Guerra nuclear en Ucrania

Segunda era nuclear, cortafuegos atómico y disuasión ofensiva

La guerra de Ucrania parece estar dirigiéndose, paso a paso e inexorablemente, hacia un primer uso de armas nucleares, algo inédito desde los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki en 1945. Es la consecuencia del paso, desde hace años, hacia una Segunda Era Nuclear y de la normalización del concepto de Disuasión Ofensiva, que Rusia ha estado poniendo en práctica desde los primeros compases del conflicto para modular el grado de implicación de Occidente. Si finalmente Rusia, ante la amenaza de una derrota militar completa y de la pérdida de los territorios conquistados, recurre al arma atómica, no habrá hecho otra cosa que confirmar algunas de las teorías que explicamos en este artículo.

En plena Guerra Fría, Herman Kahn, uno de los más prominentes estrategas nucleares, dijo en 1984 en su famoso libro ‘Pensando en lo impensable en los 80‘ que «existe un ‘cortafuegos’ muy grande y delimitado entre la guerra convencional y la nuclear«. Esto significa que hay una frontera delimitada entre las armas atómicas y las convencionales, ya que atravesar el umbral nuclear cambiaba la naturaleza de la guerra, que escalaría rápidamente a la destrucción total mutua.

Sin embargo, esta famosa afirmación, cierta en el entorno estratégico de la Guerra Fría, no encaja con el tipo de hipótesis que actualmente se barajan respecto a que el gobierno ruso para escalar nuclearmente en Ucrania para tratar de frenar los avances de las fuerzas convencionales ucranianas.

Por su parte, Bernard Brodie, otro de los estrategas nucleares más relevantes, escribió en su famoso libro de 1946 ‘El arma absoluta: poder atómico y orden mundial’ lo siguiente:

La primera y más vital decisión en cualquier programa de seguridad estadounidense para la era de las bombas atómicas, es tomar medidas para se garantice que, en caso de ataque, que se pueda responder con un contraataque de contundencia similar. El que aquí escribe, al hacer esa afirmación, no se preocupa en absoluto de quién ganará la próxima guerra en la que se utilizarían bombas atómicas. Hasta ahora, el objetivo principal de nuestro entramado militar ha sido ganar guerras. De ahora en adelante, su objetivo principal debe ser evitarlas. No puede encontrarse otro propósito útil (a las armas atómicas).

Brodie señalaba el absurdo de que dos potencias nucleares comenzaran una guerra atómica entre ellas por el grado de destrucción masiva mutua que se infligirían. Por tanto, la política militar debería ser meramente disuasiva y basada en las represalias. Había que tener armas atómicas para poder castigar en igualdad cualquier tipo de ataque. Con esa capacidad de respuesta y la posibilidad de escalada a la destrucción total, la única lógica de las armas consiste en evitar la guerra misma (la disuasión).

Esto derivó en que durante la Guerra Fría la estrategia entrara en un periodo que entre los académicos suele denominarse de «estancamiento nuclear». No hay incentivos para atacar, y un uso nuclear sería respondido con otro empleo de armas atómicas, por lo que se delineaba un claro cortafuegos que ningún actor estratégico trataba de cruzar, ya que pasar de una guerra convencional a una nuclear, degeneraría en una destrucción apocalíptica.

Sin embargo, las aseveraciones de Kahn y Brodie, ciertas en el entorno estratégico de la Guerra Fría, no encajan con el tipo de hipótesis actual de que el gobierno ruso escalaría nuclearmente en Ucrania para tratar de frenar los avances de las fuerzas convencionales ucranianas. Por lo tanto, para comprender la situación actual que concierne a Ucrania, se requiere una comprensión más global de los entresijos de la estrategia nuclear, que el ceñirse simplemente a los conceptos de estancamiento atómico y de cortafuegos perfectamente delimitado.

Por añadidura, limitarse a esos conceptos no solo no explica la situación actual en Ucrania, sino que tampoco explica la propia naturaleza de la disuasión nuclear durante la Guerra Fría, en la que los límites de los cortafuegos fueron variando con el tiempo, con las potencias tratando de escapar del estancamiento atómico.

Por último, hay que ser conscientes de que actualmente estamos en un entorno estratégico de Segunda Era Nuclear (típica de la Posguerra Fría), en claro contraste con la Primera Era Nuclear (que transcurrió de 1945 a 1991 aproximadamente), mucho más inestable, impredecible y tendente a usos nucleares limitados.

La evolución durante la Guerra Fría: no solo estancamiento y cortafuegos

En la estrategia disuasiva de EE. UU. de la década de 1950, esta clara separación entre guerra convencional y nuclear se reflejó en la política de Represalia Masiva, que consistía en un uso total de armas nucleares una vez las hostilidades bélicas entre Occidente y el bloque comunista (el entonces denominado bloque sino-soviético) llegaran a cierto nivel. No se esperaría a que los comunistas usaran armas nucleares (China haría su primera prueba nuclear en 1964).

Por ejemplo, durante una de las Crisis de Taiwán de la década de los 50, en la que se creía que China iba a iniciar un intento de invasión de la isla, los planes americanos abogaban por un uso nuclear en las fases iniciales del conflicto. Los primeros pasos de los estadounidenses eran solamente convencionales para intentar frenar la invasión. Si no se tenía éxito en que China desistiera en sus ataques en las primeras semanas y conseguía avances importantes (aunque solo fueran en las islas de Qemoy y Matsu), los EE. UU. iniciarían una guerra atómica contra China que rápidamente escalaría a una guerra nuclear total contra el bloque sino-soviético.

