Hablar de Magreb y terrorismo es hablar desgraciadamente de una larga relación entre ambos términos, dado el alto impacto y presencia de grupos terroristas en la zona desde hace varias décadas. A lo largo de estas décadas, distintos eventos políticos y sociales han moldeado y preparado el terreno para la irrupción de diversos grupos terroristas en los países que conforman el Magreb.
Así, las otrora reclamaciones de índole anticolonialista y nacionalistas dieron paso a protestas y luchas contra el poder y elementos gubernamentales que sucedieron a las potencias occidentales, para acabar convirtiéndose en ataques fundamentalmente perpetrados en su totalidad por grupos de carácter islamista y salafi-yihadista, grupos que, alentados por una serie de características y sucesos intrínsecos de la zona, encontraron un terreno en el que asentarse y desarrollarse.
En la actualidad, pese a los esfuerzos, con mayor o menor acierto, de los cinco países que conforman el Magreb (Mauritania, Marruecos, Argelia, Túnez, Libia), la presencia de elementos yihadistas en la zona sigue siendo elevada, aunque con distinto grado en función de las zonas y actividad. Sin embargo, sería erróneo tratar de limitar al Magreb exclusivamente la actividad o existencia de los grupos yihadistas que operan en este área, ya que la amenaza que estos representan siempre ha tenido un carácter transnacional, habida cuenta de la porosidad fronteriza inherente a esta parte de África, así como el estrecho vínculo del Magreb con el Sahel, área con la que comparte, además de fronteras, rutas migratorias y comerciales (tanto licitas como ilícitas), grupos étnicos y tribales, y también, problemas de redes criminales y terroristas, así como un terreno fértil, por diversas circunstancias que serán abordadas más adelante, para el asentamiento de ideas y grupos que pertenecen u orbitan al yihadismo global de carácter terrorista.
En la última década, varios sucesos han marcado significativamente el devenir de los acontecimientos en cuanto a la presencia de grupos terroristas en la zona, siendo principalmente dos sucesos los que han contribuido especialmente a esta. Por un lado, el ataque contra las torres gemelas de Nueva York del 11 de septiembre de 2001, y el inicio de la jihad “global”, motiva el nacimiento (a partir de elementos ya existentes) de grupos que comparten agenda con un ideario y objetivos comunes con otras organizaciones. Por otro lado, la conocida como “Primavera Árabe”, desata una serie de eventos encadenados que serán utilizados en su beneficio por distintos grupos para introducir tanto ideología como violencia aprovechando las circunstancias. La desestabilización presente en toda la zona, así como en los vecinos Sahel y Oriente Medio, serán gestionados por distintas organizaciones salafi-yihadistas para establecerse y extender su presencia en países del Magreb, desde y donde llevarán a cabo ataques terroristas importantes, tanto contra elementos nacionales, como internacionales.
Causas y origen del terrorismo en el Magreb
Nunca es un ejercicio sencillo intentar encontrar una relación causa-efecto en cuanto al terrorismo, y el Magreb no es distinto en ese sentido. Tratar de definir unas causas exactas o concretas, como detonante de la creación de grupos terroristas, o de la afiliación de individuos a estos, es una idea errónea en su planteamiento (al menos en opinión del autor), pues es la suma de varias de ellas, y no necesariamente las mismas o en las mismas condiciones en todos los casos, las que llevan finalmente a que suceda el hecho comentado.
En el caso del Magreb, y hablando de un modo general ya que estamos hablando de una extensa área geográfica, política, étnica y social, pueden tomarse en consideración ciertos elementos más o menos comunes que pueden influir o motivar la existencia de elementos y grupo yihadistas magrebíes.
Por un lado, la invasión soviética de Afganistán en 1979, generó un efecto llamada para mujāhidīn de todo el mundo, y el Magreb no fue una excepción. Una vez terminado el conflicto parcialmente tras la retirada de las tropas de la Unión Soviética en 1989, cientos de combatientes regresaron a sus países de origen, con la experiencia en combate y redes de contactos internacionales adquiridos durante años de conflicto, compartiendo ideales con miembros de la yihad de otros países, así como habiendo también compartido en muchos casos campos de entrenamiento en Afganistán gestionados por entre otras organizaciones, al-Qaeda.
