El actual ciclo de violencia entre Israel y Hamás, además de con los otros grupos militantes de Gaza (Hamás y Yihad Islámica son los dos principales, pero hay una miríada de grupos más pequeños), tiene su origen inmediato en el asunto de los desalojos forzosos de familias palestinas del barrio de Sheikh Jarrah, en Jerusalén Oriental, y los incidentes entorno al Monte del Templo y la mezquita de Al-Aqsa. Sorprendentemente, Hamás dio un ultimátum a Israel para que el 10 de mayo retirase sus fuerzas de seguridad de Sheikh Jarrah y la mezquita de Al-Aqsa.
Como sabemos, la reciente decisión judicial relativa al desalojo de familias palestinas de viviendas reclamadas por organizaciones colonas israelíes ha sido el detonante de las actuales tensiones, que han dejado imágenes de violencia entre manifestantes palestinos y colonos en los últimos días. Sin embargo, lo ocurrido en Sheikh Jarrah, por más que haya sido el suceso que haya prendido la chispa de lo que ahora estamos viendo, no deja de ser eso, un incidente hasta cierto punto rutinario y que no explica por sí mismo la escalada de las últimas horas.
Además de lo ocurrido en Sheikh Jarrah, en las últimas semanas se había desatado la «Intifada del TikTok», en la que se hizo viral que jóvenes israelíes «árabes» acosaban o agredían grave e incluso mortalmente a judíos. Aunque los medios israelíes suelen enfatizar que los israelíes árabes son una población satisfecha de vivir en Israel, los graves incidentes de la ciudad de Lod también revelan que existe una desafección creciente entre ese sector de la ciudadanía israelí no judía y de los palestinos en general. Como indican en esta columna de de Al-Monitor, la violencia y las protestas entre los israelíes árabes se ha propagado y es muy poco común en comparación con épocas anteriores. Esto podría ser un indicador de un estado de ánimo entre los palestinos y árabes que demandan soluciones militares ante una situación política que interpretan como injusta y asfixiante.
Israel y Hamás: fallos de inteligencia
Pese a lo que estaba ocurriendo tanto en Sheikh Jarrah como en algunas poblaciones israelíes (Lod, Jaffa, Bat Yam…), las evaluaciones de la inteligencia israelí se habían basado en la presunción de que Hamás no buscaba un enfrentamiento a gran escala con Israel. El líder de Hamás en Gaza, Yahya Sinwar, había seguido en los últimos meses una agenda en la que aliviar la grave crisis económica de la zona, intentando mejorar las relaciones con Egipto y sin buscar conflictos con Israel. Sin embargo, soterradamente, las soluciones de línea dura de Hamás se habían impuesto dentro del proceso decisor. Hace una semana reapareció, después de varios años oculto, Mohammed Deif, quien dirige la el ala militar de Hamás. El mensaje de Deif soliviantó a las masas palestinas que estos días han entonado el cántico «Deif, haz saltar por los aires Tel Aviv».
Irónicamente, las evaluaciones de inteligencia a disposición de Hamás sostenían que Israel no está dispuesto a un conflicto largo, como expone Avi Issacharoff «Hamas thinks Israel will want to end this conflict quickly; it could be wrong». Por otra parte, la declaración de Deif ha cambiado el equilibrio de poder en la Franja de Gaza. Probablemente, Sinwar no tuvo más remedio que estar de acuerdo con el ala militar. Y es que Hamás también está experimentando una lucha de poder entre sus líderes tanto fuera de Gaza (Khaled Meshaal y Salah al-Arouri), como en la propia Gaza (Ismail Haniyeh y Sinwar), con el grupo externo presionando por la confrontación con Israel.
Estos errores de percepción, identificando al bando opuesto como intrínsecamente débil, pueden haber sido una de las causas subyacentes de forma que una situación de tensión y crisis haya escalado, finalmente, hacia un enfrentamiento militar.
Por parte palestina, el ánimo exaltado de la población evidenciado en la «yihad del TikTok», sin duda da una oportunidad política a los partidarios de la línea dura, para ganar posiciones de poder respecto a los de línea blanda. De ahí, probablemente, que haya reaparecido Deif y que haya impuesto sus tesis. Además, desencadenar un conflicto militar a gran escala con Israel abortaría todos los intentos de negociar con dicho Estado, lo que implica una maniobra tipo «quemar las naves» y una huida hacia adelante.
En este orden de cosas, en la política israelí se habían dado movimientos que hacían pensar que los árabes israelíes podían llegar a formar parte de un gobierno de Israel, comenzando así un proceso por el que los árabes se integrarían con normalidad en el proceso político israelí. Incluso se había especulado que el partido islamista Raam formara parte de un gobierno con Netanyahu, el Likud y el resto de partidos de la derecha. Los ultraortodoxos rechazaron la iniciativa que apoyaba Netanyahu, impidiéndole formar gobierno. Sin embargo, se abrió la posibilidad que los partidos árabes formaran gobierno con el bloque de la izquierda.
La gran escalada de ataques que siguieron al ultimátum del 10 de mayo, bien pueden ser una maniobra para abortar la posibilidad de que los partidos árabes formen parte de un gobierno de Israel. Con ello, la línea dura de Hamás estaría siguiendo una estrategia de polarización, en la que la violencia obligaría a la población a tomar partido y alinearse con los partidarios de las posturas más radicales. Efectivamente, los partidos árabes han anunciado que suspenden, por el momento, las negociaciones para la formación de gobierno.
Esta estrategia de polarización cobra especial sentido después de que Mahmud Abbas suspendiera las elecciones para la Autoridad Palestina. Abbas enfrentaba una fuerte oposición interna de sectores de Fatah, como Dahlan, Barghouti y sobre todo de Nasser al-Qudwa (sobrino del fallecido Yasser Arafat). Hamás tenía buena perspectivas para esas elecciones, por lo que la comunidad internacional hizo la vista gorda con la suspensión electoral, consciente que una radicalizada Hamás podría haberlas ganado. Como indica Gaith al-Omari:
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