadas ocasiones en décadas[15]. Esto es algo que debe cambiar y que no solo afecta a España, sino a la UE en su conjunto, pues la Revolución Militar ha tomado al continente con el paso cambiado en muchos aspectos. No hay más que atender a lo que ocurre con algunos proyectos PESCO, que siguen en marcha pese a no lograr avances, únicamente porque existe un miedo irracional a admitir el fracaso, cuando la aproximación adecuada pasaría por dar marcha atrás tras las primeras evaluaciones negativas, reasignando los recursos a otros más prometedores.

A pesar de que en relación con el Eurofighter o el Rafale el FCAS sí presenta un salto evolutivo, en términos relativos, es decir, frente a la posible competencia, no aporta nada sustancialmente nuevo. De hecho, muchas de las posibilidades que podría llegar a ofrecer si el programa llega a buen puerto, en realidad ya están siendo implementadas por los Estados Unidos a día de hoy. Fuente – Airbus.

 

 

La Revolución Militar en marcha

Los estudiosos, en su mayor parte anglosajones, llevan teorizando desde finales de los años 80 y principios de los 90 sobre las consecuencias de los cambios tecnológicos que estaban afectando a la forma de hacer la guerra ya por entonces. Incluso los soviéticos -de hecho, con cierta antelación de la mano de Nikolai Ogarkov[16]– habían hablado sobre ello. Cambios que en su mayoría se iniciaron con la puesta en marcha por parte del Gobierno estadounidense de la Segunda Estrategia de Compensación tras la derrota sufrida en Vietnam y la necesidad de compensar gracias a mejoras cualitativas la enorme superioridad numérica del Ejército Rojo en Europa Occidental. El desarrollo de tecnologías de comunicaciones satelitales, de sistemas de guiado, de nuevas armas y sistemas de armas más capaces, las mejoras en computación asociadas a la llegada los microprocesadores y la aparición de nuevas doctrinas como la Air-Land Battle demostraron su validez durante la operación “Tormenta del desierto” en Irak. Se comenzó así a hablar de una incipiente “Revolución en los Asuntos Militares de la Información”, un concepto cuestionado y cuestionable.

La perspectiva que ofrece el tiempo nos permite ahora ver tanto los 80 y 90 como la primera década del  siglo XXI bajo otra luz. Por supuesto, no pretendemos demostrarlo en un artículo de unos pocos miles de palabras y dedicado a otro tema, pero sí hacer notar que son muchos los factores que indican que nos encontramos ante una Revolución Militar en toda regla y no ante una “simple” Revolución en los Asuntos Militares, término mucho más acotado y de implicaciones menores[17]. Así, los cambios vistos desde “Tormenta del desierto”, que siguieron profundizándose durante la época de la “Transformación Militar”, no serían más que la punta del iceberg de un proceso mucho más amplio y profundo. Una Revolución Militar en la que tanto la forma de luchar, como las tecnologías clave en el campo de batalla o la relación entre la sociedad, la economía, la industria y el fenómeno guerra están cambiando como no lo habían hecho desde los inicios de la Edad Moderna.

Como en todos los procesos de cambio de tal calado, no se trata de algo lineal, sino que funciona a pequeños saltos, en función de la aparición de avances subsidiarios. De esta forma, únicamente el paso del tiempo permite observar el fenómeno en su conjunto e identificarlo. Así, en el caso de la Revolución Militar de la Pólvora, a ella se asociaron cambios en la construcción naval para incorporar cañones en los costados de los buques, cambios en la producción para abastecer la demanda de arcabuces, cañones o la propia pólvora, cambios doctrinales para sacar el mejor partido a las nuevas armas, cambios en la construcción, como la traza italiana, para protegerse de eéstas, la llegada de los primeros ejércitos nacionales;, pues los Estados modernos eran los únicos que podían costear todo lo anterior, etc. En consecuencia, los cambios asociados a la llegada de la pólvora fueron mucho más allá del ámbito militar hasta afectar a la economía o la sociedad. Sin embargo, para un chino que viviera en el año 1402 o un europeo que lo hiciese setenta años más tarde, a pesar de que las armas de fuego ya eran una realidad, nada de lo que hemos contado le parecía evidente. Solo el paso del tiempo permitiría que la acumulación de cambios llevase al perfeccionamiento del mecanismo de disparo de los arcabuces, a los desarrollos doctrinales que alumbraron el Gran Capitán o Gustavo II Adolfo, a la aparición del navío de línea o a las fortificaciones diseñadas por Vauban.