De este modo, ya desde finales de los años setenta y ochenta del pasado siglo existían grupos magrebíes como por ejemplo, el Movimiento Islámico Armado (MIA) argelino, o el MTI, Movimiento de la Tendencia Islámica (Harakat al-Ittijah al-Islami) tunecino (precursor del actual partido político Ennahda), que serían seguidos en años venideros por otras organizaciones como el Grupo Islámico Armado (GIA) en Argelia, que derivaría más adelante a través de una escisión en el Grupo Salafista para la Predicación y el Combate (GSPC), y que acabaría asimismo dando lugar a Al-Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI); el Grupo Islámico Combatiente Libio (Al-Jama’a al-Islamiyyah al-Muqatilah bi-Libya) en Libia; el Grupo Islámico Combatiente Marroquí (GICM); la organización al-Salafiya al-jihadiya, también marroquí; el EIS, Ejército Islámico de Salvación, brazo armado del partido islamista Frente Islámico de Salvación argelino; etc.
Al-Qaeda entendió el potencial e importancia estratégica de todos estos grupos para su proyecto de una jihad global, y dio soporte a varios de ellos, tanto a nivel entrenamientos en Afganistán, como se comentó anteriormente, como a nivel financiero y/o logístico en otras ocasiones. Además, la presencia en distintos lugares de Europa principalmente (como por ejemplo, en Londres, que le acabó valiendo el sobrenombre de Londonistan debido a la gran diáspora de carácter salafi en esta ciudad) de figuras como Abu Qutada o Abu Hamza, que potenciaban y legitimaban los ataques y acciones de estas organizaciones mediante la emisión de fatwas, así como otros conflictos internacionales que se dieron en aquellos años en los Balcanes, Chechenia, o Somalia, dieron continuidad y soporte a aquellos mujāhidīn que en un inicio fueron a liberar Afganistán de los comunistas.
Por otro lado, las diferencias sociales, económicas y de desarrollo presentes en las zonas rurales y fronterizas de los distintos países del Magreb, han sido un buen terreno en el que el salafismo ha podido cultivar, arraigar y desarrollar sus ideas y conceptos entre una población, que se siente desatendida y olvidada, y ajena a los proyectos y decisiones tomadas desde unos gobiernos muy centralizados y enfocados a las grandes urbes y capitales. Así, los salafistas calificaron a estos como tawaghit[1], gobernantes títeres manejados por las potencias extranjeras, y contrarios a los preceptos acordes a la visión integrista del islam defendida por las corrientes salafistas. Este discurso caló en distintos estratos sociales, especialmente en aquellos jóvenes sumidos en la pobreza, con escasez de alternativas o recursos, especialmente en barrios pobres a las afueras de grandes ciudades, en zonas rurales alejadas de estas. Un caso significativo en este sentido es el ocurrido en áreas fronterizas donde el único sustento que algunos tenían hasta la fecha, que era el contrabando, pasó a ser gestionado y dominado por los grupos criminales más fuertes, debido a las “disputas” entre distintos países, como puede ser por ejemplo la animosidad entre Marruecos y Argelia a raíz del Sahara Occidental. La construcción de puestos fronterizos y acuartelamientos, así como de un vallado, trincheras y muros en la frontera entre ambos países, cortó de raíz las rutas contrabandistas, pudiendo únicamente seguir desarrollando esta actividad aquellos grupos con mayor capacidad económica, necesaria para pagar sobornos y contar con favores a un lado y otro de la frontera.
Estos grupos contrabandistas se han aliado tanto en el Magreb como en el Sahel con grupos yihadistas desde siempre por cuestiones de diversa índole, pero fundamentalmente de carácter práctico, como pueden ser por un lado el contar con la seguridad que aporta un grupo armado, y por otro, el uso de las rutas conocidas por los contrabandistas para pasar de un país a otro sin control fronterizo ninguno.
De igual manera, las zonas fronterizas siempre han sido interesantes para los grupos terroristas para poder mover combatientes a las zonas de conflicto. Este ha sido por ejemplo el caso de Túnez y Libia, donde los terroristas contaban con la capacidad de asentamiento de manera segura, para poder pasar a atentar en otro país, como ocurrió en los ataques contra el Museo Bardo y Sousse en 2015, o en el ataque contra tropas tunecinas en la ciudad de Ben Guerdane en 2016.
