La batalla de Marawi I

Antecedentes

Una típica columna de blindados V-150S durante la batalla de Marawi, nótese como el delgado blindaje es suplido con tablones de madera.

Desconocida para la mayoría, la batalla de Marawi, librada entre los militares filipinos y una alianza de grupos islamistas encabezados por Abu Sayyaf y respaldados por Dáesh, ha marcado en muchos aspectos un antes y un después. Más de cuatro meses de combates fueron necesarios para expulsar de la ciudad a unos pocos cientos de insurgentes que aprovechándose del terreno urbano, haciendo uso masivo de drones de pequeño tamaño y apenas con armamento ligero, lograron retar a todo un país.

Cuando después de casi medio año de lucha los combates finalizaron en la ciudad de Marawi, los únicos ruidos que se podían escuchar eran los provocados por los numerosos grupos de soldados que patrullaban sus calles. A su alrededor todo era devastación. La que antaño era una próspera ciudad filipina, con más de doscientos mil habitantes, había visto como parte de su casco urbano pasaba a ser un gran cumulo de escombros sobre los que flotaba un denso y ocre olor a muerte y podredumbre.

Como se podrá comprobar a lo largo del artículo y en las numerosas fotografías que lo acompañan, la situación de Marawi tras la batalla que allí tuvo lugar nos retrotrae a escenarios tan cruentos como son Stalingrado, Varsovia, Grozni o Alepo.

En Asia podemos encontrar un referente mucho más claro en la ciudad de Hue, donde casi cincuenta años antes de los acontecimientos que narraremos en este artículo, los soldados del ejército de Vietnam del Sur y sus aliados estadounidenses, pertenecientes al US Marine Corps, se enfrentaron en un campo de batalla de pesadilla a varios regimientos del Ejercito de Vietnam del Norte que se habían conseguido infiltrar en la ciudad aprovechando la festividad del Nuevo Año Chino, lanzando a continuación un ataque coordinado con el que simultáneamente se realizaba por todo el país en la denominada Ofensiva del Tet. Tras los combates la ciudad quedo prácticamente arrasada. Aquel nivel de destrucción fue el que el director Stanley Kubrick intento plasmar en “La chaqueta metálica” rodada en 1987 en el Reino Unido. Sin lugar a dudas, si hoy en día se intentase realizar un rodaje sobre Hue, los responsables de producción del estudio escogerían como primera opción y seguramente por unanimidad, las ruinas de Marawi.

En el presente número de la revista Ejércitos analizamos la situación de las Ciudades Autónomas de Ceuta y Melilla y las posibilidades que España tiene de defenderlas con éxito. Últimamente se han escrito varias novelas que planteaban ficticiamente la posibilidad de que estallase una guerra entre España y Marruecos por la disputa de las dos ciudades. Como casus belli se planteaban acontecimientos, algunos reales y otros imaginarios, como una posible nueva Marcha Verde, el derrocamiento de la monarquía alauí y su sustitución por una dictadura o un gobierno extremista, la disputa por islotes como el de Perejil o atentados en España auspiciados desde el país vecino. A todos ellos ahora podría unirse un nuevo potencial acontecimiento que crearía un verdadero quebradero de cabeza tanto a los políticos como a los militares a la hora de afrontarlo. Da escalofríos pensar lo que podría ocurrir si centenares de personas armadas se adueñasen de calles y barrios de esas dos ciudades españolas y plantasen la bandera marroquí o de Al Qaeda en los edificios públicos. Un escenario impensable hace un tiempo, pero que a la luz de lo ocurrido en Marawi, no lo es tanto.

Los terroristas de Abu Sayyaf juraron lealtad al Califato.