En el tiempo que nos ha tocado vivir se está produciendo un fenómeno parecido. Como hemos dicho, desde los años 80 se viene teorizando sobre los cambios a los que estamos asistiendo, pero solo en fechas muy recientes comenzamos a ver con claridad algunos de los indicios que nos hablan de una Revolución Militar en ciernes fundamentada sobre la trinidad de información, precisión y velocidad[18]. El cambio técnico fundamental sobre el que se asienta, es sin duda la posibilidad de obtener, gestionar y utilizar en beneficio propio ingentes cantidades de información, acelerando así el conocido como ciclo de Boyd o bucle OODA. El catalizador del fenómeno es la aparición de ciertas tecnologías, especialmente la Inteligencia Artificial, pero también de otras asociadas, como las mejoras en computación, comunicaciones, Big Data, etcétera, que hacen posible gestionar y aprovechar la información obtenida. Los cambios, como están demostrando los últimos conflictos, van más allá de mejoras incrementales en la forma de guerrear, para afectar a la industria de defensa, a las doctrinas y al conjunto de la sociedad. Esta última, gracias a Internet y a la generalización de los móviles inteligentes tiene por primera vez la posibilidad de asistir al desarrollo de las operaciones bélicas casi en tiempo real, pero también de organizarse contra la guerra o de verse influenciada por campañas de desinformación de una forma que hasta ahora no habíamos visto. También en el plano doctrinal e intelectual los avances en cuanto a guerra multidominio y mosaico concebidos por la agencia estadounidense DARPA prometen dar cohesión y sentido a todos estos avances, integrándolos dentro de un marco teórico que permita su correcta explotación.

En términos militares, que es lo que nos ocupa, la Revolución Militar en ciernes está marcada, entre otras cosas, por el fin del paradigma plataforma-céntrico, en beneficio de otro basado en el concepto de “sistema de sistemas”. Sin que esto suponga que las grandes plataformas, como los carros de combate, los vehículos de combate de infantería, los aviones de combate o los buques de guerra desaparezcan, sí asistiremos a una distribución de los sensores y armas que hasta ahora incorporaban en plataformas más pequeñas y baratas, multiplicando la letalidad en virtud de la Ley del Cuadrado de Lanchester[19]. De esta forma los dilemas del enemigo crecerán exponencialmente al verse atacado desde múltiples puntos y podrá obtenerse todo el partido posible de la capacidad de gestionar el gran volumen de datos recogido por sensores sobre el terreno, en el aire e incluso orbitando por el espacio. Hasta aquí la parte “fácil” de adaptarse a la Revolución Militar en marcha. Es decir, la parte teórica relacionada con el paso de las plataformas a los sistemas y de lo monolítico a lo desagregado. La parte difícil tiene que ver con el ritmo de iteración.

La Ley del Cuadrado de Lanchester nos dice que el poder de combate es proporcional al cuadrado del tamaño relativo de las fuerzas enfrentadas. Es decir, que si disponemos de una fuerza numérica que doble a la del enemigo, contaremos con una capacidad destructiva cuatro veces mayor que la suya. Fuente – Paul Scharre y James Marshall.

En épocas pretéritas, la dificultad de comunicarse y de acometer viajes largos y el hecho de que muchos métodos de fabricación fuesen manuales y dependiesen de un puñado de artesanos muy especializados, dificultaba el proceso de difusión tecnológica. La pólvora, como otros adelantos, aunque se generalizó relativamente rápido una vez llegó de Asia a Europa, requirió literalmente de siglos hasta dar lugar a armas, doctrinas y orgánicas capaces de aprovechar todo su potencial. En tiempos de la Revolución Industrial, este plazo se acortó sensiblemente. El espacio de tiempo entre que el Imperio Británico puso en servicio los primeros tanques y que estos pasaron a ser de uso común entre ejércitos de toda Europa, en los Estados Unidos e incluso en Japón, fue de poco más de una década. Lo mismo con el avión y con muchos otros avances. Los nuevos medios de comunicación, la posibilidad de que espías, ingenieros, agregados militares transfiriesen información sobre los avances de aliados o rivales mediante telégrafo o radio, o incluso presencialmente gracias al avión y el dirigible, o los buques a motor. Poder evaluar en casi todo momento los avances del resto, permitía a su vez diseñar e implementar mejoras en los desarrollos propios con una velocidad nunca vista. Hoy en día, huelga decirlo, esta tendencia se ha venido profundizando, en íntima relación con la revolución vivida en las telecomunicaciones, pero también en los medios de transporte. La consecuencia es clara: el campo de batalla moderno es testigo de cómo los desarrollos en algunos ámbitos se suceden a velocidad de vértigo y también de cómo las contramedidas destinadas a combatirlos aparecen a un ritmo comparable.