Este tipo de sucesos al final acaban convirtiéndose en una especie de círculo vicioso, donde una mayor militarización de la zona para evitar eventos terroristas o ataques transnacionales, acaba limitando las posibilidades económicas de la población local, muy dependiente como se comentaba del comercio transfronterizo, lo que lleva a una mayor corrupción, subdesarrollo, y desigualdad, situaciones que llevan casi siempre a que surjan estallidos de protestas o violencia, que son siempre aprovechados por grupos criminales, extremistas, o terroristas, en aras de sus intereses.
De este modo, la marginalización social y económica de comunidades periféricas a lo largo de todo el Magreb, es sin lugar a dudas una fuente de desestabilización importante. Esta desestabilización puede conllevar revueltas, en algunos casos de carácter violento, que suelen ser tratadas con mano dura por parte de los aparatos de seguridad gubernamentales (máxime si escapan al control de las grandes urbes), lo que puede acarrear aún mayor desconfianza en el gobierno central, y generar un terreno abonado para que grupos extremistas y terroristas promuevan su ideología y capten miembros que pasen a engrosar sus filas.
Una visión general del terrorismo en el Magreb
El impacto de los grupos terroristas en la zona ha sido dispar a lo largo de los años, estando aquel definido por distintos acontecimientos que han facilitado la presencia y actuación de los terroristas en diferentes escenarios. Así, si se analiza el número total de ataques perpetrados y el número de víctimas provocadas a lo largo de las décadas, puede observarse que han sido principalmente Argelia y Libia, los países que han sufrido en mayor medida las consecuencias del terrorismo.
En el caso del primero, la creación a lo largo de los años de distintos grupos, o evoluciones de estos, como ha sido el caso de los MIA, GIA, GSPC, EIS y AQMI, el establecimiento de refugios seguros para los terroristas en diversas zonas del país, el libre tránsito por la porosidad fronteriza hacia zonas del Sahel, así como los vínculos directos con al-Qaeda, han sido sin lugar a dudas motivos todos de la presencia de Argelia en este triste ranking.
No se puede hablar de terrorismo en el Magreb, sin hacer especial hincapié en al-Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI), pues pese a la reciente aparición en la zona de grupos y elementos afines al Estado Islámico, el grupo terrorista por excelencia y de mayor importancia en la zona, es la filial de origen argelino de al-Qaeda Central.
Los orígenes de AQMI pueden encontrarse en la estrecha relación, parte amistad, parte admiración, que profesaba el que sería el líder de AQMI, Abdelmalek Droukdel[2], al dirigente de al-Qaeda en Irak (AQI), el tristemente famoso jordano Abu Musa´b al-Zarqawi. Este último invitaría a Droukdel a formar una delegación de al-Qaeda, lo que acabaría dando lugar a lo que se conocería inicialmente como al-Qaeda en la tierra bereber, un subgrupo creado por el GSPC en 2005, tras la declaración de Francia como el principal enemigo por parte de Droukdel, subgrupo que evolucionaría hasta convertirse en al-Qaeda en el Magreb Islámico, AQMI. La ratificación de la inclusión de AQMI como franquicia de al-Qaeda central sería realizada por el mismo Ayman al-Zawahiri a través de un video emitido en 2006 coincidiendo con el quinto aniversario de los ataques del 11 de septiembre de 2001.
Las primeras operaciones del grupo bajo su nueva denominación y como parte de al-Qaeda se produjeron en el año 2007, siendo una de las más importantes y significativas la conocida como la “Batalla de Badr”[3], donde, a través del recién formado “Batallón de la Muerte”, especializado en ataques suicidas, AQMI lleva a cabo una serie de ataques simultáneos mediante la utilización de varios SBVIED, que, dirigidos contra diversos objetivos, acabarían causando al menos 162 heridos y 23 muertos, convirtiéndose además en el primer ataque de carácter suicida ocurrido en Argelia[4].
