Miles de emigrantes se mueven cada año a través de los mares para intentar mejorar sus oportunidades de vida, pagando a contrabandistas para ello. En ocasiones, se dejan su vida por el camino o quedan atrapados en redes relacionadas con la prostitución o el trabajo forzado. A nivel global son tres las áreas críticas en lo que respecta al tráfico irregular de personas en el ámbito marítimo: el Mediterráneo, por los emigrantes que intentan llegar a Europa desde el norte de África; aquellos que dejan África oriental y el Sudeste asiático para alcanzar la península arábiga y, por último, la ruta que desde el golfo de Bengala accede a Australia. En esta ocasión, y dado el especial que dedica la revista Ejércitos al Magreb, nos centraremos en lo que está ocurriendo en el Mediterráneo central y occidental, así como en la ruta mauritana hacia Canarias.
¿Qué es el tráfico ilícito de migrantes?
El artículo 3 del Protocolo sobre Tráfico de Migrantes define el tráfico ilícito de migrantes como “la facilitación de la entrada ilegal de una persona en un Estado Parte del cual dicha persona no sea nacional o residente permanente con el fin de obtener, directa o indirectamente, un beneficio financiero u otro beneficio de orden material”[1].
Tal y como señala INTERPOL, se trata de un negocio con altos beneficios y pocos riesgos, en el que los delincuentes aprovechan “la debilidad de las legislaciones y el relativamente bajo riesgo de ser detectados, enjuiciados y detenidos comparado con otras actividades de la delincuencia organizada transnacional”. En estas redes actúan personas en diferentes funciones que abarcan desde reclutadores e intermediarios pasando por capitanes de barcos, conductores o aquellos que proporcionan documentación falsa o un alojamiento durante el viaje. Según un informe de Europol e INTERPOL de 2016, nada menos que el 90% de los migrantes que llegan a la Unión Europea lo consiguen gracias al uso de redes delictivas[2].
Algunos datos
Ni los conflictos que asolan buena parte del continente africano ni el contexto político y socioeconómico que sufren en estos momentos los cinco países que integran el Magreb (Argelia, Libia, Mauritania, Marruecos y Túnez) vaticinan un descenso en el volumen de la emigración que desde distintas áreas del continente tiene como destino el suelo europeo.
Las propias previsiones demográficas son ya, de por sí, bastante elocuentes. Europa se encuentra en estos momentos en su pico de población en términos históricos. Desde este mismo momento (2020) se prevé que su declive demográfico sea imparable: verá reducida su población de los 748 millones de ciudadanos existentes en la actualidad a unos 710 millones para el año 2050. En ese mismo intervalo África prácticamente duplicará su población: de unos 1.300 millones de personas a 2.500 millones. Si ampliamos la perspectiva y llegamos al año 2100, nos encontramos con una Vieja Europa con apenas 657 millones de habitantes y un continente africano con 4.300 millones de almas. Si la relación actual es de un europeo por cada dos ciudadanos africanos, la ratio será de uno a siete en apenas 80 años.
El informe Labor Mobility Partnership presentado este mismo año afirma que, si descontamos la inmigración, estas tendencias supondrán en la práctica una pérdida de 43 millones de empleos y un aumento del número de pensionistas de otros 43 millones en los principales países de Europa occidental de aquí al año 2050[3].
La Organización de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (ONUDD) publicó en 2018 el informe Global Study on Smuggling of Migrants. Según el mismo, los emigrantes irregulares alcanzaron en 2018 la cifra de 2,5 millones de personas en todo el mundo, generando unos beneficios a los traficantes de entre 5.500 y 7.000 millones de dólares[4]. Estas ganancias provienen de las tarifas que les cobran a los emigrantes y cuya cuantía varía, dependiendo de factores como la distancia del viaje a realizar, los medios de transporte que deban utilizarse, el uso de documentos de identidad o de viaje falsificados o el riesgo de ser detenidos.
Europol estima que los traficantes de personas obtuvieron en 2019 unos beneficios de 160 millones de euros en las distintas rutas marítimas que atraviesan el Mediterráneo para llegar a Europa. Con frecuencia, los traficantes se adaptan rápidamente a las condiciones del entorno para mantener su negocio. Así, por ejemplo, entre los años 2009 y 2015 gran parte del tráfico irregular de personas entre Turquía y la Unión Europea fue modificándose (a veces por tierra, a veces por mar) en respuesta a los incrementos en los controles fronterizos. Un caso similar puede detectarse en la llegada de personas a Canarias, Ceuta, Melilla o la costa andaluza. Ejemplos parecidos ha observado la ONUDD en el mar Rojo o el mar Arábigo respecto al tráfico de personas entre el Cuerno de África y la península arábiga.
