Conceptos como desinformación, fake news, troll, bot, hack&leak o guerra híbrida se han popularizado entre analistas, comentaristas, académicos o políticos de todo el mundo tras observar las intervenciones rusas en Crimea, Ucrania o Siria o sus actividades de influencia en los comicios presidenciales estadounidenses de 2016. Desde entonces, son muchos los estudiosos y divulgadores que emplean estas ideas para definir todas aquellas actividades relacionadas con el uso y explotación del entorno virtual realizadas por el Kremlin para proyectar su influencia estratégica bajo el umbral del conflicto armado. Un espacio que hoy en día se conoce como “zona gris”, y que puede ser definido como el continuo que separa la paz de la guerra abierta.
En consecuencia, actividades como la desinformación o la difusión de noticias falsas en medios digitales para manipular a la opinión pública, el lanzamiento masivo de e-flets para desmoralizar a la población, campañas de astroturfing para viralizar sucesos aparentemente espontáneos, hack&leak para obtener ilícitamente y filtrar información de individuos u organizaciones, doxing para dañar reputacionalmente a personas, propaganda computacional para perfilar el usuario y filtrar los contenidos para manipularlo e incluso ciberataques contra infraestructuras, servicios o personas tienen varios nexos en común: popularmente se las considera como tácticas híbridas y su ambigüedad, asimetría y difícil atribución las convierte en fantásticas herramientas para la zona gris. Sin embargo, para Moscú son parte integrante de su concepción de guerra informativa (informatsionnaya voyna) y viene ensayándolas – y aprendiendo de sus errores – desde mucho antes de 2014, cuando un ejército de “hombrecillos verdes” tomó la península de Crimea mientras el Kremlin negaba su implicación, sus medios de comunicación informaban contradictoriamente y los trolls profesionales desviaban el debate en las redes sociales virtuales.
Aunque existen voces, como la del periodista ruso Roman Dobrokhotov, que argumentan que “…la guerra informativa es un término utilizado por el Kremlin para justificar la desinformación”, lo cierto es que ésta ni se limita a la desinformación ni tampoco se reduce al mundo online. Heredera de las medidas activas soviéticas (aktivnyye meropriyatiya) y condicionada por el auge de la Revolución en los Asuntos Militares (RMA) en la década de 1990, la guerra informativa es considerada por el Kremlin como uno de los pilares de las denominadas “guerras de nueva generación”. También se estima que constituye uno de los fundamentos de los conflictos futuros, tal y como los pensadores militares del país vienen argumentando desde finales del siglo pasado y como el general Valeri Gerasimov – Jefe de Estado Mayor de la Defensa rusa – nos repite continuamente desde 2013.
Mi modesta contribución a este número especial sobre Rusia de la revista Ejércitos consistirá en realizar un breve repaso a la concepción rusa de la guerra informativa para arrojar algo de luz a este fenómeno, mucho más amplio y complejo que la simple desinformación o las noticias falsas.
Los antecedentes
Rusia considera que puede proyectar su influencia mediante una amplia gama de herramientas, desde la economía y las fuerzas armadas a la diplomacia, cultura, moral, arte, religión, historia, ciencia o medioambiente. Combinadas, éstas pueden utilizarse para alterar la correlación de fuerzas con el adversario, coartar sus acciones manteniendo el control de la escalada (algo fundamental en las zonas grises), subvertir moralmente y desestabilizar políticamente la sociedad enemiga o apoyar la consecución de los objetivos estratégicos sin apenas utilizar la fuerza armada.
