En el ámbito de la seguridad, Asia Central y la zona del Caspio forman un área de creciente importancia estratégica que se debate ante su incierto futuro. Esta incertidumbre se debe al complejo panorama de seguridad que presenta la región marcado por la multiplicidad de actores con objetivos divergentes y por el carácter multiforme de los desafíos y amenazas que se deben afrontar. Mediante un análisis de los intereses de las grandes potencias se aborda las distintas posibilidades para la próxima década.
Las regiones de Asia Central y la zona del Caspio se han convertido una vez más en el escenario de un concurso geoestratégico complejo y de gran trascendencia. Esta competencia, denominada Competencia de las Grandes Potencias (CGP), se hace eco del “Gran Juego” del siglo XIX, en el que los imperios ruso y británico compitieron en la zona de amortiguación del “tira y afloja” de Afganistán. En la CGP de hoy, varias potencias compiten por influencia, recursos e intereses: las potencias globales incluyen a Estados Unidos, China y Rusia, mientras que las potencias regionales incluyen a Irán, India, Pakistán, Turquía, exrepúblicas soviéticas, ahora convertidas en Estados y los países del Golfo.
El resurgimiento de esta nueva y multidimensional Competencia de Grandes Potencias se refleja en la Estrategia de Seguridad Nacional de los Estados Unidos, que señala que “después de ser descartada como un fenómeno de un siglo anterior, la competencia de las grandes potencias regresó”. Oriente Medio, África Central y Asia meridional forman la encrucijada estratégica conocida como la Región Central[1]. Aquí, China está tratando de expandir su influencia, y Rusia está trabajando para mantener un lugar predominante de poder internacional. Tanto China como Rusia ven oportunidades para dominar e influenciar la Región Central, mientras que los Estados Unidos se encuentra en desventaja estratégica después de haber estado inmerso en un conflicto de casi veinte años en la región.
Para que Estados Unidos contrarreste estos nuevos poderes revisionistas requerirá mejorar la comprensión de sus objetivos estratégicos, sus futuras perspectivas y los desafíos que limitan su movilización competitiva, así como la identificación de áreas comunes de interés con un enfoque más holístico que aúne un esfuerzo de cooperación con sus aliados. Esos esfuerzos deben apuntar a combatir el terrorismo y el crimen organizado transnacional en áreas como Afganistán, Irak y Siria, así como a disuadir las ambiciones de países como Irán, Corea del Norte y las grandes potencias, viejas como Rusia, o nuevas como China.
Sin duda, serán clave para la seguridad nacional de los Estados Unidos las relaciones globales entre Estados Unidos y estas potencias militares y económicas existentes y emergentes. Estas potencias en ascenso, y su amenaza a la condición hegemónica de Estados Unidos como Potencia Global son las que nos lleva a pensar en esta Competencia de Grandes Potencias en un Nuevo Gran Juego que se jugará en el tablero de Asia Central.
La retirada de las fuerzas estadounidenses de Afganistán no ha hecho sino precipitar el interés de las grandes potencias por una región que lleva en estado de conflicto desde 1832 con la primera guerra Anglo-Afgana, conflicto que no vemos vaya a remitir en los próximos años, tal y como leemos en las noticias de estos días donde se suceden los ataques de las fuerzas talibanes.
Análisis situacional
Tras la caída de Kabul se completa la toma de poder de Afganistán por los talibanes. El portavoz de los Talibanes, Mohammad Naeem, señaló al canal Al-Jazeera que “la guerra ha terminado en Afganistán” y que pronto estarán claros el tipo de gobierno y el régimen que se implantan en el país[2].
