El problema alemán tras 30 años de paz

Consideraciones de una millennial

Soldados alemanes durante los ejercicios Saber Strike, celebrados en 2015. Fuente - USMC

Al crecer, me gustaba escuchar a Freundeskreis, un grupo alemán de hip-hop reggae. Una de sus canciones afirma que «la historia es algo que ocurrió hace mucho tiempo o que siempre ocurre sin ti». Eran los últimos años de la década de 1990, estaba sentada en mi habitación en los suburbios de Alemania Occidental y recuerdo claramente que pensaba en lo acertado que me parecía esto. Aquí estábamos, con todas las batallas ideológicas históricas libradas, y no pasaba nada. Tranquilo y acogedor. Un poco aburrido, en realidad.

(Nota del editor: El presente artículo, titulado originalmente «A millennial considers the new german problem after 30 years of peace» apareció por primera vez el 19 de mayo de 2021 en la prestigiosa web War on the Rocks. La autora, Ulrike Franke, ha tenido a bien permitir que publiquemos en español un texto que, a nuestro juicio, va a la raíz de uno de los problemas más graves a los que se enfrentan muchos de los estados miembros de la Unión Europea: la incapacidad de sus élites, las cuales incorporan cada vez en mayor medida a los llamados millennials, para pensar en términos estratégicos. Es por eso que hemos considerado importante reproducir el artículo íntegro en nuestra lengua, invitando así a nuestros lectores a reflexionar).

Es fácil mirar hacia atrás y reírse de mi angustia adolescente equivocada por haberme perdido algo. La historia ciertamente no terminó, y me gustaría decirle a mi yo más joven que eso de «vivir en tiempos interesantes» no es lo que se dice. Pero ahora que mi generación está ocupando puestos de poder en la política exterior alemana, merece la pena reflexionar sobre cómo nuestra educación ha moldeado nuestra forma de pensar.

Thomas Bagger, diplomático alemán y asesor del presidente federal, señaló en una ocasión: «El fin de la historia era una idea estadounidense, pero era una realidad alemana». [Nota del editor: Bagger afirma que fue el autor búlgaro Ivan Krastev quien inventó esta frase, aunque Krastev da crédito a Bagger]. A lo que yo añadiría: «…y un problema milenario». Porque Bagger tiene razón: El «fin de la historia» era, hasta hace poco, la realidad alemana – tanto en el sentido ideológico en que lo entendió el padre del concepto, el politólogo estadounidense Francis Fukuyama, como en el sentido simplificado de que «pasa muy poco». Esto supone un reto especial para los millennials alemanes -los que hemos crecido en esta época-. En concreto, creo que a los millennials alemanes les cuesta adaptarse al mundo en el que vivimos ahora. Nos cuesta pensar en términos de intereses, nos cuesta el concepto de poder geopolítico y nos cuesta entender que el poder militar sea un elemento del poder geopolítico. Esto es preocupante, ya que Alemania depende en gran medida de su papel en el sistema internacional.

Un desafío alemán

Estamos entrando en un periodo de competencia e inestabilidad geopolítica. En este contexto, muchos miran a Alemania. Se supone que Berlín debe ayudar a defender el orden mundial liberal. Tiene que mantener unida a la Unión Europea y ayudarla a navegar entre una China en ascenso y un Estados Unidos en declive. El país europeo más grande y económicamente más fuerte, cuyo bienestar económico y social depende del comercio internacional y de la estabilidad, tiene mucho trabajo por delante.

Son tiempos difíciles, pero no es la primera vez que un país tiene que navegar por un panorama internacional cambiante. De hecho, existe un método para afrontar estos retos: definir sus intereses y priorizarlos, evaluar sus capacidades y averiguar cómo asegurarse de que los recursos sean suficientes para alcanzar los objetivos. Buscar formas de mejorar las capacidades mediante alianzas, cambios en las prioridades de financiación, etc. Formular una estrategia para alcanzar sus objetivos con esas capacidades. Mientras se hace esto, se adopta el mismo proceso para evaluar a los oponentes. ¿Cuáles son sus intereses?¿Qué quieren hacer?¿Qué pueden hacer?¿Qué podrían conseguir?

No es del todo matemático, sino que hay incertidumbres, información imperfecta y hemos de contar con el elemento humano. Y, ciertamente, no todas las decisiones políticas, desde el Westbindung (la autovinculación de Alemania con Occidente después de 1949) hasta la «Guerra Global contra el Terrorismo» (“Global War on Terror”), se tomaron únicamente sobre la base de este método. Pero debería ser el punto de partida de toda decisión de política exterior. Este pensamiento estratégico ayuda a guiar el proceso de pensamiento de la política exterior.

