Cuando hablamos de Oriente Medio hablamos de conflictividad. Si bien la Guerra Fría dibujó una región de fronteras y alianzas cambiantes, las etapas posteriores a este conflicto han gestado una región de bloques y Estados renacidos en el panorama internacional con sus propias estrategias que comparten encrucijada, entre la supervivencia y la hegemonía regional. En otras palabras, Oriente Medio se constituye como un área de competición y confrontación entre potencias y estados menores.
Los países de Oriente Medio comparten una serie de características a nivel interno y externo, destacando, entre otros, el establecimiento de alianzas líquidas, los efectos que producen en el entorno regional los repentinos cambios en la política interior y la coerción que se realiza a través de los recursos vitales, especialmente energéticos.
En política interior, estos países comparten la desconfianza hacia sus líderes y una población recelosa que se enfrenta a una realidad escasa de oportunidades y repleta de incertidumbre y corrupción; lo cual aporta los ingredientes necesarios para una inestabilidad sociopolítica continuada, que se externaliza debido a la porosidad de sus fronteras y las distintas concepciones político-religiosas que están establecidas en casi toda la región.
De forma más amplia, las potencias regionales más reconocidas, Arabia Saudita e Irán, aspiran a construir bloques sólidos y antagónicos de seguridad, mientras que los países secundarios y menores desean un equilibrio entre seguridad y autonomía política. En Oriente Medio, la existencia de potencias nucleares, de dilemas de seguridad, carreras armamentísticas cruzadas y la posibilidad de un efecto dominó nuclear acelerado, debido a las intenciones manifiestas de varios países, lleva a esta región a tener las valoraciones de riesgo más altas para que se dé un conflicto armado abierto y de nefastas consecuencias.
Así, podemos apreciar distintas estrategias de política exterior alejadas de los principios de democratización y seguridad tal y como se entienden en Occidente, basando sus acciones en criterios defensivos u ofensivos según sus intereses inmediatos; aunque para ello, el uso de proxys se haya convertido en un medio atractivo y eficaz.
Otro de los elementos que sobrevuelan las aproximaciones a la región es el conflicto sectario entre sunitas y chiitas que, aunque se mediatice en dichos términos religiosos, no conforma el centro del debate ni de la pugna política de Oriente Medio. Hablamos de un conflicto instrumentalizado para amenazar la seguridad de distintos territorios, como la Provincia Oriental de Arabia Saudita, zona de extracción de petróleo y de mayoría chiita; para aupar liderazgos políticos afines y extender influencia o para establecer proxys en terceros países. En este último apunte, cabe destacar la existencia de proxys iraníes como Hamás, de carácter sunita. Lo cual resta valor explicativo al uso de esta terminología para comprender el complejo entramado de relaciones en Oriente Medio, reduciéndolo tan solo al sectarismo.
Uno de los aspectos a tener en cuenta en la región es la competencia hegemónica y lo que implicaría la existencia de un hegemón díscolo para con Occidente. En ese punto, estaríamos ante la verdadera amenaza para el orden mundial y para la supervivencia de terceros países de la región, puesto que un país hegemónico en Oriente Medio tendría la capacidad de impedir el libre acceso y tráfico de los recursos energéticos.
Dicho esto, existen distintas teorías occidentales y orientales que explican, a lo largo del siglo XX y XXI, los distintos balances regionales entre el equilibrio de poder y el advenimiento de una potencia hegemónica. La pregunta está en descubrir si esta surgirá a raíz de una potencia emergente o de una potencia tradicional de la región.
Desarrollo de bloques políticos en Oriente Medio
Aunque para encontrar las primeras referencias hegemónicas en Oriente Medio tuviésemos que retrotraernos varios siglos atrás, los sucesos acaecidos en el siglo XX sellaron una impronta suficiente para influir en las estructuras políticas y los conflictos que aún a día de hoy se mantienen en la región. Así, son el proceso de descolonización surgido tras las Segunda Guerra Mundial y la política de bloques de la Guerra Fría los dos sucesos relacionados entre sí más influyentes para Oriente Medio. El primero de ellos da lugar al conflicto árabe-israelí tras el fin del mandato británico en 1948 y el segundo, junto con una descolonización planificada, da lugar a la primera configuración de bloques y Estados satélites de Oriente Medio.