La retirada aliada de Afganistán, no solo de Estados Unidos, dibuja un nuevo escenario en la región que deja en manos de la llamada Troika Plus, formada por representantes de Rusia, China, Pakistán y Estados Unidos el futuro de Afganistán. Esta troika o foro ampliado trata desde 2019 de facilitar un arreglo permanente del conflicto afgano. Sin duda, Rusia, China, Pakistán y Estados Unidos son los cuatro actores más directos en la situación actual de Afganistán. Estos países han sido participantes activos durante mucho tiempo en las conversaciones de paz afganas y han establecido un mecanismo entre ellos: la Troika Plus, una combinación equilibrada de países con diferentes intereses en diversas direcciones en la cuestión afgana.
Eurasia es la masa continental que se extiende desde Europa hasta Asia, separada por los Montes Urales y con Rusia y Turquía repartidas por los dos continentes. Su corazón se encuentra entre Asia central y el mar Caspio y abarca Kazajstán, Armenia, Azerbaiyán, Kirguistán, Tayikistán, Turkmenistán, Uzbekistán, Siberia occidental y la parte norte de Pakistán, y está rodeado por Afganistán, Rusia, China, India e Irán. Las disputas fronterizas han sido una constante desde la desintegración de la Unión Soviética, motivo de escaramuzas militares de más o menos envergadura, y que ha centrado buena parte de los esfuerzos políticos de las repúblicas centroasiáticas, Rusia y China en las dos últimas décadas.
A principios del siglo XX, en una conferencia llamada “The Geographical Pivot of History”[3], en la Royal Geographical Society de Londres, Sir Halford John Mackinder argumentó que este “corazón de Euro-Asia “era la “zona de pivote” del equilibrio global, y que el Estado que lo controlaba podría proyectar poder de un lado a otro de la región.
Esta región tan lejana es en donde se juega este nuevo gran juego, un tablero donde compiten las grandes potencias de este siglo. Hal Brands[4] proporciona más información sobre lo que él ve como las “seis postulados sobre la competencia de gran poder y el revisionismo en el siglo XXI”:
- Los intereses en conflicto y las ideologías en conflicto han llevado durante mucho tiempo a las principales potencias del mundo a competir entre sí; a menudo han dado lugar a intensos conflictos y guerras.
- Las fricciones entre las grandes potencias y la forma como desaparecieron por completo durante la era posterior a la Guerra Fría fue un engaño; simplemente fueron silenciadas por las características tan marcadas del sistema internacional posterior a la Guerra Fría.
- La competencia de las grandes potencias ha vuelto hoy en día de forma más plena y aguda porque las condiciones sistémicas para tal competición son más propicias y porque ahora se ha disipado la grande esperanza de paz de la era posterior a la Guerra Fría.
- El gran poder común y el revisionismo son hoy más agudos que en ningún otro momento desde el final de la Guerra Fría. Estamos viendo esa competencia en el ámbito geopolítico, en el sentido de que Rusia y China están buscando cada vez más labrarse esferas de influencia dominante dentro de sus respectivas áreas de interés o “zona cercana” tratando de socavar las alianzas de Estados Unidos en estas áreas, y desarrollando las capacidades militares necesarias para lograr la primacía regional que les permita proyectar el poder aún más lejos en el extranjero.
- La intensificación de la competencia entre las grandes potencias conducirá sin duda a un entorno internacional más peligroso y desordenado, pero no tiene por qué conducir necesariamente a una guerra ni a una gran fisura del sistema internacional existente. El hecho de que las grandes potencias autoritarias estén presionando con más fuerza contra ese orden internacional y sus defensores, principalmente los Estados Unidos y sus aliados, significa que es probable que veamos crisis monetarias y militares a un nivel generalmente más alto de las tensiones internacionales vividas durante la Guerra Fría. Va a dificultar el logro de una cooperación multilateral significativa entre las grandes potencias en materia de problemas de seguridad común. Basta con ver cómo la rivalidad entre las grandes potencias ha obstaculizado los esfuerzos por resolver la guerra civil Siria en los últimos seis años.
- A medida que el nacionalismo, el populismo y la reducción de personal en los ejércitos se vaya asentado en los próximos años, tanto en Estados Unidos como en su entorno, le dificultará la posibilidad de enfrentarse al desafío de esta intensificación de la competencia de las grandes potencias. Todos estos fenómenos son amplios, y en algún momento, tiran en direcciones opuestas, por lo que muchas veces, veremos fuertes altibajos en esta proposición.
