Nos adentramos en una región en la que, en la actualidad, a las habituales luchas de poder e intentos de hacerse con la hegemonía y a la lucha por la supervivencia de otros, se suman la guerra y la “plaga” en forma de Covid-19. En una zona altamente volátil e, incluso, explosiva, este cóctel añade más presión, si cabe. Hasta el punto de que cualquier movimiento, por nimio que sea, puede provocar una reacción de consecuencias que se nos escapan a día de hoy.
“Las plagas, en efecto, son una cosa común, pero es difícil creer en las plagas cuando las ve uno caer sobre su cabeza. Ha habido en el mundo tantas pestes como guerras y, sin embargo, pestes y guerras cogen a las gentes siempre desprevenidas (…) Cuando estalla una guerra las gentes se dicen: «Esto no puede durar, es demasiado estúpido«. Y sin duda una guerra es evidentemente demasiado estúpida, pero eso no impide que dure”
La Peste, Albert Camus
Las previsiones del Fondo Monetario Internacional recientemente publicadas no son alentadoras, precisamente, sobre lo que se avecina en el ámbito global. Con los datos en la mano, el FMI prevé “altas vulnerabilidades, especialmente para aquellos países que ya parten con un alto desempleo y bajo crecimiento económico” en la zona. El organismo vaticina una contracción económica del 3,3% (superior a la media mundial) por la convergencia del coronavirus con el drástico descenso de los precios del crudo. Y, además, las acciones que tendrán que llevar a cabo supondrá un incremento de los déficits públicos de los estados[1].
Así las cosas, aún es pronto para poder saber cómo se van a desarrollar los acontecimientos en esta convulsa región. Lo que sí podemos, y pretendemos saber, es cuál es el punto de partida de cada estado para hacer frente al futuro a corto y medio plazo. Cuál es su situación, tanto en el ámbito de la política regional como en cuanto a su fortaleza económica y su estabilidad social. Todo ello nos puede dar algunas pistas sobre su desempeño a partir de ahora. Eso, y solamente eso, busca este documento. Dar un repaso general y aportar algunos datos claves, país por país.
Siguiendo con lo que escribió en su día Albert Camus: “una vez cerradas las puertas, se dieron cuenta de que estaban, y el narrador también, cogidos en la misma red y que había que arreglárselas”. Pues eso, todos en la misma red, veamos con qué herramientas cuenta cada uno para arreglárselas.
Arabia saudí
Estamos ya en primavera y este 2020 no está siendo, hasta el momento, lo que el todopoderoso príncipe heredero de Arabia Saudí, Mohamed bin Salman (MBS), esperaba para el presente año. La cruda realidad se impone para dificultar, y bastante por lo que se ve hasta el momento, sus ambiciosos planes de reforma y modernización del país.
MBS ve un país moderno, poderoso y líder en tecnología. Quiere reemplazar su dependencia del petróleo, convirtiendo al país en un referente en sectores como el turismo, la minería o el hardware y el software militar[2]. Ostentando la presidencia de turno del G20, MBS planeaba lanzar, de una vez, ya que hasta ahora no lo había conseguido, a su país como toda una potencia económica y no solo petrolífera, capaz de mirar de tú a tú a Turquía e Irán, dos clásicos pesos pesados en la región. Se acepta de forma generalizada que la inestabilidad, la incertidumbre, la violencia y la guerra, o la posibilidad de ella, no benefician, precisamente, a la hora de hacer negocios, ni atraen la inversión internacional.
Con esto en mente, MBS se encuentra, a día de hoy, inmerso en una lucha por la hegemonía regional con Irán, en una guerra más o menos infructuosa en Yemen, con problemas en torno al precio del petróleo, en plena maniobra interna para acallar la oposición a su liderazgo entre la familia real saudí y, para colmo, en plena pandemia de Covid-19, con la economía global según la directora del Fondo Monetario Internacional, Kristalina Georgieva, con “la mayor recesión desde la Gran Depresión de 1929[3]” en ciernes y que, sin lugar a dudas, repercutirá en sus sueños de futuro.
Así las cosas, con respecto a Irán, Riad ha intentado un tímido acercamiento para rebajar la tensión y evitar una posible escalada bélica. Ha sido, quizá, demasiado tímido y ha quedado en poco o, más bien, en nada.
