Cuando en los años 80 Estados Unidos creó su mando regional para Oriente Medio, el Central Command, se dejó a Israel fuera del área de responsabilidad para evitar problemas con los países árabes que no lo reconocían diplomáticamente. Israel cayó así en el área de responsabilidad del mando regional estadounidense para Europa, en una anomalía similar a la que le lleva a participar en el concurso de Eurovisión.
El país vivía en aquel entonces rodeado de antiguos enemigos mortales y para los observadores externos se convirtió en costumbre hablar del aislamiento regional de Israel. Un país que había recibido de la Liga Árabe en 1967 tres “noes”: no a la paz con Israel, no al reconocimiento diplomático y no a las negociaciones.
La discreta normalización con Egipto, que se alcanzó años después de los Acuerdos de Camp David, y la paz con Jordania tras los Acuerdos de Oslo han dado paso a una nueva realidad regional donde Israel tiene un papel protagonista por la explotación del gas natural del fondo del Mediterráneo y la existencia de nuevas amenazas compartidas.
La relación especial con Estados Unidos
La relación con los Estados Unidos ha sido fundamental para la survivencia del Estado de Israel, de tal forma que es un asunto de máxima prioridad para la seguridad nacional israelí. No en vano, Israel es de forma acumulada el mayor receptor de ayuda externa estadounidense desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Esa ayuda fue especialmente importante para el desarrollo económico del país entre 1971 y 2008. Pero en esta última fecha se consideró que Israel ya había logrado un desarrollo económico notable con un fuerte sector tecnológico como para seguir siendo receptor de ayuda al desarrollo.
La ayuda militar estadounidense tiene el objetivo de que Israel mantenga una ventaja militar cualitativa sobre sus vecinos (“Qualitative Military Edge”). Lo que ha llevado a limitar o bloquear las exportaciones estadounidenses de armamento a otros estados de la zona. Así, durante los años 90 Arabia Saudita trató de adquirir aviones F-15E Strike Eagle, pero se encontró con que Washington sólo estuvo dispuesto a exportarle la versión F-15S con el radar AN/APG-70, capacidades degradadas y sin acceso al armamento avanzado empleado por los aparatos estadounidenses [Baugher, 2015]. Más recientemente, Estados Unidos se habría negado a vender el avión F-35 de quinta generación a Emiratos Árabes Unidos por la preocupación israelí a perder el QME y por las dudas israelíes acerca de la capacidad del país árabe para de mantener la seguridad de la información relativa al aparato frente a terceros.
En el año 2016, los gobiernos de Israel y Estados Unidos firmaron un memorando de entendimiento sobre ayuda militar a diez años vista por el que Washington se comprometía a proporcionar ayuda por 38.000 millones de dólares. Esa cantidad se desglosaba en 33.000 millones de dólares para fondos de financiación de ayuda militar y 5.000 millones de dólares para programas de defensa antimisil. El memorando sucedía a otro anterior por valor de 30.000 millones que concluyó en 2018.
El apoyo económico de Estados Unidos es fundamental para Israel para los programas de adquisición de aviones y el desarrollo de sistemas de defensa antiaérea y antimisil [Sharp, 2019]. Así, Israel se convirtió en el primer usuario de F-35 en emplearlo en misiones de combate real. Hasta la fecha, Israel ha adquirido 50 ejemplares en tres contratos separados.
Adicionalmente, una ley presupuestaria estadounidense de 2019 incluyó 500 millones de dólares a repartir entre varios programas israelíes: 70 millones para el programa Iron Dome, 187 millones para el programa David’s Sling, 80 millones para el programa Arrow 3 y 163 millones para el programa Arrow 2.
Mientras que la ayuda militar económica es un sólido pilar de las relaciones bilaterales, las relaciones entre gobiernos han sufrido ciertos bandazos en función de la afinidad entre los jefes de gobierno de ambos países. Barack Obama fue percibido negativamente por el gobierno de Israel, dada su aspiración a desentenderse de los asuntos de Oriente Medio para reorientar su política exterior hacia Asia. Esta opinión negativa fue compartida también por las petromonarquías árabes, que asistieron con preocupación, al igual que Israel, a la firma del acuerdo nuclear con Irán. Este último acontecimiento empujaría a Israel y a sus antiguos enemigos a coordinar esfuerzos.
La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca ha supuesto en cambio una nueva era de buena sintonía. La conexión Netanyahu-Trump surge del rechazo común al acuerdo nuclear con Irán, un legado de la era Obama. Esa afinidad ha llevado al presidente Trump a lanzar iniciativas como trasladar en diciembre de 2017 la embajada de Estados Unidos desde Tel Aviv a Jerusalén, el primer gobierno del mundo en hacerlo.