Trasladando estos postulados de Brands al objetivo de obtener una perspectiva holística que informe mejor de la situación, vemos como la región de Asia Central mantiene unos vínculos muy estrechos con la Federación Rusa, fruto de su pasado común. Este hecho explica la enorme influencia de Rusia en la zona, además de ser el país que controla gran parte del flujo energético de Asia central al mercado mundial.
En cuanto a Afganistán, después de la retirada de las fuerzas internacionales, el futuro se presenta complicado. Con una larga tradición de resistencia y lucha de guerrillas, no parece previsible cierta normalización a corto ni a medio plazo. Posiblemente cualquier intento de solucionar o mitigar el problema afgano pasa por una mayor implicación de Pakistán.
La posición geográfica de Afganistán la convierte en una interesante posibilidad como lugar de paso de oleoductos y mercancías hacia China y la India, y hacia el puerto pakistaní de Gwadar, interesante apuesta de desarrollo auspiciada por China y Qatar y cuyo futuro va a estar ligado en buena medida a la posibilidad de un Afganistán estable y seguro.
El auge del Estado Islámico ha tenido un gran impacto en Asia Central. Desde allí centenares de combatientes han partido para unirse a las filas de la yihad armada en Siria e Irak. De los aproximadamente 23.000 extranjeros que combaten en las filas del ISIS y de otros grupos extremistas, se estima que cerca de 2.200 son ciudadanos de la Federación Rusa.
La Organización del Tratado de Seguridad Colectiva, OTSC, creada en 2002 y de la que forman parte los países de Asia Central (excepto Turkmenistán), además de Rusia, Armenia y Bielorrusia, se ha creado una fuerza de despliegue rápido, con tropas de varios países. Se trata del único foro regional multilateral con dimensión puramente militar. Mantiene una cláusula de defensa colectiva ante una agresión contra cualquiera de los firmantes, dispone de una fuerza de reacción rápida de unos 4.000 efectivos y permite el despliegue de unidades de las fuerzas armadas rusas en sus bases en Kirguistán y Tayikistán.
Otra de las organizaciones que trabajan por la seguridad en la zona es la Organización para la Cooperación de Shanghái, la OCS, liderada China y en la que participan Rusia, Kazajstán, Kirguistán, Tayikistán y Uzbekistán. Cuenta como observadores con Irán, Pakistán e India. Sus objetivos prioritarios son garantizar la estabilidad y combatir “los tres males[5]“, el terrorismo, el separatismo, y el extremismo, con los que Pekín caracteriza el problema uigur en su región de Xinjiang.
La Iniciativa de la Franja y la Ruta de China, proyecto estrella de Xi Jinping, es otro de las cosas a tener en cuenta con sus dos grandes ejes: el primero es la ruta terrestre que une China con Pakistán, Afganistán, Turquía, Moscú, Kazajistán, Turkmenistán, Kirguistán, Uzbekistán, Tayikistán y Europa hasta llegar a París, y el segundo, una ruta marítima que pretende llegar a América, África y Oriente Medio estableciendo para ello bases y puertos comerciales en el Índico, como el puerto paquistaní de Gwadar. Volvemos a Pakistán, pieza clave y siempre presente en cualquier solución para el avispero que se ha convertido Afganistán.
Irán y Turquía son otros dos países interesados en lo que ocurre en su vecindario más próximo, especialmente ahora después del reciente conflicto entre Armenia y Azerbaiyán por Nagorno Karabaj, recordemos, una región que hasta el final del siglo XIX estaba bajo la esfera de los turcos y que también se vio afectada por ese Gran Juego del que hablamos antes, armenios aliados de los rusos y azerbaiyanos de los turcos, también presentan una fuerte componente ideológica, religiosa y racial[6].