Parafraseando el extendido término vulgar de «escalar para desescalar» (que nunca ha existido en la doctrina oficial de la Federación Rusa), los planes americanos en los años 50 se basaban en un «escalar para destruir totalmente al enemigo». Los planes y las capacidades militares nucleares (tipo de ojivas, de bombarderos, etc), no se diseñaban para amedrentar al adversario y llevarlo a la mesa de las negociaciones. Una vez fallara la disuasión entre las grandes potencias, no se quería dar oportunidad al enemigo de que usara sus armas nucleares, sino que se trataba de conseguir una destrucción rápida y total.

La gran destrucción que producen las armas nucleares, hacía ineludible, se creía entonces, adoptar una estrategia de Limitación de Daños. Esta estrategia consiste que, en caso de fracasar la disuasión, como la guerra atómica se creía ya inevitable, era mejor anticiparse y destruir (por ejemplo) el 90% del arsenal enemigo para que así nos causara el menor número de muertos. Según esa lógica, sería mucho mejor luchar una guerra nuclear en la que solo se sufran 10 millones de muertos que 100 millones. Esta política exigía un tipo de estructura de la fuerza muy específica. Los bombarderos y misiles tenían que estar situados lo más cerca posible de las fronteras del bloque comunista (recordar que no existían aún los ICBM), para minimizar el tiempo de vuelo hasta el objetivo y del número de ojivas que podían transportar, resultando en una mayor proporción de destrucción del arsenal atómico del enemigo.

La Represalia Masiva también estuvo reflejada en el primer Plan Operacional Único Integrado (SIOP por sus siglas en inglés), que organizó de manera conjunta las capacidades nucleares estratégicas de todas las ramas de las fuerzas armas estadounidenses. Por ejemplo, si la Crisis de los Misiles Cubanos hubiera desembocado en bombardeos contra los misiles soviéticos y en la subsiguiente invasión de Cuba, habrían disparado misiles nucleares tácticos contra la flota de invasión americana o los misiles IRBM contra ciudades estadounidenses. El SIOP, el plan que dirigiría la guerra, habría desencadenado ataques nucleares totales. La URSS también optó por una estrategia nuclear de respuesta masiva, la primera edición del famoso libro del mariscal Sokolovsky ‘La estrategia militar soviética‘, también abogaba por un uso total del armamento nuclear contra el bloque occidental, esgrimiendo argumentos similares al de sus contrapartes de la OTAN.

Esta política de Represalia Masiva basada en la Limitación de Daños, terminó dándose de bruces con dos realidades estratégicas. Primero, los soviéticos comenzaban a tener un arsenal que podía destruir los EE. UU.. Segundo, también podían atacar las bases adelantadas americanas que se diseñaron para llegar lo antes posible a sus objetivos.

La Represalia Masiva establecía un cortafuegos de fronteras que podríamos denominar de máximos. En caso de guerra convencional contra la URSS o China, dada la inferioridad en armas convencionales de Occidente, se escalaría directamente a la destrucción total del enemigo con todas las armas nucleares disponibles. Es decir, un fallo en la disuasión convencional llevaba a la guerra total. Esta política tenía cierta lógica mientras la URSS no tuviera un arsenal nuclear de respuesta. Cuando los soviéticos comenzaron de desarrollar bombarderos y misiles continentales en cantidad suficiente, se llegaba a un punto de sobremuerte u «overkill» (capacidad de destruir al enemigo varias veces), en el que la Limitación de daños deja de tener sentido. Es decir, si tu país tiene 200 millones de habitantes, da igual que reduzcas la capacidad de represalia enemigo de matar 1.000 millones de personas a 500 millones.

Los más destacados estrategas nucleares del momento, como Henry Kissinger o William Kaufman, escribieron libros y artículos en los que argumentaban que la URSS, dada su superioridad en armas convencionales, podía lanzar una invasión de Europa que solo podía ser respondida con ataques nucleares americanos. Esto hubiera llevado a la represalia soviética y a la destrucción mutua. Por tanto, se generaba una situación de absurdo de rendición o muerte nuclear. La solución consistía en potenciar las armas convencionales para intentar frenar esa hipotética invasión soviética. Esto implica que el tamaño del cortafuegos nuclear se encoje, ya no se respondería con armas nucleares una ofensiva convencional a gran escala.

La segunda realidad estratégica con la que chocó la Represalia Masiva fue con el ‘Delicado Equilibrio del Terror’ y los escritos de Albert Wohlstetter. Este destacado pensador estratégico estadounidense, elaboró una serie de estudios para la RAND en los que exponía los peligros que implicaban el diseño de la estructura de fuerza nuclear estratégica americana de los años 50. El despliegue adelantado maximizaba la probabilidad de destrucción del arsenal adversario, pero al estar demasiado cerca de las fronteras de la URSS, se corría el riesgo que, durante una crisis de seguridad internacional, los soviéticos decidieran lanzar un ataque preventivo para implementar su propia estrategia de Limitación de Daños.

La fuerza nuclear americana debería dejar de estar basada en bombarderos y misiles de alcance intermedio. La ‘Operación Chrome Dome’, por la que bombarderos intercontinentales B-52 estarían en vuelo permanentemente, se derivó de estos estudios de Wohlstetter. Los B-52 operarían principalmente desde bases en territorio americano, lo que minimizaba la probabilidad de un ataque preventivo sorpresivo. Al permanecer en el aire los B-52 y cerca de las fronteras de la URSS, aún se mantenía cierta capacidad de atacar rápidamente a los soviéticos. Este fue el primer caso en el que se diseñó una fuerza nuclear que sacrificaba su capacidad de ganar una guerra nuclear total en favor de minimizar los incentivos para que el enemigo iniciase un ataque, lo que favorecía mantener la disuasión y la estabilidad estratégica, rebajando la posibilidad de combate atómico. 

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