Garcilaso llora amargamente por la pérdida de Los Gelves, nombre que se daba en la España del siglo XVI a la actual isla de Yerba, en Túnez. Todo un trauma nacional en aquella época. Ceuta, Melilla, Vélez de la Gomera, Mazalquivir, Orán, Argel, Túnez o Trípoli, entre otras plazas, estuvieron en liza. En la Era Moderna, nunca como en el siglo XVI el Magreb fue un escenario clave, estratégico, en la lucha por el poder, y por el control de las rutas comerciales, entre las potencias de la época que, en aquel momento eran el Reino de España y el Imperio Otomano.
No es tan descabellado remontarse cerca de cinco siglos atrás porque, precisamente, lo hace uno de los actores a analizar en este artículo. La retórica del actual presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, alude de forma recurrente a “un pasado otomano común” en sus relaciones con los países de esta región del Norte de África, sobre todo, Argelia. Y no solo eso, también recuerda las hazañas navales de almirantes como Jeireddín Barbarroja a lo largo y ancho del Mediterráneo en relación con la doctrina “Patria Azul”, el actual impulso de la proyección naval y la influencia turcas en el Mar Negro, el Egeo y el Mediterráneo Oriental e, incluso, más allá. No se puede desligar la actuación de Turquía en Libia de lo mencionado en este párrafo.
Y no solo una potencia regional como Turquía, el interés de Rusia en la región tampoco es nuevo, se remonta a la época de Catalina La Grande, en el siglo XVIII. La emperatriz estaba convencida de la necesidad de tener acceso y presencia militar en el Mediterráneo para mantener el poder de su imperio. Una idea que se renueva durante la Unión Soviética con la Guerra Fría. Hoy en día, en lo que al Magreb se refiere, sobre todo con Argelia. Su poderoso ejército se encuentra en un proceso de expansión y necesita modernización y la industria militar rusa está dispuesta a “ayudar”. Un apoyo militar que también se ha materializado de forma clara en uno de los bandos en conflicto en la vecina Libia, el Ejército Nacional Libio (LNA) del mariscal Haftar.
El interés de China por la región es más reciente y se enmarca dentro de la iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda del Gobierno de Pekín. Con un marcado carácter económico, China busca “hacer negocios”, para lo que necesita una cierta estabilidad. De ahí, que, al menos hasta el momento, las inversiones chinas huyan de conflictos declarados, como, por ejemplo, el libio, aunque los enormes recursos energéticos del país hagan que Pekín no se encuentre lejos del desarrollo de los acontecimientos sobre el terreno.
La evolución de la situación y los sucesos en otros escenarios internacionales han colocado al Magreb como un nuevo punto de interés en la expansión de potencias como China, Rusia y Turquía, marcando una nueva realidad en los niveles geoeconómico, geopolítico y geocultural. Cada uno de estos países marca su acción en un aspecto, lo que no significa que se renuncie a los demás: ni a las relaciones económicas, ni a las energéticas, ni a las militares o a las socio-culturales. Cuáles son sus objetivos y los medios que utilizan para alcanzarlos es lo que intenta analizar el presente documento.
Así las cosas, más allá del obvio, y lógico, interés por el acceso a los enormes recursos en lo que a hidrocarburos se refiere, algo clave en la actualidad, hay que tener en cuenta otros aspectos, cada vez más relevantes.
Como señala Emmanuel Dupuy, presidente del Instituto parisino de Prospectiva y Seguridad en Europa[1], la emergencia de África (el continente más joven en media de edad del mundo) como un inmenso mercado, unido al gran potencial para inversiones en infraestructuras y en seguridad, con vastos recursos naturales, y situado estratégicamente ante la posibilidad de establecer beneficiosas rutas comerciales ha colocado a la región del Magreb en el centro de una nueva concepción del mar Mediterráneo, ya no como una barrera, sino como un puente que enlaza los continentes de Europa, Asia y África. Algo a lo que es difícil de renunciar para potencias en expansión, que han maniobrado para poner un pie sobre el terreno y afianzarse lo máximo posible. Un hueco que se abre por el dejado por la retirada y la dificultad de acción conjunta de las potencias hegemónicas en la zona durante décadas: EE. UU. y la Unión Europea.