En el difícil entorno de seguridad de Asia central, con unas repúblicas con una gran diversidad étnica, en donde la corrupción oficial es más que patente y donde el yihadismo radical lucha por hacerse un hueco aún mayor en el entorno, se descubre al otro gran gigante asiático en crecimiento, la India, y sus grandes posibilidades de influencia nivel regional.
Competición estratégica entre Grandes Potencias
La competición estratégica entre grandes potencias es una definición compleja que combina competencia y grandes potencias, pero pocos son capaces de definir el término en su conjunto en el contexto de la realidad actual. La competencia a cualquier nivel consiste en dos elementos en su forma más elemental: la ofensa y la defensa, tal y como se ve en la imagen anterior. Esos dos elementos competitivos se componen cada uno de un equilibrio de elementos subordinados: táctica, logística, adaptabilidad, consistencia, competencia y engaño. Cada uno de estos conceptos desempeña un papel esencial en la competencia efectiva, pero a menudo se consideran de forma aislada y no en el contexto de cómo encaja el elemento en el esquema mayor del esfuerzo competitivo.
En “The Tragedy of Great Power Politics”, Mearsheimer (2001) sostiene que en el sistema internacional existe en un estado de anarquía, lo que quiere decir que ningún organismo de gobierno estable o neutral puede, de hecho, supervisar a los otros Estados y estos, actúan libremente en un movimiento anárquico[7]. Como tal, este estado de anarquía sitúa a los estados en un movimiento de competencia, una lucha de poder constante donde existe miedo a las acciones e intenciones de los demás. Mearsheimer argumenta además que es este miedo e incertidumbre es lo que conduce a fomentar medidas económicas y monetarias ofensivas. Sostiene que los estados reconocen que cuanto más poderosos son en relación con sus rivales, mejores son sus posibilidades de supervivencia. De hecho, la mejor garantía de supervivencia es la hegemonía, porque ningún otro estado puede amenazar seriamente a una potencia tan poderosa.
La teoría de Mearsheimer se basa en cinco supuestos fundamentales. El primer supuesto es que hay anarquía en el sistema internacional, lo que significa que no hay un poder coercitivo jerárquicamente superior que pueda garantizar límites al comportamiento de los estados. En segundo lugar, todas las grandes potencias poseen capacidades militares ofensivas, que son capaces de utilizar contra otros estados. En tercer lugar, los estados nunca pueden estar seguros de que otros estados se abstendrán de utilizar esas capacidades militares ofensivas. Cuarto, los estados buscan mantener su supervivencia, su integridad territorial y autonomía por encima de otros objetivos, ya que es el medio para lograr el resto de los fines. En quinto lugar, los estados son actores racionales, lo que significa que consideran las consecuencias inmediatas y a largo plazo de sus acciones[8].
En un sistema internacional lleno de tanta incertidumbre con respecto a las intenciones de los estados, la naturaleza de sus capacidades militares de los estados y la asistencia de otros en una lucha contra estados hostiles, Mearsheimer sostiene que la mejor manera de que las grandes potencias aseguren su supervivencia, objetivo que está por encima de todo los demás, es maximizar el poder y perseguir la hegemonía. La búsqueda de la hegemonía regional y global entre todas las grandes potencias da lugar a una competencia de seguridad constante. En esta llamada tragedia política de las grandes potencias, los otros Estados que buscan su propia seguridad se ven arrastrados a participar en conflictos para garantizar su seguridad.
Pero esto es relativamente reciente, a pesar de que las teorías de Mearsheimer se elaboraron al finalizar la Guerra Fría, el término Competencia de Grandes Potencias surgió por primera vez en 2005 cuando Robert Haass utilizó este termino para referirse a una realidad que estaba pasando[9]. Dijo que el mundo ya no será unipolar, sino bipolar o multipolar. Así, pues, un mundo alternativo sería aquel en el que el equilibrio de poder resurgiría, reemplazando el desequilibrio de poder actual, un mundo mucho más competitivo. Los desafíos derivados de la globalización dominarán este siglo marcado por la competición y el conflicto de las grandes potencias que dejarán de ser la fuerza motriz de las relaciones internacionales. Una parte importante del problema es la arquitectura de gobernanza internacional heredada de la Segunda Guerra Mundial[10].