Actualmente son muchos los que vinculan esta concepción tradicionalmente vinculada con las nociones de guerra política con las mal llamadas amenazas híbridas, refiriéndose a estrategias multidimensionales utilizadas en la zona gris y, por lo tanto, bajo el umbral del conflicto armado. De hecho, mucho antes de que se produjeran las revoluciones de colores o las primaveras árabes, el Kremlin también alertó de que el país estaba siendo objeto de una guerra híbrida en la cual Estados Unidos y Occidente estaban utilizando un Enfoque Integral – fundamentado en la armonización de todas las herramientas del poder nacional para responder de forma coherente a crisis y conflictos – para debilitar a Rusia. Concebida por los pensadores rusos como cualquier acción militar o no-militar (política, cultural, diplomática, económica, informativa o ambiental) encaminada a debilitar un oponente y fundamentada en el empleo de ONGs y organizaciones civiles, el apoyo a movimientos sociales u opositores políticos, el control de Internet y las tecnologías de la información, la penetración cultural o la propaganda en medios de comunicación, esta guerra híbrida aparentemente librada por Occidente pretende explotar el potencial de protesta popular para apoyar cambios de régimen.
De hecho, esta percepción de la amenaza y su inferioridad militar en el plano convencional con la Alianza Atlántica le permite justificar sus actividades de subversión y desestabilización, sus operaciones informativas o sus acciones militares en su área de influencia más directa. De hecho, el Kremlin considera que la información es la principal herramienta para proyectar el poder nacional, uno de los fundamentos de la soberanía nacional y – en línea con la tradición soviética – uno de los principales activos a salvaguardar para mantener la estabilidad política, social o moral del país frente a influencias externas.
En consecuencia, aunque las actividades informativas – tanto a nivel doméstico para mantener la cohesión de la ciudadanía como para proyectar la influencia exterior – sean consideradas como algo novedoso por la eficaz explotación de Internet, éstas tienen una larga historia. Sus antecedentes deben buscarse en los últimos años del régimen zarista, sus orígenes en la Tercera Internacional de 1919 y su primera plasmación práctica en la creación de la oficina de desinformación del Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos (NKVD) de 1923. Definida como “…la invención de datos para generar, en la mente del adversario, imágenes incorrectas o imaginarias de la realidad para que tome decisiones beneficiosas” y fundamentada en la distorsión de hechos y la propagación de rumores, ésta se distinguía de la propaganda por su origen encubierto, difusión clandestina y empleo para apoyar la desestabilización y la subversión.
Con el inicio de la Guerra Fría, el recién constituido Comité para la Seguridad del Estado – más conocido por sus siglas KGB – creó el departamento D para organizar la desinformación. Sin embargo, en la década de 1960 esta unidad dependiente del primer directorado de la KGB que se encargaba de las operaciones en el exterior, se transformó en el departamento A de medidas activas. Definidas por el KGB como “…labores para influir sobre la vida política del país objetivo engañando al adversario, erosionando y debilitando sus posiciones, rompiendo sus planes hostiles o logrando otros fines”, las medidas activas comprendían distintas actividades no-militares de apoyo a la subversión y desestabilización. Pronto Washington también adoptó esta idea para describir cualquier operación de influencia encaminada a reforzar la posición soviética y erosionar la imagen occidental.
Las medidas activas podían realizarse de forma abierta, semi-encubierta o clandestina combinando desinformación con propaganda, manipulación de medios (insertando noticias falsas) y fabricación de información (falsificando fuentes). También podían incluir el uso de medios de comunicación clandestinos para diseminar información falsa, proxies (partidos, sindicatos o asociaciones con acreditados vínculos con Moscú), organizaciones pantalla (entidades científicas, culturales o pacifistas sin aparente relación con la URSS), agentes de influencia (que usarían su posición pública para apoyar secretamente al Kremlin), manipulación económica, chantaje (el popular y vigente kompromat) o colaboradores que apoyarían consciente o inconscientemente la narrativa soviética.
Aunque los conceptos medidas activas y desinformación se usarían indistintamente, en sentido estricto las primeras integraban la propaganda blanca y usaban más actores, vectores y herramientas para diseminarla. Ambas buscaban manipular las percepciones de la ciudadanía para mejorar la aceptación de las acciones soviéticas, erosionar las relaciones diplomáticas entre aliados, polarizar la sociedad y degradar su confianza en las instituciones políticas o lograr el “control reflexivo” sobre sus líderes políticos, manipulando su proceso de toma de decisiones para beneficiar a la Unión Soviética.
