Raciones Militares (I)

Historia y evolución de las raciones militares

Las raciones de comida militar son, seguramente, uno de los elementos que más desapercibido pasa entre los estudiosos y aficionados a los estudios militares y estratégicos. Más allá de alguna referencia puntual en medios generalistas o de los famosos unboxing de varios canales de Youtube, pocas veces se afronta este tema crucial. Mucho menos de forma rigurosa y aséptica, sin filias ni fobias. Vamos a intentar dar a conocer una faceta fundamental por su impacto en la logística, en la salud, en el rendimiento y hasta en la moral de la tropa.

Las raciones modernas de comida militar, como las archiconocidas MRE (Meals Ready-to-Eat) estadounidenses, llenas de sobres de comida preparada listas para calentar en bolsas químicas, son solo la última evolución de un concepto que se ha ido puliendo durante siglos y que, a pesar de su alto grado de desarrollo, seguirán evolucionando.

No en vano, la ingeniería alimentaria está viviendo en los últimos años una revolución sin precedentes y son varias las líneas de investigación que podrían tener un alto impacto sobre la alimentación de nuestros militares. Quizá tecnologías como la impresión de comida en 3D no lleguen a cuajar nunca, al menos en el ámbito militar, aunque no es descartable pues simplifica la elaboración y, especialmente el tranporte y la conservación.

Sin embargo, habrá otras técnicas que sí serán adoptadas; la posibilidad recurrir a fuentes de proteínas alternativas (carne artificial) irá ganando aceptación paulatinamente. También el desarrollo de alimentos funcionales completamente sintéticos permitirá crear menús «a la carta». A diferencia de los actuales, que parten de materias primas como la carne o las verduras que imponen ciertas servidumbres, será posible elegir el sabor, la textura y la composición nutricional según se desee. Esto posibilitará diseñar nuevos menús más variados e incluso palatables, pero en todos los casos con las mismas o muy parecidas propiedades, algo que hoy es un quebradero de cabeza para los encargados de su confección.

Lo dicho en esta pequeña introducción podrá parecer aberrante para algunos y hasta cierto punto, es comprensible. Por el contrario, desde el punto de vista militar la eficiencia en cuanto a costes, facilidad de transporte, durabilidad y salubridad están muy por encima de cualquier otro factor a considerar.

Como en todo momento de cambio, algunas tecnologías -en la imagen aparece una impresora de comida- llegarán a adoptarse y otras quedarán por el camino. En cualquier caso, vivimos en un momento en el que son varias las líneas de investigación que prometen una nueva revolución en lo que entendemos por raciones militares aunque, a decir verdad, algunos de estos cambios llevan décadas siendo promesas.

Un poco de historia

Efectivamente, así ha sido siempre. Cuando no podían elaborar nada mejor, los legionarios romanos recurrían al Bucellatum como una suerte de «pan galleta» durante sus largas campañas. Del mismo modo, los Tercios españoles, tenían, para su uso y «disfrute», el denostado «pan de munición», compuesto de casi cualquier cosa -a veces incluso yeso-, aunque oficialmente la base fuera de trigo y centeno.

Se trataba de alimentos baratos pero, por encima de todo, sencillos de fabricar y que aguantaban más o menos en condiciones durante largas temporadas. Quizá sus propiedades nutricionales no eran las más adecuadas, por su alto contenido en hidratos y déficit en cuanto a proteínas, grasas y micronutrientes, pero aportaban calorías y llenaban el estómago de sus sufridos consumidores.

La alimentación de los soldados romanos podía ser, gracias al impresionante aparato logístico que los respaldaba, bastante variada. Con todo, cuando era necesario recurrían al bucellatum (no confundir con el pastel siciliano del mismo nombre), una suerte de galletas saladas que eran muy socorridas.

Por supuesto, en estas y en otras épocas también han abundado otros productos como las carnes y los pescados en salazón. Sin ir más lejos, durante la invasión de España los soldados napoleónicos tenía la obligación de llevar en su mochila individual carne para dos días (alrededor de 450 gramos). No hace tanto tiempo, apenas cuatro décadas, se seguían utilizando latas de sardinas en conserva de un kilo para cada binomio en el Ejército Español.

Los arenques y sardinas o las carnes en salazón son alimentos ricos en proteínas y grasas y, dependiendo de la calidad, hasta saludables, pero con un problema importante: se necesita abundante agua a mano para paliar los efectos de tamaña cantidad de sal y proteína. Este es un escollo que ahora se puede solucionar con relativa facilidad, gracias a los aljibes o al recurso a las pastillas potabilizadoras, pero que durante siglos ha constituido un problema importante. Lo mismo que su precio, muy superior al de los humildes cereales tanto por la materia prima como por la sal.