Historia de un conflicto

La ciudad de Marawi está situada en la isla de Mindanao, al Sur del archipiélago de Filipinas, en la orilla septentrional del lago Lanao. Capital de la provincia de Lanao del Sur, su existencia y pasado histórico está directamente relacionado con la presencia española en Filipinas. La colonización de esas islas comenzó en 1565 con una expedición dirigida por el almirante español Miguel López de Legazpi «el Adelantado», que consiguió establecer la primera ruta comercial entre los continentes americano y asiático, la denominada ruta del Galeón de Manila.

Conforme las tropas españolas se apoderaban de múltiples localidades y establecían su dominio, al llegar a la isla de Mindanao entraron en contacto con nativos de religión musulmana que en parte de la isla -sobre todo de la zona meridional- se habían convertido al islam a mediados del siglo XV, debido a su cercanía geográfica a las actuales Indonesia y Malasia, cuya influencia había ascendido por el Mar de Sulú y el Mar de Célebes a través del archipiélago de Joló, hasta Mindanao.

El dominio de una isla es fácil si se controlan sus puertos, ya que los habitantes normalmente necesitan un mínimo de comercio que les facilite su existencia, por lo que los españoles establecieron sus primeras plazas fuertes en lugares como Iligan, emplazado en la parte septentrional de Mindanao. Dichas localidades y su comercio marítimo fueron repetidamente hostigadas por otras tribus locales, que los españoles denominaron “moros” por procesar la misma religión que los piratas marroquíes que en esa época asolaban las costas españolas.

Para mitigar la amenaza de los piratas que acosaban al comercio español desde sus bases en el archipiélago de Sulú, los españoles enviaron en 1635 un contingente para establecer una base en el extremo suroeste de Mindanao, justo enfrente de la isla de Basilán. La decisión de construir la llamada Fortaleza de San José -origen de la ahora conocida como ciudad de Zamboanga- enseguida se mostró acertada, ya que consiguió una interdicción eficaz de los buques piratas que atacaban las ciudades españolas.

Cincuenta kilómetros al sur de Iligan se encuentra el lago Lanao, cuya gran masa de agua dulce era capaz de sostener a distintas comunidades indígenas que interferían con el dominio español. Para tratar de neutralizarlos y colonizar el interior de la isla, en 1639 una expedición dirigida por el capitán Francisco de Atienza atacó un poblado fortificado denominado Fuerte Marahui. Dada la hostilidad de los locales y la dificultad de recibir suministros, los españoles no permanecieron en la zona y volvieron al año siguiente a Iligan.

Acontecimientos externos más importantes hicieron que durante los dos siglos siguientes las autoridades españolas mostrasen poco interés por el lugar, hasta que a finales del siglo XIX -paradójicamente poco antes de pasar el dominio a los Estados Unidos debido a la derrota en la guerra de 1989- dos expediciones fueron dirigidas contra Fuerte Marahui. La primera fue capitaneada por el general Weyler en 1891, consiguiendo conquistar Fuerte Marahui el 21 de agosto tras una dura batalla, procediendo a continuación a demoler sus muros e instalaciones para que no siguiese siendo una base de la que partiesen ataques contra Iligan.

Pero aquello no acabó con la amenaza y los ataques a las posesiones españolas continuaron, por lo que 1985 el General Blanco se puso al mando de sus tropas para establecer un control permanente sobre el lago Lanao. Se encargaron cuatro botes blindados que fueron trasladados en partes y reensamblados a orillas del lago. Mientras tanto, los moros locales reforzaron las defensas -reconstruidas después de la batalla de 1981- y los guerreros se prepararon ante el inminente ataque de los españoles.

Después de varias escaramuzas, el 10 de marzo se lanzó un ataque masivo contra Fuerte Marahui, consiguiendo los españoles, tras un cruento combate, izar su bandera en los restos de la fortificación. En los meses posteriores, gracias al apoyo de los botes, se dirigió una campaña destinada a atacar los asentamientos que rodeaban el lago e impedir de esta manera que los guerreros moros pudiesen concentrarse para atacar Fort Marahui.