Desde su creación, AQMI ha sido una organización que se ha expandido a lo largo del Magreb y el Sahel, bien apoyando, creando (especialmente distintas katibas[5]) o aglutinando otros grupos, contando con presencia directa o de grupos afines en prácticamente todo el norte y occidente africano. Así, su presencia y actividad ha llegado incluso a ser eclipsada por las acciones de otros grupos dependientes de AQMI, como es el caso de su afiliado en Malí, Jamā’at Nuṣrat al-Islām wa-l-Muslimīn (JNIM), coalición formada en marzo de 2017 tras la unión de varios grupos que operaban en Malí y zonas aledañas[6].
La eliminación en junio de 2020 de su líder, Abdelmalek Droukdel, a manos de fuerzas especiales francesas de la operación Barkhane en territorio maliense, determinará sin duda el futuro de una de las franquicias más longevas de al-Qaeda. No obstante, la situación actual del grupo es delicada. La muerte de Droukdel, sumada a una fuerte presión de las fuerzas gubernamentales argelinas, habían relegado la actividad del grupo a su feudo de las montañas Kabylie. Tampoco ayuda mucho a su situación que aún no haya sido designado un nuevo líder para sustituir a Droukdel. El movimiento lógico en este sentido sería que el nuevo emir de AQMI fuese Abu Ubayda Yusuf al-Anabi, presidente del consejo de notables y miembro de la Shura, que además es conocido entre los seguidores de la organización terrorista ya que suele ser la cara visible en los videos emitidos por su brazo mediático, al-Andalus Media Foundation.
Si hablamos de Libia, sin lugar a dudas, la caída y asesinato de Muammar el Gadafi a raíz de la Primavera Árabe, que acabó sumiendo al país en un caos del cual aún hoy no ha salido, trajo a escena a distintos grupos yihadistas, como por ejemplo Ansar al-Sharia, y permitió la entrada y consolidación de Daesh[7] en territorio libio, especialmente en Sirte, población que dominó a todos los efectos desde mediados de 2015, y durante un largo año y medio, siendo considerada como la tercera ciudad en importancia del califato, y tercera capital, por detrás de Raqqa en Siria y Mosul en Irak Daesh estableció tres wilayats (provincias) en el país: la wilayah Tarablus (la provincia de Trípoli, que englobaba las ciudades de Sirte, Sibrata, al-Ghams, Misrata, Zawaya, y algunas otras poblaciones del desierto occidental), la wilayah al-Barqah (Derna), y la wilayah Fezzan (en el sur de Libia, y creada específicamente para controlar rutas de contrabando). No hay que olvidar además que, en el caso de Libia, la principal oposición a Gadafi había sido la representada por el islamismo radical, y más especialmente por el GICL[8], fundado en 1995 con el objetivo de derrocar al dictador, al que incluso intento asesinar en 1996 lanzándole una granada, aunque salió ileso del ataque[9].
La presencia de Daesh en Libia sigue siendo de relativa consideración. Aunque despojados de los territorios que dominaron hace ya algunos años, aún quedan un número importante de comandos y grupúsculos itinerantes, especialmente en la zona sur, pero no exclusivamente, que siguen representando una amenaza tanto para distintas facciones presentes en el actual conflicto libio, así como para la población civil local.
La cercanía geográfica con el vecino Túnez también motivó que numerosos tunecinos pasasen a formar parte de Daesh en Libia, como parte del contingente de FTF´s[10] que se desplazó para luchar en las filas del Daesh tanto en territorio libio[11], como desde allí a otros lugares[12].
Si seguimos hablando de Túnez, es importante señalar que fue el epicentro de la denominada “Primavera Árabe”, ya que los sucesos y manifestaciones que formaron parte de ella comenzaron cuando el vendedor ambulante Mohammed Bouazizi se quemó a lo bonzo en la localidad de Sidi Bouzid, como forma de protestar contra la confiscación de su puesto de venta ambulante y la negativa que recibió de los empleados municipales cuando trató de ser atendido para presentar una queja por este hecho.