En virtud de todo lo anterior, hemos llegado a un punto en el que los programas militares a décadas vista, tienen cada vez menos sentido, algo que está condicionando ya las decisiones de los planificadores militares. No hay más que ver lo ocurrido en los Estados Unidos con el programa F-35 y el cambio de concepto que supone su sucesor, el NGAD (Next Generation Air Dominance). En este último caso, lejos de intentar repetir la experiencia del Lightning II, que ha sido un quebradero de cabeza debido a la complejidad de integrar sobre un mismo diseño los requisitos de los Marines, la Armada y la Fuerza Aérea, buscarán aumentar el ritmo de iteración en base a diseños más sencillos. De esta forma esperan poder introducir cambios incrementales en la plataforma base, pero también en los aparatos no tripulados que conformen junto a ella el sistema de sistemas, adaptándose lo más rápido posible a los cambios en el campo de batalla, facilitando la gestión del programa, retirando cargas de los hombros de la industria y seguramente, ahorrando dinero. Además, con la ventaja de evadir por una parte las Leyes de Augustine y por otra de evitar inercias, de forma que el programa no se convierta, como ocurrió con el Joint Strike Fighter en un programa “too big to fail”. Dicho de otra forma, intentarán perseguir únicamente objetivos alcanzables a corto y medio plazo, en lugar de poner las esperanzas en un diseño revolucionario en el momento de su concepción, pero que sea tan difícil de materializar que llegue desfasado al momento de entrada en servicio. Es más, la intención es contar convertir el NGAD en una capacidad real antes de 2030[20]. Esto es, ni más ni menos, lo contrario de lo que está ocurriendo con el FCAS, como veremos a continuación. Además, nuestros aliados anglosajones están poniendo buena parte del énfasis en los UCAV y UAV acompañantes, que es seguramente en donde radique en el futuro el grueso del mercado…

Con el NGAD, los Estados Unidos apuestan por programa que, en lugar de estar listo a décadas vista, pueda introducirse rápidamente y evolucionándose sobre la marcha, beneficiándose de un alto ritmo de iteración. En la imagen, publicada en su día por la USAF, pretenden mostrar cómo incluso algo aparentemente tan poco dado al cambio como el tren de aterrizaje, podrá ir evolucionando e integrándose en la plataforma tripulada según vayan implementándose mejoras en su diseño. Lo mismo sería aplicable a los motores, el armamento, los drones que lo acompañen o incluso la posibilidad de renunciar al piloto, entre muchas otras cosas. Fuente – USAF.

Los múltiples problemas del FCAS

El FCAS nace con la intención declarada de ser un “sistema de sistemas” en el que se integren plataformas tripuladas y no tripuladas, nuevas armas, sistemas de reconocimiento, alerta temprana, etcétera. Hasta aquí, todo bien, pues se pone el acento en la integración entre plataformas tripuladas y no tripuladas, armas, sensores y en la arquitectura de comunicaciones que lo haga todo posible. Sin embargo, pese a que el programa y sus antecesores llevan años en marcha, todavía no han logrado acordar siquiera algunos de los aspectos cruciales, como el tipo exacto de aparato tripulado a desarrollar, siendo este un punto crítico, ya que será el nodo central del sistema. Así, pese a que nominalmente buscan contar con un cazabombardero de 6ª generación (lo que no deja de ser una forma de reconocer los retrasos, ya que el programa nació para dotar a las Fuerzas Aéreas europeas de un aparato de 5ª), las características básicas están todavía por definir. De hecho, el último contrato asignado para el programa NGWS/FCAS, el pasado 28 de septiembre, tiene como objetivo declarado[21]:

“[…] colaborar en el desarrollo del Concepto de Operaciones (CONOPS), investigando posibles evoluciones de los retos de la Defensa Nacional, en el dominio de responsabilidad del Ejército del Aire, y detallando posibles soluciones para afrontarlos”.

