La guerra de Libia, incluso tras los recientes acuerdos de paz que aún deben consolidarse y demostrar su validez, es sin duda uno de los más complejos del siglo XXI. En especial, en el terreno de la política, tanto interior como exterior, ya que tiene una clara repercusión en el terreno bélico. Es más, son tantos los intereses de terceras potencias, desde Turquía a Emiratos Árabes Unidos y de Francia o Italia a Rusia, que solo cabe catalogar la guerra de Libia, como una guerra proxy.
Como decimos, el primer punto que hace de la guerra de Libia un conflicto complejo, es el alto número de países involucrados en el conflicto, y, lo que es más, con capacidad de influir unilateralmente. Esto último es muy importante, pues cada uno tiene capacidad de perseguir sus intereses, desestabilizando la zona más si cabe, aunque haya cierta coordinación de esfuerzos a favor de cada uno de los bandos.
Esto se combina con la complejísima situación en Libia, donde diversos factores hacen bastante difícil la gobernanza del conjunto del territorio. Por un lado, la fragmentación, debido al regionalismo, localismo y tribalismo propios de la zona. Por otro, la fuerte polarización entre fuerzas islamistas y seculares. Además, la economía de guerra, que beneficia a todos los grupos armados, ya que se benefician de los subsidios gubernamentales o de las actividades ilegales, es un fuerte incentivo para que la situación permanezca fragmentada.
Consideraciones generales
La guerra de Libia se ha convertido en el escenario donde diversas potencias regionales intentan luchar por aumentar su influencia, o defender sus intereses en el exterior. Esto ocurrió tibiamente en los primeros momentos de la revolución de 2011, y a pesar de las continuas interferencias a lo largo de las guerras civiles, ha sido en 2019 cuando estas rivalidades han llegado a su cenit. A continuación, veremos qué peculiaridades han aportado tantos actores implicados en el conflicto, y cuáles son.
Una de los principales factores que condicionan la intervención de los actores estatales, es que debido a las restricciones impuestas por el Consejo de Seguridad de la ONU, los países no pueden apoyar a sus respectivos aliados con armamento, ni mucho menos realizar ataques militares. Es por ello por lo que todos han optado por actuar de manera más o menos encubierta, pudiendo negar plausiblemente unas veces, y otras de manera implausible. El único que lo reconoce abiertamente es Turquía, a finales de 2020, aunque no siempre.
La multitud de bandos en conflicto ayuda, además, a aumentar la negación plausible que, en el caso de Turquía, no es tan factible. El bando del Gobierno de Acuerdo Nacional (GNA) sólo cuenta con el apoyo del binomio Turquía-Qatar. Respecto a Qatar, sabemos que no ha participado con armas directamente en el conflicto ni tampoco aportando recursos humanos, sino que es el “banquero” de Turquía, apoyando la política exterior neotomana de Erdogán. Por tanto, cuando hay un ataque aéreo contra el Ejército Nacional Libio (LNA), y teniendo en cuenta el pésimo estado de su fuerza aérea, es obvio que se culpe a Turquía de estar tras éstos.
En el caso del LNA, la cosa es bastante diferente. Los ataques aéreos pueden ser atribuidos a los drones Wing Loong de fabricación china, pero tanto EAU como Egipto disponen de estos aparatos. Incluso, cuando aparecen Mirage 2000 en imágenes por satélite, éstos pueden ser emiratíes o egipcios. Por lo tanto, hay espacio para la negación plausible. Pero este apoyo encubierto, al ser limitado, ha resultado finalmente en un fracaso cuando se constata la completa implicación de Turquía. Si nos centramos en los diferentes países implicados en esta guerra, podemos afirmar lo siguiente:
- Qatar forma un bloque junto a Turquía en apoyo del GNA, actuando de multiplicador de fuerzas gracias a sus recursos económicos, apoyando una política exterior expansionista que de otro modo no podría permitirse Erdogán. En un principio, Qatar apoyó a los rebeldes islamistas en la revolución contra Gadafi, pero muchos de ellos fueron derrotados por el LNA en 2014 cuando se produjo la toma de Bengasi. Por lo tanto, su función se limita a apoyar la campaña turca en Libia y prestar apoyo financiero a las milicias a las que se enfrenta el LNA.