Por desgracia, el pensamiento estratégico es algo que no resulta natural para los jóvenes responsables de la política exterior alemana. De hecho, nos es completamente ajeno. Durante tres décadas, nos hemos mantenido alejados del duro mundo de la política de poder. El mundo excepcional en el que crecimos era nuestra normalidad. Las ideas que se desarrollaron a partir de 1989 eran nuestras convicciones. Ahora que la geopolítica, y concretamente la política del poder geopolítico ha vuelto, estamos perdidos.

Lo experimenté muchas veces, pero tardé en darme cuenta de que los millennials alemanes, los mayores de los cuales nacieron a principios de la década de 1980, piensan en la política exterior de una manera peculiar. Cuanto más tiempo vivía fuera de Alemania, y en concreto en países donde el pensamiento geopolítico y estratégico es más común, más me desconcertaban algunas de las discusiones que mantenían mis compañeros en Alemania. Esto lo resumió perfectamente un compañero alemán millennial: «¡La geopolítica suena mucho a movimiento de tropas!», declaró. Esto resume en una sola declaración varias creencias y convicciones que encuentro a menudo entre mis compañeros alemanes: un escepticismo sobre la geopolítica, una incapacidad para pensar en términos de poder e interés, y un rechazo del Ejército como instrumento de la política. Los millennials alemanes piensan en la política internacional en términos de valores y emociones más que de intereses. Por supuesto, los valores y los intereses no son mutuamente excluyentes y a menudo están vinculados de una manera que los hace difíciles de separar. Pero, como alemanes, hemos aprendido a rechazar por completo la parte de los intereses en la ecuación. Mi generación ha desarrollado una idea casi romántica de las relaciones internacionales. Vemos las alianzas como amistades y los desacuerdos en términos de diferencias de valores. Y los millennials alemanes tienen problemas con el Ejército, -y concretamente con la idea de que el Ejército es un elemento de poder geopolítico-. Se trata de un fenómeno que ya prevalece entre la población alemana (y es fuerte entre los miembros del Partido Verde, que podría llegar al poder en Alemania tras las elecciones de septiembre). Pero es aún más pronunciado entre los millennials, como muestra una encuesta reciente: Un mayor número de millennials apoya la reducción del presupuesto de defensa alemán que cualquier otro grupo de edad, mientras que el apoyo a un aumento presupuestario es menor entre los millennials que entre todos los demás grupos.

Nos hemos desarmado intelectualmente -y también en la práctica-. Como nunca hemos tenido que entrenar nuestro músculo estratégico, se ha atrofiado. La política del poder está en desacuerdo con nuestra comprensión del funcionamiento del mundo. No tenemos nuestros cerebros cableados de esta manera, no hablamos el lenguaje correcto y por lo tanto no estamos preparados para enfrentarnos a oponentes con intereses diferentes que son cada vez más ruidosos a la hora de cuestionar lo que pensábamos que era, en última instancia, el único sistema. ¿Cómo ha sucedido esto?

Compruebe su Historia

Todos estamos formados por el mundo en el que hemos crecido. Pero mientras que desde el punto de vista socioeconómico esto se entiende bien, pocos de nosotros hemos pensado en lo que esto significa (geo)políticamente. Se nos enseña a comprobar nuestros privilegios, pero ¿cuántas personas comprueban su historia?

Las generaciones se definen a menudo por los acontecimientos importantes -vivir los mismos momentos y experimentar la misma agitación a la misma edad une a una generación, le da un argumento y crea puntos de referencia-. Por supuesto, los acontecimientos importantes nunca son vividos por una sola generación, ya que en cualquier momento viven personas pertenecientes a entre tres y cinco generaciones. Pero los puntos de referencia de lo que se supone que es la normalidad se establecen en las primeras décadas de vida.

Se dice que los millennials han nacido entre principios y mediados de los años 80 y finales de los 90. Debemos nuestro nombre al cambio de milenio, del que fuimos testigos a una edad temprana. Pero, aunque la Nochevieja de 1999/2000 fue un momento divertido, no fue fundacional. De hecho, me atrevería a decir que mi generación alemana no vivió un acontecimiento fundacional que nos uniera.