El conflicto árabe-israelí es el paraguas que recubre el resto de relaciones políticas en la región, entre los países árabes entre sí, los países no árabes y las potencias balanceadoras externas. Este conflicto posee una serie de características que invitan a continuarlo, más allá del elemento territorial. Es una lucha que legitima al adversario de Israel, antaño Siria y Egipto, mayormente, en la actualidad los nuevos adalides de la causa palestina son Turquía e Irán; dos Estados no árabes que pugnan por la hegemonía regional. Además, el conflicto árabe-israelí, si podemos seguir denominándolo así, puede ser catalogado como un conflicto de base nihilista, dado el renovado espíritu nuclear del mismo y la destrucción absoluta del Estado de Israel como finalidad del antagonista. Estas características difieren del conflicto de bloques en Oriente Medio, basado en la competición hegemónica.
Sobre este conflicto se ha escrito mucho y desde diferentes posiciones, voces que alegan la unipolaridad israelita gracias a su posición nuclear dominante y otras que defienden un escenario más estable a raíz de un balance de poder nuclear con otra potencia regional, véase Irán. Respecto a esta última posición, las potencias occidentales y el propio Israel entienden que sería el peor de los escenarios. En el plano no nuclear, las distintas guerras libradas bajo el paraguas del conflicto árabe-israelí han propiciado un entorno de países alineados con Occidente que abogan por una resolución pactada del conflicto, véanse Egipto, Jordania o Arabia Saudita. Sin embargo, en la actualidad, este conjunto de países se encuentra debilitado por sus problemas internos y han surgido potencias emergentes dispuestos a asumir el rol de beligerantes y liderar la causa palestina.
Por otro lado y sin olvidar el papel que juega Israel en Oriente Medio, la conflictividad regional no pasaba solo por los designios de Tel Aviv sino por Washington y Moscú. La descolonización pactada, los procesos revolucionarios y la configuración de bloques a través de Estados satélites fueron las pautas que marcaron la Guerra Fría en Oriente Medio. Aunque se pudo observar, con cierta frecuencia, alineamientos y desacoplamientos políticos en ambos bloques, se plasmaron sobre el terreno distintas teorías y doctrinas políticas. La primera de ellas, en los primeros compases de la Guerra Fría, es la Doctrina Truman de 1947, basada en la contención de la Unión Soviética a través de tres países aliados y utilizados como Estados-plataforma de despliegue: Turquía, Grecia e Irán. La esencia de esta doctrina se atisba en iniciativas como el Pacto de Bagdad (CENTO), que agrupaba a Turquía, Iraq, Irán y Pakistán junto a Estados Unidos y Reino Unido.
Al mismo tiempo, aunque de forma más reactiva que proactiva, la lógica de la contrapresencia y la defensa del tercermundismo y el panarabismo serían las armas ideológicas de la doctrina soviética en Oriente Medio con Egipto, Siria e Iraq como paladines. Así, entre la expansión del mercado armamentístico de ambos bloques y el suministro vital de petróleo procedente de la región, se configuraron los bloques y se sucedieron las guerras del conflicto árabe-israelí. La Guerra Fría Árabe (1952-1991), como así se denominó, enfrentaría en el plano competitivo e ideológico, a las repúblicas revolucionarias islamistas o panarabistas, en la órbita soviética, frente a las monarquías conservadoras, en la órbita occidental.
El acontecimiento más importante de este primer periodo es la caída del Egipto de Nasser en 1970, su correspondiente desacoplamiento soviético y la pérdida del liderazgo del mundo árabe que ostentaba hasta los acuerdos de Camp Davies en 1978, donde reconocía al Estado de Israel. Una aproximación más profunda atendería al vacío de poder que dejaba Egipto como potencia hegemónica, los efectos desestabilizadores que producía un desacoplamiento y la legitimidad que se perdía en la calle árabe al reconocer Israel.
Oriente Medio necesitaba un equilibrio unipolar o bipolar que tomase el relevo tras el dominio egipcio. Desde Washington se sucedieron interpretaciones de un Oriente Medio estable, donde destacamos la Política de los dos pilares (twin-pillar policy) de Nixon, donde Irán y Arabia Saudita funcionarían como dos polos opuestos capaces de generar realineamientos en el mapa político regional y contribuirían a evitar el vacío de poder. Estos dos países se constituyen como guardianes del Golfo Pérsico, además del pequeño Estado tapón de Kuwait, que desposee a Iraq de salida al mar; sellando así dos polos y un tercer Estado para la estabilidad regional en favor de Occidente. Esta política se extendería hacia Israel, Egipto y la región de Baluchistán, que incluye a Pakistán y la India, sin embargo, la revolución islámica de Irán en 1979 removió todos los planes de estabilidad regional.