Aunque las medidas activas tradicionalmente empleadas por la KGB parecen haberse diluido, integrado y militarizado al integrarse dentro del marco más general de la guerra informativa, su concepción, tácticas, técnicas y procedimientos apenas han cambiado. Sin embargo, estas herramientas de subversión y desestabilización – que podrían constituir el escalón más bajo de la guerra informativa – han adaptado sus tácticas e instrumentos al mundo digital, adoptado vectores y lenguajes propios de este dominio y aprovechado las debilidades de las sociedades avanzadas para diluir la línea entre los hechos y la ficción. Tampoco pretenden convencer – tal y como sucedía durante la Guerra Fría – de las bondades del sistema político ruso, sino explotar la desafección política, el relativismo, las actitudes posmodernas o las contradicciones de Occidente para desacreditar sus políticas, polarizar a sus poblaciones, manipular sus procesos de toma de decisiones o proyectar los intereses rusos en el exterior. E integradas en el planeamiento y conducción de operaciones militares, estas actividades susceptibles de calificarse como el reverso tenebroso de la comunicación estratégica permiten apoyar no sólo la ejecución de otras actividades propias de la guerra informativa – desde la degradación de un servicio web, la disrupción de un sistema de mando y control a la alteración de una señal de GPS – sino también contribuir decisivamente a los objetivos de la campaña militar.
La configuración de la guerra informativa
Antes de que los pensadores militares rusos extrajeran lecciones de la Guerra del Golfo de 1991 e interpretaran que el elemento fundamental de la nueva RMA que Estados Unidos estaba impulsando era la información y no las armas de precisión o los sensores avanzados, la comunidad de seguridad y de inteligencia rusa había llegado a una conclusión similar. Para ellos, la Glasnost había erosionado el monopolio informativo gubernamental y había facilitado la penetración de la propaganda occidental que acabó motivando la caída de la Unión Soviética. También observaron atemorizados que el ecosistema informativo existente en Rusia entre 1991 y 2000 – con múltiples cadenas de radiotelevisión privadas financiadas por oligarcas para apoyar sus agendas y sin apenas control externo – hacía a la población vulnerable a la manipulación y a las promesas de prosperidad económica. Además, estimaron que Internet – un espacio todavía virgen y utilizado por la juventud como espacio de activismo político y protesta social – era una amenaza a la seguridad nacional (el mismo Putin ha afirmado que Internet es un invento de la CIA para socavar Rusia) por su potencial desestabilizador. Finalmente, vieron como en la Guerra de Chechenia, un adversario militarmente más débil pero informativamente más efectivo, junto con la presencia de periodistas independientes, podían condicionar el curso y determinar el desenlace de una operación militar. Con todos estos ejemplos, los pensadores militares rusos que estaban estudiando el potencial impacto de la RMA sobre la guerra futura no sólo concluyeron que la información se convertiría en el principal activo de los conflictos futuros, sino que ésta permitiría desestabilizar un país en cuestión de días e incluso derrotar un oponente militarmente más poderoso sin la necesidad de combatir.
Todas estas aproximaciones confluirían en la Doctrina de Seguridad de la Información de la Federación Rusa del año 2000. Desde su publicación se han producido significativos avances en la vertiente militar de la guerra informativa y en la adaptación de las medidas activas soviéticas a la era digital hasta culminar en la campaña para influir en los comicios presidenciales de 2016. Sobre los avances militares se podrían citar los ciberataques sobre Estonia (2007) que alertaron de los peligros digitales, las denegaciones de servicio en Lituania (2008) que modularon las respuestas, la integración de los vectores físicos y lógicos en Georgia (2008) que abrieron el debate sobre la creación de tropas informativas para combatir en el ciberespacio, las iteraciones en Kirguistán, Kazajstán y Georgia (2009) que demostraban su empleo en zonas grises o el manejo de toda la gama de actividades radioeléctricas y propagandísticas en Crimea (2013), Ucrania (2014) y Siria (2015).