Más bien -y curiosamente- el momento más importante para mi generación en términos de impacto es un acontecimiento que pocos de nosotros podemos recordar porque, o bien no habíamos nacido todavía, o bien no teníamos la edad suficiente para entender lo que estaba ocurriendo: 1989, la caída del Muro de Berlín. Puso en marcha el fin de la Unión Soviética y condujo al colapso de todo el escenario geopolítico conocido hasta entonces, allanando el camino a la unipolaridad global. Para los alemanes, 1989 fue la última vez que estuvieron expuestos directamente a la geopolítica durante mucho tiempo. Ahora que mi cohorte de edad está llegando a posiciones de poder, ya es hora de que revisemos nuestra historia y abordemos nuestros puntos ciegos.

Aquí debo reconocer un punto ciego propio: Hablo de los millennials alemanes, pero sospecho que los millennials de Alemania Oriental ven las cosas de forma diferente. A diferencia de las experiencias de la Alemania Occidental que describo a continuación -la estabilidad y la profunda convicción de que su sistema era la forma definitiva-, los alemanes orientales de mi generación nacieron en un mundo que estaba en proceso de desintegración. La República Democrática Alemana se disolvió en 1990, lo que llevó a una completa reestructuración de la economía de Alemania Oriental y a la introducción de una nueva moneda. Alemania del Este se vio afectada por una crisis económica, y muchas empresas se hundieron y el desempleo aumentó. El partido político -y la ideología- que había dominado durante décadas desapareció. Crecer durante este proceso seguramente conllevó sus propias lecciones de las que, sin embargo, no puedo dar testimonio. Por lo tanto, aunque creo que mis experiencias y las lecciones extraídas de ellas son, hasta cierto punto, generalizables para el mundo occidental y otros europeos, es probable que describan mejor la demografía de la clase media educada y eurófila de Alemania Occidental. Sin embargo, aunque esto no sea representativo de la totalidad de mi generación, para bien o para mal, describe a muchos de los millennials que actualmente ascienden en las filas del liderazgo político, no solo en Alemania.

Hay dos razones por las que los millennials alemanes no están preparados para un mundo que prima el pensamiento estratégico. En primer lugar, hemos crecido en un periodo de excepcional estabilidad geopolítica. Esto es lo que expresa la canción de Freundeskreis: Nunca nos sentimos como si formáramos parte de la siempre agitada historia, sino que teníamos la impresión de estar fuera de ella, de haber nacido a posteriori. Intentar comprender la política nos parecía tan importante como intentar aprender geografía, geometría o geología -todos ellos campos razonablemente interesantes, pero sin un impacto inmediato en nuestras vidas-.

En segundo lugar, en ningún lugar del mundo se interiorizó tanto la idea del «fin de la historia» como en Alemania. Los alemanes que vivieron 1989 abrazaron con entusiasmo la idea de que la competencia ideológica era cosa del pasado, y los millennials alemanes simplemente lo interiorizaron como la forma en que funcionaba el mundo. La solución a la discusión política la habían encontrado los que nos precedieron y el mejor sistema estaba en marcha; podríamos enderezar algunas aristas en el frente social, pero por lo demás podíamos pasar a otras cosas.

Una normalidad silenciosa

Cualquier alemán demasiado joven para recordar el final de la Unión Soviética y la reunificación alemana ha crecido en un mundo de estabilidad y paz excepcionales. Militarmente, estábamos protegidos por Estados Unidos y la OTAN, por lo que nunca tuvimos que pensar en lo militar. Esto fue, por supuesto, estupendo para mi generación. Pero ha tenido un impacto importante en cómo vemos el mundo y en lo que consideramos normal.

Alemania ha estado a menudo en el centro de la política europea y mundial. La historia alemana ha sido una montaña rusa de cambios de fronteras y formas de organización política, luchas ideológicas, guerras y conflictos. Pero tras 1989 y la reunificación alemana en 1990, las cosas se calmaron considerablemente. Para Alemania, se aplicó incluso la comprensión simplificada del famoso concepto de Francis Fukuyama del «fin de la historia»; Desde 1989, en Alemania ha pasado muy poco.