Desde África occidental y central hasta Libia
La ONUDD advierte de que, aunque las rutas pueden cambiar, los puntos neurálgicos donde se desarrolla el tráfico, es decir, donde se encuentra la demanda y la oferta de servicios (entre emigrantes y traficantes) son, más bien, estables, dado que suelen ser lugares de encuentro donde convergen rutas dispares. Puede tratarse de grandes ciudades o de pueblos remotos en los que la actividad económica depende de este negocio. Es el caso, por ejemplo, de la localidad de Agadez (Níger) con una población superior a los 100.000 habitantes, desde la cual decenas de miles de emigrantes han organizado su viaje a Europa. Sólo en 2003 la ONUDD calcula que 65.000 personas salieron de allí. Por otra parte, es frecuente que los traficantes tengan lazos étnicos y lingüísticos o estén geográficamente vinculados al territorio de los emigrantes. La opinión de parientes y amigos es clave para que un emigrante elija a uno u otro traficante.
Es interesante constatar que, tal y como advierte la Organización Internacional de Migraciones, ni siquiera la puesta en marcha acuerdos de libre circulación de personas entre los países de África occidental para reducir la inmigración irregular ha sido exitosa. Así ocurre, por ejemplo, con el pacto firmado entre los países de la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (ECOWAS)[5].
Si las personas carecen de documento de identidad, se sirven de traficantes para atravesar las fronteras entre dichos países, con frecuencia, poco vigiladas y, en algunos casos, en zonas de conflicto con escasa seguridad. Y si el objetivo es llegar a Libia, la mayoría de emigrantes comienzan su trayecto por tierra como regulares, gracias al acuerdo de libre circulación, para recurrir después a traficantes en cuanto salen del área de ECOWAS[6].
Níger se ha convertido así en un importante lugar de tránsito y un centro de tráfico de personas tanto por su escaso control fronterizo como por el aumento de ataques de grupos terroristas como el nigeriano Boko Haram, los cuales, a su vez, han promovido un éxodo de la población local.
Los emigrantes provenientes del África Subsahariana viajan con frecuencia a través del desierto del Sáhara. De hecho, una de las rutas más importantes les lleva desde Somalia, Sudán y Etiopía a Egipto e Israel. Pero ante el deterioro de la situación económica egipcia, los traficantes recurren cada vez más a Libia, convertida en el principal punto de partida de los emigrantes que quieren cruzar el Mediterráneo para llegar a Europa.
El caso del Mediterráneo
Según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) en su informe del año 2020, desde el norte de África cruzaron a Europa por mar en 2018 unos 117.000 migrantes[7]. Se trata de una cifra inferior a la de 2017 (unos 172.000), muy por debajo de la de 2016, año en que llegaron 364.000 personas, o del más de millón de emigrantes que arribaron en 2015.
De igual forma, el informe advierte de un “cambio en las rutas marítimas utilizadas por los migrantes irregulares”: la mayoría de los que entraron a Europa desde África en 2016 y 2017 emplearon la ruta del Mediterráneo central (desde Libia hacia Italia), pero en 2018 la mayor parte lo hicieron por la vía del Mediterráneo occidental (desde Marruecos a España). De hecho, en 2018 unas 59.000 personas llegaron por mar a España y 23.000 a Italia.
Entre los factores que han favorecido este cambio en las rutas, la OIM señala la mayor cooperación entre la Unión Europea y los países de origen y tránsito, los mayores esfuerzos en la lucha contra el tráfico de migrantes y un aumento de las patrullas marítimas frente a la costa libia. Libia ha visto también cómo el tráfico de emigrantes se ha convertido en trata de personas, dado que con frecuencia se ven expuestas al trabajo forzoso, la violencia sexual, la extorsión y otros abusos.
La mayor parte de los emigrantes irregulares que llegaron a España por mar provenían de países subsaharianos y de Marruecos. Sin embargo, los que arribaron a Italia eran tunecinos, eritreos, iraquíes, sudaneses y paquistaníes. Buena parte de quienes llegaron por mar a Grecia en 2018 partieron de países en conflicto, como Siria, Irak y Afganistán. En el caso de los que cruzaron a Italia se calcula que tres de cada cuatro personas eran hombres y un 15% eran menores no acompañados.
La OIM señala que en 2018 ayudó a más de 16.000 migrantes a regresar a sus países tras haber sido detenidos o abandonados en Libia, a veces, por los propios traficantes.
Se calcula que en 2018 más de 2.000 emigrantes perdieron la vida en el Mediterráneo, siendo la ruta central la más mortífera (unas 1.300 personas fallecidas). Además, un 19% del total de emigrantes fallecen debido a enfermedades o a las duras condiciones del viaje.
(Continúa…) Estimado lector, este artículo es exclusivo para usuarios de pago. Si desea acceder al texto completo, puede suscribirse a Revista Ejércitos aprovechando nuestra oferta para nuevos suscriptores a través del siguiente enlace.
Be the first to comment