Lo vemos, por ejemplo, en la Naciones Unidas con su Consejo de Seguridad, una invitación a la impostación y a la parálisis entre los miembros permanentes con poder de veto. La situación de Afganistán y de Asia Central es un desastre, y puede ser tentador recurrir a la historia en busca de pistas sobre cómo limpiarla, como lo hicieron recientemente Richard Haass y Charles Kupchan[11]. Pero hay que tener cuidado de escoger las lecciones correctas. Haass y Kupchan sostienen que el Concierto de Europa del siglo XIX puede proporcionar un modelo para gestionar las relaciones entre las grandes potencias, evitar las grandes guerras y equilibrar un mundo desequilibrado. Estos son objetivos dignos, pero el Concierto de Europa no los logró, al mismo tiempo que cualquier nueva organización inspirada en él.
En el siglo XIX, Rusia y el Reino Unido fundaron el concierto para mantener su poder y estabilizar un continente sacudido por guerras y levantamientos revolucionarios. El concierto a veces se representa como la producción de una edad de oro de la diplomacia: una época en la que los diplomáticos y estadistas fomentaban el respeto mutuo, mantenían un equilibrio de poder, evitaban las esferas de influencia de los demás y evitaban la guerra en favor de incursiones conjuntas en la ópera y discusiones nocturnas de güisques y cigarros.
El concepto de la Competencia de las Grandes Potencias no deja de ser un término acuñado en Estados Unidos que tiene sus orígenes oficiales en los últimos documentos de seguridad publicados en 2017. La competencia de grandes potencias es una palabra de moda que trata de dar respuesta a un cambio, al final de una época hegemónica denominada Pax Americana[12]. ¿Qué habría pasado si después de la Guerra Fría hubiera surgido un concierto global? Tal vez las grandes potencias habrían evitado, o al menos, mitigado las sangrientas guerras que hemos vivido estos últimos años.
Estamos viviendo un momento de cambio donde surgen otros actores que luchan por situarse en el tablero mundial. Como escribió Stephen Walt, es más exacto decir que la era estadounidense está llegando a su fin. Por ahora, y durante algún tiempo, Estados Unidos seguirá siendo primus inter pares, la más fuerte de las principales potencias mundiales, aunque no está claro si podrá mantener esa posición durante los próximos veinte años. Independientemente, el poder y la influencia de Estados Unidos sobre el sistema político internacional disminuirá notablemente de lo que era en el apogeo de la Pax Americana. Ese era el Viejo Orden, forjado a través de los trascendentales acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial. Ahora que el Viejo Orden de casi ocho décadas de duración se está desvaneciendo de la escena. Es natural que los líderes estadounidenses quieran negarlo, o sientan que deben ser delicados al hablar con el pueblo estadounidense.
A diferencia de la Guerra Fría, en la que sólo dos grandes potencias competían entre sí y se definían principalmente por la capacidad militar, las grandes potencias actuales no se definen principalmente por la competencia o capacidad militar. En cambio, las grandes potencias de hoy en día se caracterizan y definen a través de una implementación multipolar de esfuerzos competitivos a través de las esferas de la información, la economía, el ejército, la política y la ley, por nombrar sólo algunas de las esferas en juego.
Este ciclo de violencia continuará hasta bien entrado el nuevo milenio. Las esperanzas de paz probablemente no se harán realidad, porque las grandes potencias que dan forma al sistema internacional se temen entre sí y compiten por el poder como resultado. Siguiendo este argumento, el objetivo de los Estados individuales que compiten en la Competencia de las Grandes Potencias es alcanzar el estatus de hegemónico y, por lo tanto, existir en un estado de seguridad permanente.