Sin embargo, lo más habitual hasta fecha muy reciente ha sido una combinación de «despensa móvil» y forrajeo. Las reses avanzaban a retaguardia del propio ejército, cuando no se utilizaban los propios caballos y mulas como alimento, si por lo que fuera fallecían. En esto el mejor ejemplo lo constituyen los hunos y los mongoles, que calentaban la comida -simple carne de caballo las más de las veces- entre su cuerpo y la silla de montar.

Han sido muy pocos los ejércitos que, como el romano, a estas prácticas han logrado sumar un verdadero desarrollo logístico, con unidades de intendencia, una red de depósitos y almacenes situados a distancia regular en las principales rutas y oficiales encargados de contratar, con antelación, la compra de pertrechos y vituallas con los agricultores, comerciantes y ganaderos locales. Además, esto era muy útil mientras las tropas se movían por territorio amigo, pero una vez salían de él y se convertían en tropas expedicionarias, cuando las líneas logísticas se tensaban al máximo, debían volver a confiar en las tropas forrajeadoras (muchas veces niños que no tenían edad para sentar plaza ni como tambor).

Además de los pescados y carnes en salazón los ahumados y las carnes deshidratadas, como la cecina, han sido muy recurrentes a lo largo de la historia. De hecho, pueden considerarse el antepasado de la comida liofilizada, aunque este proceso industrial es bastante más complejo.

La Edad Media europea fue escandalosa en este sentido. Los ejércitos eran pequeños y además solían alistarse de forma estacional en parte porque todos esos brazos debían volver al campo para la siembra o la recolecta y, en parte, porque eran imposibles de alimentar en campañas largas. Las batallas campales en las que participaban miles de hombres fueron excepcionales, de ahí su importancia histórica. Solo hay que repasar lo ocurrido en las semanas anteriores a las Navas de Tolosa (1212) o lo acaecido en los Cuernos de Hattin (1187) para darse cuenta de que las capacidades en cuanto a abastecimiento siempre fueron bastante precarias.

Lo mismo le ocurría a nuestros Tercios. Si lograron dominar el continente europeo durante siglo y medio, no fue por la capacidad de la Corona para mantener bien abrigados y nutridos a sus soldados, sino por la de estos a la hora de aguantar el frío y el hambre. Los vivanderos y furrieles se encargaban de dar la parte estipulada a cada «camarada» de ocho hombres para que ellos se las arreglasen, o al menos eso ocurría sobre el papel. La escasez era la norma y la picaresca estaba a la orden del día, algo que, por cierto, se ve a la perfección en la película «Alatriste» cuando Íñigo Balboa consigue apenas algo que llevarse a la boca para Copons, el Portugués y compañía.

En la guerra de los Bóeres los soldados británicos recibían esta «Iron ration» que contenía 4 onzas de carne concentrada de vacuno y 5 onzas de pasta de cacao. La ración, según figura en la etiqueta, estaba calculada para proporcionar la energía necesaria para mantener a un soldado durante 36 horas y solo podía utilizarse previa autorización del oficial al mando.

En cualquier caso, no toda la culpa ha sido de las respectivas administraciones, ni mucho menos; la evolución de la alimentación militar ha seguido una línea paralela a la de los avances en cuanto a conservación. Así las cosas, no sería hasta la Primera Revolución Industrial que se puede empezar a hablar de verdadera estandarización en la alimentación militar y, por consiguiente, de algo que podemos empezar a identificar como raciones, aunque en un sentido todavía muy embrionario.

La acumulación de inventos y el desarrollo de nuevos tipos de alimentos procesados; desde la lata de conservas -primero un humilde bote de vidrio (Appert, 1795)- a la margarina (Mège-Mouriés, 1872), contribuyó a ello. Era la única forma lógica de alimentar a los soldados de los ejércitos de masas propios de las Guerras Napoleónicas y que serían comunes hasta más allá de la Segunda Guerra Mundial.

Los soldados británicos, como los estadounidenses, recibieron diferentes tipos de raciones durante la Primera Guerra Mundial. En el caso estadounidense se empleaban la Trench ration, la Reserve ration y la Emergency ration, más conocida como «Iron ration», utilizada entre 1907 y 1922. Esta, que se puede ver en la imagen y es una evolución de la anterior contenía tres onzas de carne de vacuno y tres barras de una onza de chocolate con caramelo, además de paquetes de sal y pimienta. Cada ración pesaba una libra (453 gr.).

Alimentar a grupos de centenares o a lo sumo unos pocos miles de hombres, como es evidente, no tiene nada que ver con garantizar la supervivencia y el rendimiento de ejércitos compuestos por centenares de miles e incluso millones de uniformados. Si en el primer caso el terreno, gracias al forrajeo y al saqueo, puede ser suficiente para cubrir, o al menos para completar las necesidades nutricias de la milicia, en el segundo caso esto es impensable y la logística se convierte en el factor determinante.