Otro problema es el conflicto en Yemen, que supone el desvío de recursos y cuyos resultados también se acercan al cero absoluto. Además, ha habido enfrentamientos entre facciones aliadas saudíes y emiratíes en Adén[4]. Arabia Saudí lleva meses intentando cerrar este fiasco, sin conseguirlo, y para evitar mayores aprietos, Riad ha pulsado el botón de “pause”, decretando una tregua de dos semanas durante la pandemia de la Covid-19, aunque podría extenderse[5].
Llegamos a la economía y el petróleo, ambos ligados íntimamente. En el mes de marzo Rusia y Arabia Saudí han estado inmersas en una guerra relacionada con la producción de petróleo que ha tumbado su precio. Un choque que tiene, por lo menos, dos vertientes. Una geoestratégica de lucha de poder y otra puramente económica.
Un enfrentamiento en el que también se ha involucrado Estados Unidos que, junto a Rusia, intentaban que fueran los “demás” los que redujeran su producción en mayor grado que ellos para arañar, así, una mayor cuota de un mercado ya en caída libre. Pero los saudíes no entraron al juego y lanzaron un órdago que recogió Rusia doblando la apuesta: “si tú no solo no reduces tu producción, sino que la aumentas, yo haré lo propio”. Al final, Estados Unidos ha mediado en el conflicto abogando por reducir de forma proporcional y justa la producción de los actores en liza[6], aunque Washington se haya quedado fuera del acuerdo.
Desde el punto de vista geoestratégico se puede sacar una lectura de este asunto: las limitaciones del diseño regional de Moscú en Oriente Medio y del acercamiento en sus relaciones con Arabia Saudí. Y, aún, hay otra lectura. Esto es, la gran vencedora de todo este asunto es China que, con su economía ya en marcha tras la crisis de la Covid-19, se ha encontrado con un gran stock de crudo y, además, casi a precio de saldo. China es, en la actualidad, el principal destino de las exportaciones petrolíferas saudíes[7].
Pero si la perspectiva geoestratégica nos deja sin ganadores claros, salvo China, la económica es bastante más sombría, porque por mucha cuota de producción que se reduzca desde la OPEP+, que ha sido histórica (9.7 millones de barriles/día), la demanda está cayendo más, debido a la recesión mundial por la pandemia del coronavirus. Y eso no es bueno para los precios del crudo:
Con su dependencia del petróleo, si persiste la tendencia a la baja de su precio, o no termina de despuntar[8], las repercusiones en el reino se prevén de calado. Riad necesita que se pague el barril a un precio bastante mayor que los actuales -en torno a 30 dólares, arriba o abajo-, para tener un presupuesto saneado[9]. Si a eso unimos el desvío de recursos estatales para hacer frente al brote interno de Covid-19, la situación se complica cada vez más.
Pero la economía saudí ya tenía sus propios problemas antes de la actual crisis, con una masa empresarial y funcionarial acostumbrada a décadas de subvenciones y corruptelas gracias a las ingentes ganancias por la venta de sus casi inacabables reservas de petróleo. A esto se añade el anuncio de la privatizada compañía nacional de petróleo, Aramco, a mediados de marzo, de que sus beneficios habían descendido un 20% en 2019.
No obstante, Riad tiene a su favor para afrontar los malos tiempos 502.000 millones de dólares en reserva, de los que podría echar mano en caso de necesidad[10], aparte de la venta de crudo a China, para rellenar sus arcas públicas. De todos modos, como señala Karen Young (Resident Scholar del American Enterprise Institute), a diferencia de ocasiones anteriores, esta vez, va a haber que recurrir a las reservas en mayor volumen que antes:
Ante este panorama, se dibujan de forma bastante clara en el horizonte posibles necesarios recortes en el presupuesto nacional, el de seguridad y en la financiación de las aspiraciones del príncipe heredero MBS. Pero, como dirían los chinos, crisis también es oportunidad y Riad no parece dispuesta a desaprovecharla: ha invertido en torno a 1.000 millones de dólares en hacerse con una participación minoritaria de cuatro de las grandes petroleras europeas (Shell, Equinor, Total y Eni). La cotización de todas ha ellas ha bajado de forma abrupta por la crisis del Covid-19 y la caída de los precios del petróleo[11].