Tras la retirada española de Filipinas y el repliegue de sus tropas, el gobierno de Filipinas pasó a manos de Estados Unidos que inmediatamente padecieron los mismos problemas de piratería que hasta entonces habían sufrido España, teniendo que enviar al general Pershing a lidiar con la revuelta de los moros, denominando la base militar en Marawi como Camp Keithley. Ya en 1940, poco antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial, el archipiélago de Sulú fue incorporado a Filipinas, país que consiguió su independencia en 1946. A partir de esa fecha fue el propio gobierno filipino el que ha tenido que lidiar con grupos terroristas de todo tipo, cuya actuación estaba motivada por cuestiones independentistas, políticas y religiosas.

Toda esta introducción histórica, aunque pueda parecer excesiva, es imprescindible para entender la complejidad que motivó que estallara en Marawi una batalla en toda regla. En la biblioteca de la ciudad hay un libro publicado en 1980 titulado “The battle of Marawi”, que hace referencia a las batallas libradas por los nativos musulmanes que habitaban la región contra las tropas españolas. Lo interesante del libro en cuestión es que ya en la primera página define todo el conflicto a través del tiempo como una Yihad.

Para la inmensa mayoría de los ciudadanos occidentales el hecho de que un grupo terrorista se adueñe de una ciudad con centenares de miles de habitantes puede resultar asombroso, por lo que es necesario una breve explicación para aportar cierta lógica a la secuencia de acontecimientos que indujeron los hechos que tuvieron lugar en Marawi.

La batalla por la ciudad de Marawi, al sur de Filipinas no se comprende sin recurrir a los antecedentes profundos, relacionados con la etnia, la cultura y la religión. En el caso filipino, aunque se trate de un país eminentemente cristiano y católico debido a la influencia española, lo cierto es que en el sur del país un porcentaje importante de la población profesa el culto islámico, como bien nos recuerda el cartel que a la entrada de Marawi reza “Welcome to the Islamic City of Marawi”.

Que la minoría islámica se asiente al sur no es casualidad, y tiene mucho que ver con el fuerte intercambio cultural con las cercanas Indonesia y Brunei, que dejan su huella en la composición demográfica de Mindanao.
Los mares de Joló y Célebes separan el Sultanato de Brunei e Indonesia de Filipinas en general y Mindanao en particular. Ambos mares y otros cercanos están plagados de islas tupidas de vegetación que son utilizadas para el contrabando ilegal, la piratería, o para establecer santuarios y puntos de parada para las actividades de grupos criminales, yihadistas, traficantes, entre otros. En este sentido el archipiélago de Joló y el Golfo de Moro juegan un papel especialmente importante.

La piratería a menudo no es una actividad especializada, sino una más de las herramientas en manos de los grupos criminales y también de terroristas, revolucionarios, etcétera. Independientemente de si se busca el enriquecimiento o de si solo es un medio de financiación o propaganda, el resultado es idéntico, y de hecho tienden a ser organizaciones y actividades entrelazadas entre sí.

Lo que diferencia a largo plazo a los terroristas, revolucionarios o nacionalistas armados de los criminales es que tienen un objetivo final que supone una amenaza directa para el estado, ya que su derrumbamiento es requisito imprescindible para su victoria. En relación con esto, hemos de pensar en los términos que marca la estrategia yihadista propugnada por Abu Bakr Naji en “La Administración del Salvajismo”, que la cúpula del Dáesh en Iraq conocía, y que probablemente ha transmitido a su vilayato (provincia) del Sudeste Asiático Abu Sayyaf, y en concreto a Isnilon Totoni Hapilon, el proclamado emir de tal vilayato.

Según este, la victoria final solo es posible mediante la neutralización de las fuerzas y cuerpos armados del estado, es decir, del ejército y de la policía. No obstante, antes de alcanzar lo anterior es importante debilitar al estado objetivo de los ataques, en este caso al filipino, motivo por el que Abu Sayyaf (Dáesh en Filipinas-DeF), incluso desde los tiempos en que pertenecía a Al Qaeda se ha dedicado a atacar dos elementos clave de la economía del país: el tráfico marítimo y el turismo.

