La radicalización yihadista, y sus violentas consecuencias, sigue siendo uno de los grandes desafíos actuales de la seguridad internacional. Las últimas movilizaciones de combatientes terroristas hacia Irak y Siria pusieron de manifiesto la necesidad de refuerzo y transformación de los instrumentos de prevención, detección y detención. Esto ha derivado en numerosas iniciativas y programas regionales y globales para combatir este fenómeno, los cuales necesitan de una mayor implicación de la sociedad civil para dar un salto cualitativo.
Las altas cifras de radicalización yihadista durante la pasada década, que se materializaron en movilizaciones sin precedentes y en numerosas campañas de atentados, pusieron al descubierto las carencias de las herramientas, instrumentos y programas dedicados a la prevención de la misma. Si tras los fuertes atentados de Al-Qaeda en suelo occidental y el aumento de los centros de predicación radical y captación islamista, la comunidad internacional invirtió grandes esfuerzos en esta cuestión; el reciente episodio de auge del yihadismo global demostró la falta de efectividad de muchas de ellas. A ello se le suma la experiencia previa de movilizaciones de yihadistas internacionales desde la revolución de los ayatolás, la invasión soviética de Afganistán o la cuestión del Cáucaso Norte; que ya hicieron saltar las alarmas de los servicios de seguridad y defensa de medio mundo y que debería de haber permitido desarrollar sistemas consolidados de prevención, detección y detención de la radicalización yihadista.
A esta cuestión práctica, debemos añadirle la falta de consenso teórico internacional acerca de la definición o aproximación de la radicalización. Esto no es de extrañar, pues pasa con el fenómeno del terrorismo en sí mismo también. En lo que se refiere a este artículo, nos inclinamos por reconocer el fenómeno de la radicalización violenta como aquella encaminada en justificar y legitimar una serie de comportamientos violentos basados en una ideología extremista (de León y de Miguel, 2021). En el caso de la radicalización yihadista, esta sería la relacionada con el seguimiento del fundamentalismo islámico como corpus motivador y justificador del empleo de la violencia para obtener los resultados de una interpretación dogmática e integrista del islam.
En lo que se refiere a la experiencia más reciente de fuerte radicalización yihadista internacional, podemos hablar de que más de 25.000 combatientes terroristas extranjeros acabaron alistados en las principales organizaciones del terrorismo global (Marrero, 2019). Estas cifras son cuestionadas por las propias fuentes que las brindan por la dificultad de verificación de las mismas. El motivo de su complejidad reside en la problemática de comprobación de a qué organización, apoderado de la misma o milicia islamista pertenecieron y/o sirvieron. Asimismo, se requiere evidenciar los delitos cometidos durante su período como combatientes terroristas, difícilmente demostrable, así como el grado de vinculación al retorno o voluntad de atentar en su región de origen (Ibid, 2019).
Si además ponemos estos datos en perspectiva, son aún más preocupantes. Ello es debido a que representan unas cifras similares, en los pocos años de vida del “época dorada” califato de Daesh y auge yihadista, que a las grandes olas de yihadistas internacionales movilizados durante más de dos décadas hacia lugares como Afganistán, Bosnia, Daguestán o Chechenia.
¿Quiénes y por qué se radicalizaron?
Las enormes cifras de movilizaciones, así como el posterior crecimiento del número de atentados en suelo occidental y oriental, constataron el gran fracaso del ámbito preventivo de la radicalización yihadista. Todo ello derivó en una fuerte respuesta militar por parte de las grandes potencias del globo. Realmente han sido estas intervenciones y no los programas específicos de prevención de la radicalización, tanto regionales como internacionales, las que se han convertido en palancas de freno de los procesos de extremización, reclutamiento y movilización yihadista (Reinares, 2016), una vez que vieron el fracaso y verdadera realidad de los idealizados futuros prometidos. Este fallo estratégico en la prevención de la radicalización supone un enorme problema, pues traslada la responsabilidad de la solución al apartado reactivo y de contención, y no a los actores encargados de detectar y minimizar el riesgo de inicio de la amenaza.
Y, ¿se ha hecho algo para remediar estos errores? Esta mala gestión de años anteriores está siendo suplida internacionalmente por grandes esfuerzos en la perfilación de los radicalizados y movilizados, de cara a compensar los vacíos de conocimiento de años previos y prevenir futuras nuevas oleadas.
