En el pasado número de la Revista Ejércitos analizamos de manera profusa la situación político-militar en una zona del planeta tan volátil como es Oriente Medio. Para completar dicho estudio, en este artículo vamos a describir uno de los hitos más significativos de los últimos años en la región, la guerra que tuvo lugar en 2006 en la frontera entre Líbano e Israel y que enfrento a las Fuerzas de Defensa de Israel (IDF) con los milicianos de la organización Hezbolá (Partido de Dios).
Con el fin de no ser redundante con lo anteriormente expuesto es muy recomendable que el subscriptor lea a priori o a posteriori, según su preferencia, los magníficos trabajos “Plan Momentum” de Elena Labrado, “La evolución de la estrategia y la fuerza de misiles de Irán” de Guillermo Pulido y “El pensamiento militar israelí” de Jesús Manuel Pérez Triana.
La intención de este trabajo es que el lector pueda entender de una manera directa las causas que llevaron a las IDF y a Hezbolá a combatir en el verano de 2006 y el motivo por el que popularmente se declaró un vencedor y un perdedor. Aunque no sea un trabajo rigurosamente académico, puede mostrar las claves de lo que ocurrió entonces y probablemente volverá a pasar en el futuro.
Puede que a la mayoría de las personas que lean este artículo la primera imagen del Líbano que les venga a la mente sea las de un lugar donde los desastres de la guerra hayan dejado su huella desde el principio de los tiempos y el caos y la destrucción sean algo consustancial con esa nación. Sin embargo, hace cincuenta años el Líbano (sobre todo su capital Beirut) era una de las regiones más prosperas y vitales del planeta.
Quizás sea por su heterogeneidad religiosa, cultural, racial y política, donde ninguna facción era superior a las otras por lo que los ciudadanos pudieron disfrutar de una apertura social muy superior a la existente en los países que les rodeaban. Aquello les hizo el lugar idóneo para que árabes y occidentales considerasen a Beirut como la localización perfecta para hacer negocios, acudiendo a sus hoteles miles de empresarios para firmar los contratos que desarrollaron toda la capacidad industrial de Oriente Medio.
Herederos de la tradición negociante fenicia y como pioneros de lo que ahora se denomina emprendedor en un mundo globalizado, apareció la figura del empresario libanés como intermediario de todos aquellos acuerdos comerciales. A finales de los años 60 y principios de los 70, Beirut era una de las ciudades más prosperas del planeta, pudiéndose comparar con el protagonismo que en la actualidad tiene Singapur para el desarrollo del Lejano Oriente.
Beirut antes de la guerra
El detonante que hizo que todo cambiase fueron las guerras que siguieron a la creación del estado de Israel en 1948.
Por lo que atañe al Líbano, su ejército era muy limitado tanto en tamaño como en medios. En 1967 apenas contaba con doce mil soldados y un puñado de tanques y aviones. Apenas intervino en la Guerra de los Seis Días, exceptuando algunos vuelos y movimientos de tropas, sobre todo con el fin de salvar la cara frente a los países árabes. Aunque los israelíes tenían planes de contingencia que incluían llegar con sus fuerzas hasta el río Litani, la pasividad libanesa y los acontecimientos en los frentes sirio y egipcio hicieron que apenas tuvieran lugar algunas pequeñas escaramuzas en la frontera entre los dos países. El Líbano, con apenas dos millones de habitantes recibió tras la guerra a casi 100.000 refugiados palestinos, lo que ocasionó que comenzase a desequilibrarse de manera significativa la frágil armonía política y social.
Peor aún fueron las consecuencias en Jordania, que con menos de un millón y medio de habitantes tuvo que acoger a gran parte de los refugiados que huían de Cisjordania. En los enormes campamentos de refugiados que se establecieron tuvo su base de operaciones la Organización para la Liberación de Palestina (OLP).
En sus territorios y en las zonas aledañas tanto Egipto como Siria ayudaron a entrenar y armar a los refugiados palestinos con el objetivo de crear distintas organizaciones que actuasen – bajo su dirección – contra Israel mediante actividades propias de las guerrillas. Dado que Jordania era una nación pequeña, con una monarquía y poder político en una situación precaria, carecía de la capacidad de controlar al nuevo poder que representaban las fuerzas de la OLP. Armados hasta los dientes, los guerrilleros de la OLP imponían su voluntad dentro y fuera de los campos de refugiados, desafiando abiertamente a las autoridades jordanas.
Tras varios encuentros armados con los soldados jordanos e intentos de asesinato del monarca Huseín I, el 17 de septiembre de 1970, en los acontecimientos que posteriormente se conocerían como Septiembre Negro, el ejército jordano atacó los campos de refugiados.
Siria entró en Jordania el día 18 con la finalidad de derrocar al rey y en apoyo de la OLP, usando para ello a su proxy del Ejército para la Liberación de Palestina (ELP) pero su avance fue bloqueado por la 40th Armoured Brigade del ejercito jordano. Una fuerza siria mayor invadió Jordania con dos brigadas acorazadas y otra mecanizada de la 5th Infantry Division, con un total de 300 carros de combate luciendo las escarapelas del ELP.
