La política antiterrorista de Rusia

Contraterrorismo, lucha contra la propaganda e insurgencia yihadista

La política antiterrorista de Rusia ha venido siendo muy activa desde los años 90. Sus amenazas actuales van desde la insurgencia islamista resultantes de los conflictos del Cáucaso Norte al establecimiento de apoderados de Daesh en su propio territorio. Asimismo, continúa teniendo una fuerte presencia exterior de lucha contra el terrorismo yihadista mientras se entrecruzan sus intereses geopolíticos en el Oriente Próximo y Medio. Con todo, es uno de los países más vulnerables a la propaganda yihadista y persiste el especial foco de radicalización y movilización islamista para combatir en Irak y Siria.

De los conflictos del Cáucaso Norte a los apoderados de Daesh

El Cáucaso Norte ha centrado en gran medida los quebraderos de cabeza de las autoridades rusas, en cuanto a lo que antiterrorismo se refiere: miles de movilizados, apoderados de Daesh, objetivos directos de la propaganda yihadista, atentados dentro del país… Pese a que actualmente los análisis de riesgo están más diversificados, es fundamental comprender el pasado reciente de la región para abordar la actualidad de la política antiterrorista de Rusia.

Para entender el papel y el peso de la insurgencia islamista en Rusia, debemos remontarnos al conflicto ruso-checheno. Las hostilidades estallaron tras la declaración unilateral de independencia de Chechenia -siguiendo la ola secesionista de otras repúblicas soviéticas- a finales de 1991. En marzo del año siguiente, promulgaron la Constitución de la nueva Chechenia independiente con un marcado carácter secular. Si bien los islamistas carecían de relevancia en el secesionismo político checheno, sí tuvieron un rol muy activo en la acción armada. En este contexto, multitud de yihadistas extranjeros acudieron a apoyar a las tropas chechenas, con experiencia en combate y fondos de países del Golfo Pérsico (Ter, 2015).

En 1994 estallaría una cruenta guerra entre rusos y chechenos: dejaría alrededor de 50.000 muertos y más de 300.000 desplazados en una población de poco más de un millón de personas (Human Rights Watch, 1995). Dos años más tarde, conflicto mediante, los chechenos asegurarían su control sobre Grozni -capital chechena- y las principales ciudades del país. Esto supondría el fin de la primera Guerra ruso-chechena pero no de la inseguridad, la inestabilidad, ni el inicio de la recuperación económica. En este escenario, el islamismo se afianzó ante la situación de crisis generalizada y la insurgencia islamista cogería cada vez más poder y volumen. Muyahidin internacionales y locales iniciaron una campaña para tomar el Daguestán. Esta operación resultaría fallida, por la resistencia civil y la fuerza pública rusa, pero desencadenaría en una campaña de ataques terroristas contra Rusia que dejarían más de 300 muertos (Ter, 2015).

En 1999, el entonces recién nombrado primer ministro ruso, Vladimir Putin, respondería duramente contra la insurgencia islamista e iniciaría una nueva campaña militar contra Chechenia para recuperar el control sobre su territorio, aunque fuese vendida como una misión estrictamente antiterrorista (Le Monde diplomatique, 2006). El yihadismo caucásico, en 2005, se erigiría como posición dominante tras la muerte del presidente checheno -de perfil laico- en manos de fuerzas de operaciones especiales rusas -los Spetsgruppa o Grupo Alfa- (Le Monde Diplomatique, 2010).

La insurgencia islamista chechena, del Daguestán y otros territorios, daría un salto cualitativo con la creación del Emirato Islámico de Cáucaso, en 2007. Esta organización terrorista se sustentaría sobre la confluencia de emires locales y la influencia de la insurgencia islamista caucásica, ahora reunida. Aun así, en pocos años llegaron las fricciones tras el auge de Al-Qaeda y posteriormente Daesh. Las divisiones llegaron en torno a la idea de extender la acción terrorista del plano local a la yihad global, y sumarse a las filas de Daesh. Esto conllevó que muchos de los emires unieran fuerzas con Al-Baghdadi -creador y califa de Daesh hasta su muerte en 2019- pese a que el Emir del Cáucaso Norte mostrara sus reticencias a ampliar su estrategia hacia el terrorismo internacional (Pokalova, 2016).