- Turquía es la segunda pieza de este bloque. La política exterior turca se ha vuelto más agresiva desde que Erdogán asumiera el poder; en especial tras el golpe de 2016. Tras éste, pudo realizar una purga en las fuerzas armadas y en la sociedad civil en general con el objetivo de centralizar el poder, en lo que muchos califican ya como un régimen autoritario. Sin las resistencias dentro del seno de las fuerzas armadas, por fin pudo embarcarse en todas las operaciones militares en el exterior en búsqueda de un aumento de su estatus como potencia, de influencia, de promoción del islamismo, y de apoyo a los Hermanos Musulmanes. En esta estrategia, Libia es una pieza clave, pues es un apoyo en sus ambiciones como “hub” gasístico en el Mediterráneo Oriental. Cuenta con 20.000 millones de dólares de contratos congelados y ha estado apoyando a las facciones islamistas del país. Además, lucha para evitar verse superada por sus rivales, Egipto y EAU.
Si ponemos el foco de atención en los aliados del LNA y el gobierno de Tobruk -que son un conjunto de países con intereses que no siempre coinciden, pero que tienen en común su apoyo a lo que podríamos denominar, el este de Libia, frente al oeste representado por Trípoli y el GNA-, podemos hablar de:
- Emiratos Árabes Unidos es uno de los apoyos principales del LNA y de su líder Haftar, ya que ha coincidido desde el principio con sus objetivos. EAU se halla embarcado sobre todo tras las Primaveras Árabes en una lucha contra el islamismo y su propagación; en especial el representado por los Hermanos Musulmanes. En consecuencia, desde el comienzo de la rebelión contra Gadafi, apoyó a facciones seculares o más moderadas. El aumento de las tensiones contra el eje Qatar-Turquía, promotores del islamismo y de los Hermanos Musulmanes, lleva esta rivalidad a diferentes teatros de operaciones. Entre ellos, destacan el libio, somalí o sudanés. Por supuesto, obtener influencia en Libia, con sus enormes reservas de petróleo, y una posible suculenta reconstrucción, son buenos incentivos para implicarse.
- Egipto es imposible que no sea un actor clave debido a sus 1.100 km de frontera más que permeable con Libia. La inestabilidad e inseguridad en Libia penetra con facilidad en este país, por ejemplo, a través del terrorismo. Además, también existen incentivos económicos para recuperar las condiciones previas a la Primavera Árabe, un petróleo subsidiado, y cuenta con Libia como fuente de empleo para egipcios y de remesas de capital para el Egipto. Por supuesto, esto es aplicable a todos los países intervinientes, y teniendo en cuenta el gran potencial económico de Libia y lo jugosos que pueden ser los contratos que se adopten para su reconstrucción. Debido a la confluencia de intereses, Egipto ha apoyado a Haftar desde 2014 con ayuda militar y diplomática durante la operación «Inundación de Dignidad» contra grupos islamistas y otros extremistas de índole yihadista que estaban en Bengasi. Posteriormente, la entrada de Turquía de lleno en el conflicto, y su fuerte aumento de influencia, han supuesto una amenaza para Egipto. Ambos países compiten por influencia en la región, con Turquía alimentando los conflictos durmientes entre Egipto y otros países, como cuando intentó hacerlo en el Sudán de Bashir con el Triángulo de Hala’ib.
Los actores europeos clave, que son básicamente Italia y Francia, se han centrado más en sus propios intereses que en la búsqueda de una solución integral a la crisis. Esto es relevante, pues fueron algunos países europeos los que se extralimitaron en la Resolución del 1973 CSNU al derrocar a Gadafi.
- Italia intervino directamente en Libia para mitigar la crisis migratoria que comenzó en 2015 apoyando a las milicias de Trípoli afiliadas nominalmente al GNA. Pero, sin lugar a dudas, el principal factor que mueve a Italia a verse implicada en el conflicto y apoyar al GNA son los hidrocarburos. En particular, la empresa ENI -la que mayores beneficios genera en Italia-, aun siendo privada, es controlada de facto por el Estado que cuenta con un 30% de participaciones. Además, la producción de hidrocarburos en Libia es una parte importante del total de ENI. A esto hay que añadirle que gran parte de los campos de donde los extrae están al oeste del país, lo cual ha hecho a Italia mantener unas relaciones cordiales con el GNA para poder asegurar el suministro. En virtud de lo anterior, cualquier ataque a la capacidad de producción petrolífera es vista con un gran desagrado por parte de Italia, tal y como ha hecho Haftar.