Por supuesto, el mundo no se ha detenido por completo durante los últimos 30 años. Pero desde el 11 de septiembre hasta la guerra global contra el terrorismo y la crisis financiera, estos acontecimientos no nos sucedieron a nosotros. La Bundeswehr entró en guerra en Afganistán, pero esto no tuvo impacto en la sociedad de nuestro país. La invasión de Irak en 2003 hizo que algunos millennials se manifestaran contra el imperialismo estadounidense, pero por lo demás, estaba muy lejos de nuestra realidad. Los conflictos del mundo parecían un testimonio del hecho de que otros no habían comprendido aún que las luchas ideológicas eran inútiles. La crisis financiera fue quizá lo que más se acercó a ser un acontecimiento definitorio para los millennials alemanes, pero como Alemania logró superarla tan bien, sólo reforzó la sensación de que Alemania tenía un sistema mejor que la mayoría.

Además, en el ámbito nacional, Alemania ha experimentado una extraordinaria continuidad en los últimos 30 años. Tengo 34 años y durante mi vida he conocido a tres cancilleres alemanes. Incluso recuerdo que me desconcertó un poco que el mandato de Helmut Kohl pudiera terminar: había llegado al poder cinco años antes de que yo naciera y le sucedió Gerhard Schröder cuando yo tenía 11 años. Schröder estuvo en el poder durante siete años. Y desde hace 16 años, tenemos a Angela Merkel. Para comparar, un estadounidense de la misma edad ha vivido siete presidencias. Un británico de mi edad ha conocido siete primeros ministros y un italiano casi 20. Y lo que es más sorprendente, durante todos los años de mi vida, excepto siete, Alemania ha estado gobernada por un gobierno dirigido por el mismo partido, una coalición formada por la Unión Demócrata Cristiana de Alemania y la Unión Social Cristiana de Baviera.

Esta continuidad política internacional y doméstica hizo que la política no nos proporcionara un momento definitorio. No hubo protestas como las de 1968 a las que pudiéramos unirnos, ni celebraciones como las de 1989 sobre un muro caído, ni guerras que nos dejaran traumatizados (¡gracias a Dios!), ni revoluciones, revueltas políticas o cambios geopolíticos. Lo mejor que se le ocurre a mi generación como momento definitorio es el Mundial de Fútbol de 2006 que organizó nuestro país. La primera vez que la geopolítica nos visitó en casa fue en 2015 en forma de crisis de los refugiados. Pero en 2015, incluso los millennials más jóvenes tenían 20 años, y la mayoría tenía 25 años o más. Esto fue demasiado tarde (y tampoco lo suficientemente impactante) como para moldear fundamentalmente nuestra visión del mundo. Lo mismo ocurre con la pandemia actual.

Y lo que es más importante, interiorizamos la continuidad como norma. A nivel emocional, nunca entendimos realmente que las cosas pueden cambiar y con bastante rapidez. En 1989, de repente, el muro desapareció y todo un régimen, una forma de vida, desapareció. El terreno geopolítico tembló. Esto debió ser emocionante y desorientador. Quien lo vivió aprendió que la estabilidad no está garantizada. Mi generación no experimentó tal terremoto político. El suelo es estable ahora, por lo que debe serlo siempre – ¿Cómo podría ser de otro modo? Y aunque sepamos a nivel intelectual que la estabilidad no está garantizada, no es lo mismo. Una cosa es que nos enseñen que los terremotos existen y otra que experimentemos uno. Me preocupa que no tengamos la capacidad de imaginar un terremoto, y mucho menos de prepararnos para uno.

Por supuesto, el dicho «que vivas en tiempos interesantes» (“may you live in interesting times”) se considera una maldición, no una bendición. Los tiempos interesantes sólo son interesantes en retrospectiva, mientras que soportarlos es inquietante, desalentador y a menudo peligroso. Por eso, no me quejo. Pero vivir en tiempos tranquilos conlleva sus propios retos, especialmente cuando las circunstancias cambian.

Usted simplemente adoptó el fin de la historia. Nacimos en ella, fuimos moldeados por ella

La idea del «fin de la historia» de Francis Fukuyama se suele malinterpretar en un sentido simplista, entendiendo que «ya no habrá acontecimientos importantes». Pero, aunque incluso esa interpretación naíf se cumplió en gran medida en el caso de Alemania, Fukuyama estaba hablando de ideas, no de acontecimientos. Escribió: «Lo que podemos estar presenciando no es sólo el final de la Guerra Fría, o el paso de un periodo concreto de la historia de la posguerra, sino el final de la Historia como tal: es decir, el punto final de la evolución ideológica de la humanidad y la universalización de la democracia liberal occidental como la forma final de gobierno humano». Argumentó que la democracia liberal occidental se había convertido en el único juego en la ciudad. Los alemanes, al parecer, estaban más que dispuestos a creerle.

