Actualmente, en el Mediterráneo oriental, se está desarrollando un juego de poder en el que la energía, las explotaciones de gas y la geopolítica de gasoductos explican buena parte del comportamiento de los actores estratégicos y sus despliegues de fuerza militar. No se pueden entender buena parte de las actuaciones turcas, pero también rusas, italianas o francesas sin atender al proyecto turco de establecerse como hub energético regional, ni a la necesidad europea de imponer su propia política, como veremos a continuación.
Geopolítica de gasoductos: dos estrategias para el Mediterráneo oriental
Las dos estrategia principales en este juego son, por un lado, la pretensión de Turquía de convertirse en el hub o centro intercambiador gasístico del sur de Europa en el Mediterráneo oriental, al tiempo que pretende explotar los campos de gas offshore (marítimos cerca de la costa, sin llegar a alta mar) que están situados en la Zona Económica Exclusiva o ZEE de Chipre.
Turquía, al convertirse en el hub gasístico en el Mediterráneo oriental, pretende ganar influencia con su geopolítica de gasoductos, al tener el poder de abrir o cerrar el suministro de gas hacia Europa. Al mismo tiempo, al convertirse Turquía en el centro receptor de múltiples productores como Rusia, Israel, Egipto, Chipre, Azerbayán, etc, evitaría estar bajo la influencia un productor solamente, como le ocurre a Ucrania, que aunque es un país de tránsito como lo es Turquía, depende del gas ruso y no puede diversificar el suministro.
Ser el hub de todos los productores del área y de los consumidores del sur y este europeos otorga además no solo un poder político considerable, sino que esa capacidad para controlar la distribución también permite imponer precios monopolísticos en la compra y venta, obteniendo un considerable beneficio económico mediante el diferencial de precios. Por ejemplo, los que conozcan historia económica y de las empresas, recordarán, que la Standard Oil de Rockefeller alcanzó su famosa posición monopolística controlando la distribución de petróleo, mediante una hábil política de oleoductos y ferrocarriles.
La otra estrategia del juego es la que está conformada por la Unión Europea (con una política energética propia e instrumentos como el Tercer Paquete de la Energía), por Grecia, Italia, varios países balcánicos (como Bulgaria), Chipre, Israel y Egipto. Estos países pretenden desmantelar el plan turco de convertirse en el hub gasístico principal del área y evitar así el control monopolístico turco que impondría precios y márgenes desfavorables.
Además de evitar el monopolio turco en la distribución, frenar las pretensiones turcas resulta esencial para contener las ambiciones de Turquía de expandir su influencia política por el mundo musulmán y el Mediterráneo, siendo primordial imponer a Turquía el respeto al derecho internacional y las ZEE. Como se verá más adelante, el respeto o violación del derecho internacional (la invasión de Chipre) y la convención del mar (UNCLOS), es un campo de batalla esencial en el juego geopolítico regional.
Por último, tenemos a Rusia y a los EE.UU., dos actores que tienen fuertes intereses en este juego, y que están actualmente apoyando las estrategias de Turquía en el caso de los rusos, mientras que los norteamericanos apoyan la estrategia de la UE, Egipto, Israel, etc.
Los EE.UU. tienen como interés en este juego, reducir al máximo posible la dependencia de sus aliados europeos respecto del gas y energía provenientes de Rusia. Para ello, quieren:
- Fomentar la producción de gas en el Mediterráneo oriental como alternativa parcial a Rusia;
- Establecer en el Mediterráneo oriental (en Egipto) un hub para gas licuado que incluso pueda venir de Qatar (en caso que mejorasen las tensas relaciones políticas Egipto-Qatar);
- Fomentar las importaciones de gas natural licuado (GNL) que los propios EE.UU. están comenzando a producir a gran escala y con excedentes, gracias a la revolución del shale gas.