Sobre la adaptación de las medidas activas a la era digital y su progresiva integración en la guerra informativa se podría citar desde la profesionalización de los trolls y el empleo de bots automatizados para amplificar el impacto de los primeros. También el impulso de plataformas multilingües con amplia presencia en línea para promover internacionalmente la imagen de Rusia y erosionar el monopolio informativo occidental o la generación de sitios web de periodismo alternativo que difunden bulos, conspiraciones o falsificaciones procedentes de otros blogs y webs. Y finalmente, toda la gama de actividades de influencia, subversión y desestabilización que recogen la herencia soviética combinando elementos online con actividades en el mundo físico sobre sus vecinos más cercanos, los países bálticos y europeos occidentales.
Sin embargo, la Doctrina de Seguridad de la Información de la Federación Rusa elaborada hace casi dos décadas y revisada en diversas ocasiones estableció los pilares del enfoque informativo contemporáneo ruso.
En este sentido, asumiendo que el entorno informativo (informatsionnoe prostranstvo) comprende todo aquello que pueda relacionarse directa o indirectamente con la información (desde los medios de comunicación o el espacio radioeléctrico y cibernético hasta la percepción que se tiene del país dentro y fuera de sus fronteras, sus cosmovisiones sobre el mundo que les rodea o la moral de su población, Rusia entiende que éste se compone de dos dimensiones:
- Dimensión Informativo-técnica: fundamentada en las infraestructuras, las redes y los sistemas que posibilitan este dominio.
- Dimensión Informativo-psicológica: basada en las percepciones, creencias, conocimientos e informaciones de todos los actores que interactúan en este dominio.
En consecuencia, temiendo que un adversario pueda atacar ambas dimensiones (la informativo-técnica para destruir, por ejemplo, el sistema de mando y control militar y así degradar su disuasión nuclear, y la informativo-psicológica para desmoralizar a la población o deslegitimar el gobierno), es esencial que Moscú logre su seguridad informativa (informatsionnoy bezopasnosti). Para alcanzar este “…estado en el que los intereses personales, sociales y gubernamentales están protegidos contra amenazas informativas internas y externas, garantizando con ello los derechos y libertades constitucionales, la dignidad y bienestar ciudadana, la soberanía, integridad territorial y desarrollo socio-económico de la Federación Rusia, así como la defensa y seguridad del estado.” (Art. 2c de la Doctrina de seguridad de la información del año 2010), desde el 2000 el Kremlin ha implementado varias iniciativas.
Por un lado, ha blindado su ecosistema informativo nacional (controlando las licencias de radiotelevisión y los servicios de telefonía e Internet, auditando la actividad de asociaciones y organizaciones extranjeras en territorio ruso, promoviendo el desarrollo de hardware y software nacional o creando una muralla digital aparentemente inexpugnable) para proteger su moral, cultura y estabilidad social frente a cualquier amenaza interna o externa y garantizar la disuasión estratégica. Por otro lado, ha desarrollado medidas de poder blando (soft power) para promover una imagen positiva de Rusia en el exterior. Aunque las más evidentes son los medios de comunicación – desde la agencia TASS o Russia Beyond a los populares Sputnik o RT – con amplia presencia en la Red, presentados en varios idiomas y segmentados por audiencias tipo son las medidas, también ha apoyado el desarrollo de think tanks, instituciones académicas o proyectos culturales a imagen y semejanza de Occidente. Además, con el objeto de proyectar su influencia informativa técnica, lógica o psicológica o ha intentado que todos los actores sociales – desde usuarios, autoridades, sociedad civil, empresarios u operadores – colaboren con el gobierno para garantizar la seguridad informativa del país. Finalmente, para compensar su desventaja militar frente a la OTAN, su inferioridad tecnológica respecto a Estados Unidos y su percepción sobre la amenaza híbrida procedente de Occidente, el Kremlin ha aprovechado la penetración, impacto, limitada regulación y anonimidad de Internet para convertir la información en una herramienta de poder punzante y un arma de manipulación masiva. Este conjunto de factores ha condicionado el desarrollo de la guerra informativa rusa, un componente esencial de sus guerras de nueva generación.
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