- Para Francia, Libia es un país clave dentro de la arquitectura de seguridad que está estableciendo en el Sahel. Tanto es así, que la guerra civil en Libia fue uno de los principales factores que propiciaron la situación actual en Mali y su extensión por toda la franja. Esta región de tradicional influencia francesa es de gran preocupación para el estado galo. Por supuesto, poder desplazar a Italia de Libia es otro buen incentivo. Francia adoptó una política en Libia que se centró en la lucha contra el terrorismo y, como resultado, se volvió cada vez más dependiente del LNA, bando que en sus continuas campañas contra distintos grupos terroristas o islamistas consiguió ganar apoyos internacionales de esta manera.
- Rusia ha estado coqueteando con ambos bandos, invitando incluso a una delegación del GNA a la I Cumbre África-Rusia en octubre de 2019. Esto es debido a que en Rusia había dos facciones dentro del Kremlin respecto a quien apoyar. Si bien es cierto que había prevalecido siempre la del LNA, Rusia mantenía contactos con todas las partes implicadas, incluso la del hijo de Gadafi. Fue a finales del 2019 cuando Rusia ha iniciado su apoyo militar al LNA de forma explícita, recrudeciendo por completo las relaciones con el GNA. El interés principal de Rusia en Libia pasa por mejorar su estatus internacional a través de la influencia, situándose como actor clave en una guerra que afecta al Sahel, Norte de África, Oriente Medio y Europa. Además, numerosos países se juegan bastante sobre el terreno. En consecuencia, monopolizar un conflicto como este era importante para Rusia. Esto unido a los hidrocarburos y a la posible reconstrucción son buenos incentivos para intervenir, intentando recuperar los multimillonarios contratos que mantenía con Gadafi.
No obstante, tenemos actores importantes por su peso internacional, pero que no han contribuido en gran medida en el esfuerzo de guerra.
- Arabia Saudí ha dado apoyo al LNA a través de la guerra informativa, e intentado influir a través de las milicias vinculadas al madjalismo, una corriente dentro del salafismo. Todo esto también dentro de la rivalidad contra el eje Qatar-Turquía, pero trasladada a esta guerra proxy.
- Estados Unidos, por su parte, no ha mostrado un gran interés en implicarse en Libia, tal y como vimos en 2011. En aquel momento su apoyo fue principalmente logístico y de inteligencia ante las carencias de las potencias europeas que, sin embargo, en vectores de ataque sí lideraron la operación contra Gadafi. Posteriormente, sí que se ha involucrado en operaciones militares, pero principalmente en operaciones contraterroristas, con especial atención en la lucha contra el Estado Islámico. Este supone su principal interés en la zona junto con la seguridad del flujo energético. Debido a esto quizá su posición ha sido un tanto errática, condenando la operación «Inundación de Dignidad» por el lado de unas instituciones, y por otro, mostrando cierto beneplácito. La intervención de Rusia respaldando a Haftar ha sido lo que ha motivado un distanciamiento más claro del LNA, pero sólo por el temor al aumento de la influencia rusa en la zona.
- Por último, Argelia ha pretendido tener un papel de mediador equidistante ante las dos facciones, pero con escaso éxito. Sigue una política de no intervención en el exterior, a pesar de la proximidad con Libia.
Dentro de la propia Libia tenemos a las dos principales facciones, que, aunque bajo unas mismas siglas, no son ni forman ni mucho menos bloques monolíticos, sino una confluencia de facciones. Esto es más acentuado en el caso del GNA. Tal vez, el término “bloque” no sea el más adecuado, pues las alianzas son fluidas y con continuos cambios de bando según intereses inmediatos o de la pérdida de prestigio de alguna de las facciones como consecuencia de una serie de derrotas, por ejemplo.
- El Ejército Nacional Libio, encabezado por Khalifa Haftar, es la milicia de mayor tamaño, con un núcleo bastante cohesionado, y que es leal al gobierno basado en Tobruk, al este de Libia, y rival también del gobierno radicado en Trípoli. Allí está situada la Cámara de Representantes (HoR). A pesar de esta lealtad, el LNA no está supeditado a ese gobierno en la práctica, sino que es un actor armado más bien autónomo, que sigue a su líder. Las estimaciones varían, pero según Arnaud Delalande, una fuente bastante fiable, a la hora de iniciar su asalto a Trípoli el LNA contaba con un núcleo regular de 7.000 miembros, totalizando unos 25.000 si sumamos otras fuerzas auxiliares. Estos datos son anteriores al comienzo de la operación «Inundación de Dignidad».