Emiratos Árabes Unidos
Como opinan algunos expertos estadounidenses, el líder árabe más poderoso hoy en día no es el saudí Mohamed bin Salman (MBS) sino otro príncipe heredero, y mentor del primero, Mohamed bin Zayed (MBZ), de Emiratos Árabes Unidos[12]. De hecho, algunos, incluso, llegan a afirmar que, por su forma de comportarse, de actuar y sus ambiciones, el saudí intenta emular a su homólogo emiratí[13].
Y tiene su razón de ser. Como en el caso saudí, MBZ no es el gobernante nominal. Lo es su hermano Jalifa pero, su deteriorado estado de salud, tras sufrir un infarto cerebral en 2014, ha convertido a Mohamed bin Zayed en el líder de facto. Bajo su liderazgo, en los últimos tiempos, este conjunto de diminutos emiratos de la península arábiga (el mayor, en el que rigen los bin Zayed es Abu Dhabi, después Dubai, Ajmán, Fujaira, Ras el Jaima, Sarja y Um el Kaiwain) ha logrado proyectar una influencia regional muy superior a la que le correspondería por su escaso tamaño y población.
El ex-secretario de Defensa estadounidense, James Mattis, llamaba a Emiratos Árabes Unidos la “Pequeña Esparta”, no solo por su voluntad de luchar sino, también, porque los consideraba grandes guerreros. Con una sólida base económico-financiera, proveniente de los ingresos por el petróleo, los emiratíes han levantado un ejército capaz de defender sus intereses bastante más allá de su pequeño territorio.
Pero no sólo sus Fuerzas Armadas, los Emiratos Árabes Unidos han puesto en práctica un enfoque múltiple en lo que a política exterior en la región se refiere al combinar la presión militar, financiera y diplomática para obtener acceso físico a lugares con interés estratégico para ellos[14]. Tras gastar ingentes cantidades de dinero en material militar en Estados Unidos, los emiratíes han colaborado con los estadounidenses en su lucha contra el Daesh y en Afganistán. Han participado, junto a los saudíes, en la guerra en Yemen y, además, con sus aliados egipcios apoyan a la facción de Jalifa Haftar en Libia[15].
Destaca, asimismo, su presencia en el Mar Rojo y en el Cuerno de África. En Somalia, mientras turcos y cataríes apoyan al gobierno de Mogadiscio, emiratíes y saudíes se encuentran en el bando opuesto. En Somaliland, Emiratos ha firmado un acuerdo de establecimiento de bases aéreas y navales durante 25 años. También disponen de otra base en Puntlandia[16] y han firmado un acuerdo de uso del puerto eritreo de Assab.
En Sudán, han sido relevantes en el cambio de gobierno y en el periodo de transición, con una importante inyección de capital, junto a Riad, en el país africano. En el ámbito diplomático, como el resto de países de la región, la entrada de Rusia en escena ha supuesto la necesidad de entenderse con Moscú. El pragmatismo se impone y, sin renunciar a su alianza con Estados Unidos, la política errática de Washington ha hecho necesaria algún tipo de entente cordiale con Rusia.
Con respecto a su archienemigo, Irán, Emiratos Árabes Unidos ha hecho gala del mismo pragmatismo del que hablábamos en el párrafo anterior y ha ido más allá que Arabia Saudí en su acercamiento a Teherán, con la búsqueda de acuerdos para rebajar la tensión y evitar ser arrastrados a una posible guerra[17]. Como decíamos más arriba, la inestabilidad, la violencia, los conflictos, o la posibilidad de ellos, no favorecen la imagen de centro financiero internacional que despliega Abu Dhabi. Pero la disputa por varias islas del Golfo Pérsico sigue sin solucionarse.
El reciente acercamiento, y apoyo financiero al régimen sirio de Bashar al-Assad tiene, sin embargo, otra vertiente. Al parecer, Emiratos habría financiado a al-Assad para relanzar su ofensiva en el bastión rebelde de Idlib, en un intento por distraer y obligar a Turquía a desviar recursos militares de su apoyo al GNA de al-Sarraj en Libia, de nuevo, hacia Siria. EAU apoya al oponente de Sarraj, el mariscal Haftar. En principio, la furia desatada en Moscú por este movimiento, ya que había firmado junto a Turquía un alto el fuego en Siria, habría metido en apuros a MBZ[18].
