En los últimos días la situación en Siria se ha vuelto, una vez más, preocupante. La muerte de decenas de soldados turcos tras un ataque de la aviación rusa llena las portadas de los periódicos pero, en el fondo, no es más que una representación (muy gráfica, eso sí) del distanciamiento entre Ankara y Moscú y de la creciente soledad turca, un país que ha ido demasiado lejos en los últimos años. Las aspiraciones de Erdogan de convertir a Turquía en una gran potencia regional han chocado de lleno con los intereses rusos, pero también de sus socios de la OTAN. Con estos últimos, además, se está enfrentando también en escenarios como Chipre o Libia. De esta forma, mientras intenta afianzar su poder mediante amaños electorales, purgas internas, alianzas con los sectores más radicales, un creciente culto al líder y vendiendo a su pueblo la imagen de una grandeza exterior que no se corresponde con la realidad, el líder turco se asoma al abismo, arrastrando a su país con él.
Desde los inicios de la Guerra civil siria, Turquía ha intentado aprovechar la situación en su favor, tratando de ganar influencia en el norte de este país, a la vez que debilitaba a los kurdos. La persecución de estos objetivos, que chocaban con los de algunos de sus aliados, como los Estados Unidos, pero también con los intereses rusos y de otros estados con quizá menor implicación en este escenario, pero sí en otros (EAU, Francia…), ha obligado a Ankara a nadar en aguas procelosas desde 2014.
Antes de entrar en materia, es obligado aclarar que el ataque ruso que ha provocado la muerte de varias decenas de uniformados turcos, pese a su gravedad, difícilmente va a desembocar en una guerra abierta. Si bien la tensión es alta y cualquier escalada peligrosa, existen mecanismos de control, la presión internacional es fuerte, Turquía conoce los limites de su poder y Rusia también es consciente de que tampoco le conviene devolver a Erdogan al redil de la OTAN.
Ya en noviembre de 2015, cuando un F-16 turco derribó un Su-24M ruso, la tensión se disparó, desembocando en sanciones (levantadas en junio de 2016). Posteriormente, dada la coyuntura cambiante en Siria, el intento de golpe de estado en Turquía y el choque con los aliados OTAN en otros escenarios, este enfrentamiento se fue transformando en una colaboración cada vez más estrecha. Con altibajos, esta relación ha tenido momentos estelares, como la adquisición de sistemas antiaéreos S-400, que ha terminado con Turquía fuera del programa F-35, diversos encuentros bilaterales que escenificaban la buena relación e incluso con proyectos de nuevas adquisiciones que ahora, previsiblemente quedarán congelados.
Siria
Para entender el choque entre Turquía y sus aliados, así como entre Turquía y Rusia en Siria, es fundamental entender los motivos detrás de la intervención turca en este país. Estos, con todos los matices que se quieran añadir son, en orden de importancia, los siguientes:
- Luchar contra el PKK, evitando además la unificación de los cantones kurdos (Efrin, Kobane y Hasaka), lo que supondría la creación, de facto, de un estado kurdo, algo intolerable para Ankara.
- Aprovechar el vacío de poder para aumentar su influencia sobre siria, a través de los proxies proturcos que forman parte del Ejército Libre Sirio (ELS), especialmente tras la caída del ISIS, a la que han contribuido en campañas como la de Al-Bab.
- Limitar el poder del bando assadista, apoyado por Rusia e Irán, limitando las posibilidades de que Siria vuelva a ser un estado fuerte, lo que complicaría por ejemplo sus reclamaciones sobre las aguas territoriales en el Mediterráneo Oriental, ya de por sí complejas.
En resumen, una serie de objetivos que al menos de forma temporal situaban a Turquía más cerca de Rusia que de sus propios socios de la OTAN. Hay que recordar que los EE. UU. han apoyado a los kurdos del YPG (Yekîneyên Parastina Gel o Unidades de Protección Popular) y que países como Francia o Italia se oponen radicalmente a Turquía en su política de ductos. Por el contrario, Rusia saldría beneficiada tanto de la caída de los proxies estadounidenses en Siria, como de la consecución de los objetivos turcos en el Mediterráneo oriental.