Aunque es un tópico y sea un asunto muy discutido y con una larga producción bibliográfica sobre la materia, la especial relación de Estados Unidos con Israel no se cimenta en el activismo político de la minoría judía estadounidense a favor de Israel en los pasillos del poder. Esto es, en la actividad de lobby por miembros de la comunidad judía. Por el contrario, el verdadero papel de valedor de Israel en Estados Unidos lo ha asumido la derecha conservadora evangelista [Galtung, 1999], una de las bases electorales del actual presidente Donald Trump y, como veremos, puente con Israel en varios países iberoamericanos.
En la cosmovisión de la derecha evangelista estadounidense, habría paralelismos entre la historia del pueblo judío, un pueblo escogido que logró finalmente retornar a la Tierra Prometida para crear el Estado de Israel, y la historia de los puritanos que fundaron las colonias de Nueva Inglaterra. En su versión más extrema, algunos de estos grupos evangelistas anticipan que en el contexto de alguna futura guerra árabe-israelí tenga lugar la batalla de Armagedón que según el Apocalipsis antecederá al retorno de Jesucristo. La colina de Megido, que es lo que significa Armagedón, está ubicada a 95 kilómetros de Jerusalén.
En Estados Unidos las simpatías por Israel están fuertemente correlacionadas con la intención de voto. Dos de cada tres votantes del Partido Republicano tienen una visión favorable del gobierno israelí. Mientras que dos de cada tres votantes del Partido Demócrata tienen una visión desfavorable del gobierno israelí [Pew Research Center, 2019].
Mientras en el imaginario colectivo se mantiene la imagen del lobby judío estadounidense como un actor relevante en política internacional, existe una creciente desafección de la población judía estadounidense hacia el Estado de Israel. Especialmente entre aquellas personas judías que se identifican como no religiosas y las que se adscriben a la corriente reformista del judaísmo, no reconocida en Israel, dos grupos que suman ya aproximadamente la mitad del total de la población judía estadounidense.
Por su parte, en la población en general entre los jóvenes, las personas no religiosas, las personas que se identifican como progresistas y la población musulmana de Estados Unidos se constata una visión negativa hacia el Estado de Israel [Stratfor, 2019]. Esto plantea interrogantes sobre la relación privilegiada que han mantenido ambos países y es, sin duda, visto con preocupación en Jerusalén.
La actual relación privilegiada con la Casa Blanca ha tenido un efecto añadido para Israel. Siguiendo la estela del gobierno Trump, Guatemala y Honduras abrieron delegación diplomática en Jerusalén. En septiembre de 2017, Benjamín Netanyahu se convirtió en el primer ministro de Israel en hacer una gira por el continente, visitando Argentina, Paraguay, Colombia y México en lo que calificó como “una nueva era de relaciones entre Israel y América Latina” [Hoyle, 2019]. Tras Guatemala y Honduras, sería Brasil la que anunció un cambio de sede diplomática. En diciembre de 2019 el propio hijo de presidente Bolsonaro inaguró una oficina comercial brasileña en Jerusalén.
Rusia, el actor comodín en la región
Israel debe su existencia al voto favorable del bloque comunista en la asamblea de Naciones Unidas que decidió en 1948 la partición de los antiguos territorios del Imperio Otomano bajo mandato británico. De hecho, sería la Checoslovaquia comunista el primer país que vendería abiertamente armamento al recién nacido Estado de Israel. Irónicamente entre el armamento vendido, se incluirían diseños alemanes de la Alemania nazi, como los fusiles CZ P-18 (Mauser Kar 98K) o el caza Avia S-199 (un derivado del Messerschmitt Bf 109G-6).
Esa relación especial con el bloque comunista se rompería según los países árabes de la zona fueron escenario del socialismo panárabe y los gobiernos de países como Argelia, Egipto o Siria buscaron en Moscú un aliado frente al Israel alineado con Estados Unidos. Para la Unión Soviética se abrirían entonces importantes mercados de armamento y de infraestructuras como la presa de Asuán en Egipto [Pérez, 216:140-143].
Las relaciones entre Israel y Rusia entraron en una nueva etapa tras la guerra rusa con Georgia en 2008. En aquel entonces resultaron evidente las carencias tecnológicas de las fuerzas armadas rusas y, tras la guerra, la incapacidad de la industria de defensa rusa de hacer frente a ellas llevó a Moscú a buscar proveedores en países europeos como Francia e Italia. Esa búsqueda llevó también a contactar con Israel para obtener tecnología avanzada de drones. Sin embargo, Israel rechazaría la petición rusa de venta de sus drones más avanzados. En cambio, Israel ofrecería vender los IAI Searcher, un modelo anticuado y una generación por detrás de los que Israel tenía en servicio pero a la par de los que China ofrecía a Rusia en aquel momento. Desde el punto de vista israelí, la necesidad rusa de mantenimiento y formación para operar los sistemas permitiría tener a Israel influencia en Moscú. Y fue una palanca diplomática con la que frenar la entrega de los sistemas de defensa antiaéreos rusos S-300 a Irán [Katz y Bohbot, 2017: 238-245]. Los IAI Searcher serían finalmente montados por la Ural Civil Aviation Plant (UZGA) en Rusia desde el año 2011 bajo la denominación “Forpost” [Ripley, 2020].