Sobre el conflicto en Yemen, en los últimos meses ha habido diferencias con su aliado saudí y enfrentamientos entre facciones yemeníes apoyadas por uno y otro. Situación que parece haber derivado en una retirada estratégica de EAU de un conflicto[19] que, a todas luces, en la actualidad parece imposible de ganar.
La colaboración de Emiratos Árabes Unidos y China se enmarca en la iniciativa de la nueva Ruta de la Seda, auspiciada por Pekín. Para ello, Abu Dhabi ha recibido inversiones del gobierno chino y han firmado acuerdos económicos[20].
En torno a la cuestión económica y el precio del petróleo, lo mencionado con respecto a Arabia saudí se aplica también a Emiratos Árabes Unidos. La diversificación de la economía y el erigirse en un gran centro de negocios y financiero internacional siguen siendo las prioridades de EAU. Sin embargo, hoy, mantienen una fuerte dependencia de los ingresos del petróleo y, con la presente tendencia a la baja del precio del crudo, se ve una más que probable contracción de la economía emiratí en los próximos meses. Esto obligará a recurrir a las inmensas reservas (calculadas en 830.000 millones de dólares) para ayudar a reflotar a los sectores más vulnerables y afectados por la crisis del coronavirus[21], mientras esperan salir lo más indemnes que les sea posible del temporal.
Egipto
El gran aliado de Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos contra otro de los grandes pesos pesados de la región, Turquía, o, más bien, contra el islamismo político vinculado a los Hermanos Musulmanes (lo cual incluye también a Catar), es Egipto. Su actual gobernante, el general Abdel Fatah al-Sisi tiene poderosas razones para que así sea, incluso, casi personales.
Los Hermanos Musulmanes egipcios fueron claves en el derrocamiento de Hosni Mubarak, en el marco de la Primavera Árabe. Ahora, años después, no está dispuesto a que le pase a él lo mismo. Para ello, aplasta a la oposición interna con mano de hierro y, en el exterior, se encuentra en el lado opuesto a turcos y cataríes, de la misma rama ideológica y sustento de Mohamed Morsi en su momento. EAU apoyó el levantamiento de los militares contra Morsi y, desde entonces, ha inyectado en el país más de 20.000 millones de dólares en préstamos, garantías e inversiones[22].
En Egipto, genera muchas suspicacias la penetración turca en África. Y cuanto más al norte del continente, y más cerca de territorio egipcio, más suspicacias. De ahí, por ejemplo, la alianza con Emiratos Árabes Unidos en apoyo al LNA del mariscal Haftar en contra del GNA de al-Sarraj en Libia, que tiene frontera terrestre con Egipto.
Pero aún hay más. Egipto es una de las piezas en el complicado tablero de ajedrez de la geopolítica de las bolsas de gas descubiertas en el Mediterráneo Oriental. El Cairo busca convertirse en un hub energético regional y ha establecido una alianza con Israel. A principios de este año, Tel Aviv ha empezado a exportar gas natural a Egipto en un acuerdo calificado como “histórico”. El gas israelí es para el consumo interno, pero también, para exportarlo a otros lugares (léase Europa) a través de las infraestructuras de gas licuado egipcias[23].
Estos planes han chocado de plano con los intereses de Turquía que aspira a ser imprescindible en el corredor energético hacia el continente europeo y que, para asegurarse que se cuente con ella, ha sellado un pacto con Libia para el control de las aguas territoriales y la plataforma económica marítima[24], complicándole, así, bastante la existencia y el diseño exportador, no solo a Egipto e Israel, sino también a Grecia y Chipre.
Así estaban las cosas cuando llega la crisis de la Covid-19. En materia interna, Egipto es la mayor economía árabe no dependiente del petróleo y su población se estima que alcance los 125 millones en 2030, un gran mercado y un enorme potencial de crecimiento[25]. Sin embargo, a día de hoy, la pandemia ha echado al traste con una de sus industrias relevantes: el turismo. Según fuentes gubernamentales, las medidas tomadas para atajar el virus podrían llegar a suponer 1.000 millones de dólares en pérdidas al mes[26].