En el año de la proclamación del califato de Daesh, 2014, Rusia estimó que 4.000 ciudadanos rusos se habrían movilizado hacia Iraq y Siria para unirse a las filas de la yihad global. De ellos, sobresalen los procedentes de la región rusa del Cáucaso Norte. Especialmente, los nacionales provenientes de las repúblicas del Daguestán y Chechenia, que conformaban la mitad de los entonces movilizados (Wilhelmsen y Youngman, 2020). Un año más tarde, en 2015, se creará formalmente la wilayat –provincia- del Kavkaz como proxy de Daesh en el Cáucaso Norte. Desde entonces, casi una treintena de ataques han sido reivindicados por Daesh en territorio ruso, lo que comporta una doble amenaza para la seguridad doméstica rusa y para la exterior y centra los esfuerzos de la política antiterrorista de Rusia.

La política antiterrorista de Rusia se ha centrado en gran parte en el uso de unidades de operaciones especiales como el Spetsgruppa A o Grupo Alfa que han actuado con gran éxito contra los terroristas islámicos.

La política antiterrorista de Rusia

La reunión de la insurgencia islamista y auge del yihadismo, tanto a nivel local como en las cercanas lindes orientales, llevaron a Rusia a remodelar su entramado operativo y una nueva legislación que acompañaran las nuevas directrices y dinámicas de la política antiterrorista. Adicionalmente, en 2006, se constituyó el Comité Nacional Antiterrorista para acompañar y coordinar las acciones de contraterrorismo. En esta línea, la fuerza operativa tradicionalmente desplegada han sido los Spetsgruppa A. Esta unidad antiterrorista de élite sería creada poco después de los sonados atentados de Septiembre Negro, en los Juegos Olímpicos de Múnich de 1972 (Tereshenko, 2013). Aun así, ha desarrollado gran parte de sus operaciones en el presente siglo contra la insurgencia islamista y el crecimiento del yihadismo en el país.

Además del grueso de operaciones de neutralización y captura de combatientes en suelo nacional, desde Rusia se han lanzado otras medidas para contrarrestar los efectos del yihadismo. En este sentido, como parte de la política antiterrorista de Rusia se han impulsado acciones alejadas de la línea dura del contraterrorismo ruso para completar el panorama preventivo. De este modo, destacan ámbitos como las fuertes campañas mediáticas para paliar la eficaz propaganda yihadista en Rusia, o el trabajo con comunidades locales para avanzar en los procesos de desradicalización y diálogo interreligioso (Tereshenko, 2013). Este conjunto de medidas es de reciente implementación y aún tienen un amplio margen de mejora y recorrido. Por ello, se siguen desarrollando este tipo de programas, especialmente los de desradicalización, en zonas donde la inestabilidad política está a la orden del día como en la República de Daguestán. Un conjunto de medidas que vieron acrecentadas su necesidad con la implantación del Emirato Islámico del Cáucaso Norte y la amenaza derivada por el auge del Daesh.

No solo en el plano interno es donde Rusia ha tenido una fuerte implicación antiterrorista, pues en el ámbito exterior ha tenido -y tiene- una destacada presencia. Uno de los principales frentes exteriores de la lucha antiterrorista de Rusia sigue siendo Siria, donde la Federación ha empeñado grandes esfuerzos en la lucha contra Daesh y el mantenimiento del poder alauita de Assad. Este último aspecto es de especial relevancia pues la intencionalidad de Rusia en Siria responde, desde el inicio de su intervención militar en 2015, más a intereses geopolíticos y geoeconómicos que a una convicción de lucha antiterrorista. La línea oficialista rusa alude a que sus operaciones en territorio sirio están motivadas por el elevado número de combatientes rusos movilizados hacia el Levante, se estima que 4.000 de los más de 20.000 combatientes terroristas provienen de Rusia y el espacio postsoviético. Aun así, negar la enorme implicación rusa en garantizar el tránsito de recursos naturales en su beneficio, sería obviar la totalidad de los intereses rusos en el conflicto sirio (de Pedro y Ter, 2016).

En estos años de intervención rusa en Siria, la Federación rusa ha doblado el número de tropas de infantería desplegadas inicialmente, así como ha llevado a cabo fuertes campañas de artillería aérea contra posiciones de Daesh -en el ahora extinto territorio del califato en Siria- además del apoyo de su Fuerza Aérea a los miembros del Ejército de Assad (Goncharenko, 2020). No sin ello, apoyarse en fuerzas paramilitares privadas rusas en el extenso abanico de operaciones antiterroristas.

(Continúa…) Estimado lector, este artículo es exclusivo para usuarios de pago. Si desea acceder al texto completo, puede suscribirse a Revista Ejércitos aprovechando nuestra oferta para nuevos suscriptores a través del siguiente enlace.

Be the first to comment

Leave a Reply