El problema de la energía
A raíz de la desintegración de la Unión Soviética en 1991, Asia Central mantiene unos vínculos muy estrechos con Rusia, lo que explica la enorme influencia de los rusos en la Región; controlando una gran parte del flujo energético de Asia central al mercado mundial.
Esta región también es clave por sus recursos naturales, especialmente el petróleo y el gas natural que, por su posición geográfica, en el centro del continente euroasiático, le convierten en un nudo o encrucijada, una zona de paso obligada, que convierte a la región en un área de competencia geopolítica, tanto a nivel internacional como regional. La disputa por conseguir ventajas estratégicas y posiciones geopolíticas de predominio han sido claves en este nuevo escenario emergente.
La existencia del petróleo en la región del mar Caspio y Asia Central se remonta a la Edad Media cuando los persas observaron los pilares de fuego en la periferia de la actual Bakú. Sin embargo, su explotación industrial comenzó sólo a partir de la segunda mitad del siglo XIX. En ese momento, los intereses occidentales en la zona se han desarrollado rápidamente. La producción diaria de petróleo en Bakú al principio del siglo XX alcanzó el 45% de la producción mundial, la mayoría extraída de los campos de petróleo de Azerbaiyán. En 1906, el oleoducto más largo en el tiempo se construyó entre Bakú y Batumi.
Con respecto a las reservas de gas natural, Asia Central parece una región con un potencial grande. De acuerdo con los estudios consultados, el gas representa por su parte, dos tercios de las reservas, probadas y posibles, de hidrocarburos totales del Caspio. Kazajstán, Turkmenistán y Uzbekistán se encuentran entre la lista de los veinte países gasísticos más importantes del mundo.
El comercio interregional de oleoductos está dominado por las exportaciones de Rusia a Europa y cada vez más a China, además de las exportaciones de la región del Caspio, principalmente Turkmenistán, Kazajstán y Uzbekistán a China y volúmenes mucho más pequeños de Azerbaiyán a Europa. Turkmenistán ha puesto en marcha un proyecto de gasoducto, denominado TAPI[13], que llevaría su gas a Pakistán y la India atravesando Afganistán. Wood Mackenzie estimó que todas las reservas de toda la zona suponían alrededor de un 4% de las reservas mundiales. Kazajstán posee el 45% de estas reservas frente al 44% en Turkmenistán, el 10% para Azerbaiyán, Rusia 2% y 0% para Irán que, todavía no ha comenzado la prospección en el Caspio. Con estos datos, el Caspio se situaría como cuarta zona del mundo en lo relativo a las reservas de gas.
Estos flujos de energía, comercio e inseguridad están en la raíz de la competencia actual que repiten, en cierta manera, la rivalidad del impero ruso y británico del siglo XIX. Aunque, la brusca salida de Estados Unidos de Afganistán, le da a la geopolítica una variante multipolar fundamental que no tuvo con tanta claridad en el siglo XIX.
El desafío del agua
La gestión de los recursos hídricos en las cuencas hidrográficas que comparten los Estados de Asia Central (Kazajistán, Tayikistán, Kirguizistán, Turkmenistán y Uzbekistán) se presenta actualmente como uno de los más importantes riesgos, relacionados con la seguridad, que afronta la región, a la vez que constituye una de sus mayores oportunidades para el desarrollo de la cooperación interestatal.
En este marco, hay que mencionar que Kirguizistán, Uzbekistán, Tayikistán y Kazajistán comparten la cuenca del río Syr Darya, mientras que Tayikistán, Turkmenistán, Uzbekistán, Kazajistán y Kirguizistán, además de Afganistán y la República Islámica de Irán, comparten la cuenca del río Amu Darya.