La huida del presidente Ben Ali en enero de 2011, incapaz de gestionar la situación de caos e inseguridad que se desarrolló a lo largo del 2010, supuso un punto de inflexión en la dinámica islamista del país. De este modo, los salafistas, que hasta entonces habían permanecido en la sombra y alejados de la política, vieron la oportunidad necesaria para practicar una de las obligaciones contempladas en su credo, la daw´ah (proselitismo), y se dedicaron con todos sus medios a ello. Dentro de la corriente salafista, los conocidos como salafistas “silenciosos” pusieron en marcha nuevas escuelas y organizaciones de caridad dedicadas a difundir su mensaje, reclamando una mayor presencia del islam en la sociedad y en la política del país. No obstante, fueron los salafistas yihadistas los que trataron de lograr los mayores beneficios de la situación. Así, alentados por la liberación de cientos de salafistas de las cárceles tunecinas, y de la vuelta a Túnez de renombrados jeques y eruditos desde Europa y otros lugares ávidos de aprovechar la crisis en el país, los salafistas yihadistas se infiltraron aún más en aquellas áreas del país donde el estado no llegaba, entre aquellos que se veían totalmente abandonados. Hasta la caída de Ben Ali, el aparato de seguridad montado por este para evitar a los yihadistas dependía en gran medida de una red de informantes colaboradores con las fuerzas del gobierno. Una vez huido Ben Ali, esta red de espías, desapareció, principalmente por miedo a represalias por haber colaborado con las fuerzas de seguridad gubernamentales. Esto dio pie a que los yihadistas encontrasen espacios en los que llevar a cabo su labor de desarrollo, especialmente como se comentaba en zonas pobres y desatendidas, en las cuales se hicieron, en algunos casos por la fuerza, con el control de las mezquitas, para poder difundir su mensaje sin competencia de otras corrientes ideológicas. Su estrategia se baso en dos tácticas principales: por un lado, como se indicaba, hacerse fuertes en aquellas zonas pobres, donde poder posicionarse como los únicos capaces de prestar un servicio a la sociedad y sus integrantes; por otro, reclutando a aquellos tunecinos descontentos que habían partido a combatir en escenarios yihadistas internacionales. En los barrios y poblaciones en los que se establecieron, obligaron, de uno u otro modo, a que sus habitantes de rigieran bajo un estrecho “código de conducta” acorde a sus ideas, pero a la vez proporcionaron a la población que quedó bajo su control de aquellos servicios y necesidades que hasta entonces el anterior gobierno no había hecho, como podían ser, por ejemplo, educación o puestos de trabajo. Para los jóvenes, objetivo principal de los salafistas yihadistas, estos suponían la opción más atractiva, ya que les ofrecían un acceso a sus metas a través de métodos revolucionarios, alejados de otras opciones más rancias y anacrónicas como las que podían ofrecer los partidos de izquierdas o los islamistas. La mayoría de los que se hicieron salafistas yihadistas lo hicieron por los métodos revolucionarios y de enfrentamiento callejero que postulaban los yihadistas.[13]
Aún con esta importante progresión, los yihadistas se enfrentaron al que ha sido uno de sus mayores problemas siempre: la falta de cohesión entre distintos grupos. El único grupo que trato de formalizar una homogenización de los salafistas yihadistas en Túnez fue Ansar al-Sharia, fundado en 2011 por un histórico yihadista como lo era Seifallah Ben Assine, también conocido por su kunya[14], Abu Iyadh al-Tunisi. Los islamistas que estaban en el poder a través de Ennahda[15], intentaron neutralizar la gran influencia salafista en el país siguiendo diversas fundamentalmente tres estrategias: atraer a los nuevos salafistas hacia su visión política, tratando de que estos dejasen de lado las posturas violentas; considerarlos como aliados y no como enemigos, tratando de llevar a su terreno ciertos aspectos del ideario salafista; y, en tercer lugar, enfrentarse a estos. El gobierno tunecino designo a Ansar al-Sharia, alineado con al-Qaeda, como organización terrorista, resolución que fue refrendada por varios gobiernos extranjeros incluyendo EE.UU. A la vez que Ennahda abandonaba el poder en el gobierno, en 2014, Ansar al-Sharia cesaba de existir como organización, dejando un vacío que pronto fue cubierto por otros grupos, como por ejemplo su homónimo en Libia (Ansar al-Sharia Libia) al que muchos integrantes se desplazaron actuando desde la zona fronteriza de Ben Guerdane, u otros como la katiba Uqba ibn Nafi, presente en la frontera con Argelia. Los peores momentos en cuanto a ataques en suelo tunecino se dieron entre 2015 y 2016, cuando elementos pertenecientes a Daesh acabaron con la vida de 60 personas entre los ataques ocurridos en el Museo Nacional Bardo y en un complejo turístico de la costa en Sousse. En 2016, combatientes de células durmientes del Estado Islámico asediaron Ben Guerdane, tratando de provocar una gran revuelta de la población y hacerse con esta localidad fronteriza, aunque finalmente pudieron ser rechazados por el ejercito tunecino.