Se calcula que el turismo representaba en 2018 en torno al 24% del PIB filipino, mientras que el tráfico marítimo reviste una importancia fundamental en una región plagada de archipiélagos, como lo es la propia Filipinas, lo que implica que el movimiento de bienes y la pesca son verdaderos nodos de la economía, a lo que se suma el turismo de lujo que precisamente se mueve en embarcaciones de recreo y cruceros.

Desde la fundación de Abu Sayaff en 1989, el secuestro y el atraco, tanto a turistas como a pescadores locales ha sido una de las principales actividades del grupo, imprescindible para obtener ingresos. Ello también les ha llevado a establecer vínculos con otros tipos de organizaciones criminales. Así, uno de sus golpes más importantes fue el atentado contra el ferry “Super Ferry 14” en febrero de 2004 frente a la capital, Manila, acción en la que murieron más de cien personas y en la que estuvieron implicados “Jemaah Islamiyah”, una especie de rama de Al Qaeda en el Sudeste Asiático, y el Movimiento Rajah Suleiman.

A todo lo anterior hemos de sumarle otra dimensión clave, que es la del “moro”. El moro es una cultura y etnia esencialmente islámica sunita que habita en Mindanao, el Archipiélago de Joló y la isla de La Paragua, provincia de Palawan.

Desde tiempos de los españoles, los moros provocaron importantes quebraderos de cabeza mientras buscaban una mayor autonomía, llegando en algunos casos a formar parte del Sultanato de Joló. La lucha prosiguió contra los americanos tras 1898, contra los japoneses en 1941 y contra el mismísimo gobierno de Filipinas desde la independencia.

Esta cruenta lucha fue liderada políticamente por el Frente Moro de Liberación Islámica (FMLI) y por el Frente Moro de Liberación Nacional, mientras que militarmente lo fue por el brazo armado del primero, las “Fuerzas Armadas del Bangsamoro Islámico”. A partir de finales de los años 90, sin embargo se comenzaron a alcanzar acuerdos hasta lograr una situación de cuasi-paz a partir de la última década, a cambio de la creación de la Región Autónoma del Mindanao Musulmán, entre otras cosas. Es a raíz de aquellos acuerdos que surgieron las desavenencias entre los islamistas más radicales y los propicios a pactar con el gobierno, al considerar que se estaban pervirtiendo las ideas originales que habían dado lugar a estos grupos.

La batalla de Zamboanga fue dura, pero solo un pequeño anticipo de lo que habría de ocurrir en Marawi.

Zamboanga

Dentro de los procesos de paz que el gobierno filipino mantenía con los grupos terroristas históricos, cada cierto tiempo aparecían discrepancias y desencuentros que paralizaban las conversaciones, momento que era aprovechado por los terroristas para conseguir una posición de fuerza que les otorgase ventaja en la mesa de negociaciones.

En el año 2013 una facción del MNLF conocida como Rogue MNLF Element (RME), dirigida por Ustadz Habier Malik y por Khaid Ajibon, realizó una incursión armada en Zamboanga, una de las ciudades más grandes de Filipinas con más de 800.000 habitantes, siendo en su inmensa mayoría de religión católica.

Tres días antes del ataque llegaron informes de inteligencia de que centenares de miembros del MNLF estaban concentrándose en la ciudad de Zamboanga. El hecho de que fuesen desarmados indujo a pensar que lo mismo no tenían intención de realizar un ataque, pero a posteriori pudo comprobarse que aquello fue un movimiento calculado y únicamente la noche anterior al ataque se repartieron las armas. El 8 de septiembre un buque de la armada interceptó un barco y varias embarcaciones cuando llegaban al barrio (barangay) costero de Río Hondo y consiguieron acabar con varios terroristas.