El Amu Darya con una longitud total de 1.415 kilómetros, se eleva en Tayikistán y corre a lo largo de la frontera entre Afganistán y Uzbekistán. En su curso superior, forma parte de la frontera norte de Afganistán con Turkmenistán y Uzbekistán, desde donde desemboca en el Mar de Aral. El Syr Darya con sus 2.212 kilómetros es el río más largo de Asia Central. Se origina en Kirguistán, atraviesa Tayikistán y Uzbekistán y desemboca en norte del Mar de Aral en Kazajstán.
El que acabe siendo un riesgo o una oportunidad, dependerá en gran medida no sólo de la capacidad de las instituciones políticas para gestionar estos recursos, desde una perspectiva ambientalmente sostenible en cuanto a su cantidad y calidad, sino también de su voluntad de facilitar la absorción progresiva del cambio ambiental a nivel político.
El riesgo principal consiste actualmente en el conflicto de intereses existente entre los países de aguas abajo y los de aguas de arriba. Kazajistán, Turkmenistán y Uzbekistán, situados aguas abajo, cuentan con importantes reservas de gas y petróleo –Kazajistán y Uzbekistán, además, poseen además importantes reservas de uranio–, pero son deficitarios en recursos hídricos. Por el contrario, Kirguizistán y Tayikistán, aguas arriba, son Estados deficitarios en gas y petróleo, pero cuentan con importantes reservas de agua y con una alta capacidad para la producción de energía hidroeléctrica.
En este marco, hay que mencionar los problemas en el suministro de agua y de electricidad que están haciendo crecer el descontento pues la población no cree que sea el factor climático la principal causa de tal situación sino más bien la omnipresente corrupción entre la dirección política del país a la que algunos acusan incluso de haber vendido energía a países vecinos.
La capacidad política y el liderazgo necesario para gestionar los cambios precisos en las cuencas hidrográficas que comparten son inexistentes y el equilibrio de poderes en la región muy relativo. Tal cosa ha llevado a unas relaciones interestatales que han facilitado el desarrollo mayoritario de grandes proyectos unilaterales en perjuicio de los proyectos multilaterales de carácter colaborativo. Lo cierto es se observa un problema generalizado de falta de gobernabilidad en el uso y la explotación de los recursos hídricos.
Debido a su ubicación, Kirguistán y Tayikistán se denominan países de nivel superior, mientras que Turkmenistán, Uzbekistán y Kazajstán se conocen como países de nivel inferior. El intercambio de agua entre los países es un gran problema en la región. Con solo una quinta parte de las fuentes de agua, Uzbekistán y Turkmenistán tienen grandes tierras agrícolas.
Tayikistán y Kirguistán, por otro lado, con un poco menos de tierras agrícolas, controlan cuatro quintas partes de las fuentes de agua disponibles. Estos dos países mantienen el control del flujo de agua mediante la construcción de presas y embalses en Amu Darya y Syr Darya. Toda esta situación preocupa profundamente a Uzbekistán como el quinto productor de algodón más grande del mundo y el segundo exportador de algodón más grande del mundo.
En definitiva, el actual modelo de gestión de los recursos hídricos de la región favorece la dicotomía extrema entre los dos principales usos competitivos del agua, la irrigación y la producción de energía hidroeléctrica, al mismo tiempo que ignora las necesidades que con más inmediatez afectan a la población, como la disponibilidad de agua potable, su calidad o los aspectos sanitarios.
Rusia y Asia Central
La ubicación geográfica de Asia Central como punto débil de la Federación de Rusia, obliga a Moscú a colocar su seguridad como objetivo fundamental y prioritario. Desde el punto de vista estratégico de Rusia, las repúblicas de Asia Central ribereñas a su territorio al sur, representan una vulnerabilidad que hace que el gobierno ruso quiera evitar cualquier penetración de otro poder en esta región. El potencial de crecimiento de la influencia de Irán, Pakistán, Turquía, China y especialmente Estados Unidos, Europa y la OTAN constituyen amenazas que preocupan a Rusia. A estas últimas se añaden otras no convencionales como el terrorismo, el narcotráfico, el crimen organizado y los enfrentamientos étnicos. Para contener estos riesgos, Rusia decidió que es solo ella quien tiene que garantizar la seguridad sin ninguna intervención de las otras potencias.
