En los últimos años hemos sido testigos del crecimiento exponencial de los Sistemas de Armas Autónomos. Son, sin duda, por motivos que explicaremos, el futuro de muchas Fuerzas Armadas, especialmente aquellas que sirven a las naciones más avanzadas, tanto por los recursos de que disponen, como por la aversión de sus sociedades a las bajas. Ahora bien, existe una notable confusión al hablar sobre este tipo de sistemas, así como al definir el propio concepto de “autonomía”. En este artículo vamos a intentar arrojar algo de luz sobre un tema complejo y particularmente polémico.
Antes de hablar sobre la utilización de estos sistemas en el campo de batalla, el futuro previsible, o algunos de los modelos en desarrollo sean terrestres, aéreos o marítimos, conviene explicar qué es exactamente un Sistema de Armas Autónomo, un asunto que genera importantes desacuerdos, existiendo varias definiciones y acrónimos posibles para referirnos a ellos. Así, los angloparlantes hablan normalmente de FAWS (Fully Autonomous Weapon Systems), LAWS (Lethal Autonomous Weapon Systems), LAW (Lethal Autonomous Weapon) o LARs (Lethal Autonomous Robots) e incluso, en tono más informal, de Robots Asesinos (Killer Robots). En realidad, a poco que se bucee entre los muchos artículos que se han escrito al respecto, se pueden encontrar todavía más términos para referirse a lo que aquí denominaremos -por abreviar- como Sistemas Autónomos (SA) y dejando claro que, en realidad, estaremos hablando en casi todo momento de sistemas semi-autónomos, como explicaremos en las próximas líneas.
Ahora bien, independientemente del término o acrónimo empleado, lo realmente importante son las características a las que nos referimos ya que son en última instancia las que lo definen. Es aquí en donde empiezan los verdaderos problemas, pues lo que entendemos por “autonomía”, al existir varios niveles posibles en función del punto de vista desde el que intentemos explicar el concepto, puede entenderse de forma muy diferente. Si hablamos de autonomía en función de la participación o no de seres humanos en el proceso de decisión, tenemos tres niveles básicos, o tipos de SA, a saber:
- Human-in-the-Loop: Armas que requieren de la participación humana tanto para seleccionar los objetivos como para, llegado el caso, atacarlos. Este sería el caso más básico de un UGV (Unmanned Ground Vehicle) dotado de un arma como pueda ser una ametralladora de 12,70, pero sin ninguna capacidad de Inteligencia Artificial (IA) que le permita distinguir posibles objetivos, poder que queda en manos de su operador. Es también el caso de los robots utilizados por los equipos de desactivación de explosivos, aparatos que permiten manejar los bultos sospechosos sin poner en peligro vidas, pero obedecen en todo momento a las órdenes del TEDAX a sus mandos.
- Human-on-the-Loop: Sistemas capaces de discriminar objetivos, fijarlos e incluso atacarlos por sí mismos pero que, en todo momento, se encuentran bajo supervisión humana, de tal forma que un operador puede, en cualquier momento, intervenir sobre las decisiones que toma el sistema, corrigiendo posibles errores. Es el caso más común y en él podemos englobar desde los drones de observación y ataque (como el MQ-9 Reaper) o UGVs armados (como el TheMIS). En ambos casos, poseen autonomía a la hora de moverse, pudiendo llegar por sí mismos a la zona designada y son capaces de encontrar objetivos, pero no pueden utilizar su armamento sin intervención humana.
- Human-out-of-the-Loop: Este último caso es el que todos entendemos por sistema autónomo, aunque como vemos la cuestión no es tan simple. Se trata de sistemas de armas que no están sujetos a control humano y que, por tanto, dependen únicamente de su programación y de la sensibilidad de sus sistemas para encontrar objetivos, seleccionarlos, establecer el orden del ataque y, en su caso, proceder a él.
Sin embargo, no es, ni de lejos, la única clasificación posible. Por ejemplo, modelos como el propuesto por Noel Sharkey nos hablan de cinco niveles de autonomía:
- El humano toma parte en la selección de los objetivos y da la orden de ataque.
- El Programa sugiere posibles objetivos alternativos y el Humano elige entre ellos y da la orden de ataque.
- El Programa selecciona el objetivo y el Humano da la orden de ataque (o no).
- El Programa selecciona un objetivo y el Humano cuenta con un tiempo limitado para cancelar dicho ataque antes de que se lleve a efecto.
- El Programa selecciona el objetivo e inicia el ataque sin intervención humana.