Cuando al día siguiente comenzaron el ataque a la ciudad e intentaron izar en el ayuntamiento la bandera de la autoproclamada República de Bangsamoro, las fuerzas del gobierno les hicieron frente y en los enfrentamientos posteriores consiguieron rodear a los terroristas en cuatro barangays (Río Hondo, Santa Barbara, Santa Catalina y Talon-Talon) donde tomaron como rehenes a decenas de civiles que usaron como escudos humanos.

En la ciudad se cerró el aeropuerto y se cancelaron los vuelos previstos, se suspendieron las clases y dichos centros, conjuntamente con instalaciones deportivas, fueron aprovechados para asistir a los más de 100.000 desplazados por los combates. La Armada Filipina, por su parte, impuso un bloqueo naval que de manera efectiva consiguió que el aproximadamente medio millar de hombres del MLNF en el interior de Zamboanga no pudiese recibir suministros o refuerzos ni tampoco huir.

Por la tarde un gran incendio estalló en Santa Bárbara y los bomberos tuvieron grandes dificultades para poder intervenir dada la presencia de francotiradores del MNLF que les hostigaban. Las casas de esos barrios humildes -muchas de ellas construidas con pilotes de maderas hincados en el terreno por debajo del nivel del mar- están unidas entre si por pasarelas de madera, lo que crea un escenario muy difícil para los combates.

Las autoridades civiles intentaron llegar a una solución negociada durante varios días mientras acumulaban tropas para el asalto, pero no consiguieron convencer ni a los cabecillas del RME ni tampoco a su teóricamente jefe del MNLF, Nur Misuari, quien ahora buscaba desligarse del ataque del RME.

Con la mayoría de los civiles ya fuera del campo de batalla, las tropas comenzaron a bombardear a los terroristas mediante granadas de mortero, pasadas de helicópteros armados MD-520MG Defender y ataques con aviones SIAI Marchetti SF.260 aptos para contrainsurgencia y entrenamiento.

Tras un ultimátum a los rebeldes, las Armed Forces of Philippines (AFP) pasaron a la ofensiva y su primer objetivo fue el edificio KGK de la calle Lustre, cuyas cuatro alturas y sólidas paredes de cemento armado fueron aprovechadas por el MNLF para establecer su centro de mando.

Entre las unidades militares participantes en el asalto -aunque no estaba al completo en el momento de la batalla y faltaban muchos de sus 300 componentes- se encontraba el Light Reaction Battalion (LRB) al mando del Coronel Teodoro Llamas, unidad de élite creada en 2001 y cuyos miembros provienen de los batallones Scout Rangers y de las Special Forces.

Aprovechando la oscuridad de la noche y la distracción de los disparos realizados por francotiradores situados en el tejado del Zamboanga City Medical Center, consiguieron reptar por una zona abierta hasta llegar a una casa próxima.

A las dos de la madrugada lograron llegar a la pared del muro que separaba los dos inmuebles y perforar un orificio para entrar, pero al intentar acceder al patio del KGK fueron rechazados por un nutrido fuego enemigo y tuvieron que replegarse al Medical Center. Tras un segundo intento a media tarde se vieron forzados a cambiar las tácticas utilizadas hasta entonces.

Gracias al apoyo de los vehículos blindados del ejército fueron moviéndose de calle en calle y rodearon el edificio, adueñándose de las casas próximas y cercando a su enemigo. Los guerrilleros acorralados eran veteranos combatientes y realizaron agujeros en la pared desde los que devolvían el fuego con precisión. Las explosiones de las granadas lanzadas iniciaron en las casas incendios incontrolados que dificultaron los movimientos de los militares, que además debían contener sus disparos cuando podían alcanzar a los rehenes que los terroristas mantenían.

En el tercer intento de tomar el KGK las tropas del LRB sufrieron una primera baja cuando el Corporal Baltazar fue sorprendido por un rebelde que apareció súbitamente desde una alcantarilla. Otros soldados fueron heridos, pero por fin al quinto intento de toma del edificio los terroristas no pudieron soportar la presión y escaparon del cerco usando a los rehenes como escudos humanos. El 18 de septiembre las tropas consiguieron izar la bandera de Filipinas en el tejado del KGK y entonaron el himno nacional.

