En el actual marco de competición entre grandes potencias, un enfrentamiento directo entre los EEUU y China en torno a Taiwán no es descabellado. Tampoco una lucha generalizada en toda la región Indo-Pacífico, un escenario que de una u otra forma afectaría también a las naciones europeas. La implementación de medios A2/AD, unida a la expansión de la flota china (y rusa), obligan, para poder imponerse, a mantener un alto tempo de operaciones y una alta disponibilidad por parte de los buques propios. Para ello, se antoja imprescindible volver la vista atrás, en concreto a la Segunda Guerra Mundial, aprendiendo de la experiencia ganada con las bases flotantes y de las ventajas que ofrece contar con un tren naval a la altura.
Como nuestros lectores saben, somos la única publicación en España que ha llegado a un acuerdo con el Instituto Naval de los Estados Unidos, por el cual se nos permite publicar sus artículos en Español. En virtud de dicho acuerdo, podemos elegir lo que consideramos más adecuado para nuestros intereses y darlo a conocer entre los lectores de habla hispana. En este sentido, puede sorprender que hayamos escogido un artículo acerca de algo tan lejano para una potencia media como España, como son las bases flotantes. Sin embargo, la cuestión no es tan sencilla.
España, es cierto, tiene una armada quizá pequeña, pero completa, moderna y equilibrada. Efectivamente, la Armada Española es una armada de aguas azules, capaz de proyectar su fuerza a gran distancia tanto en el océano, como tierra adentro. No obstante, difícilmente luchará sola contra ningún enemigo. Más bien al contrario, de enfrentar algún desafío importante lo hará a cientos o miles de kilómetros de la Península Ibérica y lo hará en coalición.
En ese caso, deberá hacer frente, bien como parte de una fuerza mayor formada con otros socios de la OTAN, bien de la Unión Europea, que está desarrollando a duras penas su propia PESCO (Política Exterior y de Seguridad Común), amenazas cada vez más complejas que, lejos de ser asimétricas, podría perfectamente tratarse de pares con capacidades muy avanzadas. En este sentido, es de señalar la proliferación de medidas A2/D2 que impiden llevar a cabo las operaciones navales, aeronavales y anfibias con la misma seguridad con que se desarrollaban en los tiempos en los que Occidente contaba con una absoluta supremacía naval.
China, Rusia, pero en menor medida también países como Irán o Corea del Norte, están desplegando progresivamente un número creciente de sistemas antiaéreos, de artillería de costa y de otros tipos que dificulta sobremanera la proyección del poder naval. De hecho, en algunos casos han ido más allá, como ocurre con la Armada del Ejército Popular de Liberación de China, al punto de disputar a la propia US Navy el control de algunas zonas del Pacífico, tendencia que no hace sino acentuarse según los astilleros chinos botan más y más buques de superficie y submarinos de nueva generación.
En este escenario, la única posibilidad real para las armadas occidentales pasa por contar con un tren naval lo suficientemente amplio y diverso como para poder afrontar el soporte logístico integral de la flota de combate en la propia mar, dependiendo solo para lo imprescindible de unas bases navales en tierra que son cada vez más vulnerables a los ataques. Una tarea titánica, la de reorientar nuestras flotas, diseñadas en muchos casos durante la Guerra Fría y para un entorno en el que el dominio marítimo se daba por hecho y en la que todos, grandes y pequeños, tenemos parte.
Ahora que Europa intenta despertar de su letargo estratégico, y si de verdad pretende pese a varapalos como la creación del AUKUS, ser una potencia con proyección militar en regiones tan distantes como Indo-Pacífico, deberá dar solución a algunos de los mismos dilemas que ocupan a los Estados Unidos, nuestro principal socio y aliado. Así, los cambios en la US Navy deberán tenerse en cuenta a la hora de fijar las prioridades por parte de nuestros planificadores navales. No se trata de copiar lo que hacen otros, pero sí de complementarlo, por si toca actuar en conjunto y de adaptarlo a nuestras particulares necesidades, que también pasan por ser capaces de proyectar nuestra fuerza allá a donde sea necesario. Por todo ello, contar con una capacidad logística adecuada, versátil y móvil será la única forma de poder desplegar nuestras propias capacidades conservando la libertad de acción. Es por esto que hemos considerado importante este artículo si no como solución, pues difícilmente llegaremos a contar con algo parecido a lo que el autor propone, sí para abrir un debate necesario.