En esta línea, recientes estudios comparativos confirman la inconsistencia de muchos trabajos anteriores en la correlación de los problemas mentales de los combatientes terroristas y su grado de radicalización. La criminalidad de enfermos mentales es ínfima, que no hay que mezclar con los delitos y acciones yihadistas (Dawson, 2021). A día de hoy sigue persistiendo la voluntad de confundir insania con fanatismo violento, que desvirtúa la realidad del fenómeno y lo pretende razonar equivocadamente. Esto ha llevado al fracaso de muchos modelos académicos empeñados en crear reglas fijas, apriorísticas e inmutables de los procesos de radicalización, sobre uno de los movimientos violentos que más se transforman y actualizan como es el terrorismo -y especialmente, el yihadista-. En su lugar, se debe apostar por el establecimiento de elementos sólidos que aúnen de la manera más rigurosa posible, sin pretender soluciones mágicas, caracterizaciones comunes de la radicalización yihadista en base a la experiencia.
Hechas estas consideraciones, la dimensión psicosocial -bien planteada- es determinante en el estudio de los procesos de radicalización y movilización, pues estas variables influyen en un alto grado. Cuestiones como la falta de reconocimiento identitario, la pérdida del «sentido de la vida» o una carencia en el apoyo comunitario pueden ser «solventadas» desde el seguimiento de la yihad global (Trujillo, 2018). Si bien los procesos de radicalización en origen y tránsito se basan sobre la cuestión religiosa, el verdadero propósito es convencer en fomentar el extremismo violento y no tanto la profesión clásica de la fe. El problema reside en aquellos que consiguen relacionar una religión de normal praxis pacífica con la violencia política. Un conocimiento mayor del islam previene -en muchos casos- de la violencia, y no al contrario.
Asimismo, se concluye que la mayoría de radicalizados movilizados provenía en origen de entornos socioeconómicos bajos, algo que difiere de los muchos casos de atentados en suelo europeo realizados por yihadistas; de los cuales sus perpetradores provenían de contextos muy diversos. Del mismo modo, las últimas investigaciones en la cuestión de los perfiles de los individuos radicalizados, apuntan a que la mayoría fueron varones de una media de entre 25 y 26 años; frente a un porcentaje menor de mujeres, las cuales eran más jóvenes: de entre 21 y 22 años (Dawson, 2021).
Mayoritariamente, estos yihadistas profesaban en origen el islam, y tan solo un 15% se convirtieron a la par que se radicalizaron y movilizaron (Dawson, 2021). Además, muchas de las mujeres movilizadas provenían de entornos vulnerabilizados anteriores y les motivaba un futuro mejor en el idealizado califato. Su realidad en destino fue la más cruel de las opresiones patriarcales, de manera estructural y directa, que se les sumó a las terribles vivencias previas (Poiret, 2021).
Hacia un nuevo paradigma de prevención de la radicalización yihadista
La desactivación y neutralización de las grandes organizaciones yihadistas en sus escenarios de origen no ha acabado con la amenaza del terrorismo global. Si bien la victoria militar y el mantenimiento de la seguridad son fundamentales para frenar y evitar la propagación de este tipo de fenómenos internacionales, se deben completar las estrategias preventivas que eviten que surjan caldos de cultivo de nuevas amenazas terroristas. Esta situación la venimos experimentando en los últimos años, donde los polos de actuación del terrorismo global han virado desde el Próximo y Medio Oriente hacia el Sahel africano; convertido en un gran foco de inestabilidad y violencia.
Sumado al fenómeno creciente del radicalismo violento de extrema derecha, dónde recientes investigaciones apuntan a una posible convergencia de las herramientas comunes de respuesta al demostrarse ciertos patrones de comportamiento similares a otros fenómenos violentos como el yihadismo (de León y de Miguel, 2021). Esto también debe aplicarse al escenario de los conocidos como “lobos solitarios” yihadistas como variante del modus operandi tradicional del terrorismo global. Sus éxitos se sustentan en la descentralización operativa y logística, para atemorizar igualmente a la población, pero a un coste menor. Del mismo modo, esto dificulta las posteriores investigaciones y operaciones policiales, pues se complejiza el rastreo del origen de la amenaza.
Con todo ello, es necesario reflexionar profundamente sobre las lecciones aprendidas y los escenarios a corregir. En países como España, se observa cómo existe una evolución de una dinámica esencialmente dedicada a combatir reactivamente al terrorismo yihadista, hacia una progresiva introducción del ámbito preventivo de la radicalización como elemento vertebrador de estas estrategias de seguridad (Bourekba, 2021). Pese a ello, es necesario avanzar no sólo en detectar los focos y casos de radicalizaciones yihadistas, sino hacerlo a su vez en los programas de prevención de las mismas (Ibid, 2021).
(Continúa…) Estimado lector, este artículo es exclusivo para usuarios de pago. Si desea acceder al texto completo, puede suscribirse a Revista Ejércitos aprovechando nuestra oferta para nuevos suscriptores a través del siguiente enlace.
Be the first to comment