El acoso de los soldados continuó, empleando como punta de lanza a los hombres bajo el mando del Coronel Danilo Pamonag -el batallón LRB y una compañía del Naval Special Operations Group (NAVSOG)– y a los soldados del 1st Scout Ranger Regiment, que empujaron a los rebeldes hasta concentrarlos en una pequeña zona. Rodeados por cerca de 2.000 soldados fueron sometidos a intensos bombardeos, dirigidos mediante drones aéreos, que acabaron con muchos de sus hombres.

El siguiente empuje se produjo sobre la isla Sumatra, parte del Barangay de Talon-Talon, que estaba siendo empleado por los miembros del MNLF como punto estratégico de abastecimiento en retaguardia. En la isla les fue confiscada gran cantidad de documentación, así como de suministros y munición, además de varios botes y barcos con los que habían llegado a Zamboanga procedentes de la cercana isla de Basilán.

Acorralados en una esquina de la ciudad, constantemente bombardeados y cada vez con menos munición, el número de terroristas que abandonaban sus filas y se entregaban a las fuerzas del gobierno no hacía sino crecer. Aunque todavía se siguieron escuchando disparos esporádicos, el día 28 de septiembre se dio por acabada la crisis y el aeropuerto de la ciudad fue abierto al tráfico aéreo.

Los veinte días de lucha en Zamboanga fueron una clara advertencia al gobierno filipino, que pudo extraer algunas lecciones claves que cuatro años más tarde pondrían en práctica en Marawi. La rapidez de respuesta de la policía y de las AFP serían claves en 2017 para impedir que los terroristas alcanzaran sus objetivos iniciales y poder llevar a cabo sus maléficos planes.

En casi un mes de combates el RME fue destruido. Habier Malik, el responsable del ataque, consiguió esconderse y escapar herido del cerco, aunque perdió la vida a finales de ese mismo año en su feudo de Sulu, ya que su diabetes impidió que sanaran sus heridas. Del aproximadamente medio centenar de asaltantes, 183 habían muerto y 292 fueron capturados, sufriendo las AFP 25 bajas fatales –nueve pertenecientes al RLB- y 184 heridos. Una docena de civiles fallecieron por la acción del RME y menos de un centenar fueron heridos, lo cual nos dan un cierto paralelismo, aunque en menor magnitud, con lo acontecido en Marawi en 2017. Ciertamente las bajas civiles son mínimas dada la extrema dureza de la lucha y del empleo de ciudadanos como escudos humanos por parte de los terroristas.

En el bando atacante quedó claro que fue un error que un grupo musulmán tratara de adueñarse de una ciudad en la que la inmensa mayoría de la población era de religión católica, y que además no procesaba ninguna simpatía independentista con aquellos que querían unirlos políticamente con su ensoñada república musulmana independiente. Por la mente de sus dirigentes pasaría la idea de que todo hubiera sido diferente si el ataque se hubiera realizado en una ciudad de mayoría musulmana que les hubiera dado su completo apoyo, como por ejemplo Marawi.

Los más de 100.000 desplazados por los combates pudieron ir retornado a sus hogares –o lo que quedaba de ellos– por lo que se necesitaron planes especiales para poder reconstruir la zona devastada.

La irrupción del Dáesh en Siria e Iraq lo cambió todo. El fenómeno no tardó en extenderse por buena parte de África y Asia, alcanzando las Filipinas.

La irrupción de Dáesh

Mientras el AFP se batía en Zamboanga, al otro lado del mundo, en Oriente Medio, un grupo terrorista que se había hecho fuerte en la guerra de Siria, conquistó la ciudad iraquí de Mosul, con varios millones de habitantes y un gran valor histórico-religioso. Allí, Abu Bakr al-Baghdadi, el líder del grupo proclamó el que según ellos sería el primer Califato desde hacía casi un siglo y al que toda la verdadera Umma debía profesar obediencia.