China, el desembarco al otro extremo de la Nueva Ruta de la Seda
La Nueva Ruta de la Seda es la iniciativa diplomática y económica de mayor envergadura de la China del siglo XXI, hasta el momento. Un proyecto de formación de una red de lazos comerciales entre Pekín y varias regiones del mundo que es el buque insignia de la política exterior de la administración de Xi Jinping. Con ella se busca abrir nuevos mercados y asegurar cadenas de suministro globales que ayuden a lograr un crecimiento económico sostenido en China y, con él, una cierta estabilidad social interna, destaca el profesor de Política Mordechai Chaziza, para el BESA Center[2]. Una red multinacional que conecte China con Europa y África, vía Oriente Próximo, que facilite el comercio y mejore el acceso chino a los recursos energéticos y a nuevos mercados, prosigue Chaziza.
Caracterizado el Magreb como una región puente que une Oriente Próximo con Europa y África, no es, por tanto, de extrañar el interés chino.
En términos generales, el grueso de los intereses chinos en el continente africano no está en el Norte, como puede verse en el mapa de El Orden Mundial. Sin embargo, en las últimas dos décadas, Pekín ha ido consolidando gradualmente su presencia en la zona ampliando sus compromisos con países como Argelia, Túnez y Marruecos en materia de comercio, inversiones y proyectos de infraestructuras, hidrocarburos libios aparte.
Los datos: entre 2005 y 2019 el valor de los contratos e inversiones chinas en el Magreb ascendió de 600 millones de dólares a 29.600 millones, con Argelia a la cabeza (23.600 millones de dólares). En el caso de Marruecos, en 2012, las inversiones chinas eran de 680 millones de dólares, para 2018 se habían elevado a 2.300 millones (la mayoría en el sector energético)[3].
Los números no son abrumadores y Pekín ha diversificado sus intereses entre distintos países últimamente. No obstante, se observa una tendencia al alza de forma clara:
No parece que Pekín busque establecer su hegemonía en la región, con fuertes lazos con Francia, otros países europeos y la propia Unión Europea. Más bien apunta a que China ofrece una opción alternativa a los estados del norte de África, restando influencia a los lazos con Occidente[4].
En lo que a importaciones y exportaciones entre China y algunos de los principales países de la zona se refiere, también se puede observar en los gráficos un aumento significativo, sobre todo en los últimos años:
Por razones obvias, con respecto a Libia se han seleccionado los datos relativos al mercado energético, principal activo de este país norafricano. Si bien los números no alcanzan a los de años anteriores, si puede verse un incremento reciente de los intercambios y la dependencia:
Más allá de los datos, la creciente huella china en la región se refleja en el comercio, el desarrollo de las infraestructuras, los puertos, el transporte marítimo, la cooperación financiera, el turismo y las manufacturas. Así, China involucra a estos países, que conectan Asia, África y Europa, en su proyecto de la Nueva Ruta de la Seda. A día de hoy, el mapa de esta iniciativa solo incluye a Egipto, aunque Pekín ya ha firmado Memorandos de Entendimiento con todos y cada uno de los Estados del norte de África. Sin embargo, su relación difiere de unos a otros[5].
Desde la perspectiva china, hay diferentes grados de compromiso. Por ejemplo, en el Magreb, Argelia es uno de sus mayores y más antiguos socios. Es el país con el que tiene un mayor grado de colaboración, mediante un acuerdo estratégico de calado y gran significado geoestratégico para China. Una asociación que implica un alto nivel de comunicación institucional entre las administraciones de ambos países, con encuentros regulares para desarrollar una relación de confianza mutua. En ella, se pone el énfasis en las áreas de cooperación para alcanzar objetivos e intereses comunes en materias como economía, cultura, seguridad y tecnología, en lugar de focalizarse en las amenazas o en cuestiones ideológicas.
De este modo, la relación bilateral con Argelia es clave en la región en términos de comercio, venta de armamento y proyectos de infraestructuras, todo en aumento, como se ha visto en los gráficos más arriba. En este país las empresas chinas se fijan, sobre todo, en la construcción, el sector inmobiliario y, por supuesto, el energético. Un ejemplo, la construcción de una planta para la explotación y transformación de fosfato y gas natural mediante un acuerdo de 6.000 millones de dólares, en 2018. También han invertido en el puerto argelino de Hamdania[6].
Y, al revés, Pekín se ha convertido en uno de los grandes socios comerciales para Argel, una de sus principales fuentes de importación (con un valor de 7.850 millones de dólares en 2018). Sin embargo, conviene no olvidar que Argelia mantiene su gran volumen de exportación de hidrocarburos hacia Europa[7].