Hace tres años, Thomas Bagger escribió un excelente ensayo sobre el impacto de 1989 en la mentalidad alemana. Demostró que los alemanes abrazaron la idea del fin de la historia con más fervor que nadie porque «hacia el final de un siglo marcado por haber estado en el lado equivocado de la historia dos veces, Alemania se encontró finalmente en el lado correcto».

El mundo, así lo explican los defensores del fin de la historia, convergería hacia un sistema que descartara el poder (militar) y favoreciera los procedimientos legales. Los países se enfrentarían a los desafíos transnacionales en organizaciones internacionales. El nacionalismo y las ideologías perderían su atractivo. Tras la ruptura de las compuertas que representó 1989, estos acontecimientos parecían inevitables. Todo esto atraía mucho a los alemanes. La primacía del derecho sobre el poder era un gran concepto para un país que sentía que no se le podía confiar el poder. La idea liberal encajaba perfectamente en Alemania, incluida la pérdida de importancia de la personalidad en la política. El arco de la historia se inclinaba hacia la democracia liberal, por lo que los individuos eran mucho menos importantes, necesarios no como «Führer» -un término que, con razón, había perdido toda legitimidad en alemán- sino como administradores que supervisaban un desarrollo inevitable. Esto puede explicar por qué los políticos alemanes tienden a ser tan, bueno, aburridos. Una de las noticias más emocionantes sobre Angela Merkel es cómo cocina su sopa de patatas. Ser un político aburrido en Alemania no es un error, es una característica.

Bagger concluye que esta experiencia ha dificultado que los alemanes de su generación, que adoptaron el fin de la historia con entusiasmo, se adapten a la nueva situación geopolítica actual. Eso es cierto, pero no considera que haya una generación a la que le ha afectado aún más que a los que lo vivieron: la generación que no vivió el momento, pero para la que las convicciones posteriores se convirtieron en la norma. La gente puede burlarse hoy de la ingenuidad del optimismo posterior a 1989. Pero ¿cómo podemos abandonarlo si nunca hemos conocido otra cosa? Simplemente adoptamos el espíritu de 1989. Nosotros nacimos en él y fuimos moldeados por él.

Durante mucho tiempo, nuestras convicciones parecían estar respaldadas por la realidad: Nos iba bien y cada vez más gente quería ser como nosotros. A lo largo de la década de los 90 -nuestra infancia- en Europa Occidental se respiraba una sensación de progreso. La Unión Europea crecía a un ritmo vertiginoso a medida que más y más países querían adherirse. La expectativa de una gran convergencia, así como la idea de que el mundo entero avanzaría hacia la democracia y la economía de mercado y que, con el tiempo, todo el mundo se volvería como nosotros, estas ideas pasaron a formar parte de nuestro ADN. Creíamos que todo el mundo acabaría siguiendo el ejemplo de Alemania. Para nosotros, esto no era una ideología: habíamos dejado atrás las ideologías y los -ismos y habíamos llegado a la forma en que debían ser las cosas. Las luchas ideológicas eran algo para los libros de historia, y mirábamos con leve compasión a los que estaban atrapados en esas luchas en el pasado. Hemos pasado a un plano superior de la existencia.

Si usted, al leer esto, es griego o polaco, lo más probable es que encuentre esta descripción del pensamiento alemán no sólo arrogante, sino también incorrecta.

¿Acaso Alemania no ha aplicado en los últimos años políticas que le beneficiaban y no eran tan ilustradas como afirma mi descripción? ¿Qué pasa con Nordstream II? ¿Y la política de austeridad? ¿Y no se ha beneficiado Alemania más que casi nadie de la integración europea y del euro? ¿No es toda esta charla sobre valores y amistad una cortina de humo para la vieja política de intereses?

Personalmente, no creo que lo sea. La Unión Europea es buena para Alemania, pero no habría llegado a donde está ahora si Alemania no hubiera estado dispuesta a hacer sacrificios que otros países más interesados en su posición no habrían hecho, sobre todo renunciando al marco alemán por el euro. Nordstream II, en mi opinión, es más que nada un ejemplo de que los alemanes no piensan estratégicamente, sino que creen que hemos pasado de la política de poder a un mundo en el que la economía es lo más importante y el comercio une a todos. Pero, aunque no esté de acuerdo, para los millennials alemanes lo que importa es la narrativa. Los millennials están llegando al poder ahora. Hemos crecido con la idea de que la política del poder es mala. Y es sobre la narrativa que los alemanes hemos entendido esto mejor que nadie.