También hay clasificaciones relacionadas con la complejidad ambiental, como la de Christof Heyns, que distingue entre sistemas autónomos y automáticos, en función del contexto en el que han de desarrollar su misión. Así, diferencia los:
- Sistemas Automáticos: Es el caso, para que todos lo entiendan, de los electrodomésticos, que realizan su función en un ambiente estructurado y predecible -una lavadora espera unos pocos inputs (ropa, detergente, suavizante) que gestiona mediante una serie de programas fijos y genera, en principio, un output (ropa limpia). Ahora bien, si mezclamos la ropa de color con la blanca es posible que todo termine en catástrofe, pues la lavadora no tiene medios para detectar el problema. Se trata pues de máquinas realizan siempre las funciones para las que han sido programados, sin posibilidad de adaptarse a los diversos inputs, más allá de los programas preestablecidos.
- Sistemas Autónomos: Funcionan en un entorno cambiante e impredecible que constantemente pone a prueba su programación y obliga al sistema a buscar soluciones a escenarios imposibles de prever. El caso más evidente es el de los drones capaces de actuar en enjambre, pues no solo deben establecer una ruta de aproximación a su objetivo y valorar la mejor forma de realizar el ataque, sino que han tener en cuenta en tiempo real las decisiones que van tomando sus pares.
No son las únicas aunque, de cara a los lectores, son clasificaciones más que suficientes como para tomar conciencia de la complejidad de definir algo que todavía está en desarrollo y que no sabemos bien qué forma va a tomar en el futuro, pues las posibles evoluciones de este tipo de sistemas, así como de su uso, son muchas.
Para lo que aquí nos interesa, atenderemos a la primera clasificación, que parece estar imponiéndose, ya que es manejada tanto por el Departamento de Defensa de los EE. UU. como por diversas organizaciones no gubernamentales como Human Rights Watch.. Adelantamos, además, que la mayor parte de los sistemas en desarrollo se pueden encuadrar en el segundo apartado de dicha escala, es decir, que son sistemas Human-on-the-Loop (o semi-autónomos) y no porque los ingenieros sean incapaces de desarrollar sistemas completamente autónomos, sino por razones éticas y morales que, tarde o temprano, como siempre ha sucedido, serán dejadas de lado en favor de aquellos sistemas más letales, algo que explicaremos.
Un largo camino
Sin necesidad de retrotraernos a griegos y egipcios, que ya hicieron algunos intentos por crear ingenios mecánicos más o menos complejos, o a los autómatas de Vaucanson o Jaquet-Droz, ni a los esfuerzos, durante la Primera Guerra Mundial, de diversos visionarios por controlar remotamente algunos aviones, tanques y torpedos (Elmer Wickersham, Adolphe Kegresse…) aprovechando entre otros los avances logrados por el ingeniero español Leonardo Torres Quevedo con su Telekino, podemos considerar que la historia operativa de los primeros sistemas autónomos se remonta a la Segunda Guerra Mundial. las V1 y V2, por ejemplo, ya utilizaban un sistema de guiado automatizado, dotado de giróscopos y acelerómetros. Ahora bien, pese a lo mucho que se ha fabulado sobre ellos, no dejan de ser sistemas muy simples que, eso sí, sirvieron a los ingenieros estadounidenses y soviéticos de punto de partida para nuevos desarrollos.
Sería en la Guerra Fría cuando el desarrollo de los Sistemas Autónomos comenzase a dar como resultado diseños que todavía hoy podemos reconocer como tales. Fue en este escenario en donde los avances que se habían ido produciendo durante las décadas previas en diversos campos (robótica, informática, aeronáutica, nuevos materiales…) confluyeron para alumbrar una serie de sistemas que se pusieron a prueba en conflictos como el de Vietnam. Así, para 1960, la archiconocida DARPA (Defense Advanced Research Projects Agency) estadounidense desarrolló el UGV Shakey, un robot dotado de un sistema de navegación computerizado, de sensores inerciales y de cámara de vídeo. Para 1962 Ryan Aeronautical (ahora propiedad de Northrop Grumman) desarrolló su Model 147, un drone de reconocimiento utilizado poco después sobre China y Vietnam y que dio lugar a diversas variantes empleadas con bastante éxito (se cuentan 3.435 misiones) hasta 1975.
Precisamente en ese año hacen su aparición las bombas Paveway II, que darían lugar a toda una familia de municiones guiadas, seguidas en los 80 por las Paveway III, ya con un CEP (Círculo de Error Probable) cercano a 0. Y es que el desarrollo de las municiones guiadas, no solo de lanzamiento aéreo, ha sido imparable tanto por parte estadounidense, siendo uno de los pilares de la RMA de la Información, como por parte de sus competidores soviéticos/rusos y cada vez más de otras latitudes. Es más, es un aspecto clave de cara al desarrollo de los actuales SA, pues sin los avances en navegación y guiado sería imposible el desarrollo de los drones modernos o de las loitering munitions que ya están al llegar.