La intervención militar rusa en Siria, lanzada el 30 de septiembre de 2015, supuso un retorno de Moscú al escenario de Oriente Medio como actor relevante. Y a pesar de los repetidos anuncios de una retirada definitiva, la presencia rusa en Siria ha convertido en actor imprescindible para la superviviencia del régimeno de Assad, haciendo además de contrapeso a las ambiciones iraníes y frenando el intervencionismo turco. Rusia ha llevado a cabo desde entonces un delicado juego de equilibrios, en el que siendo formalmente aliado militar de Irán y Hezbolá, ha dejado a Israel perseguir su objetivo de frenar las transferencias iraníes al grupo libanés. Aunque en Israel se perciba que su margen de actuación es menor debido a la presencia rusa y supone un factor de riesgo de cara al futuro (Magen, 2016:69). Existen canales de comunicación con Moscú para informar de las próximas operaciones israelíes contra Hezbolá e Irán en suelo sirio. No obstante, esta comunicación no ha impedido sucesos como el derribo de un Il-20M ruso de inteligencia electrónica por una confusión de las defensas antiaéreas sirias tras un ataque israelí en la provincia siria de Latakia en septiembre de 2018 [Cenciotti, 2018; Suchkov, 2018].
Al igual que en el caso estadounidense, las relaciones bilaterales de Israel con Rusia se han visto beneficiadas de una especial sintonía personal entre el primer ministro israelí y el presidente ruso. El presidente Vladimir Putin es el líder mundial con el que Benjamín Netanyahu más se ha reunido en su última década como primer ministro. Poco después de llegar al cargo, en febrero de 2010, se anunció el levantamiento de un monumento en la localidad costera de Netanya al papel del ejército soviético en la Segunda Guerra Mundial. En 2017 una ley decretó en Israel el 9 de mayo como día de celebración de la victoria en Europa. Estos gestos simbólicos han incluido además aceptar el revisionismo ruso respecto al papel de la Unión Soviética en el estallido de la Segunda Guerra Mundial, borrando el Pacto Ribbentrop-Mólotov y convirtiendo a Polonia de víctima en culpable [Barel, 2020].
El nuevo entorno regional
Desde 2002 existe sobre la mesa la llamada «Iniciativa de Paz Árabe”. Los miembros de la Liga Árabe ofrecen el reconocimiento diplomático a Israel a cambio de su retirada a la línea de armisticio de 1949, las erróneamente llamadas “fronteras de 1967”, para permitir que nazca un estado palestino con capital en Jerusalén este. Después de grandes compromisos históricos, desde los Acuerdos de Camp David de 1979 a los Acuerdos de Oslo de 1996, la percepción generalizada es que el proceso de paz no avanza. Pero mientras ninguno de los miembros del Consejo de Cooperación del Golfo tiene relaciones diplomáticas abiertas y formales con Israel, hay un creciente movimiento subterráno mucho más perceptible desde la firma en 2015 del acuerdo nuclear del gobierno de Barack Obama con Irán. Además en algunas capitales de la región se señala al apoyo iraní a los grupos radicales palestinos como un elemento de desestabilización.
El acuerdo nuclear contó con el rechazo tanto de Israel como de las petromonarquías del Consejo de Cooperación del Golfo. Se extendió en Oriente Medio la percepción de que Estados Unidos era una potencia en retirada y que los tradicionales aliados de Estados Unidos entre los países de la zona debían ahora resolver sus propios asuntos, entre los que estaba la amenaza compartida de Irán. Así, el príncipe heredero de Arabia Saudita, Mohamed bin Salmán, denominó al líder supremo iraní Ali Jamenei “un nuevo Hitler” mientras que Benjamín Netanyahu comparó el acuerdo nuclear con el Acuerdo de Múnich por el que Francia y Reino Unido cedieron en 1938 a las aspiraciones alemanas sobre la región de los Sudetes pensado que aplacarían así las ambiciones de Hitler.
El 13 y 14 de febrero 2019 tuvo lugar en Varsovia una cumbre sobre Oriente Medio con los gobiernos de Polonia y Estados Unidos como anfitriones. Las declaraciones de ministros y personalidades claves de las petromonarquías árabes fueron filtradas por la oficina del primer ministro israelí, en lo que debía ser un evento a puerta cerrada. El vídeo publicado permitía ver al ministro de Asuntos Exteriores de Emiratos Árabes Unidos, el jeque Abdulá bin Zayed Al Nahyan, afirmar que estaba justificado que Israel atacara objetivos iraníes en Siria. También se pudo ver al primer ministro de Baréin, Jalid bin Ahmed Al Jalifa, decir que el proceso de paz entre palestinos e israelíes podría ir mucho mejor si no fuera por la intromisión iraní [Ahren, 2019].
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