Tampoco se sabe a ciencia cierta hasta qué punto afecta a la población egipcia el coronavirus (ha salido a la luz que, al menos, dos generales han fallecido). Pero con un sistema sanitario endeble, como poco, serían de esperar futuros problemas. La duración y alcance de los mismos (la sanidad precaria y una economía que no despega y necesita ayuda externa) puede terminar por alterar el orden social y generar dificultades a al-Sisi[27], lo que podría traducirse en una mayor represión interna.
Con respecto al futuro, también hay que señalar el problema que enfrenta a Egipto con Etiopía por la Presa del Renacimiento. Construida en lo que antaño se llamaron las “fuentes del Nilo” o el Nilo Azul, se trata de algo demasiado importante para Egipto como para que el volumen de las aguas de su río principal se decida fuera de su territorio. Máxime cuando nos acercamos a un horizonte de falta de agua en la zona[28].
Israel
Si la cuestión energética acerca Israel a Egipto y lo aleja de Turquía, la que el Estado hebreo percibe como su mayor amenaza externa, Irán, coloca a los israelíes en el mismo lado que Arabia Saudí.
En materia externa, Israel comenzaba este año 2020 en alerta ante la escalada de la tensión entre Estados Unidos e Irán por la muerte, a manos de los estadounidenses, del general Qasem Soleimani, jefe de la Fuerza Quds y considerado el arquitecto de la influencia regional de Teherán en Oriente Medio.
No obstante, Tel Aviv ha mantenido su “conflicto de baja intensidad” con Irán en territorio sirio, con ataques contra diversos intereses de la república islámica en su país vecino del norte y contra su aliado Hezbolá en Líbano. Milicias, efectivos, material… al servicio de los intereses iraníes demasiado cerca de su frontera y una proyección de su influencia a través del “creciente chií” que llega hasta el Mediterráneo.
Como decimos, un número relevante de efectivos, de aliados, de misiles, demasiado cerca para Israel. A ello se une que Tel Aviv empieza a percatarse de que lleva ya también demasiado tiempo inmerso en un conflicto de baja intensidad con los iraníes. Un enfrentamiento que, en cualquier momento, puede subir de intensidad e, incluso, acabar en una conflagración bélica de gran envergadura.
Ante esta tesitura, a principios de año, el jefe del Estado Mayor de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), el teniente general Aviv Kochavi, presentaba un ambicioso plan de reforma y modernización de las FDI. Se trata del Plan Momentum[29], implantado ya y cuya duración está prevista hasta 2024. Un texto en el que Irán, sus misiles y los de sus milicias aliadas suponen una de las grandes preocupaciones:
Pero este plan requiere un presupuesto expansivo. Algo que ha sufrido varios retrasos, sobre todo, por los tres procesos electorales en los que ha estado inmerso el país en los últimos meses. Y, si hasta ahora había dudas en torno a hasta dónde iba a ser capaz el teniente general Kochavi de financiar su plan, la crisis del Covid-19 casi despeja todas esas dudas.
Israel está entre los países de la región duramente golpeados por el coronavirus o que, al menos, así lo reconoce. Desde el punto de vista del desvío de recursos, esto ha supuesto, aparte de capital, que las FDI han destinado sus efectivos a otro tipo de acciones. Por ejemplo:
Si a todo ello unimos la pérdida de recursos de sectores económicos como el turismo, es más que probable que la economía israelí se contraiga este 2020 algo más del 2%, antes de que, posiblemente, empiece a recuperarse el año que viene[30]. La inestabilidad política interna, consecuencia de la sucesiva incapacidad para formar un gobierno fuerte -que al fin parece superada- y de que el primer ministro, hasta el momento, Benjamín Netanyahu haya sido acusado formalmente de corrupción, tampoco ayuda.
A esto es conveniente añadir los problemas para atajar el coronavirus en los territorios palestinos de Cisjordania y Gaza[31]. Es muy probable que necesiten ayuda externa, Israel incluido, para evitar lo que podría terminar en una catástrofe humanitaria, dada su precaria situación, la escasez de recursos y el hacinamiento en algunas áreas[32]. Tampoco es descabellado pensar que la vecina Jordania pueda necesitar apoyo externo de Israel para intentar evitar una mayor expansión de la pandemia.