Estados Unidos necesita una base móvil flotante
Por James W. Hammond III*
Hacia una nueva época
Por primera vez en décadas, la supremacía naval de Estados Unidos está siendo puesta a prueba. Como señaló el Jefe de Operaciones Navales, almirante John M. Richardson, “los cambios están alterando el carácter de la competencia naval y la guerra, y están siendo explotados, en diversos grados, por una amplia gama de competidores” 1. La planificación naval se está reorientando en consecuencia, para desarrollar nuestra capacidad luchar en una campaña naval contra un adversario competente y mantener -y si es necesario restablecer- el dominio en el mar2. Esto representa un cambio importante para una flota concebida para la presencia naval avanzada y la proyección del poder naval en tierra.
Para lograr la rápida innovación y el desarrollo de las capacidades que son necesarias hoy en día, la logística y las bases serán claves, especialmente lo concerniente a las capacidades de basamento naval móvil que resultaron tan exitosas durante la última época de disputa por el control del mar. Cegados por los deslumbrantes logros de las operaciones integradas de transporte, submarinos, buques de superficie y anfibios, a menudo pasamos por alto éxito y los logros cosechados por la infraestructura logística que se creó antes y durante la Segunda Guerra Mundial. No obstante, sobre esta firme base es sobre la cual se logró sostener una guerra de maniobras navales rápidas y altamente letales. La abrumadora victoria del poder naval de la US Navy durante dicha guerra fue, en muchos sentidos, un producto de la superioridad logística y de la movilidad, elementos ambos que permitieron a las fuerzas de combate liberar un poder implacable sobre y bajo la superficie y también desde el mar.
Soporte itinerante para la flota
La transición desde los barcos de madera a los buques de acero y de las velas al vapor incrementó significativamente los requisitos logísticos de las fuerzas navales, particularmente en términos de reabastecimiento de combustible y mantenimiento, dada la necesidad de reparar los componentes mecánicos más complejos de los buques modernos 3. Las bases seguras, tanto en el interior como en el exterior, adquirieron una importancia estratégica. Además, se hizo necesario un tren naval compuesto por buques auxiliares -carboneros (posteriormente petroleros y cisternas), arsenales y almacenes, buques de reparaciones, etc.- que acompañaban a la flota, lo cual aumentó su disponibilidad, empleabilidad, alcance y movilidad operativa.
La Guerra Hispanoamericana de 1898 destacó la importancia de la logística expedicionaria naval para la US Navy. Por ejemplo, el mantenimiento de un bloqueo efectivo de la flota española atrapada en Santiago de Cuba requería de la disponibilidad de una base cercana. Un batallón del US Marine Corps se apoderó de la Bahía de Guantánamo, en Cuba. Esta base avanzada proporcionó un puerto seguro para el almacenamiento, mantenimiento y reabastecimiento de los buques propios. La destrucción de la flota española, cuando intentó romper el bloqueo, fue posible en gran medida por la capacidad de la US Navy para mantener todos los elementos necesarios para asegurar la operatividad de la fuerza tan cerca de las fuerzas enemigas.
Los resultados de esta “espléndida pequeña guerra” también aumentaron las responsabilidades de la nación en el extranjero, particularmente en las vastas regiones oceánicas del Pacífico. A su vez, estos compromisos globales complicaron en gran medida los requisitos logísticos. Al carecer de la cadena de estaciones estratégicas de carbón de la que sí disponía la Royal Navy, la US Navy requirió una solución propia. En un artículo de 1904 publicado en Proceedings, titulado “La base móvil”, el ingeniero civil A. C. Cunningham argumentó que las nuevas condiciones “sugieren [la necesidad de disponer de] una base móvil que puede llevarse al teatro de operaciones y que debe suministrar todos los elementos esenciales de una base permanente completamente equipada”4. El crucero alrededor del mundo de la Gran Flota Blanca, que incluía un pequeño tren naval, reforzó a una generación de oficiales navales en su idea de que la dependencia de una red de bases navales controladas por potencias extranjeras era peligrosa.