El Dáesh aprovechó al personal de los estudios de la cadena de televisión capturada en Mosul, la ventaja que le proporcionaban las redes sociales y toda su experiencia previa para ejecutar un plan de comunicación que llegaría a todo el planeta, y en particular a los grupos islamistas, quienes sentirían la tentación de unirse al Califato.

El líder de Abu Sayyaf, Hapilon, quien hasta 2014 había pertenecido a Al Qaeda, juró fidelidad al nuevo califa, quien a su vez le nombró emir del vilayato (wilayath) del Sudeste Asiático, un nombre rimbombante para un grupo que esencialmente actuaba al sur de Filipinas. Ahora bien, ¿esta “absorción” de Abu Sayyaf por parte de Dáesh tenía implicaciones materiales más allá del espíritu último de las declaraciones? La respuesta es un sí rotundo.

En primer lugar, el Dáesh anunció que la lucha del moro, principalmente en Mindanao, era una lucha de toda la Umma, haciendo de la Filipinas musulmana una “región estratégica” tal y como las concebía Abu Bakr Naji. Lo anterior implicaba que se debía hacer un esfuerzo en recursos especial para conquistar tal región por ser de gran relevancia de cara a su “victoria final”.

El poder de convocatoria del califa ante la Umma, no obstante difícil de evaluar, no era vacuo, así que adeptos al Dáesh de medio mundo acudieron a enrolarse en las filas de Abu Sayyaf y sus organizaciones satélite. También es muy probable que el Dáesh ayudara a cimentar el pretendido vilayato apoyando mediante su capacidad de comunicación, aportando material de propaganda y transmitiendo muchas de las lecciones militares -y políticas- aprendidas en Siria e Iraq, desde manuales para preparar coches bomba o artefactos explosivos hasta tácticas de combate urbano combinadas con la guerra psicológica.

No olvidemos que en el verano de 2014 Dáesh había logrado una impresionante serie de victorias. Todo comenzó con la captura de Mosul, donde los yihadistas lograron derrotar al ejército y a la policía en un santiamén, apoyados por operaciones sicológicas, la simpatía de la población y todo a pesar de la inferioridad numérica y material. Tras esta sorprendente y rápida victoria, las gigantescas provincias de Nínive y Al-Anbar cayeron rápidamente, proporcionando al Dáesh un gran territorio y población.

Lo cierto es que un año antes el Dáesh había hecho algo parecido aunque a pequeña escala en Siria: tras tomar la ciudad de Raqa, del tamaño de Santander, junto a otros grupos rebeldes, el Dáesh les atacó por sorpresa y les expulsó en cosa de días, adueñándose de la ciudad y sus alrededores. Todo apunta a que Abu Sayyaf pretendió aplicar a su zona esta misma idea, quizás influido por las opiniones del Dáesh, o quizás solo como consecuencia de la propaganda yihadista acerca de las ya legendarias victorias de Raqa y Mosul.

Hasta la adhesión al califato en 2014, Abu Sayyaf se había limitado a sobrevivir, a pesar de las operaciones del ejército filipino, que en más de una ocasión había atacado sus santuarios en las montañas de Mindanao. No obstante, todo cambió a partir de entonces.

El Califato puso al servicio de Abu Sayyaf su máquina de propaganda y su red de contactos mundial, consiguiendo hacer llegar combatientes extranjeros altamente motivados, conocimientos y grandes cantidades de dinero que el grupo terrorista usaría para darle un empujón a su estrategia y permitiendo que pasase a ser el grupo más poderoso de la región, lo que le permitió establecer alianzas y coordinar sus acciones con otros grupos.
En este contexto entraron en juego otros de los protagonistas de la batalla: el Grupo Maute, liderado por los carismáticos hermanos Omar y Abdulá Maute, dos radicales jóvenes educados en Egipto y Jordania con una buena agenda de contactos internacionales que habían conseguido reunir suficientes recursos para montar un movimiento guerrillero, que actuaría en el corazón del Islam en Filipinas, la provincia de Lanao del Sur, en la que se encuentra Marawi.