En este punto cabe mencionar la Doctrina Carter, que incluye a Oriente Medio en los intereses nacionales estadounidenses, legitimando sus intervenciones para asegurar la estabilidad y el tráfico de crudo. Algunos autores entienden que el acuerdo nuclear entre Estados Unidos e Irán (JCPOA) es la forma que tuvo Barack Obama de reimplantar esta política de los dos pilares a la par que cubría la retirada de sus tropas. En la actualidad, la independencia de crudo estadounidense gracias al fracking es uno de los motivos del rechazo a esta longeva doctrina, mientras que si cambiamos el foco hacia China y consideramos que el 50% del crudo que requiere procede de esta región, podríamos aventurar conclusiones.
Finalmente, en los últimos compases de la Guerra Fría apareció el Iraq de Sadam Husein como potencia emergente, tratando de invertir el equilibrio fronterizo con Irán y anexionar la próspera provincia de Shatt al-Arab (Primera Guerra del Golfo, 1980-1988), primero, reclamando su salida al mar a través de Kuwait después (Segunda Guerra del Golfo, 1990-1991), e intentando liderar el conflicto árabe-israelí más tarde, con el lanzamiento de misiles a Israel en 1991. Este aspirante a la hegemonía acabaría reducido al caos tras la intervención internacional de 2003 pero durante este periodo se sembraron las semillas de la futura conflictividad en Oriente Medio.
Las acciones llevadas a cabo por Estados Unidos despejarían el campo de contención de Irán, eliminando al régimen de Sadam Husein y su reconversión en un modelo descentralizado llamado al ostracismo internacional, primero; y descabezando al régimen talibán de Afganistán, hostiles al control de Teherán, después. Estas acciones han propiciado, en parte, el ascenso de Irán como potencia emergente y provocado así tensiones entre los aliados de Estados Unidos en Oriente Medio.
Por otro lado, en el campo de las organizaciones internacionales, el mundo ha presenciado el nacimiento de las mismas en Oriente Medio al calor de la Guerra Fría y bajo las premisas de los países no alineados de construir una unidad internacional propia. Sin embargo, no supieron adaptarse al nuevo entorno internacional y las pugnas regionales acabaron por vislumbrar unas organizaciones dominadas, antagónicas o de nula actividad. En la actualidad, el juego de intereses, apoyos y valoración de amenazas da lugar a: organizaciones incluyentes, que reúnen a todos los países pero tratan asuntos de poca repercusión, como la Organización para la Cooperación Islámica (OCI-KAICIID); organizaciones excluyentes como la Liga Árabe, dominada por Arabia Saudita donde Irán no tiene cabida; organizaciones de seguridad con carácter defensivo, como el Consejo de Cooperación para los Estados Árabes del Golfo, dominada por Arabia Saudita para proteger la Península Arábiga de la emergencia iraní; y organizaciones de seguridad con carácter ofensivo, donde destacamos la Alianza Militar Islámica (AMI), liderada por Arabia Saudita para hacer frente a los proxys iraníes en los países de Oriente Medio, como Yemen.
Además de organizaciones regionales, la Guerra Fría Árabe repartió una serie de roles y relaciones a cada país, entre los que podemos destacar: alianzas tradicionales, como la de Egipto y Arabia Saudita; la red de países vulnerables de Oriente Medio, entre los que se encuentran Líbano, Jordania, Yemen y Kuwait; y el rol de potencias diplomáticas, personificado por Omán durante el Sultanato de Qaboos bin Said (1970-2020) y Qatar como aspirante a serlo.
Reconfiguración y advenimiento de nuevos actores
Apenas inauguramos la década de 2020 cuando en las escuelas de postgrado de Washington regresan los estudiantes al estudio y análisis de la competencia hegemónica. Esta idea se debe a la realidad internacional a la que se enfrenta Estados Unidos y que también tiene como escenario Oriente Medio.
Si bien podemos seguir usando un lenguaje propio de la Guerra Fría debido a que en la región observamos bloques, órbitas de influencia, acciones encubiertas, explotación de la incertidumbre, guerras subsidiarias y grupos o facciones patrocinadas; las acciones estadounidenses anteriormente mencionadas, las Primaveras Árabes y el surgimiento del Daesh han reconfigurado Oriente Medio. Esta transformación está caracterizada por el ascenso de potencias emergentes como Turquía e Irán, el establecimiento de alianzas líquidas o de convergencia, como la Alianza de Astaná entre Turquía, Irán y Rusia; y la competición hegemónica en el plano ideológico, donde se enfrentan modelos y cosmovisiones político-religiosas que superan la tradicional lógica del conflicto sectario.