Estas lecciones se aplicaron con más decisión si cabe durante la Primera Guerra Mundial. Mientras se discutía el valor de los barcos en reparación y mantenimiento durante el conflicto, en un artículo de Proceedings de 1932, el capitán Earl P. Jessop detalló el empleo de un buque de reparación que operaba desde Brest, Francia. Destacó la importancia operacional que para la maniobra naval tenía la existencia de un tren naval que “proporcionara el tipo de movilidad que esencial para los continuos cambios de ubicación que implicaban las operaciones navales durante la guerra” y, por la misma razón, criticaba la existencia de bases navales permanentes pues “las instalaciones de una base naval avanzada pueden ser difíciles de aprovechar cuando las operaciones se alejan de su vecindad, en comparación con la utilidad de las instalaciones móviles que operarán con plena eficiencia en ubicaciones temporales”5.
Entre los diques secos y el trabajo en los astilleros, las licitaciones en el periodo de entreguerras y los buques de reparación brindaban la posibilidad de mantener la preparación de la flota empleando las grandes bases navales. También ayudaban [a mantener la preparación] los ejercicios anuales destinados a probar nuevos conceptos. La planificación de una posible guerra en el Pacífico, específicamente mediante el desarrollo del Plan de Guerra Naranja, obligó a la US Navy a encontrar un medio para luchar sin contar con una base segura y preparada cerca de la posible acción de la flota y lejos de la costa oeste de los Estados Unidos o incluso de Hawái. Las actualizaciones sucesivas del plan, respaldadas por juegos de guerra y ejercicios, dieron como resultado durante décadas un acuerdo constante sobre la necesidad de contar con estaciones de servicio móviles flotantes y depósitos de material que podrían transportarse rápidamente a sitios austeros en tierra firme6. El Jefe de Operaciones Navales, el Almirante William Leahy, destacó el producto de este proceso innovador en 1937: “Tenemos más que cualquier otra nación que no haya desarrollado nuestra “Base Móvil”: Tenemos buques-taller, auxiliares, naves comerciales, buques-hospital, buques frigoríficos, etc., que son parte de la flota “7.
Durante las décadas de 1920 y 1930, la capacidad de mantenimiento y reparación del tren naval de la flota consistió en hasta 23 buques auxiliares con los que atender al conjunto de destructores, submarinos, hidroaviones y buques de reparación, más otros 4 o 5 en estado de reserva8. Además, en el cambio de siglo se construyeron dos diques flotantes: el Dewey, que apoyaba a la Flota Asiática en las Filipinas; y su gemelo, para apoyar las fuerzas en los Estados Unidos continentales y que se trasladó con la flota a Pearl Harbor en 1940. Además, durante la década de 1930, la US Navy construyó y experimentó con un dique flotante todavía más móvil. Completado en 1935, el ARD-1 podría transportar barcos de hasta 2.200 toneladas de desplazamiento, es decir, buques del tamaño de los destructores en ese momento. Cuando se remolcó a una base avanzada, el muelle de reparación auxiliar era autosuficiente gracias a que contaba con bombas internas, alojamiento para la tripulación, sistemas de generación de energía, talleres de mantenimiento y grúas “para acompañar a una flota a aguas remotas”9. Después de la Segunda Guerra Mundial, sin embargo, estos preparativos de preguerra fueron considerados como lamentablemente inadecuados10.