- Por otro lado, el Gobierno de Acuerdo Nacional tiene su centro de poder en Trípoli, y es reconocido por las Naciones Unidas, a pesar de que los principales actores internacionales también muestren cierta legitimidad a sus rivales al incluirlos en los procesos de paz. Nació a finales de 2015 y como consecuencia de las elecciones de 2014, en un intento de conciliar a la Casa de Representantes, y al Congreso General de la Nación (GNC). Sin embargo, el intento falló y no hubo tal reconciliación. A diferencia del HoR, no cuenta con un ejército, sino con una amalgama de milicias armadas de Trípoli de las cuales depende, y a su vez debe contener. Hasta el inicio de la operación «Inundación de Dignidad», cada una actuaba de manera autónoma para perseguir sus intereses, incluso en contra del propio GNA. La amenaza común de Haftar ha sido el factor aglutinante.
Antecedentes de la guerra de Libia
Podemos trazar los orígenes de la internacionalización del conflicto que posteriormente hemos visto, en el apoyo durante la rebelión de Qatar y Emiratos Árabes Unidos a ciertos sectores rebeldes. Por parte de Qatar, a través de Ali al-Sallabi, un libio radicado en Doha, miembro de los Hermanos Musulmanes, se realizó un ingente envío de armas, dinero y ayuda humanitaria. Pero no se hizo a través del Consejo Nacional de Transición, sino de líderes de milicias islamistas como el Grupo de Lucha Islámico Libio, organización afiliada a al-Qaeda. EAU, por contra, a facciones o líderes más seculares o moderados.
Aunque ya hemos analizado los países implicados en el conflicto y cómo empezaron a estrechar lazos con cada una de las facciones, apoyando con intervenciones militares -en especial al LNA de Haftar, que pretendía convertirse en el paladín contra el islamismo-, no es hasta 2019, con la operación «Inundación de Dignidad» cuando se pasa a un nivel de enfrentamiento nunca antes visto, ni entre los dos bandos, ni entre las potencias extranjeras que los apoyaban.
Preparando el terreno para el asalto a Trípoli
Antes de lanzar su operación contra Trípoli, el LNA necesitaba controlar su propia región y el sur del país. El asalto final a Derna en mayo de 2018 era fundamental para asegurar la retaguardia antes de iniciar ninguna expedición lejos de casa. Esta ciudad se encuentra entre Bengasi y Tobruk, y estaba tomada en su momento por el Consejo de la Sura de los Muyahidín, grupo vinculado a al-Qaeda y contra la cual el LNA llevaba combatiendo desde 2015. Como había sido costumbre en estas operaciones contra islamistas y yihadistas, recibió el apoyo de la fuerza aérea egipcia y emiratí, además de armamento y logística.
A diferencia de los ataques esporádicos que había lanzado el LNA años antes, esta vez empleó numerosas fuerzas para tomarla. Hasta 21 brigadas fueron empleadas. A pesar de ello, se tardaron 10 meses en conquistarla. Esto es debido a que el combate urbano es muy exigente para el que asalta, y se necesita una infantería bien entrenada en unas técnicas muy demandantes, y medios acorazados adecuados con los cuales, por supuesto, apenas contaban. Derna sería un aviso de lo que costaría tomar por la fuerza una ciudad mucho más grande como Trípoli. Y añadiendo el hándicap de unas fuerzas más numerosas y mejor armadas.
A mitad de enero de 2019, Haftar despliega un contingente de un tamaño contenido a la región de Fezzan, al suroeste del país. Esta es la región con menor densidad de población de Libia, y a su vez olvidada por el gobierno de Trípoli. Así era percibido en la región, donde había graves problemas de seguridad debido a los grupos armados chadianos y sudaneses, entre otros, y ante los cuales, Trípoli hizo poco para resolver.