Esto es lo que ocurrió en la Primera Guerra Mundial, cuando se inventaron las primeras «raciones de trinchera», pues resultaba imposible alimentar de otro modo a las tropas de primera línea. Tenían múltiples inconvenientes, pues el déficit en cuanto a vitaminas, por ejemplo, provocaba enfermedades. Aun así, era mejor solución que el hambre, que seguía azotando a ejércitos enteros. A la tendencia no se sumaron solo los estadounidenses o británicos. Los alemanes, los franceses e incluso los australianos desarrollaron sus propias soluciones.

Con la Segunda Guerra Mundial el concepto se perfeccionó, pues lejos de la vista rutinaria y estática de las trincheras en Europa Occidental durante el conflicto anterior, algunos ejércitos se volvieron expedicionarios. La Alemania Nazi se vio en la obligación de alimentar a hombres a miles de kilómetros de sus bases (hay más de 2.000 kilómetros entre Berlín y Stalingrado). Lo mismo, pero elevado a la enésima potencia ocurrió con las tropas estadounidenses.

Los nazis también utilizaron y fueron evolucionando durante la guerra distintos tipos de raciones individuales, tanto para comer en frío como para ser calentadas.

Precisamente fue para los paracaidistas norteamericanos, en 1941, para quienes se inventaron las primeras raciones que permitían alimentar a un soldado de forma razonable durante todo un día. Comida humilde, sí, pero suficiente para alimentar a un soldado durante unas horas. Lo necesario hasta que las unidades encargadas pudiesen montar líneas de comida en la retaguardia y proveer de comida caliente a los hombres empeñados en combate.

Esto último, por cierto, suponía un auténtico quebradero de cabeza y es que, se calcula, del total de militares estadounidenses que tomaron parte en la liberación de Francia y la invasión de Alemania, menos de un tercio llegó a participar en acciones bélicas. El resto estaba empeñado bien en labores de protección, bien logísticas, lo que da idea de lo costoso que es poner un soldado en el frente.

Ración K estadounidense utilizada durante la Segunda Guerra Mundial. Se dividía en tres paquetes, para desayuno, comida y cena y proveía de 2.830 calorías de media. Su peso total era de poco más de 32 onzas (unos 910 gramos).

Poco a poco fueron apareciendo así diversas opciones como las raciones «C», para el US Army, ya con algo más de enjundia y muy similares en su concepción a las que todavía hoy utilizan las Fuerzas Armadas Españolas. Estas se utilizaban de forma puntual y venían a complementar la instalación de cocinas cerca del frente y casi desde el principio incluían algo mas que la comida, como cigarrillos, una costumbre que se ha ido perdiendo en beneficio de los caramelos, las chocolatinas comerciales, por motivos obvios pero quizá no muy acertados (lo dice un no fumador).

En cualquier caso, a pesar de su generalización en los años de la Guerra Fría y de su papel no solo militar, sino también diplomático-militar (las raciones han servido para alimentar a innumerables civiles en estas décadas) ninguna de las opciones que analizaremos en próximas entradas puede sustituir, queramos o no admitirlo, a una buena comida caliente. Ni siquiera se pretende, pues por mucho que mejoren, las raciones seguirán siendo una excepción y no la norma, incluso durante las operaciones. Sin embargo, será interesante analizarlas y ver cómo de buenas son y si realmente cumplen con lo que se espera de ellas.

Tipos de raciones

La elaboración de las raciones no obedece a criterios arbitrarios, al menos entre los miembros de la OTAN. De hecho, existen varios acuerdos de normalización (principalmente el STANAG 2937), que son utilizados por los aliados como guía para la configuración de sus raciones y en los que se establecen desde las necesidades calóricas orientativas, en función de la actividad y el ambiente en que esta se lleve a cabo, a requisitos como la modularidad, interoperabilidad y durabilidad.

Estos documentos, elaborados por técnicos, pero aprobados por unanimidad, como todas las decisiones acordadas por los miembros de la Alianza, afectan a aspectos clave como la seguridad alimentaria, la trazabilidad, el transporte y paletización e incluso la rotulación, estableciendo en qué idiomas deben estar los prospectos e indicaciones. También establecen recomendaciones, como la de ofrecer al menos un menú para vegetarianos o la de elaborar menús que satisfagan las distintas creencias religiosas.

Valores mínimos en cuanto a macronutrientes y micronutrientes exigibles a las raciones militares de los miembros de la OTAN y valores adicionales recomendados.