En Mauritania, el yihadismo sacudió el país fundamentalmente entre los años 2005 al 2011. Al igual que a finales de los años ochenta del siglo veinte la invasión soviética de Afganistán movilizó a combatientes para hacer la jihad, una nueva generación de yihadistas mauritanos fue alentada por las guerras de Chechenia, Afganistán e Irak. En el mismo periodo, en el Sahel y en el Sahara se abrían nuevos campos de batalla yihadistas, siendo creados en aquellos años, primero el GSPC, y más tarde, la escisión que sería renombrada como al-Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI). La asociación del gobierno mauritano del entonces presidente Maaouya Ould Sid´Ahmed Taya con la coalición occidental que formaba parte de la Global War on Terror (GWOT) declarada tras los atentados del 11-S, supuso la excusa perfecta para los yihadistas locales para alzarse contra el régimen. Esto se hizo especialmente latente en los últimos momentos de su mandato, cuando, en 2003, Taya llevó a cabo la mayor campaña contra mezquitas, escuelas e instituciones que estaban fuera del control gubernamental, procediendo a clausurar las mismas, y a la detención de distintos clérigos, jueces islámicos, así como otras personalidades, incluyendo reputados eruditos. El gobierno mauritano fue entonces calificado de hereje por los yihadistas, que, a su vez (aunque no está claro que tuviesen nada que ver con ello), fueron acusados por el gobierno de los sucesivos intentos de golpe de estado que acontecieron en 2003 y 2004, siendo entonces perseguidos por el gobierno. Presuntas torturas sufridas por los detenidos por este hecho, fueron posteriormente utilizadas como motivo principal de la ola de violencia yihadista que se desató a continuación.
Esta ola se inició en 2005, cuando aproximadamente 150 combatientes del GSPC asaltaron un acuartelamiento en el norte del país, acabando con la vida de 15 soldados. En un comunicado que fue emitido a continuación por el GSPC y uno de los líderes yihadistas históricos, Mokhtar Belmokhtar[16], se condenaba al gobierno mauritano por su asociación con los estadounidenses en la guerra contra el terror. En los siguientes seis años, Mauritania sufrió varios ataques más en su territorio llevados a cabos por distintas células pertenecientes tanto al GSPC como a AQMI, centrados principalmente en intereses extranjeros (embajadas, turistas, trabajadores de empresas extranjeras), pero también en fuerzas y cuerpos de seguridad mauritanos.
En el caso de Marruecos, nos encontramos ante el país en el que la lacra terrorista ha tenido un menor impacto, y además de manera significativa en relación al resto de países que conforman el Magreb. Tres han sido los atentados más significativos en los últimos veinte años, empezando por el ocurrido en 2003 en Casablanca, cuando en una serie de cinco ataques organizados más o menos simultáneos, el grupo Salafia Jihadia, acababa con la vida de 45 personas tras hacer explosión varios artefactos portados por terroristas suicidas en distintos emplazamientos. Pese a que hubo algún que otro ataque de menos importancia desde ese año, no fue hasta el año 2011 hasta cuando el terrorismo volvió a golpear duramente en Marruecos. El 28 de abril de ese año, Adil Al Athmani, disfrazado como un guitarrista hippie, dejó dos artefactos explosivos de 6 y 9 kilos en el café Argana de Marrakech, y los detonó a distancia, provocando la muerte de 17 personas, y heridas a otras 24. Pese a que nadie reclamó la autoría de este ataque, se cree que al Athmani estaba bajo el paraguas de AQMI. El último ataque significativo ocurrido en suelo marroquí se produjo en el 2018, cuando dos turistas escandinavas fueron decapitadas por cuatro individuos que declararon en un video servir a los intereses de Daesh en Imlil, en el Alto Atlas.
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