No obstante, también hay que entender que sin fuerzas que hagan de tapón entre las Fuerzas Armadas de Siria (sostenidas por Rusia) y el Ejército Turco, los roces son lógicos, máxime cuando hay áreas en disputa como el saliente sur de Idlib. En este sentido, conviene ver la evolución de la situación sobre el mapa en 2016 (año de la operación Escudo del Éufrates) y en la actualidad:
Lo que estamos viendo es, pues, los últimos coletazos de un conflicto en el que Assad, apoyado por rusos e iraníes, se ha impuesto de forma clara. Es lógico, pues, que Turquía, que no ha logrado sus objetivos pese a las graves pérdidas sufridas y que tampoco puede aumentar su implicación de forma indefinida, pretenda luchar hasta el último momento por salvar lo posible antes de que se baje el telón. Esto último, por supuesto, no implica de ninguna manera implica que la violencia no pueda convertirse en endémica en varias regiones sirias por la acción de diversos proxies, aunque debilitados, ni que Turquía no vaya a seguir jugando sus cartas en el futuro.
La salida lógica pasa por llegar a un acuerdo con Rusia que le permita, por una parte lamerse las heridas y, por otra, centrarse en otros escenarios ante el descalabro vivido en Siria. Hasta que este no se dé, los enfrentamientos entre ambos poderes pueden seguir produciéndose, aunque Ankara tratará en todo momento de apuntar a las tropas oficialistas sirias en lugar de culpar directamente a Moscú, como es lógico.
Libia
La implicación turca en Libia no es un fenómeno nuevo, ni mucho menos. Compañeros como Guillermo Pulido la han analizado a fondo en la web de Political Room, por lo que no entraremos en detalles sobre los lazos históricos que este país ha tenido para el Imperio Turco en siglos pasados, ni acerca de cómo se han mantenido en el caso de la moderna Turquía. Sí hablaremos, no obstante, de las motivaciones turcas, más allá de apoyar a tal o cual tribu o grupo por afinidades culturales o históricas (en este caso al GNA (Gobierno de Acuerdo Nacional). De forma muy esquemática, cabe citar las siguientes:
- Política energética: El principal interés turco, que justifica el apoyo militar y financiero prestado al bando de Fayez al Sarraj frente al Ejército Nacional Libio de Haftar (apoyado por Egipto y EAU, entre otros), tiene que ver, una vez más con la política turca encaminada a convertir el país en un hub para el tránsito de hidrocarburos hacia Europa. Es este motivo el que ha llevado a Erdogan a proponer la creación de una zona económica exclusiva que va desde la costa meridional turca hasta la costa oriental de Libia (cada vez menos en poder del GNA, que tiene su bastión en Trípoli).
- Intereses económicos: Desde tiempos de Gadafi las inversiones turcas en Libia habían sido importantes. Con la guerra civil, Ankara creyó encontrar una oportunidad de oro para incrementar los intercambios económicos con un futuro gobierno, por lo que se lanzó a apoyar a los rebeldes libios. Por desgracia para Erdogan, el embargo y las sanciones económicas hicieron que los pronósticos no se cumplieran y desde entonces, la situación ha ido a peor para Turquía y el bando que patrocina.
- Refugiados: Libia es, junto a Siria, un enorme cuello de botella migratorio y un problema de primera magnitud para la UE, especialmente en el caso de Italia, país de destino de buena parte de este flujo, en el caso libio. Para Erdogan, poder controlar estos dos resortes se ha convertido en una herramienta que permite presionar a Europa con un tema especialmente sensible tanto por las polémicas internas que genera, como por la carga económica que supone.
Otros escenarios
Además de los dos conflictos a los que hemos hecho referencia, Turquía está inmersa en disputas exteriores en otros escenarios. De todos ellos, con diferencia el de mayor importancia, por encima de Siria o Libia, aunque muy relacionado con ambos, está el que gira en torno a Chipre, los depósitos de hidrocarburos del Mediterráneo Oriental y la política de ductos promovida por Ankara.
Dado que es un tema que hemos tratado recientemente en profundidad, no vamos a entrar en detalle, sino que apenas daremos unas breves pinceladas. De esta forma, y como explicábamos en este artículo, Turquía, al convertirse en el hub gasístico en el Mediterráneo oriental, pretende ganar influencia geopolítica al tener el poder de abrir o cerrar el suministro de gas hacia Europa. Al mismo tiempo, al convertirse Turquía en el centro receptor de múltiples productores como Rusia, Israel, Egipto, Chipre, Azerbayán, etc, evitaría estar bajo la influencia un productor solamente, como le ocurre a Ucrania, que aunque es un país de tránsito como lo es Turquía, depende del gas ruso y no puede diversificar el suministro.
Para hacer esto posible, el país ha estado invirtiendo considerables recursos en reforzar su armada, como pieza clave para el control regional y para sostener a la República Turca del Norte de Chipre, que mantiene en su poder desde 1974. No parece, no obstante, que esto vaya a ser suficiente.
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