Atacados por la Royal Jordanian Air Force y posteriormente (en una nueva pirueta de la geopolítica) por la Israeli Air Force (IAF), las fuerzas sirias tuvieron que replegarse tras perder un tercio de sus blindados y varios centenares de hombres, dejando vía libre para que las Fuerzas Armadas de Jordania pudieron acabar, tras duros combates, con la resistencia de los milicianos de la OLP.
Con los acuerdos firmados tras la derrota y rendición de la OLP, tanto su líder (Yasser Arafat) como sus milicianos y parte de los refugiados fueron obligados a abandonar Jordania. Escogieron establecer su base de operaciones en el Líbano. Ese traslado al Líbano tuvo dos graves consecuencias; la primera fue la repetición en el país de los cedros de la misma inestabilidad política y social que los miembros de la OLP habían causado en Jordania y que conduciría a la Guerra Civil Libanesa en 1975. La segunda consecuencia sería el inicio de ataques guerrilleros a gran escala contra Israel a través de la hasta entonces comparativamente tranquila frontera norte.
La Fuerza Provisional de las Naciones Unidas para el Líbano (UNIFIL por sus siglas en inglés) es una misión de paz creada en 1978 por acuerdo del Consejo de Seguridad de la ONU a raíz de un ataque palestino el 11 de marzo de ese año contra una población israelí, con un balance de 38 muertos y 71 heridos. La Masacre de la carretera costera provocó tres días más tarde la respuesta de Israel en la denominada Operación Litani, cuyo objetivo era la ocupación de la franja de terreno entre la frontera y el cauce del río Litani, para así acabar con las bases palestinas desde las que las guerrillas se infiltraban en territorio israelí.
La misión de UNIFIL establecía su despliegue en varias bases localizadas en el sur del Líbano, para que actuaran como barrera de separación entre Israel y sus aliados por un lado y los grupos guerrilleros por el otro. Con unos 5.000 soldados asignados, deberían ayudar al gobierno libanés a la hora de ampliar su autoridad en la parte meridional de su territorio nacional. Dicho objetivo, establecido hace casi 50 años, nunca se ha conseguido y podría decirse que ni siquiera se ha intentado. Su fracaso a la hora de acabar con los atentados terroristas llevó a que en 1982 las IDF realizasen una intervención a gran escala e invadieran el sur del Líbano hasta llegar a Beirut, en la conocida como Operación Paz para Galilea, con el objetivo de expulsar al brazo armado y político de la OLP del país.
Por lo que respecta a Siria, desde la época del gobierno romano hasta la disolución del Imperio Otomano, en casi dos milenios de historia, la provincia de Siria incluía el territorio que hoy en día constituye el Líbano. Al acabar la Primera Guerra Mundial la Sociedad de Naciones concedió a Francia el denominado Mandato de Siria, que incluía el territorio que hoy forman Siria y Líbano. En el posterior proceso de descolonización se separaron de una manera arbitraria ambas regiones, mezclando territorios y poblaciones sin un claro criterio. Por ello no es de extrañar que desde que Francia les concediera la independencia en 1943, el Líbano siempre haya sufrido la injerencia de Siria. Ese fenómeno creció exponencialmente con motivo de la guerra civil libanesa, donde el ejército de Siria intervino en masa para apoyar a distintas milicias según sus intereses.
Hay que tener en cuenta que siendo Siria un país de mayoría sunita el apoyo popular a los milicianos palestinos de la OLP que en su mayoría son también sunitas, es la norma. Tras los acontecimientos que siguieron al fiasco sirio en el Septiembre Negro en 1970, el jefe de la fuerza aérea siria, Háfez al Ásad, dio un golpe de estado y se hizo con el poder en Damasco, siendo nombrado Presidente de la República Árabe Siria. Al pertenecer a la minoría religiosa alauí, que forma parte del chiísmo, se dio la circunstancia inversa a la que en 1979 tendría Sadam Hussein en Iraq. Ambos se apoyaron y favorecieron a la minoría a la que pertenecían, gobernando con puño de hierro a la mayoría de sus ciudadanos. Esa discrepancia se vio reflejada en el Líbano con el apoyo que Siria otorgó a una de las dos principales facciones libanesas chiitas, Amal.
Para la minoría de población chiita existente en el Líbano en 1982 (algo más del 25% del total) la entrada en el avispero de la guerra civil libanesa de las IDF no fue especialmente contraproducente. Acostumbrados a ser la clase social más baja, la llegada en sucesivas oleadas de miles de refugiados palestinos hizo que fuesen los máximos perjudicados. Además, siendo la mayor parte de los palestinos practicantes de la rama sunita del islam, esas tensiones sociales se agravaron aún más. Por ello, la expulsión a Túnez de Arafat y del grueso de la OLP no dejó de ser beneficiosa para sus intereses.
El derrocamiento en 1979 del Shah y la llegada al poder del Ayatolá Jomeini hizo que la siempre postergada rama chiita comenzara a recuperar fuerza y prestigio a nivel mundial, mostrando una hostilidad patente contra Estados Unidos, Israel y occidente, empezando ese mismo año con el asalto a la embajada en Teherán y la posterior crisis de los rehenes. La invasión de Irán por Iraq y la consiguiente guerra, que se prolongó hasta 1988, apenas permitieron a Irán actuar en el exterior salvo en el Líbano, donde enviaron 1.500 asesores del Islamic Revolutionary Guard Corps (IRGC) para apoyar al embrión de lo que posteriormente sería Hezbolá. Esta organización, al contrario de Amal, no respondía a nadie que no fuesen a las autoridades teocráticas de Teherán. Comenzando con el secuestro de todo occidental que se pusiera a su alcance, captaron la atención de la prensa internacional, lo que les facilitó el ir aumentando su base y prestigio.