Esto no quiere decir que China haya descuidado, ni haya reducido, sus relaciones con otros países de la zona, más bien al contrario. Con Marruecos y Túnez se mantiene primordialmente en el terreno económico y, también, cultural. Unas relaciones que van a más, como se observa en los gráficos más arriba, aunque permanece la dependencia de ambos países con Francia y la UE. En cuanto a Marruecos, China se centra en zonas industriales, de libre comercio y centros financieros, aparte de su producción de zinc o cobre y la construcción de infraestructuras (como el puente Mohamed VI y el ferrocarril Marrakesh-Agadir). Y todo, con el convencimiento de que Rabat es primordialmente pro-Occidental. No obstante, sus últimos movimientos, como su ofensiva diplomática hacia el África Subsahariana, su participación en la Unión Africana y sus relaciones con las poderosas monarquías del Golfo Pérsico han despertado un vivo interés en Pekín[8].
Túnez ha incrementado el nivel de sus importaciones de China (es ya su tercera fuente detrás de Francia e Italia), aunque el nivel se mantiene bajo, con 1.850 millones de dólares en 2017. En lo que respecta a la tecnología, China ha invertido en Tangier Tech, en Marruecos (un proyecto que ha sufrido varios retrasos), y en la estrategia Digital Tunisia 2020, en Túnez, aparte de que la empresa encargada del cable submarino “Hannibal” que une Túnez con Italia desde 2009 fue la china Huawei Marine Networks. Túnez ha requerido la experiencia china para construir una planta solar.
Con respecto a Libia, como se ha visto en los gráficos, su exportación de petróleo a China se ha más que duplicado desde 2017. También, Pekín ha empezado a fijarse en las oportunidades relacionadas con la futurible reconstrucción del país, para sus empresas.
En materia financiera, conviene no perder de vista tampoco las deudas de los países del norte de África con entidades chinas. Egipto es el que más ha pedido prestado en el período de 2000 a 2017, seguido por Marruecos (1.030,55 millones de dólares), Túnez y Argelia[9].
Desde el punto de vista político-diplomático, la relación con China tiene un aspecto significativamente relevante. Pekín no condiciona su ayuda o colaboración a que nadie sea ningún “campeón de la democracia ni de los Derechos Humanos”, como sí ocurre, por ejemplo, con la Unión Europea. Y esto supone un aliciente para determinado tipo de regímenes norteafricanos a la hora de plantearse diversificar sus relaciones, y miran hacia el Este. China se enorgullece de su política de “no intervención” en asuntos internos[10]. Y, más allá, se extiende por los países magrebíes la percepción de que China no busca imponerles su propio sistema político, económico y cultural[11].
Hasta el momento, Pekín se ha mantenido en un discreto segundo plano con respecto a los grandes conflictos regionales, como la crisis libia y la disputa por el Sáhara Occidental (que involucra a Marruecos y Argelia, ambos en plena expansión de sus relaciones con Pekín). Sin embargo, entraría dentro de lo lógico que, al incrementar su rol en la zona, aumente también la presión para que se involucre, de forma más directa, en la solución de sus problemas. Por ejemplo:
En materia de Defensa, los poderosos ejércitos de Egipto y Argelia se encuentran entre los mayores compradores de armamento chino, un grupo en el que también ha entrado últimamente Marruecos. Hasta el punto de que el norte de África es el primer destino de sus armas en el continente africano, constituyendo el 42% de sus exportaciones a África[12]:
Todo el proceso descrito en este apartado no ha estado exento de problemas, como diversos escándalos de corrupción de las empresas chinas en Argelia, que han dañado su reputación en el país norteafricano, por ejemplo. O dificultades de integración en aspectos laborales en Marruecos. Por ejemplo, el proteccionismo marroquí ha desanimado a empresas chinas a la hora de plantearse inversiones en su territorio. También la ineficiencia de su administración, unas leyes restrictivas y la falta de confianza en un entorno fiable para hacer negocios[13].
En conclusión, la entrada de China en el Magreb es notable, y va en aumento. Su peso económico reta la posición hegemónica tradicional de EE.UU. y Europa en la zona, abriendo un mundo más multipolar, con otras opciones. Sin embargo, hasta ahora, no desempeña ningún rol de liderazgo regional[14].