Debido a las razones expuestas, la campaña fue bien acogida por parte de la región. Para las operaciones, se apoyó el LNA bastante en los grupos armados reclutados por la tribu Awlad Suleiman, encontrando poca resistencia, salvo en la tribu Tubu, y más por rivalidades con los Awlad Suleiman. Con esta operación, Haftar consiguió tomar el control de las principales reservas de petróleo y gas del país, además de los estratégicos acuíferos. Pero el control era más bien nominal, basándose sobre todo en las tibias alianzas establecidas, con algunas facciones que habían estado del lado del GNA recientemente. En esta operación pudimos ver una adaptación de las fuerzas del LNA para campañas distantes. Se reestructuró el LNA, diferenciándose entre las fuerzas de campaña y las patrullas locales y guardias. Se disolvieron así batallones y brigadas, reconstruyéndose o fusionándose en otras.
Operación «Inundación de dignidad»
El objetivo primordial para el Ejército Nacional Libio era arrebatar el control de Trípoli a la amalgama de milicias situadas allí. Aunque luego mostraron su apoyo al GNA, lo que les unía era un enemigo común, pues eran en muchos casos rivales, incluso del gobierno de Trípoli. Esta ciudad no sólo era clave para el LNA debido a su simbolismo, o a que fuera la capital, sino que, teniendo el control de ésta, tendrían el del flujo del dinero.
Una vez con Trípoli bajo el poder del LNA, y sin oposición armada alguna de importancia, entonces Haftar podría unir a toda Libia, y resolver el estancamiento político entre el GNA y LNA, aunque según sus directrices, poniendo fin al conflicto de una vez por todas, y situarse como el hombre fuerte que dominara la política en la zona. Al menos estos eran los planes y junto a su anterior atractivo por su lucha antiterrorista y contra otras milicias islamistas, Haftar era visto como un hombre fuerte con la capacidad de ofrecer la estabilidad que Libia necesitaba.
Por tanto, ante la ofensiva contra Trípoli, muchos países occidentales mostraron complicidad de alguna manera, a pesar de que atacara al gobierno reconocido internacionalmente. Ante la inoperancia de éste, secuestrado por los intereses de las milicias de Trípoli, se prefirió el mal menor. Con el fin de la guerra, podría comenzar la lucrativa reconstrucción, aumentar la producción petrolífera a niveles muy superiores, etc.
El plan inicial de Haftar para capturar Trípoli se basaba en que varias milicias iban a desertar a su bando según comenzara el asalto. Esto hubiera hecho no solo la operación mucho más fácil, al derrumbarse la defensa enemiga por varios frentes, sino que, además, le hubiera dado la imagen de libertador y no la de agresor. Como veremos, rápidamente el LNA se encontró con la mayor movilización de combatientes desde la revolución contra Gadafi. Si le sumamos a lo anterior unas líneas logísticas demasiado estiradas y que luego serían fácilmente atacadas por los drones turcos, y un control laxo del territorio que le exponía a ataques o restricciones, el cóctel era un tanto peligroso.
Inicio de la ofensiva
El día 3 de abril de 2019 el LNA anuncia el inicio de la operación «Inundación de Dignidad», y la noche del 4 de abril comienza el asalto contra Trípoli, que se esperaba más bien fácil, pues en el mes de marzo, algunos políticos de Misrata se habían reunido con Haftar para asegurarle que sus grupos armados no iban a tomar parte. Además, se había llegado a un acuerdo con el líder de la milicia, Fursan Janzur, para que colaborara, además de con representantes de una de las facciones más importantes de Zawiya.
Y así, con estas supuestas defecciones, la noche del 4 de abril el batallón de élite comandado por Khaled, uno de los hijos de Haftar, toma el Checkpoint 27, entre Trípoli y Zawiya, donde se le deberían unir los miembros de dicha facción. Pero la defección había sido destapada con anterioridad, el líder de la milicia Fursan Janzur tuvo que huir, y empezó una purga de supuestos líderes traidores. El batallón de Khaled fue puesto en fuga tras hacer prisioneros a buena parte de ellos, pues fueron emboscados por sorpresa. De esta manera, fracasa el factor sorpresa.
Tarhuna se pasa al bando del LNA por el sur, y por el oeste, Sabratha y Surman, rodeando parcialmente Trípoli. La reorganización y frente común de las milicias de Trípoli frenan finalmente el empuje inicial del LNA. Se queda así el frente estabilizado con pocos cambios sobre el terreno. Salvo algunas ofensivas como la que lanzó el GNA, tomando el 26 de junio Gharyan y poniendo en aprietos al LNA, poco más que añadir respecto a cambios en el frente, que en su mayoría fueron momentáneos.
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