Para ayudar a la separación de los contendientes en la guerra civil y facilitar la retirada gradual del Líbano de las IDF, una fuerza multinacional con tropas estadounidenses, francesas, italianas e inglesas llegó en 1983 a Beirut. Deseosos de cortar de raíz cualquier injerencia occidental, Irán justificó y alentó la única manera que tenían para actuar, mediante atentados suicidas con vehículos cargados con explosivos. Las acciones suicidas era algo que los iraníes habían empleado con frecuencia contra Irak, como por ejemplo cuando mandaban a niños con “llaves del paraíso” de plástico a cargar contra las trincheras iraquíes y así hacer explotar las minas defensivas. Además, ese tipo de misiones tenían cierto enlace en el imaginario con la manera de actuar de la histórica secta chií de los Hashshashin.
Ya en noviembre de 1982 se responsabilizaron del ataque a un edificio público ocupado por Israel en Tiro, matando a 91 personas. En abril de 1983 volvieron a actuar con un coche bomba contra la embajada de Estados Unidos en Beirut que acabo con la vida de 63 personas. Sin haber tomado medidas pese a los siniestros precedentes, el domingo 23 de octubre de 1983 un doble atentado suicida con camiones bomba acabó con la vida de 241 marines y 58 soldados franceses. La autoría de la acción se la atribuyó la Yihad Islámica, una organización pantalla de Hezbolá. Como represalia antes de retirar a sus fuerzas, EEUU y Francia atacaron posiciones del ejército sirio, de los drusos y de los asesores iraníes pertenecientes a la IRGC. La posterior retirada de tropas fue vista como una victoria dentro del mundo islámico, representando la huida de los todopoderosos norteamericanos ante la amenaza de Hezbolá.
Ya sin la presencia de los sunitas de la OLP ni de los occidentales, solo le quedaba a Hezbolá un verdadero rival que pudiera disputarle su autoridad dentro del Líbano: Amal. Fundada en 1974 y dirigida por el Imán Musa al-Sadr (perteneciente a la misma familia de clérigos iraquíes de Muqtada al-Sadr) el Movimiento de la Esperanza contó con la ventaja inicial de ser el único representante entre los chiitas. Apoyada desde Siria, participó en la guerra civil libanesa combatiendo contra distintos contendientes según los intereses de Damasco. Aunque actualmente la guerra en Siria haya reconducido los intereses de Siria e Irán hasta hacerlos coincidir, en los años 80 cada país quería tener a su proxy al que manejar. Cuando en 1988 finalizó la guerra con Irak, disponiendo de un arsenal en sus manos y el musculo financiero de sus exportaciones de petróleo, Irán pudo dedicarse plenamente a extender su influencia entre las comunidades chiitas del planeta.
En la que se conoce como Guerra entre Hermanos, las dos facciones chiitas combatieron durante meses en distintos barrios de la capital, lucha que se extendió por las localidades rurales donde los chiitas tenían presencia, como el valle de la Becá. Distintas posiciones eran atacadas, perdidas y vueltas a recuperar, con múltiples acuerdos de alto el fuego que eran inmediatamente rotos y todo mientras sus rivales cristianos, sunitas e israelíes contemplaban con satisfacción las matanzas entre chiitas. A la larga, la opción vencedora era la de Hezbolá, dado que tenía superior apoyo extranjero y mayor prestigio por sus acciones en el sur contra el ejército israelí.
A pesar de contar con apoyo de Siria, para Amal la “desaparición” de Musa al Sadr – a manos de Gadafi tras un viaje que hizo a Libia – los había dejado debilitados en su autoridad espiritual y cada vez más milicianos de Amal decidieron cambiar de bando y pasarse a Hezbolá. A finales de 1989, tras unas negociaciones apoyadas por sus respectivos países patronos, se firmó un acuerdo que puso fin a los combates y dejo a Hezbolá manos libres para tratar de conseguir sus dos objetivos principales. El primero, la toma del poder en el Líbano y la creación de una república islámica, tuvo que dejarse a un lado dado la obvia debilidad demográfica. Al segundo objetivo, la lucha contra Israel hasta su destrucción, podían ahora enfocar todos sus esfuerzos.
Hezbolá frente a las IDF (1985-2006)
La invasión israelí del Líbano en 1982 tuvo éxito a la hora de expulsar al brazo militar y político de la OLP hacia Túnez, lo cual los dejó casi acabados internacionalmente. Aunque intentasen proseguir con sus campañas de ataques guerrilleros contra Israel, sin una base cercana a la frontera con su enemigo – obviamente Siria con un presidente chiita jamás alojaría en su territorio a un gran número de milicianos sunitas armados – poco a poco fueron perdiendo relevancia.
