A lo largo de las próximas líneas vamos a tratar de explicar, de forma breve y asequible, las principales líneas de acción de la política exterior turca, sus motivaciones y sus claves. Para ello, vamos a seguir un procedimiento inductivo en el que, mediante bloques, analizaremos las razones que han llevado a Turquía a embarcarse en conflictos tan dispares y lo que puede depararnos el futuro.
Las intervenciones turcas en el exterior hasta la Primavera Árabe
Desde la caída del Imperio Otomano, la moderna Turquía solo ha empleado su poderío militar en aquellos escenarios que, o bien forman parte integral del país, o se incluyen en lo que podríamos considerar su esfera de influencia directa. En este sentido, cabe esperar siempre -por lógicas- intervenciones turcas sobre los territorios kurdos cercanos a sus fronteras, lo que incluye el norte de Iraq y Siria, pero también zonas de Irán, los pueblos turcómanos del Cáucaso y Asia Central, o el Chipre turco.
En realidad, lo que ahora vemos en Siria no es algo nuevo. Recordemos que en los años 90 o, más recientemente en 2008, Ankara ordenó la ejecución de sendas operaciones de castigo contra los kurdos afincados en el norte de Iraq, empleando para ello más de 35.000 efectivos y un buen número de blindados, con el consiguiente apoyo de la aviación. Curiosamente, dentro de ese marco geográfico ninguna intervención militar turca había hecho saltar las alarmas de la comunidad internacional hasta el momento.
Hemos de recordar también los notables problemas de vecindad entre Hafez al-Assad y Turquía, debido a que este último apoyó al Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), permitiendo que sus miembros se entrenaran en el Valle del Bekaá, en el Líbano, de tal forma que hasta un 20% de los miembros de este grupo llegaron a ser kurdos-sirios.
Aquellos problemas con Assad se relacionaban con la necesidad de este de consolidar su poder en la región septentrional de la pequeña República Árabe Siria frente a su gran vecino del norte. También, por supuesto, a la influencia soviética, que buscaba minar a Turquía (socio de la OTAN), apoyando al movimiento socialista del PKK en su lucha contra Ankara.
Todo ello sin olvidar que determinados grupos dentro de la escena política turca defienden un panturquismo que les puede llevar a ofrecer cierto apoyo a Azerbaiján en su lucha con Armenia, a los uigures frente a China o a cualquier grupo de origen túrquico frente a cualesquiera enemigos.
El proceso de decisión en la política exterior turca
El Ministerio de Asuntos Exteriores de Turquía (MAET) se ha caracterizado históricamente por la escasa duración; a menudo inferior a 2 años, de sus ministros. Este factor, unido a una densa burocracia, ha terminado por configurar una institución que funcionaba más por inercias funcionariales que por la acción o decisión del ministro de turno. A pesar de ello, no ha dejado de ser la institución clave en la toma de decisiones en materia de política exterior.
Naturalmente, como suele ocurrir, se dan excepciones. Entre entre 2009 y 2015 esta cartera estuvo ocupada por Ahmet Davutoglu, quien posteriormente presentaría su dimisión por desavenencias con Erdogan pero aun así pudo dirigir durante seis años este departamento.
La etapa Davutoglu otorgó coherencia a la diplomacia turca, y si no nos permite hablar en puridad de una «gran estrategia», al menos si estuvo basada unos principios clave que fueron enunciados por él mismo y que son los siguientes:
- Estrategia profunda.
- Diplomacia rítmica.
- Relaciones exteriores multilaterales.
Su caída en desgracia no solo tuvo repercusiones personales sin que, desde entonces, el Ministerio de Asuntos Exteriores turco quedó huérfano de un ministro con visión y peso político.
Para más inri, el fracasado intento golpe de estado de julio de 2016 fue un duro varapalo para este ministerio, ya que Erdogan percibió la traición o la desafección entre los funcionarios y miembros del cuerpo diplomático, muchos de los cuales fueron tachados Gulenistas, aunque en muchos casos simplemente fueran figuras neutrales sin una inclinación clara por Erdogan. Claro está, en una situación de este tipo quien no muestra su apoyo al líder, es castigado.