Así, según el texto del Ministerio de Defensa de España:

“Las investigaciones que se realicen durante la ejecución de este contrato permitirán que el Concepto de Operaciones resultante ayude en la definición del programa NGWS/FCAS en sus próximas etapas de maduración de tecnologías y desarrollo de demostradores”.

Lo que en la práctica quiere decir que todavía no se conoce ni siquiera cómo se empleará el sistema resultante. Esto, en sí mismo, no es malo. Muchos proyectos comienzan así y deben superar distintas fases de definición antes de tener una idea clara de lo que el producto final debería ser. Ahora bien, que sea el proceder tradicional en programas de esta entidad no quiere decir que sea lo correcto por las razones que hemos esgrimido al hablar sobre la Revolución Militar en ciernes, ni tampoco que se esté haciendo a tiempo. De hecho, todo indica que vamos tarde, muy tarde.

El FCAS, no hay más que ver imágenes oficiales de Airbus como la que sirve de portada a este artículo o la documentación pública sobre el programa, no parece ofrecer nada radicalmente nuevo no ya de cara a 2050, sino ni siquiera de cara a 2030. De hecho, a tenor de las imágenes, los diagramas oficiales y la escasa información que trasciende, no parece ir más allá de lo que ofrecería por ejemplo un cazabombardero Lockheed Martin F-35 Lightning II[22] operando junto a varios Loyal Wingman como los que Australia tiene en pruebas[23]. Es decir, que cabe la posibilidad de que el FCAS, tal cual está planteado, llegue incluso con décadas de retraso, lo mismo que ya está ocurriendo con otro programa polémico, el Euromale;, un sistema que si finalmente cuaja, ofrecerá hacia 2030 algo que en Estados Unidos llevan décadas utilizando[24].

Con todo, aún estamos lejos de esa fase. Antes de llegar ahí toca como hemos dicho definir cada componente del programa y llegar a un acuerdo sobre la plataforma tripulada, denominada NGF o New Generation Fighter. Este es el aspecto más conflictivo por ahora[25] a causa de las ambiciones de cada parte relativas al reparto industrial, así como a las particulares necesidades francesas. Recordemos que Francia, al disponer de un portaaviones CATOBAR en servicio y tener otro en fase de diseño, exige que el avión resultante pueda ser embarcable, algo que va en contra de los intereses españoles y alemanes y complica y encarece el proyecto[26]. También que pese a existir un acuerdo relativo a las áreas que lidera cada nación dentro del programa, las discusiones entre socios por detalles menores siguen a la orden del día y el acuerdo definitivo sobre el reparto industrial llegará mucho más adelante, posiblemente hacia 2026[27]. Eso por no hablar de las disputas relativas a las futuras exportaciones[28] -si es que logran un producto comercialmente viable- que han lastrado las negociaciones entre Francia y Alemania no solo relativas a este programa, sino a otros como el futuro MGCS. Respecto a este último, es importante señalar también que la negociación entre ambos estados respecto al FCAS y el MGCS ha estado ligada en todo momento, de tal forma que llegaron a un acuerdo de participación industrial 50/50, pero con el liderazgo francés en el componente aeroespacial y alemán en el componente terrestre[29].

La cuestión no es baladí, pues la integración de España en el programa FCAS, aunque ha permitido la entrada de un buen número de empresas nacionales en el proyecto como GMV, Sener o Tecnobit además de la propia Indra[30], se ha hecho de forma forzada. Así, aunque parece un hecho aceptado ya por el gigante europeo (a cambio de importantes compensaciones cuyo coste debería sumarse al del programa)[31], sigue levantando ampollas la elección por parte del Gobierno de España de Indra como coordinador nacional industrial en detrimento de Airbus España. Una decisión que se tomó en 2019[32] con el apoyo de Dassault (que no quería que Airbus liderase la parte alemana y española), que provocó airadas protestas y la puesta en práctica de todo el poder de lobby de la multinacional y que a su vez dio inicio a una serie de cambios tectónicos en la arquitectura de la industria española de defensa.