Para Israel ahora venia lo difícil; salir del avispero en que se había convertido su país vecino. Como primer paso retrocedieron en 1985 hasta el río Litani, pero hasta allí fueron perseguidos por las acciones terroristas de distintos grupos libaneses, entre los que destacaba Hezbolá con sus brutales atentados suicidas. Para esa organización terrorista no hay enemigo más irreconciliable que los cristianos maronitas libaneses, por lo que en Tel Aviv pensaron dejar la franja sur que controlaban en manos de una milicia a la que entrenarían y apoyarían en lo que fuese necesario: el denominado South Lebanon Army (SLA). Su misión sería controlar una zona de seguridad que impermeabilizara la frontera entre Israel y el Líbano.
El único inconveniente a la solución encontrada es que ese territorio está mayoritariamente poblado por personas de confesión religiosa chiita y de hecho era un bastión de Hezbolá. Tal y como sucede en el resto de las zonas rurales libanesas, milenios de persecuciones religiosas de toda índole habían conseguido que los ciudadanos se fuesen agrupando centrípetamente en los pueblos según sus creencias. Hay pueblos de mayoría cristiana como Marjayún (Marjayoun) – donde se encuentra la base española Cervantes de UNIFIL- rodeados de localidades de preponderancia chiita como Khiham (al Khiyam).
Las IDF y el SLA crearon una cadena de posiciones defensivas en lomas y colinas para guarniciones del tamaño de una compañía. Desde esas posiciones ventajosas y con el dominio tecnológico en su mano, pensaban desgastar a Hezbolá en una guerra larga.
Al comienzo las cosas empezaron de manera prometedora. Cargados de fe y moral, apoyados por algún que otro mortero, las guerrillas chiitas cargaban colina arriba bajo el fuego de las ametralladoras, proyectiles de la artillería situada en retaguardia y las bombas de la aviación israelí. Una vez tras otra quedaban en el campo esparcidos los cuerpos de los guerrilleros sin conseguir compensación alguna por la sangre derramada.
Gusten o no gusten los objetivos y métodos de Hezbolá, hay que reconocer que en dicha organización terrorista hay mentes pensantes que aprenden de cada derrota y buscan de manera incansable la forma de superar los inconvenientes a los que se enfrentan.
Hace veinte años, buscando con el programa de intercambio de archivos emule ciertos videos de la guerra del Líbano, me encontré con uno titulado “Hezbollah lebanon Israel” que en su momento me pareció inédito y asombroso. Realizado por los servicios de propaganda de Hezbolá y con una comprensible malísima calidad, durante 45 minutos se sucedían imágenes de ataques a posiciones controladas por el SLA y las IDF. Del estereotipo de improvisado combatiente irregular en chanclas y camiseta disparando sin apuntar, se había pasado a uniformados que mostraban, con mayor o menor atino, una intención de maniobrar coordinadamente.
En otras escenas se veían ataques a convoyes de suministros para las bases, que obligados a circular a través de caminos de montaña eran fácil presa de minas y explosivos, tal y como hacían los muyahidines en Afganistán. No me extrañó el empleo de misiles antitanque contra camiones y blindados, ya que era una manera óptima de atacar a esos medios y pese a su elevado coste su uso podría considerarse correcto.
Lo que sí que me dejó pensativo fue lo que se podía ver en otros fragmentos del video y que marcaron lo que posteriormente sería un factor decisivo en la guerra de 2006. En ataques a posiciones del adversario podía contemplarse el empleo misiles antitanque disparados de manera indiscriminada contra cualquier objetivo enemigo. Da igual que fuese una casamata, un puesto de mando o una letrina; si un contrario se encontraba dentro era blanco de un misil. Esta manera de combatir pasó de manera inadvertida al comienzo de las guerras de Afganistán en 2001 y de Irak en 2003, ya que ni los talibanes ni la insurgencia inicial iraquí disponían de suministradores de misiles eficaces, de bajo coste y en grandes cantidades. Las batallas narradas en números anteriores de la revista Ejércitos como las de Nayaf, Operación Anaconda o la CIMIC House de al Amarah, sin duda hubieran resultado bien distintas si milicianos, insurgentes y talibanes hubieran dispuesto de un nutrido arsenal de misiles antitanque.
Un interminable goteo de soldados israelíes fallecidos o heridos fueron acumulándose entre la sociedad israelí, llegándose a generar un cierto temor entre los soldados a ser enviado al Líbano. Esa presión poco a poco fue inundando la política y a las fuerzas armadas israelíes, en donde había partidarios de retirarse del Líbano – con la esperanza de que Hezbolá se contentase – y también, por supuesto, de seguir combatiendo en el país vecino considerando que mientras más lejos estuviesen los terroristas de la frontera, más seguros estarían en Israel.
Con un Irán ya sin guerra y volcado en expandir el chiismo en el exterior mediante la política y la fuerza, tal y como puede verse en la tabla adjunta, las acciones de su proxy en Líbano contra Israel aumentaron año a año de una manera alarmante, tanto que provocaron que en 1993 se lanzase la Operation Accountability (Rendición de Cuentas) con una masiva campaña de bombardeos aéreos y ataques de artillería. Con las lecciones aprendidas en la Guerra del Golfo de 1991, en la que las armas aéreas de precisión se habían mostrado como el factor decisivo en la victoria, su empleo en Líbano fue también muy positivo y consiguió hacer retroceder a la milicia chiita y darle a Israel un breve pero necesario respiro.