En el marco de la disuasión clásica, Moscú ha intentado, en los últimos años, incrementar su presencia militar en la región, para contrarrestar y vigilar a la de la OTAN, a través de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC), recordemos, integrada por Rusia, Armenia, Bielorrusia, Kazajistán, Kirguistán, Rusia y Tayikistán. Asimismo, Rusia se ha asegurado el control de bases militares en la región.
La OTSC está superada en muchos aspectos por acuerdos bilaterales de Rusia con estas repúblicas que sobrepasan lo recogido en este tratado. Además, estas repúblicas han participado al mismo tiempo en programas de cooperación con los Estados Unidos lo que les ha permitido recibir asesoramiento y equipo tecnológico especializado.
Desde el año 2001 con el comienzo de las operaciones en Afganistán la zona adquirió una enorme importancia para los Estados Unidos, abriendo las bases de Karshi-Janabad en Uzbekistán y la de Manás en Kirguistán. La primera de ellas se cerró en noviembre de 2005, en un clima de tensión con Estados Unidos, donde un presidente uzbeco decidió finalizar el acuerdo con los americanos, ante la falta de voluntad de Washington de apoyar su régimen. La segunda, Manás en Kirguistán, se cerró en 2014 al cumplir el compromiso contraído con Rusia que a cambio canceló la deuda de 500 millones de dólares que tenían con Moscú[14].
Más que la geopolítica, los factores económicos han sido fundamentales en la decisión de Kirguistán. Kirguistán, al igual que el vecino Tayikistán, depende en gran medida de la economía de Rusia y depende de su mercado para las exportaciones y las remesas de los trabajadores huéspedes. Su ubicación y el posicionamiento de su infraestructura en dirección a Rusia, legado de la Unión Soviética, hacen que las alternativas sean difíciles y costosas. El rechazo ruso a la injerencia occidental no se limita a su presencia militar en la zona, si no que se extiende al terreno político y económico.
En este sentido, hay que mencionar las preocupaciones de Rusia hacia dichas injerencias de Estados Unidos y la Unión Europea de empujar la democratización de los regímenes centroasiáticos, como lo mostraron las revoluciones de colores, entre 2003 y 2005, en diferentes países exsoviéticos. Así, para Moscú, este proceso de liberalización afectaría su influencia autoritaria. La motivación de Moscú a trabajar para recuperar el terreno perdido durante los años 90, se decidió tras el aumento de la presencia militar norteamericana en la zona por razones de lucha contra el terrorismo. La reacción a esta intervención de Estados Unidos, ha provocado un acercamiento entre Rusia, China e Irán.
El panorama de seguridad en Asia central se complica además con la composición étnica de la zona y la poca claridad y racionalidad de las fronteras heredadas. Con relación a las etnias, el problema no es la existencia de una importante pluralidad de ellas, sino la polarización en determinadas zonas que provoca la presencia de minorías aisladas en focos en los que son mayoritarios dentro de otros países y en ocasiones a ambos lados de fronteras nacionales. La situación se agrava por los discursos de carácter nacionalista de las repúblicas centroasiáticas y el carácter autocrático de sus regímenes políticos, en los que la poca transparencia, la corrupción y la evidente falta de libertades y garantías democráticas, da como resultado un excelente caldo de cultivo para la propagación de ideas islamistas extremistas.
Con respecto al plano económico, hay que destacar un crecimiento de las inversiones rusas en la región centroasiática desde la llegada al poder de Vladimir Putin. Sin embargo, el potencial inversor de las corporaciones rusas es inferior a los de las compañías tanto occidentales como chinas. La mayoría de estas inversiones rusas se encuentran en el sector de petróleo y gas, debido a la proximidad de Rusia de las Repúblicas de Asia Central de un lado y, del control ruso a las redes de transporte de hidrocarburos a través de la compañía estatal Transneft[15].
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