Rusia, un pequeño gran ejército de mercenarios al servicio del Kremlin
Como ocurre con China, aparte de las oportunidades económicas, políticas, energéticas y en materia de desarrollo de infraestructuras, la posición del Magreb como punto de encuentro con el resto del continente africano y con Oriente Próximo ha despertado el interés de Rusia. Dos regiones, estas últimas, donde Moscú busca estabilizar su economía y, por todos los medios, ser reconocida como gran potencia global, y donde persigue llenar el vacío dejado por los poderes hegemónicos tradicionales (EE. UU. y Europa) debido a sus problemas internos o cambios en su política exterior, también como Pekín. La intervención de Rusia en África está actualmente de la siguiente manera:
Dada la obsesión de casi 300 años de Rusia por hacerse con bases aéreas y navales a lo largo del Mediterráneo, y ser un poder mediterráneo como parte de su objetivo estratégico de gran potencia, a lo reflejado en el mapa de Descifrando la Guerra hay que sumar, en ese marco, los movimientos para conseguirlas en los países del Magreb. Hacia el Sur, esta región ofrece a Moscú un trampolín hacia el África Subsahariana, lugar en el que ha ido incrementando su actividad en los últimos años, por motivos políticos y económicos[15]. Luego, de nuevo, como en el caso chino, el Magreb no es el objetivo central ruso, pero sí es el paso necesario para avanzar, afianzarse y alcanzarlo, de ahí el interés y, también, el aprovechamiento de la ventana de oportunidad abierta por la retirada de otras potencias.
La cuestión es cómo actúa para conseguir sus objetivos estratégicos. Moscú vende armas a los que están deseosos de comprárselas, desde Egipto hasta Marruecos. Un área que se ha convertido en la segunda mayor compradora de armas rusas[16]. Pero no solo eso, además, se coloca en posición de ser un actor necesario en la resolución de conflictos. Más allá, lleva a cabo acciones que le permitan poder involucrarse de forma permanente en los proyectos energéticos de la región, como han sido los casos de Argelia y Libia. Esto aparte de trabajar su influencia en sectores económicos y militares clave para los países del norte de África y de su esfuerzo para llegar a obtener un lugar decisivo en los suministros energéticos a la zona[17].
Y, ¿cómo opera? La herramienta que utiliza el Kremlin para expandir su influencia y defender sus intereses es un pequeño gran ejército de mercenarios, pertenecientes a empresas privadas del sector militar, como el Grupo Wagner, pero con fuertes vínculos con la presidencia de Vladimir Putin[18]. Eficaces en sus actuaciones (incluso pueden desarrollar operaciones clandestinas y de Inteligencia) y menos problemáticos que involucrar a soldados rusos en algunos escenarios bélicos. Esto permite al Kremlin apoyar a determinados socios, participar en diversos conflictos, es decir, estar presente, y, a la vez, mantener un cierto grado de “negación plausible”.
Por otro lado, las relaciones de este tipo de empresas, y sus empleados, con firmas vinculadas a sectores como la energía, la minería, la seguridad o la logística permite a Moscú utilizarlas para ampliar su influencia económica y comercial, así como crear nuevos ingresos provenientes del petróleo, el gas y la extracción de minerales. Entre sus principales cometidos: entrenar y equipar a las fuerzas de seguridad del país anfitrión (aunque también puede ser a alguna milicia local) y la protección de autoridades locales y de infraestructuras energéticas claves o minas, tanto para los países anfitriones como para empresas rusas. Hoy en día están presentes en, al menos, 30 países de cuatro continentes. En el Magreb, Libia es un claro ejemplo de lo descrito:
Más de 1.000 efectivos en apoyo de Jalifa Haftar, su Ejército Nacional Libio y el Gobierno de Tobruk. Se han desplegado en bases avanzadas, de entrenamiento, emplazamientos energéticos clave y diversas instalaciones. Uno de los lugares más relevantes en el despliegue de los mercenarios rusos es la base aérea de Al Jufra, en el centro del país:
A cambio de su apoyo, Moscú ha obtenido concesiones militares y económicas, con sus mercenarios activos en importantes instalaciones de gas y petróleo, y en puertos en la costa mediterránea, todo en la zona bajo control del LNA de Haftar. También, Rusia ha aprovechado la oportunidad de estrechar lazos con aliados del mariscal, como Egipto y Emiratos Árabes Unidos[19].