Turquía
Salta a la vista el cambio radical experimentado por Turquía desde la llegada al poder del islamismo político del AKP, de la mano de su líder Recep Tayyip Erdogan. Tras años de infructuosos, y sucesivos, intentos por entrar a formar parte de la Unión Europea, Ankara da un giro de 180 grados y empieza a mirar hacia Oriente Medio. Recupera su legado otomano, en lo que se ha denominado neootomanismo.
Comienza, poco a poco, a invertir en la economía, para luego centralizarla, convirtiéndola en un sistema clientelar, y, al mismo tiempo, hace lo propio con el poder político, cada vez más centralizado y en menos manos. Hasta llegar a las de Erdogan, presidente del país. Su poder es tal que algunos le han llegado a calificar como “el sultán de Estambul”[33], con un cierto tono “kemalista”, en referencia a Ataturk. Su mezcla, a la que ha ido agregando ingredientes en determinadas proporciones según el momento, se ha mostrado bastante exitosa y le ha permitido ir ganando una elección tras otra durante años. Su cóctel: del laicismo anterior, al islamismo moderado actual; del papel central de las Fuerzas Armadas, al actual, bastante menor; un nacionalismo exacerbado; un mensaje populista que dibuja a Erdogan como “la voz de los pobres y los oprimidos”[34]; y todo regado con el viejo autoritarismo de toda la vida, nada nuevo, ni en Turquía ni en la región. Ahora, eso sí, muy efectivo.
Eso de cara al interior, hacia el exterior, basándose en su fortaleza interna, política y económica, Turquía ha proyectado su peso, poder e influencia hacia Oriente Medio y más allá. Para hacerlo, se ha alejado de un errático Estados Unidos, para acercarse a otro actor internacional, esencial, para todo el que pretenda hacer algo en la zona en los últimos tiempos: Rusia. Quizá sea Turquía el país de la región que más se haya involucrado, y más a las claras, con Moscú. Resulta obvio que las relaciones no son precisamente fáciles, pero tampoco le ha quedado más remedio, debido a la presencia de la potencia internacional, sobre todo, en Siria. Y, por supuesto, debido también a ese otro asunto tan relevante: la cuestión energética.
Siria es esencial para el discurso en torno al PKK (Partido de los Trabajadores del Kurdistán) de Ankara, que no puede permitir ningún empoderamiento de los kurdos en su larga frontera sur, por lo que pueda significar como posible ejemplo en cuanto a la reclamación de derechos para su propia población kurda y a un posible rebrote de la violencia.
La intervención militar turca en Siria le ha causado a Ankara fricciones con Rusia, pero no le ha puesto en rumbo de colisión con ella, ni con ningún otro país de la región, al menos, en principio. Algo que sí ha sucedido con otras acciones de Erdogan, más relacionadas con el apoyo al islamismo político en otros países. Esto unido a su decidida ayuda a Catar, tras el bloqueo por parte del Cuarteto (Arabia Saudí, Egipto, Emiratos Árabes Unidos y Bahréin), en junio de 2017, le coloca en el lado opuesto al grupo de países árabes suníes liderados por Arabia Saudí.
Y todo ello, sumado a la competición estratégica por la exploración, explotación y distribución del gas del Mediterráneo Oriental, junto a la distribución del gas y petróleo que Turquía busca que atraviese su territorio le coloca frente a Egipto y, también, Israel. Los turcos parecen dispuestos a convertirse en pieza central y dispuestos, también, a no dejar que nadie los deje de lado en un negocio tan lucrativo y con tanto futuro[35].
Su expansión y presencia en varios países africanos, entre ellos Libia, por su relación con la geopolítica del gas en el Mediterráneo Oriental, causa recelo en Egipto y Emiratos Árabes Unidos (aparte de Arabia Saudí), a los que tiene enfrente en el conflicto libio. Pero que también maniobran para contrarrestar su influencia en el continente africano. Hasta el momento, a parte del norte, sobre todo, en el entorno del Cuerno de África.
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