Así pues, a día de hoy este ministerio ha perdido la confianza de Erdogan y para las decisiones que implican realizar despliegues militares o acciones asimilables a estas toda la decisión descansa sobre Erdogan, quien se apoya en sus asesores personales, en elementos del Ejército o de los servicios de inteligencia y en aquellos individuos que tienen influencia sobre el Presidente.
Por si todo lo anterior no era suficiente, a ello hemos de sumarle la deriva autocrática cada vez más marcada que viene sufriendo Turquía en la última década: si desde 2014 Erdogan ha gobernado con apoyo del partido ultranacionalista MHP sin apenas control parlamentario, las purgas posteriores al intento de golpe de estado de 2016 y el referéndum por el que los turcos establecieron un sistema de presidencia ejecutiva en 2018 han terminado de allanar el camino para que este pueda hacer su voluntad sin obstáculos. Este nuevo sistema implica que Erdogan puede emitir decretos con rango de ley sin necesidad de supeditarse al control del Parlamento, lo que elimina uno de los principales contrapesos de cualquier democracia.
En resumen, hoy por hoy y más que nunca es Erdogan y solo Erdogan quien toma las decisiones en materia de política exterior, siendo cada vez más escasas las voces discordantes o los contrapoderes que diluyan o siquiera limen sus iniciativas.
Erdogan: carácter personal y nacionalismo turco
Según las investigaciones de Aylin S. Görener sobre la personalidad y la forma de ejercer el liderazgo de Erdogan, este tendría un carácter tendente al pensamiento categórico, a rechazar las opiniones discrepantes y a confiar únicamente en las de quienes le apoyan, todo lo que suena a prejuicio de autoconfirmación. Görener incluso afirma que Erdogan sobreestima su peso político, es impulsivo y tiende a «llevar al límite de sus posibilidades» lo que Turquía puede hacer u obtener.
Las afirmaciones de este estudioso son muy interesantes debido a que se realizaron en 2011, cuando Turquía todavía no se había convertido en un actor internacional agresivo, ni había llevado su política exterior mucho más allá de Chipre, los kurdos o la adhesión a la Unión Europea.
El perfil de Erdogan es el propio de una persona con un cierto grado de impulsividad, falta de objetividad y sobrevaloración de lo que puede obtener, lo que bien explicaría el desastroso tira y afloja exterior, que solo ha servido para alejar a Turquía de sus socios tradicionales (Estados Unidos y la OTAN), sin construir una relación sólida o útil con Rusia. También explicaría bandazos como el de la petición de baterías Patriot adicionales tras sufrir el ataque ruso, hace escasos días, que costó la vida a varias decenas de militares turcos, aun siendo cliente del sistema antiaéreo ruso S-400 Triumf.
A lo anterior hemos de sumar que Erdogan es el producto (y ha contribuido a generalizar) un tipo concreto de nacionalismo cada vez más arraigado en Turquía y que Jenny White describió con mucha agudeza de la siguiente manera: «un musulmán turco cuya subjetividad y visión para el futuro está conformada sobre un pasado imperial otomano inserto en un marco estatal republicano, pero divorciado del proyecto estatal kemalista».
Este es exactamente el tipo de nacionalismo que domina Turquía hoy, y al que Erdogan representa: una república islámica turca, antes que una república laica como la promovida por Kemal, con un magnético Imperio Otomano como trasfondo y una nación turca en el núcleo.
Conociendo el carácter de Erdogan, sabiendo además de qué clase de nacionalismo adolece y advirtiendo que no hay un gran plan o una doctrina o estrategia claras para sus movimientos, podremos contextualizar mejor la idea a la que el líder del AKP ha hecho públicamente referencia en más de una ocasión: la Gran Turquía.
Se trata de un concepto vago, sin una definición clara, pero que alude al papel histórico de ese país en Oriente Medio y el Norte de África,región en donde han construido sólidos vínculos económicos y en la que Turquía debe hacer valer su peso político mediante una acción exterior cada vez más más activa y decidida… Por buscarle un paralelismo, pensemos en la actual intervención francesa en sus antiguas colonias del África negra. Algunas iniciativas como la de formar una gran patria musulmana con capital en Estambul liderada por el general Tanriverdi bien podría ser un ejemplo de lo que significa la Gran Turquía para Erdogan.
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