Pero todo lo expuesto más arriba no implica, necesariamente, que Rusia haya descuidado, bajo ningún concepto, su relación con el otro bando en la contienda libia: el Gobierno de Sarraj. Por varias razones, una, si quiere ejercer de mediador en el conflicto y estar presente en la negociación para su resolución con una posición ventajosa. Y, otra, por ejemplo, el serio revés de sus mercenarios con las pérdidas en el campo de batalla de Jalifa Haftar. Con este fracaso, Moscú no puede arriesgarse a perder su posición, dada la importancia que tiene Libia. Supone el acceso a mercados de petróleo y de armas (con contratos militares y económicos) y su presencia en la costa mediterránea, antesala del sur de Europa[20], es decir, algunas de las prioridades del Kremlin en materia de política exterior.
No obstante, el aliado más cercano a Moscú en la región es Argelia. Aparte de, por ejemplo, las exploraciones en materia de hidrocarburos de Gazprom en el área de El Assel, su relación viene de los años 50 del siglo pasado, de la época de la Unión Soviética y la Guerra Fría, y está centrada principalmente en el sector militar. En las últimas dos décadas, la cooperación militar entre los dos países ha continuado con buena salud.
Ya en 2006, Putin canceló la deuda argelina con Moscú (proveniente de la era soviética) para permitir a Argel seguir comprando material ruso. Últimamente, esta cooperación se mantiene a buen ritmo, máxime con el poderoso ejército argelino en proceso de modernización y expansión:
No obstante, de los países del Magreb, Marruecos ha sido con el que más ha crecido la relación con Moscú, en los últimos años. Por ejemplo, el reciente programa de energía nuclear marroquí cuenta con el apoyo del Kremlin[21]. Además, Rusia ha firmado un contrato para exportar gas natural licuado a Marruecos y para una terminal regasificadora para LNG en construcción en el país. Todo apunta a la búsqueda de un posicionamiento ruso en el mercado del gas hacia el sur de Europa, dado que países como España, Francia o Italia importan energía de esta región [22].
Y no solo en materia militar, sino también económica, Argelia y, ahora también Marruecos, se perfilan como posibles socios estratégicos de Moscú en la zona. Rusia no puede competir con China (también con una presencia en expansión en el Magreb) como proveedor de materias primas y otros productos. Sin embargo, Moscú sí puede proporcionar armas a cambio de contratos de exploración de petróleo, de extracción de recursos y para la construcción de reactores nucleares de uso civil en Marruecos, Argelia y Egipto. El Kremlin busca, así mismo, cimentar una estrategia económica que le suponga la apertura de nuevos mercados para sus productos (sobre todo armas, hay que reconocerlo, aunque no únicamente armamento sino, de forma más extensiva, importaciones y exportaciones de otros insumos) y para la inversión en su sector privado.
A modo de conclusión, aun con todo lo descrito y yendo a más, el rol ruso en el Magreb se mantiene todavía limitado comparándolo con el de las potencias occidentales. Y, a la vez, en el marco de la política exterior rusa, la posición del Magreb también es hasta cierto punto marginal[23], al menos, hasta ahora. Y, a todo esto, hay que añadir que Moscú no solo competiría con Occidente, sino que, además, existe una creciente posibilidad de hacerlo con China.
Turquía, la segunda vida del Imperio Otomano
“Turquía está creciendo, sus intereses ahora son globales y tenemos que protegerlos. Y para ello necesitamos un área de influencia mayor para proyectar nuestros intereses a través del mar (…) Los intereses turcos se están desplazando hacia Asia y, por tanto, el Mar Rojo, el Océano Índico, el Golfo Pérsico se están convirtiendo en nuevas áreas de interés para Turquía. También África y esa presencia turca en África, que es cada vez mayor y más influyente, es uno de los temas que nos enfrenta a Francia”[24]. Son palabras del vicealmirante retirado Cem Gürdeniz, exjefe de estrategia de la Armada turca y padre de la doctrina Mavi Vatan “Patria Azul”.
Gürdeniz, ahora rehabilitado tras haber pasado por prisión acusado de conspirar contra el presidente Erdogan, lo puede decir más alto, pero no más claro. Y, como señala Andrés Mourenza, corresponsal de El País en Turquía, en su entrevista: “sus ideas están cada vez más extendidas en las Fuerzas Armadas turcas”[25].
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