Por su parte, Rusia pretende usar a Turquía como vía de entrada de su gas al sur y sureste europeos. Rusia está en la necesidad de tener que emplear la ruta turca para intentar vender su gas, ya que su anterior proyecto de vender directamente el gas al sur de la UE mediante el gaseoducto Southstream se vio abortado por las sanciones occidentales posteriores a la invasión y anexión rusa de Crimea.
El plan ruso ahora depende de llevar el gas hasta la zona europea de Turquía, mediante el ducto Turkstream (además del Bluestream), con la esperanza ulterior que ese gas pueda canalizarse posteriormente a la UE usando los ductos turcos e incluso logrando acuerdos bilaterales con los países balcánicos para extender dichos ductos por el trazo Nabucco West hasta el centro de Europa.
Por ello, los intereses rusos concuerdan con los turcos en convertir a Turquía en un hub energético para ejercer poder e influencia sobre la Unión Europea. Esto explica en parte, por ejemplo, la progresiva aproximación entre Rusia y Turquía (el tema kurdo y las SDF en Siria es otro factor importante), como el caso de la compra de misiles antiaéreos S-400 rusos a costa de perder los avanzados cazas F-35 norteamericanos.
La creciente importancia del Mediterráneo oriental en la geopolítica de gasoductos y como zona de producción
El Mediterráneo oriental había carecido tradicionalmente de importancia en el juego estratégico de la energía, pero todo ello cambió cuando a partir de la década de 2000 se empezaron a hacer importantes decubrimientos gasísticos en esa zona del Mediterráneo. Así, para el año 2010, el US Geological Survey estimaba que las reservas potenciales en esa zona del Mediterráneo podían alcanzar los 122.000 billones de pies cúbicos de gas o unos 3.500 billones anglosajones de metros cúbicos (un billón anglosajón equivale a mil millones o millardo).
En 2009 ya se había descubierto el campo gasístico de Tamar frente a las costas de Israel (de unos 320 billones de m3). Unos años más tarde, también frente a las costa de Israel, se descubrió el campo de gas Leviathan, de unos 600 billones de m3. Casi al mismo tiempo, se descubría frente a las costas chipriotas el campo Afrodita, de 130 billones de m3, estimándose que la producción conjunta solamente de esos tres campos de gas offshore (dos israelíes y uno chipriota) podría alcanzar los 40 billones de m3 anuales y sumar unas reservas conjuntas de 1000 billones de m3.
Para colmo, en 2015 frente a las costas de Egipto se descubrió el campo gasísico de Zohr, con unas reservas estimadas en 850 billones de m3 (superando a todos los anteriores) y con una producción anual que alcanzará los 30 billones.
Posteriormente, en la ZEE de Chipre, se descubrió el campo Calypso, que según la empresa italiana ENI podría tener unos 226 billones de m3. Por último, en 2019 se hizo el hallazgo, también la ZEE de Chipre, del campo Glaucus-1, que podría tener aproximadamente entre 142 y 227 billones de m3. Para colmo, se estima que los descubrimientos no han llegado ni mucho menos a su tope, y se cree que adicionales grandes campos gasísticos pueden ser encontrados.
El Mediterráneo oriental como ficha esencial en la política de hubs gasísticos
Aunque para el conjunto de la UE los descubrimientos de gas en el Mediterráneo oriental solo suponen una fracción de su consumo anual de gas (de unos 470 billones de m3 al año), el conjunto de todo el gas que podría atravesar Turquía proveniente de varios suministradores sí sumaría un monto considerable (siempre que Turquía lograse convertirse en el hub regional). A la producción del Mediterráneo oriental habría que sumar el gas ruso que pase por el Turkstream. También el gas de Azerbayan, del centro de Asia (Turkmenistán) e incluso Irán. Gaseoductos como el TANAP (transanatolio), que luego conectarían con el TAP (transadriático), conforman parte de la estrategia turca (ver el primer mapa) y son claves en la geopolítica de gasoductos.
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