Pero Hezbolá aprende y tomó nota para la siguiente confrontación. Continuaron con la escalada de ataques hasta provocar en 1996 una segunda intervención de las IDF con la operación Grapes of Wrath (Uvas de la Ira). Basada nuevamente en el poder del armamento aéreo de precisión, sus objetivos fueron las instalaciones de la organización terrorista, pero también la infraestructura civil libanesa, para así conseguir el efecto de hacer que las consecuencias de los daños forzasen a Siria o al gobierno libanés (del que el partido controlado por Nasrallah forma parte y donde tiene varios ministerios) a intervenir en su contra.
Como arma de réplica contra el poder aéreo israelí, desde Irán solo pudieron suministrar a Hezbolá aquella arma que, al estar aislados internacionalmente y limitados tecnológicamente, habían podido desarrollar: gran cantidad de cohetes Katyusha mejorados para bombardear las poblaciones israelíes cerca de la frontera. El hecho de tener poco alcance limitaba el daño que pudieron provocar, pero sí que enseñó a sus dueños que la IAF, con todo su armamento de precisión, era incapaz de acabar con el lanzamiento de la cantidad de cohetes que diariamente alcanzaban su territorio.
Sus estrategas lo vieron claro: para el próximo enfrentamiento necesitaban un gigantesco arsenal de cohetes con el mayor alcance posible y gran cantidad de misiles antitanque.
El 4 de febrero de 1997 un desastre ocurrió cuando dos helicópteros de la IAF colisionaron en el aire mientras transportaban soldados a la zona de seguridad israelí. Para un país pequeño como Israel, el fallecimiento de 73 militares fue una tragedia militar en toda regla, siendo posteriormente un factor clave para decidir la retirada del sur del Líbano en el año 2000.
Otro golpe para la moral de las IDF llegó con el atentado realizado en febrero de 1999 cerca de Marjayún, mediante un IED colocado en el camino simulando una roca, apenas a un centenar de metros de un puesto de observación de UNIFIL. En el ataque falleció el máximo responsable de las IDF en el sur del Líbano, el Brigadier General Erez Gerstein, partidario de continuar en dicho país.
Acuciados por la pesadilla en la que se había convertido el Líbano, el candidato a Primer Ministro Ehud Barak presentó como promesa de campaña la retirada unilateral del Líbano en 12 meses. Una vez en el poder se vio obligado a cumplir su promesa electoral y las prisas hicieron que lo que debería haber sido un repliegue ordenado, dejando las posiciones bajo el control del SLA, se convirtiese en una desmoralizante retirada, en donde los aliados se vieron abandonados a su suerte en mitad de un territorio de población mayoritariamente chiita. Acompañados por sus familias, los miembros del SLA abandonaron sus posiciones siguiendo a las tropas israelíes, mientras que por detrás, milicianos de Hezbolá armados y acompañados de cámaras de televisión irrumpían en pueblos y fortificaciones haciendo ondear en los edificios su bandera amarilla.
Desde 2000 hasta julio de 2006 tampoco hubo paz en la zona, sólo una falsa tregua con multitud de incidentes mientras los dos contendientes se vigilaban estrechamente y planificaban sus movimientos. Se estableció una especie de regla no escrita donde cada ataque de los terroristas era respondido por Israel de una manera proporcionada, evitando una escalada en el conflicto.
Como pretexto para la continuación de las hostilidades contra Israel – a pesar a su retirada a la frontera reconocida internacionalmente – y no ser vistos como agresores, los altos dirigentes de Hezbolá indicaron que dicha retirada había sido realizada de manera parcial, quedando por “liberar” una franja de tierra conocida como Shabaa Farms (las granjas de Shaba). Al establecer Francia y la Sociedad de Naciones los límites tanto de Siria como del Líbano de manera arbitraria, separaron a Shabaa Farms del poblado libanes de Shaba del que toma el nombre. Como se puede entender al observar el mapa, el propietario de la zona en disputa es Siria, formando parte de los Altos del Golán que ocupa Israel desde su victoria en la Guerra de los Seis Días. Como Siria ha sido incapaz de recuperar mediante la guerra o la diplomacia su integridad territorial, lo que astutamente hizo fue proclamar su renuncia a la zona en litigio y su cesión al Líbano, para así dar la escusa a Hezbolá para seguir con su “resistencia a la ocupación”. Por si no fuese suficiente, otra reclamación ha surgido en la actualidad referida al trazado marítimo de la zona de soberanía entre Israel y Líbano hasta alcanzar la perteneciente a Chipre.
Durante seis años, espías de Hezbolá se dedicaron a realizar todo tipo de trabajos para obtención de información. Desde el uso de pastores para acercarse a la frontera y estudiar todos los movimientos de sus enemigos hasta llegar a infiltrar agentes en Israel para que consiguiesen datos que pudieran serles útiles.
Por primera vez un enemigo de Israel empezó a usar de manera particularmente intensiva medidas de contrainteligencia – gracias a los medios y conocimientos del paranoico estado iraní – detectando agentes del Mossad en el Líbano hasta llegar a convertirlos en agentes dobles y que así suministrasen información falsa a los israelíes, como por ejemplo la localización de depósitos de munición de Hezbolá falsos. Un mes antes del inicio de la guerra una red de espionaje del Mossad fue descubierta, dejando en un momento tan crucial sin fuentes de información clave a los servicios de inteligencia de Israel.