El momento del cambio
El almirante Raymond A. Spruance cayó en la cuenta de que, si bien el soporte logístico móvil no era una idea nueva, experimentó una gran expansión y desarrollo durante la Segunda Guerra Mundial11. La entrada repentina en la guerra a fines de 1941, las distancias inmensas del teatro del Pacífico y las pérdidas sufridas en los primeros compases del conflicto requerían que la US Navy sostuviese la flota de forma tan cercana al teatro de operaciones como fuese posible. El tren naval de preguerra no era suficiente para acometer esta tarea, y el producto de los programas de construcción naval tardaría en entrar en servicio y llegar al teatro de operaciones. Los planes iniciales requerían el establecimiento de instalaciones costeras expedicionarias en bases avanzadas para proporcionar la logística necesaria en las áreas avanzadas, incluidas las capacidades de mantenimiento y reparación. Los batallones de construcción erigieron conjuntos de bases prefabricadas en las áreas avanzadas que incluían tiendas barracones, maquinaria, edificios, depósitos de material, tanques de combustible, muelles, aeródromos, hangares, etc. Sin embargo, como explicó posteriormente el contraalmirante W. R. Carter, estas bases rápidamente “se encontraron tan a retaguardia” que plantearon serias dudas sobre el esfuerzo y la cantidad de envíos requerido para construirlas”12.
La US Navy había practicado y utilizado el reabastecimiento mediante petroleros ya en la Primera Guerra Mundial, y el abastecimiento de carbón mediante buques había sido utilizado incluso antes. Pero fue durante la Segunda Guerra Mundial cuando dicha capacidad llegó a la mayoría de edad, lo que contribuyó considerablemente a la movilidad de la flota y su poder de ataque. Esto proporcionó a la US Navy un medio para mantener la flota en operaciones prolongadas lejos de Pearl Harbor, las bases de la Costa Oeste de los EE. UU. y las cada vez más numerosas bases avanzadas expedicionarias que se establecieron a lo largo y cerca de la línea defensiva inicial desde Hawai hasta Samoa y Australia.
Cuando se inició la campaña del Pacífico Central, se necesitaba una fuerza logística móvil más extensa que la hasta entonces disponible para acompañar más de cerca a la flota mientras lanzaba operaciones de maniobra contra las bases de la flota japonesa. La fuerza de servicio que proporcionó este mantenimiento a flote se amplió considerablemente e incluyó un número significativamente mayor de buques auxiliares de nueva construcción, buques de reparaciones, diques flotantes, buques de suministro y carga, buques para transportar municiones, barcos frigoríficos, buques hospital, petroleros, barcos de depuración de agua, buques de reconocimiento, buques de salvamento, barcos de rescate submarino, barcazas, remolcadores, grúas flotantes, barracones flotantes, talleres flotantes, embarcaciones de desmagnetización, dragas y demás. Los elementos de las fuerzas de servicio avanzaron rápidamente a medida que proseguía la ofensiva naval, operando poco después de que se aseguraran bases avanzadas en algunos atolones y aguas protegidas las Gilberts, las Islas Marshall, las Islas del Almirantazgo, las Marianas, las Carolinas y finalmente en Filipinas y el archipiélago de Ryukyu. Esta solución flotante, una vez disponible, demostró ser un apoyo más ágil que las bases avanzadas expedicionarias en tierra y “más económico en mano de obra y costos, así como más eficaz en el mantenimiento de la flota”13.
El atolón de Kwajalein, en las islas Marshall, fue solo una de las muchas bases avanzadas que utilizó la US Navy en la Segunda Guerra Mundial. Esto fue posible por la disponibilidad de una flota logística, parte de cuyos buques, como los archiconocidos “Liberty” permitían establecer bases allí en donde fuese necesaria y realizar gran parte de las tareas de soporte y abastecimiento a flote, de ser necesario.
Un elemento clave de esta fuerza fueron los muelles flotantes que fueron remolcados de base en base según la proyección de poder de los Estados Unidos progresaba hacia la zona defensiva japonesa. Éstos muelles variaban en tamaño, siendo el más grande capaz de izar hasta 90.000 toneladas para realizar mantenimiento y reparaciones en los buques más grandes de la flota. En el último año de la guerra, la fuerza de servicio que apoyaba la campaña del Pacífico Central consistía en cientos de barcos y un número aún mayor de buques de servicio y embarcaciones de menor tamaño. Operaba en cuatro escuadrones funcionales junto con un ala de avión de apoyo.