También en relación con el reparto industrial, cabe mencionar otro aspecto crítico: los costes de transacción. Al igual que ocurriese con otros programas europeos como el helicóptero de ataque Tigre, el helicóptero polivalente NH-90, el avión de combate EF-2000 Typhoon o el avión de transporte A-400M, en el caso del FCAS se incurre en unos enormes costes de transacción relacionados con la negociación y la decisión. Dicho de otra forma, la necesidad de ofrecer retornos a cada uno de los socios, el distinto peso de cada uno de ellos dentro de los programas, la localización de la producción en plantas que en ocasiones no son las óptimas o la necesidad de transportar piezas entre ellas cuando podría realizarse todo el montaje en una única instalación, son consecuencias indeseables derivadas de los acuerdos políticos iniciales. El resultado es pernicioso en varios sentidos. Por una parte, encarecen el precio del producto final, que debe incluir los costes de transacción. Por otra, el reparto industrial, al no obedecer a razones puramente económicas sino políticas, termina dando como resultado la instalación de plantas de producción en tal o cual lugar que después han de recibir carga de trabajo para mantenerse en marcha, a riesgo de perder lo invertido, creando servidumbres. Por último, este tipo de programas obligan a los participantes a adquirir un número en ocasiones excesivo de plataformas para asegurarse bien que sea comercialmente viable gracias a las economías de escala, bien que el porcentaje de participación en el proyecto sea el deseado.

En resumen, el FCAS, como ha venido ocurriendo y ocurre con otros programas europeos, adolece de serios problemas relacionados con la inclusión de requisitos en ocasiones incompatibles, las negociaciones interminables, la indefinición, los costes de transacción y, en resumen, pues todo lo anterior siempre se materializa de la misma forma, de sobrecostes, de plazos de desarrollo excesivos y en la mayoría de los casos, retrasos. Esto, que en otra época no muy lejana no era tan relevante -al fin y al cabo, Europa ha alumbrado productos magníficos como el propio Eurofighter– supone un riesgo inasumible en un periodo de Revolución Militar como el actual. Por ende, la solución lógica no pasa por programas interminables en los que los socios terminan por hacer inversiones tales que pasado un tiempo hacen imposible retirarse, sino por proyectos mucho más asequibles, en muchos casos basados en plataformas legacy, aunque también podrían ser de nuevo cuño siempre que el riesgo tecnológico sea asumible y permitan un ritmo de iteración muy alto. Lo crucial, en tiempos de incertidumbre, es que en ningún momento los participantes pierdan la libertad de maniobra debido a las inercias o a haber acometido una apuesta demasiado alta viéndose inexorablemente anclados a programas erróneos.

El programa Tigre es un buen ejemplo de todo lo que puede salir mal en un programa multinacional: un producto excesivamente caro debido a los costes de transacción y al reparto industrial, así como a la inclusión de requisitos incompatibles, lo que llevó al desarrollo de un número ilógico de variantes, del que se adquirió un número excesivo (no en relación con las necesidades) de unidades que posteriormente terminaron en parte en tierra por falta de fondos para el ciclo de vida y la operación, sometido a una modernización extremadamente onerosa y sin una alternativa viable al haberse transformado en un imperativo industrial y militar.

El difícil futuro de la industria española de defensa

En alguna ocasión hemos hablado sobre la necesidad de acometer cambios en la “arquitectura” de la industria de defensa en España[33], de forma que esté en condiciones de enfrentarse con garantías a la Revolución Militar en marcha. Además, las decisiones que se tomen, deberán tomar en cuenta no solo la Revolución Militar que estamos viviendo, sino un segundo factor que condiciona todo el proceso: el reciente impulso a la integración europea en materia de defensa. Desde la puesta en marcha de la Cooperación Estructurada Permanente (PESCO) y especialmente ahora que la Guerra de Ucrania ha demostrado que una guerra convencional y de alta intensidad es posible en Europa, sacando de paso a la luz las carencias de la UE en esta materia, en Bruselas han dado pasos firmes, aunque insuficientes, para profundizar en la Defensa común. Más allá de los proyectos PESCO o de la dotación del EDF (European Defence Fund) , a medio plazo se espera retomar la senda de la integración industrial, creando unas pocas corporaciones a imagen y semejanza de Airbus, capaces teóricamente dados su tamaño y recursos, de competir con las empresas anglosajonas o, cada vez más, asiáticas.

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