Las medidas de seguridad dentro de la todas las ramas del movimiento revolucionario chiita eran extremas, con distintos filtros para detectar infiltraciones de enemigos. El barrio de Haret Herik, donde se localizaban todas las oficinas administrativas, la televisión, los servicios de seguridad y las viviendas de sus altos cargos – como la del Secretario General Hassan Nasrallah – estaban estrechamente vigilados, con búnkeres, puntos de control de acceso manejados por personal uniformado y armado, cámaras de seguridad con circuito cerrado, etc. Hasta las azoteas tenían equipos especiales con misiles antiaéreos y antitanques para repeler cualquier posible incursión israelí o libanesa. La seguridad se llevaba tan al extremo, que el propio Nasrallah decía que ni él sabía el lugar donde pasaba cada noche.
En el frente las células o grupos se mantenían aislados unos de otros, sin que conociesen otras partes del despliegue defensivo ni las posiciones establecidas que no fuesen las que concretamente se les hubiera asignado. Cuando se iniciaron los combates esa manera previa de actuar daría sus réditos cuando al interrogar los israelíes a sus prisioneros no pudieron obtener información de valor que les permitiese alcanzar una ventaja decisiva.
Como medida de decepción, a los ojos de los israelíes, de sus espías y de posibles informadores comprados, los miembros de Hezbolá construyeron posiciones, depósitos de munición y búnkeres falsos, para así atraer el fuego enemigo y que los verdaderos objetivos valiosos pasasen inadvertidos. Casi 600 posiciones defensivas fueron construidas al sur del río Litani, sin que las fuerzas de UNIFIL hiciesen nada para evitar su construcción. No se trataban de meras cuevas, sino verdaderas obras de ingeniería realizadas con hormigón armado, salas de descanso, comedores, depósito de armas, sala de comunicaciones, etc.
El 14 de febrero de 2005 fue asesinado en un atentado mediante coche bomba perpetrado por miembros de Hezbolá el antiguo Primer Ministro suní, Rafic Hariri. La consiguiente oleada de protestas que sacudió el Líbano fue el acicate necesario para que a nivel internacional aumentara la presión contra Siria, incluidos los países islámicos. Cerca de un millón de ciudadanos de distinta tendencia se manifestaron el 14 de marzo en Beirut, creándose el movimiento conocido como Revolución de los Cedros. Su resultado final fue la retirada de las tropas sirias y con ello decayó ostensiblemente su injerencia en la política del Líbano. Aunque era un objetivo largamente perseguido por Israel, paradójicamente resultó perjudicial ya que favorecía a los intereses de Hezbolá y quitaba de la ecuación una fuerza armada en la zona que podría en un momento dado, si las circunstancias fuesen lo suficientemente propicias, volverse contra Hezbolá (recordemos que hablamos de 2006 y que la organización dirigida por Nasrallah respondía sólo ante Irán, mientras que Siria movía preferentemente sus hilos a través de Amal).
Todo quedaba dispuesto en el tablero del campo de batalla para que en el verano de 2006 estallase la que se conocería como Segunda Guerra del Líbano, teniendo como contendientes a Hezbolá y sus milicianos por un lado contra el estado de Israel y sus IDF por el otro.
El detonante
Durante décadas de continuas guerras, si algo ha atemorizado la mente de los soldados israelíes y sus familiares has sido su posible captura por parte de organizaciones terroristas como puedan ser Hamás o Hezbolá. Normalmente son asesinados al empezar su cautiverio, ya que mantener al prisionero vivo implica la necesidad de alimentarlo y vigilarlo continuamente. Además, mantenerlo con vida durante un período de tiempo indefinido significa elevar de manera exponencial el riesgo de que los servicios de inteligencia como el Shin Bet o el Mossad puedan dar con su paradero y que una operación de las fuerzas especiales puedan rescatarlo.
Para los fines políticos que persiguen Hamás o Hezbolá no hay gran diferencia entre dejar al prisionero vivo o ejecutarle, sirviendo su cadáver para chantajear emocionalmente a la sociedad israelí, presionar a su gobierno y así conseguir ventajosos acuerdos de intercambio de sus restos a cambio de centenares de milicianos presos en cárceles israelíes. Lanzar un cohete sin precisión que impacte en una loma perdida o poner una bomba al paso de un blindado en la frontera apenas acaparan la atención. Por el contrario un secuestro, dada la gran publicidad y despliegue mediático que se consigue, es una de las acciones más rentables para dichas organizaciones terroristas.
El 25 de junio de 2006 una célula terrorista de Hamás cruzó la valla que separa Israel de la franja de Gaza y atacó una posición de las IDF. En el combate murieron dos soldados y consiguieron capturar vivo al cabo de las IDF Gilad Shalit.
La respuesta israelí tardó tres días en llegar, mientras se realizaban los preparativos para una operación de rescate a gran escala denominada Lluvia de Verano. Según los procedimientos establecidos, fue precedida con una campaña de ataques aéreos sobre edificios gubernamentales, oficinas de organizaciones palestinas y las pocas infraestructuras clave existentes como son la central eléctrica, pequeños puentes y los túneles secretos que unen Gaza con Egipto.