A su vez, estas municiones -como los actuales SA-, hubiesen sido imposibles sin el desarrollo de la misilística y sin la carrera espacial, que obligó a las superpotencias a encontrar soluciones novedosas a problemas complejos, como el acoplado o la separación de las naves, el aterrizaje, el diseño de una aviónica capaz de filtrar las órdenes del piloto humano para que el vehículo no se salga de lo que permite su envolvente de vuelo, etc.
En la lógica de la lanza contra el escudo, llegamos también a los sistemas de defensa antimisil y antiaérea, imposibles de concebir sin importantes avances en el campo de la automatización, en tanto el tiempo de reacción necesario para responder con un mínimo éxito al lanzamiento de misiles enemigos, pese a estar estos sistemas controlados por un operador humano, solo era posible mediante el empleo de máquinas (que no tienen porqué ser físicas, sino que pueden digitales). Algo parecido ocurre con sistemas como el Perimetr soviético, capaz sobre el papel de interpretar los inputs de diversos sensores (sísmicos, radiación, etc) como un ataque estadounidense exitoso (en su objetivo de decapitar el sistema de mando y control soviético) y de lanzar un contraataque como represalia.
Todos estos avances, que para los militares del otro lado del Telón de acero estaban provocando lo que catalogaron como Revolución Técnico-Militar, cristalizaron en la Guerra del Golfo, cuando los misiles de crucero, las bombas guiadas, los sistemas antiaéreos, los drones de reconocimiento o los nuevos sistemas de adquisición de blancos y tiro de los carros de combate se utilizaron a un tiempo provocando el colapso del ejército iraquí en pocas semanas.
He ahí la cuestión. Lo que ahora consideramos como Sistemas Autónomos serían inconcebibles sin todos esos desarrollos anteriores (y muchos otros que no tenemos espacio para citar), precisamente por la necesidad de conjugar diferentes sensores y un programa que los coordine y sepa interpretar los datos que aportan para cumplir una misión previamente programada. Un proceso de aprendizaje que en sus primeras etapas ha sido relativamente lento pero que, desde los años 90 y muy especialmente desde la pasada década y las intervenciones en Afganistán e Irak, se ha visto acelerado hasta alcanzar tasas de crecimiento exponenciales en algunos casos. Por ejemplo, durante el año 2005 los EE. UU. pasaron de contar con 150 UGV y drones de diversos tipos a más de 5.000, una cifra que una década después era de 7.000 y 12.000 aparatos respectivamente, gracias tanto a la necesidad impuesta por la presencia en los citados escenarios como a los avances en un campo concreto, el de la Inteligencia Artificial.
Es importante recalcar que han sido los conflictos post-11S los que han generalizado el uso no solo de UAS, sino también de UGV. Lo que es más, aunque los EE. UU. continúan manteniendo una importante ventaja en este campo, tanto por la experiencia acumulada como por el número de modelos en prueba o la cantidad de empresas involucradas en nuevos desarrollos, en los últimos años hemos podido ver a nuevos actores, como la Federación Rusa, entrar de lleno en esta carrera.
Para hacernos a la idea del auge que han vivido estos sistemas, en la actualidad los EE. UU operan de forma oficial una veintena de sistemas aéreos no tripulados diferentes, destacando los MQ-1C Gray Eagle, los RQ-4 Global Hawk y RQ-7 Shadow, el MQ-9 Reaper o el ScanEagle entre otros, a los que recientemente se ha unido el MQ-4C Triton.
En tierra la situación es algo diferente. A pesar de que se vienen utilizando desde hace años, entidades como Jane’s se quejan, en sus análisis, de la infrautilización de estos ingenios, que en su mayoría se emplean por parte de los equipos EOD. Sin embargo, que el US Army no se haya lanzando en masa a la adquisición de estos sistemas (se calcula que solo el 5% de los drones en uso por las Fuerzas Armadas de los EE. UU. son terrestres), eso no quiere decir que no cuenten con una boyante industria. Es más, el número de productos ofertados se ha multiplicado en los últimos años gracias a una demanda que solo puede crecer y al creciente uso de tecnologías COTS (Commercial-Off-The-Shelf) y hay interesantes productos en fases avanzadas de desarrollo como el Titan (basado en el TheMIS de Milrem). Es posible, no obstante, que el US Army haya elegido un camino diferente en cuando a la implementación de los SA. De hecho, el principal empeño se dirige no a la adopción de robots de nuevo cuño, sino a dotar de autonomía a los vehículos ya en uso, como los IFV, APC y MBT en servicio. Así, se pretende que muchos de los programas legacy (heredados), lleguen a contar con la posibilidad de funcionar de forma totalmente autónoma de aquí a pocos años, aunque esta política está en el aire después de que el Secretario de Defensa, Mark Esper, anunciara hace pocas semanas que su departamento podría poner fin a estos esfuerzos en favor de proyectos totalmente nuevos y más adecuados a las guerras del futuro, por lo que es difícil aventurar qué ocurrirá en los próximos años.