Un escuadrón de la fuerza logística flotante operó en fondeaderos establecidos en atolones y en otras bases avanzadas. Se brindó los grupos de combate rotatorios y a los buques individuales mantenimiento, suministro, servicios médicos y de personal, y otras funciones logísticas. Un escuadrón de apoyo logístico itinerante, los precursores de la actual Fuerza Logística de Combate (CLF o Combat Logistic Force) operaba muy cerca de la fuerza de batalla principal, la cual realizaba el reabastecimiento de combustible sobre la marcha. Durante los últimos nueve meses de la guerra también se desarrollaron equipos y procedimientos de reabastecimiento para la transferencia en el mar de municiones desde buques de municiones, así como de provisiones desde buques de carga. Estas mejoras confirieron a la flota una resistencia extraordinaria y una letalidad que se podía mantener en el tiempo, en comparación con la que tenía al comienzo de la guerra. El escuadrón de apoyo logístico enviaba los buques vacíos de vuelta a la fuerza logística itinerante para el reabastecimiento rápido. Las naves de rescate y los remolcadores también operaron para ayudar a estabilizar los barcos dañados.
Un escuadrón de transporte controlaba y coordinaba los numerosos buques de la propia US Navy, así como las embarcaciones civiles que transitaban y distribuían suministros y equipos desde los Estados Unidos al frente y las bases avanzadas. Un escuadrón específico apoyó el desarrollo de los atolones y fondeadores que maximizaban rápidamente el potencial de las austeras bases móviles avanzadas. Esto, a su vez, permitió acondicionar los fondeaderos con servicios de vigilancia, dragado, franqueamiento de obstáculos, construir pequeños aeródromos, emplazar y mantener las redes antisubmarinas, etc. Finalmente, un ala de aviación específica permitió la transferencia rápida de provisiones y suministros de alto valor y personal clave, así como la evacuación de bajas críticas desde los aeródromos cercanos. Los aeródromos de las bases avanzadas estaban a su vez apoyados por escuadrones antiaéreos, así como por radares y cañones antiaéreos, todo lo cual permitía reforzar las capacidades de detección y autoprotección de la propia fuerza.
Mejorando la preparación
El tren de la flota, junto con toda la flota, se expandió enormemente durante la guerra. El 15 de agosto de 1945, el componente de mantenimiento de la fuerza de logística aumentó hasta los 96 buques auxiliares y de reparaciones en servicio, a los que habían de sumarse otros 96 buques especializados para reparar y prestar apoyo a aeronaves, lanchas de desembarco, embarcaciones de salvamento y demás: Eso supuso multiplicar por seis el tamaño de la flota auxiliar anterior al comienzo del conflicto, sin contar los 33 buques adicionales que se encontraban en construcción o conversión en esos momentos. En total, el número de buques auxiliares en servicio con la US Navy pasó de 75 a 1.267, si incluimos los remolcadores oceánicos, buques de salvamento, buques-hospital, petroleros, almacenes flotantes, buques municionadores y barcos mercantes . Además, más de 150 diques flotantes de diversos tamaños estaban anclados en las más de 400 bases avanzadas14.
Esta capacidad de servir eficazmente a las fuerzas en el área de operaciones mejoró la disposición de la fuerza y le permitió ejercer una presión continua e implacable sobre el enemigo. De hecho, como destacó el almirante Spruance poco después de la guerra, el apoyo logístico móvil permitió a la flota de combate llevar a cabo su rápido avance hacia el oeste y, a partir de enero de 1944, operar continuamente a vanguardia sin regresar a Pearl Harbor o la costa oeste de los Estados Unidos15. Fundamentalmente, fue esta inmensa capacidad logística la que permitió a la US Navy poner en práctica un tempo operacional abrumador y forzar en el enemigo la aparición de una serie de dilemas operacionales que rompieron su cohesión al golpearlo mediante una multiplicidad de acciones rápidas, certeras e inesperadas. Básicamente, Estados Unidos podía realizar muchos más ataques que Japón, debido a su mayor operatividad. Junto con la puesta en práctica de operaciones conjuntas estrechamente coordinadas, estas operaciones navales provocaron el rápido deterioro del poder naval japonés, un resultado propio de una guerra de maniobra naval efectiva16.
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