A partir de la segunda semana de julio las IDF entraron en acción, consiguiendo dividir la franja en dos y proceder a la detención de centenares de sospechosos de participar en la captura de Schalit o en el lanzamiento de cohetes hacia las ciudades israelíes. Casi cuatrocientos palestinos murieron en la ofensiva, la mitad de ellos civiles, mientras que por otro lado cinco soldados israelíes y seis civiles perdieron la vida, todo ello sin conseguir el objetivo de rescatar al secuestrado, que debió permanecer cautivo hasta 2011, cuando fue liberado tras excarcelar a 500 presos palestinos.
Hezbolá también es consciente de la rentabilidad de ese tipo de acciones, por lo que no es de extrañar que en fechas previas cercanas a julio de 2006 lo intentase hasta en cinco ocasiones, aunque algunos terminasen en fiascos como el realizado el 21 de noviembre de 2005. En aquella ocasión, desde varios puntos del territorio libanés abrieron un nutrido fuego con todo tipo de armas contra puestos israelíes en la frontera cerca del territorio en disputa de las Granjas de Shebaa, mientras que por otro lado un grupo de 30 milicianos atacaron, en lo que parece que fue un ataque de diversión, la posición Gladiola de las IDF, hiriendo a todos los militares presentes incluido su comandante.
Como último movimiento de la compleja acción, una veintena de miembros de Hezbolá entraron empleando todoterrenos, quads y motocicletas en el poblado de al-Ghajar, conocido por estar ocupado completamente por Israel pese a ser atravesado por la frontera trazada por la Linea Azul. Una vez en la localidad atacaron a los soldados destacados allí con el fin de capturar a alguno. El combate cesó cuando el tirador selecto, cabo paracaidista David Markovitch, alcanzó con un disparo afortunado a la granada que uno de los asaltantes llevaba en la espalda como munición de un RPG. La explosión resultante acabo con la vida de tres milicianos y un cuarto fue posteriormente abatido por el cabo.
Durante los distintos combates que tuvieron lugar ese día, los miembros de Hezbolá lanzaron más de un centenar de misiles y granadas contra blindados israelíes y posiciones por toda la frontera. Fue la primera vez que usaron de manera masiva casi todo el material disponible en su arsenal, incluidos los avanzados RPG-29 Vampire y los AT-14 Kornet. Dos carros Merkava fueron alcanzados, pero ninguno fue penetrado, resultando sólo dañados de distinta consideración.
En la ceremonia posterior a la entrega de los cuerpos de los fallecidos en al Ghahar, el Secretario General de Hezbolá, Hassan Nasrallah, declaró: “Nuestra experiencia con los israelíes nos indica que si quieres que suelten a nuestros detenidos o prisionero tienes que capturar soldados israelíes”. Más claro imposible.
El 26 de junio de 2006, en prevención por lo ocurrido en Gaza con la captura de Schalit y tras la alerta de sus servicios de inteligencia, las IDF en la frontera libanesa entraron en estado de alerta cerca del poblado de Zarit. Durante varios días los miembros de una unidad Egoz de fuerzas especiales de reconocimiento estuvieron emboscados esperando un presunto cruce de la frontera por una célula de Hezbolá. Conforme pasaron los días sin indicios de algo anormal se dio por finalizado el peligro y las IDF retiraron su operativo, tras lo cual fueron bajando el nivel de alerta hasta que el 10 de julio lo establecieron en normal.
En la noche del día siguiente, varios de los sensores colocados en el sistema de vallado se activaron cerca de Zarit, por lo que a primeras horas de la mañana del día siguiente se envió a una patrulla de reservistas de la Brigade 300th, Division 91 – a cuyo mando estaba el Brigadier General Gal Hirsch – para que inspeccionaran el perímetro fronterizo.
Ajenos al informe realizado el día anterior por otra patrulla en la que informaban haber divisado a más de una docena de milicianos de Hezbolá por las inmediaciones, a las 08:45 siete soldados israelíes montaron en un par de HMMWV (Humvee) y se dirigieron a inspeccionar la valla en la que pensaban que era una alerta falsa (tan confiados estaban que habían metido en los vehículos su equipaje civil ya que con la patrulla acababa su período de servicio y pensaban volver a directamente a la retaguardia).
Tal y como se ve en la grabación posteriormente difundida por la televisión de la organización chiita, la emboscada había sido exhaustivamente preparada y ensayada. En los videos tomados desde varios puntos distintos se pueden escuchar las comunicaciones mantenidas entre los soldados israelíes mediante sus equipos tácticos de radio, aspecto este que se demostraría especialmente grave ya que evidenciaba una gran vulnerabilidad que aprovecharían sus enemigos durante los combates de las semanas siguientes. Como elemento de guerra psicológica, desde el frente los nombres de los militares israelíes heridos eran pasados hasta Beirut, donde eran citados por la cadena al-Manar TV antes incluso de que las autoridades israelíes pudiesen avisar a sus familiares.