Son documentos técnicos que establecen unos valores orientativos y cuya importancia es clave, pues permiten a todos los aliados sin excepción utilizar sus raciones tanto para consumo propio como, en caso de necesidad, para abastecer a otros ejércitos sin menoscabo de estos, algo que podría suceder si las diferencias en cuanto a composición fueran excesivas.

Por otra parte, debe entenderse como algo normal, dado que la alimentación no es solo un acto físico, sino también cultural, que se deje cierto margen a los estados para organizar las raciones como mejor crean, siempre dentro de unos márgenes. En el caso español, el Centro Técnico de Intendencia estuvo desde finales de los ochenta y durante los noventa experimentando con diversos tipos de ración y el modelo se ha seguido evolucionando hasta llegar al que nuestros soldados utilizan hoy.

Tabla que recoge los valores medios en cuanto a gasto calórico de diversas actividades militares y unidades. Ha sido extraída del documento AJMedP-4-2 «PREVENTION AND MANAGEMENT OF COLD-WEATHER INJURIES» de la OTAN.

Con el paso de los años las latas de sardinas, las pastillas de vitamina C, las cajetillas de cigarrillos y otros componentes han ido dejando paso a bebidas isotónicas, barritas energéticas y demás. Al fin y al cabo, se trata de productos que, como las propias armas o las tácticas y los procedimientos, están en permanente revisión. Como ocurre con otros aspectos, en este caso también los avances que logra un aliado, en cierto modo obligan al resto y terminan por incorporarse en las sucesivas revisiones de los STANAG de turno.

Este proceso de mejora continua atiende a los mismos factores que explicaremos, relativos al diseño de las raciones de comida, de forma que los nuevos avances y posibilidades se adoptan solo si suponen un ahorro de costes, pesos, etc, o bien una mejora importante en cuanto a su aceptación por parte del consumidor al que va dirigido o de sus características nutricionales. Naturalmente, algunos de los cambios que se van introduciendo levantan cierta polémica, especialmente entre la tropa acostumbrada a determinados productos, pero todos ellos tienen un respaldo firme en forma de estudios previos.

Volviendo sobre la confección, hay que entender que diseñar una ración no es nada sencillo. En primer lugar porque no se trata de configurar una sola comida, ni siquiera un menú o varios, sino un sistema de alimentación completo que debe ser:

  • Adecuado desde el punto de vista nutricional.
  • Suficiente para cubrir las necesidades calóricas en diversas condiciones (para lo que también están previstos refuerzos).
  • Variado, para no aburrir en caso de tener que utilizarse durante periodos más largos de los habituales, lo que tiene un efecto sobre la moral y al final, sobre la salud, ya que los soldados terminan por evitar algunos platos.
  • Ajustado al presupuesto disponible y también a la necesaria economía de medios (no se entendería la inclusión de caviar, por poner un ejemplo absurdo).
  • Seguro, desde el punto de vista sanitario.
  • Duradero.
  • Ligero y de fácil transporte, tanto desde la fábrica hasta el destino, como, en la medida de lo posible, por el soldado durante las marchas, de ser necesario.

Encontrar un equilibrio entre condicionantes en ocasiones opuestos no es tarea sencilla. En cada fuerza armada se consulta a nutricionistas y médicos, a ingenieros alimentarios, a los proveedores, a los encargados del transporte, etc. Se contempla además la normativa vigente, tanto del propio país como de las organizaciones a las que se pertenece y se trata de elaborar un producto que cubra lo mejor posible cada exigencia, siempre dentro de las posibilidades y atendiendo además a factores como las tradiciones locales, que inciden sobre los gustos. Es por eso que aunque se observa cierta convergencia, no hay dos raciones iguales.

Contenido de los distintos módulos de ración de las raciones militares italianas en 2001.

Contenido de los distintos módulos de ración de las raciones militares italianas en 2007.

Grosso modo, aunque pueda parecer por las decenas -si no centenares- de modelos existentes, que la variedad es enorme, las raciones militares pueden dividirse en tres tipos básicos, según el proceso de conservación:

  • Enlatadas
  • Liofilizadas (deshidratadas)
  • Precocinadas

A la vez, se pueden clasificar también en función de la cantidad de comida que incluyan:

  • Raciones de previsión, supervivencia, etc
  • Una comida completa
  • Ración diaria
  • Ración comunitaria

Por supuesto, existen todos los subtipos que se quiera. Desde la First Strike Ration (FSR) que no necesita ser calentada y ha sido pensada para alimentar al soldado incluso en medio de los combates (sí, siempre hay puntos muertos y además de nutrir, levanta el ánimo comer algo) a las adaptaciones en función del clima, como la famosa ración polar rusa, de más de 5.000 kilocalorías.

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