Una de las formas de aproximarse a la realidad política de Oriente Medio es la Teoría de los tres triángulos, cuyo autor es Ahmet Davutoglu, politólogo y padre de la nueva política exterior turca desde que Tayyip Erdogan accedió al poder en 2014, aunque fuese primer ministro desde 2003. Lo importante de esta teoría es que emana del propio Oriente Medio y de un país no árabe que aspira a constituirse como potencia regional. Esta teoría divide la región en tres triángulos: el triángulo exterior, compuesto por Egipto, Turquía e Irán; el triángulo interior, que incluye a Iraq, Siria y Arabia Saudita; y el triángulo dependiente, conformado por Jordania, Líbano y Palestina.
La lógica de esta teoría reside en que la estabilidad de Oriente Medio depende de los países del triángulo exterior, donde cabe esperar un Estado díscolo o enajenado, véase el Egipto de Nasser, frente a una alianza a dos contra él, véanse Turquía e Irán bajo el Pacto de Bagdad; y que una potencia del triángulo exterior capaz de extender alianzas o influenciar a más de un Estado del triángulo interior, se convierte en amenaza potencial para el resto de países. Este juego de triángulos es importante para entender cómo se conforman alianzas de convergencia, contención y equilibrio frente a lógicas explicativas sectarias o religiosas. Un ejemplo de ello es la existencia de períodos y conflictos que reúnen en un mismo bloque a las principales potencias, como en la Primera Guerra del Golfo.
Una vez atendida esta teoría, pasamos a presentar la reconfiguración de los bloques actuales de Oriente Medio: el bloque iraní, conocido como «el eje de la resistencia», que abarca bajo el liderazgo iraní y a través de facciones políticas patrocinadas y proxys a Siria, Iraq, Líbano, Yemen y Palestina. A este bloque se le ha denominado también «el arco o media luna chií». Antagónico a este, está el bloque saudita o «eje tradicional de contención», entendido por Estados Unidos como «un régimen de relaciones e intereses» y que abarca Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Jordania, la Autoridad Palestina y, de facto, a Israel. Y el tercer bloque es el que une a los países bajo el mandato de los Hermanos Musulmanes, en la actualidad Turquía y Qatar, siendo un bloque que ha sufrido el revés de perder a Egipto, tras la caída de Mubarak en 2011. Cabe mencionar que todos los bloques utilizan la premisa de combatir el terrorismo y unificar a los pueblos de la región, que traducido resulta en una competencia hegemónica en Oriente Medio.
En este entramado de bloques, también podemos citar la Alianza de Astaná, compuesta por Turquía, Irán y Rusia, tres Estados que fueron imperios religiosos y que comparten intereses contrarios al bloque occidental, aun manteniendo diferencias entre ellos que trataremos más adelante.
Para entender este entramado de relaciones hay que enfrentarse a los efectos de la Primavera Árabe. Más allá del debate sobre sus orígenes, este fenómeno, junto con la aparición del Daesh, ha posibilitado el despliegue de las potencias emergentes en el exterior en busca de extender su influencia ante la quiebra del liderazgo omnipresente de la monarquía saudita. El Despertar Árabe permitió a Turquía promover una imagen de democracia islámica moderada y a Irán como la precursora de los levantamientos debido a su pasado y modelo de teocracia revolucionaria. Cada uno de estos Estados cuenta con su cosmovisión ideológica, desde los Hermanos Musulmanes a la instrumentalización del conflicto sectario entre sunitas y chiitas, lo cual refuerza su influencia en determinados países según su configuración social.
La instrumentalización es posible porque el conflicto sectario sobrevuela el imaginario colectivo, el modus vivendi de la población de Oriente Medio y tiene un gran poder discursivo y de movilización social. Así, Irán ha trazado el arco chiita apoyando facciones y el sentimiento de pertenencia a la comunidad chií en base al panislamismo y el antiamericanismo, mientras que Arabia Saudita, bajo el wahabismo, ha patrocinado económicamente a otros países y lugares santos. El wahabismo actúa como pegamento simbólico entre los estamentos políticos y religiosos del líder sunita y en materia exterior, le ha permitido explorar alianzas externas con países como el Marruecos alauita o el Sudán de Omar al Bashir. Sin embargo, se producen cruces de intereses, alianzas temporales y sensibilidades mutuas instrumentalizadas por Irán, como los hutíes en Yemen, que son zaidíanos, la pertenencia alauita de la familia de Basar Al-Asad o la afiliación sunita de Hamás.
En este contexto, el politólogo Nazih Ayub atiende al caos provocado por la Primavera Árabe y el Daesh, dejando a los Estados de Oriente Medio confusos entre la construcción de un Estado fuerte y un Estado feroz, que cubre a la sociedad en una asfixia ideológica, sectaria y militarista. Dicho de otro modo, en Oriente Medio podemos observar tres tipos de Estado: los Estados feroces, los Estados fallidos y los Estados vulnerables o dependientes.
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