Según muestra la grabación, a las 09:00 los dos vehículos, separados unas docenas de metros, toman una curva y comienzan la bajada hacia una pequeña vaguada. Desde múltiples posiciones ubicadas en los laterales del sendero abrieron fuego contra ellos acribillándolos con armas de múltiples calibres y granadas RPG lanzadas desde corta distancia.
Con los Humvees inmovilizados en mitad del camino y sin oposición alguna, los miembros de Hezbolá corrieron hasta los vehículos con el fin de conseguir el premio gordo y capturar a varios enemigos, a ser posible con vida. En el segundo Humvee de la patrulla el conductor había muerto en los primeros momentos de la emboscada, pero los dos soldados restantes consiguieron salir del vehículo aunque no lograron ir demasiado lejos antes de caer abatidos por los disparos. En el Humvee que abría la marcha, pese a estar heridos, los soldados Weinberg y Muadi consiguieron milagrosamente salir y esconderse en unos densos matorrales que bordeaban la carretera. Acuciados por la prisa, los milicianos corrieron hasta los restos humeantes de los vehículos y sacaron malheridos al sargento Ehud Goldwasser y el soldado Eldad Regev. Tras volver al territorio libanés montaron en un todoterreno que tenían dispuestos y huyeron de la zona con destino al poblado de Ayta ash Shab.
Con el fin aumentar la confusión y de facilitar la huida del equipo de la emboscada con sus prisioneros, otros milicianos comenzaron a disparar con cohetes, granadas de mortero y misiles hacia distintas posiciones de las IDF y contra poblados israelíes, hiriendo a varios civiles en el área de Galilea. Tan grande fue el desbarajuste causado que el comandante del batallón no pudo comprender totalmente lo ocurrido hasta media hora más tarde, transmitiendo a las unidades del Mando Norte por radio el código “Hannibal” que indicaba que uno o varios soldados israelíes habían sido secuestrados.
A las 10:15 de la mañana, apenas una hora más tarde desde la realización de la emboscada, la televisión al-Manar dio la noticia a los hogares libaneses del éxito de una operación en la frontera con el secuestro de soldados. Jubiloso por el éxito de sus hombres, su Secretario General Hassan Nasrallah pensó que la cosa quedaría en un pequeño bombardeo y una posterior negociación de intercambio de prisioneros, pero su apreciación de que la amenaza de los cohetes frenaría una posible escalada fue errónea. Esta vez habían ido demasiado lejos y habían colmado el vaso de la paciencia de los israelíes. El representante en Líbano de las Naciones Unidas, Geir Pedersen, contactó con diplomáticos de Hezbolá y les espetó: “Sabéis lo que habéis hecho? Habéis empezado una guerra. Habéis cometido un estúpido error y el coste será enorme”.
Siguiendo los procedimientos establecidos, pero con ciertas vacilaciones debido a las seguras trampas que habrían colocado para cubrir la retirada, se puso en marcha una operación de rescate a pequeña escala.
La artillería israelí comenzó a disparar hacia posiciones conocidas de sus enemigos. Según estaba establecido para casos como el presente, a las 10:20 las primeras oleadas de aviones de la IAF despegaron para bombardear 17 objetivos de Hezbolá entre los que se encontraban puentes clave situados en las posibles rutas de escape, con el fin de bloquear la retirada de los asaltantes y que los soldados quedasen en territorio cercano a la frontera donde se podría montar una operación de rescate.
Por primera vez en seis años una fuerza de cierta entidad de las IDF entraba en territorio libanés. Una sección de soldados acompañados por un Merkava de la 7th Brigade Armored siguieron las huellas dejadas por los secuestradores dirigiéndose hacia una colina que domina las rutas de salida del poblado de Ayta ash Shab, donde pensaban que estaban los secuestradores. Al pasar por encima de unos bidones volcados en el camino, se accionó el detonador de un IED oculto compuesto de varios centenares de kilogramos de explosivo que al explotar, destruyó completamente el carro de combate matando a sus cuatro tripulantes.
Durante las siguientes horas los combates se fueron extendiendo por la región según nuevas tropas israelíes entraban en Líbano para auxiliar a las víctimas de las dos emboscadas. En una de esas refriegas perdió la vida un octavo soldado. Durante la noche continuaron los combates entre los rescatadores y los milicianos de Hezbolá que les disparaban con RPGs, morteros, misiles antitanques y ametralladoras. Por encima de sus cabezas volaron más de 60 cohetes dirigidos contra poblaciones israelíes siendo replicados por disparos de los obuses de artillería de 155mm de las IDF contra 100 posiciones conocidas de los guerrilleros chiitas. La temida escalada bélica había comenzado.
La ofensiva aérea
Siguiendo el modelo de la campaña Uvas de la Ira que habían empleado contra Hezbolá en 1996, la principal herramienta de castigo serían las armas de precisión de las IAF, siendo su objetivo primordial forzar la voluntad de la organización chiita al provocar que el efecto de los bombardeos indujera una reacción en su contra del resto de los libaneses. Dicho plan fue denominado Defensa de la Tierra y tenía previsto que, si tras varios días de bombardeo no había una desescalada por parte de Hezbolá, varias divisiones de las IDF entrarían en Líbano y maniobrarían hasta llegar al río Litani aislando las posiciones enemigas sin tener que pararse a ocupar uno a uno todos los puntos fuertes defensivos. Justo lo que no hicieron.
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