Lo que era difícil adivinar era que el desplazamiento de los combates desde Butig hacia Marawi no era una fuga, sino un movimiento táctico para buscar un campo de batalla más idóneo para su tipo de lucha, donde pensaban que el terreno urbano impediría el empleo de la aviación y de la artillería.

Para la inmensa mayoría de los ciudadanos occidentales, el hecho de que un grupo terrorista se adueñe de una ciudad con centenares de miles de habitantes puede resultar asombroso, por lo que es necesario una breve explicación para aportar cierta lógica a la secuencia de acontecimientos que indujeron los hechos que tuvieron lugar en Marawi.

Los militares filipinos contaban con medios mecanizados, que no acorazados. Además de vehículos 4×4 y carros ligeros, también se hizo uso de los AIFV belgas, en esencia un súper M-113 dotado de cañón de 25 mm y que se caracteriza por contar con una protección muy mejorada a base de blindaje de aluminio espaciado.

Preparativos para la batalla

A partir de 2014 Abu Sayyaf empieza a crecer a rebufo de su nuevo título de vilayato del Estado Islámico.

La organización comienza a crecer, sobre todo en lo que a su estructura militar se refiere, pero también intensifica sus relaciones tanto con el núcleo del Dáesh en Iraq, como con los grupos y comunidades locales, en particular en la región de Lanao del Sur.

Sin embargo, ni Abu Sayyaf ni sus grupos satélite llegarían nunca a tener el grado de dominio del territorio y favor popular que tenía el Dáesh en Iraq antes de su espectacular crecimiento. Asimismo, el ejército filipino estaba motivado y listo para lidiar con los yihadistas a las primeras de cambio.

No obstante, hay que admitir que entre 2014 y 2017 se aprecian signos preocupantes en el sentido del creciente apoyo popular, y del peso social de los yihadistas, quienes empiezan a estar cada vez más cómodos.

Prueba de lo último es el crecimiento de la actividad de los Maúte a lo largo de 2016 en la pequeña comarca de Butig, Lanao del Sur, donde tenían su principal base de operaciones.

Posteriormente en noviembre de 2016 los Maúte tratan de apoderarse de un territorio, al tratar de tomar y mantener el centro de la capital comarcal de Butig, donde tenían su centro de operaciones.

Ambos bandos estaban habituados a luchar en la jungla. El cambio a escenarios urbanos supuso una notable ventaja para los islamistas, que podían beneficiarse del terreno para hacer uso, entre otros, de los francotiradores.

El preludio de Butig

Las negociaciones que durante años estaba llevando a cabo el gobierno con los dirigentes del MNLF y del MILF parecían estar avanzando poco a poco, para desesperación de otros grupos terrorista que también actuaban en dicha región.

La localidad de Butig, al sur del lago Lanao, era el origen de la acomodada familia Maute, que durante décadas había disfrutado de importantes lazos de unión de todo tipo con dirigentes del MILF. Debido a los negocios en ingeniería de Mohammad Cayamora Maute, la familia se mudó a vivir a Marawi, donde los hijos pasaron años jugando en sus calles y asistiendo a escuelas de la ciudad.

El progenitor y varias de sus mujeres se habían dedicado a inculcar odio al gobierno desde su infancia a sus números hijos, dos de los cuales (Omarkhayam y Abdullah) llegaron a ser tristemente conocidos como fundadores en 2012 del Maute Group. Después de graduarse en Marawi los hermanos viajaron a Oriente Medio para aprender árabe. Tras la estancia de Omar en Egipto y de Abdullah en Jordania, volvieron al hogar de sus padres totalmente radicalizados.

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