Una peligrosa superioridad moral

Si esto le parece arrogante, no está solo. Hay un sentimiento de superioridad moral que acompaña al rechazo de la política del poder, de la realpolitik y de los intereses nacionales. Somos tan buenos para asumir la Historia y tan maduros para no ser tan nacionalistas, para no dejarnos seducir por los demagogos… Sí, metimos la pata masivamente en el pasado, pero nadie ha aprendido las lecciones de la Verdad universal mejor que nosotros. La geopolítica, la política de intereses y la realpolitik, por tanto, son cosas que se dejan a otros menos ilustrados que nosotros.

Este sentido de superioridad moral no sólo es poco atractivo y puede alejar a los aliados a los que no les gusta que les traten como primos no ilustrados, sino que también es peligroso porque no es crítico. Creíamos en los refranes de 1989 sin darnos cuenta de que sólo eran una lectura del futuro. En nuestras mentes, la convergencia era inevitable: la mittelschicht de China pediría la democracia una vez que tuviera suficiente poder y el nacionalismo de Rusia se apaciguaría. En parte, debido a estas creencias, no estábamos preparados para el cambio de mundo que ha salido a la luz más recientemente. No sólo no podíamos entender lo que estaba ocurriendo, sino que además nos ha costado defender nuestro sistema contra los ataques de fuera y de dentro. Si sólo sabes que una Europa unida es la respuesta, que la cooperación internacional es necesaria, que el Estado de derecho es mejor que la política del poder, y que todo esto es justo, puede ser sorprendentemente difícil explicar esto a alguien que cuestiona esa premisa.

La superioridad moral también ignora que, aunque hayamos superado ideas tan -en nuestra opinión- obsoletas como el poder militar, alguien más -la OTAN y Estados Unidos- sostenía un paraguas militar sobre nosotros, lo que nos permitía el lujo de descontar el poderío militar de la ecuación.

Y el fin de la Historia se llevó nuestro futuro. Al fin y al cabo, sabíamos dónde acabaría el proceso. La política se convirtió en algo aburrido: un acto de administración más que de competencia ideológica. Esto también puede ayudar a explicar por qué todos los partidos alemanes reclaman inevitablemente el «centro» político. Parece que no hay necesidad de pensar estratégicamente en el futuro.

Conclusión

No me quejo de que mi generación tuviera una gran infancia -estable, segura y llena de convicciones de que el futuro sería aún mejor-. Pero crecimos en un mundo excepcional que considerábamos normal. Ahora que la política internacional está cambiando, estamos perdidos.

Podría, por supuesto, estar equivocada. Una vez alguien me llamó «la persona joven más vieja» que conocía, lo que tomé como un cumplido, aunque probablemente no lo pretendía. Así que tal vez sea yo la que no ve la luz y no entiende que el mundo ha cambiado de verdad. Pero me preocupa cuando, en los wargames (que en Alemania se llaman simulaciones) con otros millennials, el enfoque intuitivo de nadie es evaluar una situación observando los intereses y las capacidades propias y ajenas y formular entonces una estrategia que se ajuste a ambos. Me preocupa que parezcamos tan ineptos para el pensamiento estratégico en un momento en el que el sistema internacional es frágil y en el que se plantean alternativas por parte de actores que no tienen en cuenta nuestros mejores intereses.

Tengo dudas de que podamos contar con la próxima generación de pensadores y creadores de política exterior alemanes. Tenemos una generación de alemanes que ha dado las cosas por sentadas y se esfuerza por responder a los desafíos. En secreto, mi generación espera que todo vuelva pronto a nuestra normalidad y que podamos dejar atrás esta política de poder poco ilustrada para abordar retos reales como el cambio climático. Pero es poco probable que el mundo nos haga ese favor. Para estar a la altura de este reto, mi generación tendrá que entrenar su músculo estratégico y deberá hacerlo rápido.

Autor

  • Ulrike Franke

    Ulrike Franke, doctora, es investigadora principal de política en el European Council on Foreign Relations (ECFR). Trabaja en la política exterior y de defensa alemana y europea, especialmente en el impacto de las nuevas tecnologías en la guerra. Presenta el podcast Sicherheitshalber, un podcast en alemán sobre política de seguridad y defensa.

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