Quien sigue su propio camino es la US Navy, convencida de que la guerra naval del futuro la decidirán estos sistemas, que servirán no solo para multiplicar el número de plataformas navales con un coste aceptable, sino también para permitir nuevas formas de guerra aplicando tácticas que ahora resultan inimaginables. Y es que el potencial submarino de los UUV y USV es enorme, pues programas como el SeaHunter o el XLUUV permitirán, de llegar a buen puerto, llegar a zonas que hasta ahora estarían vetadas a los buques de la US Navy (debido a la instauración de zonas A2/AD) y atacar con cierta impunidad. Es más, harían posible cubrir extensiones oceánicas mucho mayores o proyectar el poder naval sobre tierra sin arriesgar vidas humanas y, lo que es mejor, con un coste operativo minúsculo (el coste de operación del SeaHunter se calcula en alrededor de 20.000 dólares por día frente a los más de 600.000 que cuesta mantener en servicio un destructor de la clase Arleigh Burke si sumamos conceptos como el salario de sus tripulantes).
Rusia, a pesar de llegar tarde a la carrera por desarrollar SA, tan solo en la Guerra Civil de Siria ha probado, que se sepa, los drones Granat-4, Orlan 10, Forpost, Eleron 3SV y Ptero, el UUV Galtel y los UGV Sfera, Uran-6 y Uran-9, Soratnik y Skarabey. En indudable que, pese a su desempeño desigual -y en algunos casos bastante decepcionante-, han logrado un feedback impagable que solo los escenarios de combate reales ofrecen y que les ha permitido por una parte mejorar sus sistemas y, por otra, lograr contratos de exportación. Lo que es más, ha permitido a las empresas rusas tener en catálogo más de 200 drones de diferente tipo, algo que hace solo una década era impensable y que comenzó a fraguarse en 2008, cuando tomaron conciencia de sus carencias en este área tras la tan celebrada como precaria victoria sobre Georgia. Sin embargo, la gran mayoría de los UAVs rusos en servicio tienen un peso inferior a los 30 kilos, dependiendo en la categoría MALE del Forpost, variante local de un más que superado Searcher Mk II israelí y además carente de armas por el momento. Se espera subsanar esta deficiencia con el Altius-U y el Orion, modelo este último que será adquirido a finales de año.
Posteriormente, la guerra del Donbáss ha supuesto un enorme auge en el uso de UAS y su desarrollo por parte tanto de Rusia como de una Ucrania que, aun siendo un actor de segunda fila, cuenta con ingenieros muy imaginativos y en los catálogos oficiales de su agencia de exportación de armamentos, Ukroboronexport, así como en los del organismo encargado de controlar el complejo militar-industrial, Ukroboronpron, ofrece literalmente docenas de modelos diferentes de prácticamente todos los segmentos, desde mini-drones a UCAV armados con ametralladoras y cohetes. De hecho, uno de los aspectos más fascinantes de este conflicto ha sido el uso que se ha dado a los drones no solo para tareas de observación, sino también de señalización de objetivos para la artillería, logrando un éxito rotundo en algunos casos.
China no se está quedando atrás, ni mucho menos. Está avanzando en absolutamente todos los campos relacionados con el desarrollo de Sistemas Autónomos, con especial énfasis en la Inteligencia Artificial. Además, ha logrado algunos éxitos exportadores de consideración, como el alcanzado con sus UAV de observación Wing Loong, fabricado por Chengdu y que es utilizado por Egipto, Indonesia, Pakistan, EAU o Arabia Saudita entre otros. Las variantes más avanzadas de este diseño cuentan con navegación GPS e inercial, cámaras de TV e infrarrojas, la capacidad de mantenerse en el aire durante más de 30 horas y la posibilidad de lanzar misiles similares a los Hellfire estadounidenses y cohetes. Es el más conocido, sin duda, pero el listado de vehículos no tripulados fabricados por empresas como Xian, CAIC, Aisheng, Tiancai, Hange, RADI, CASM o Zero Tech se eleva literalmente a millares de modelos diferentes, pues China es el país que domina la fabricación de aparatos civiles y ahora está aplicando ese vasto conocimiento a sus Fuerzas Armadas, aprovechando las tecnologías COTS como nadie. En tierra están trabajando en el UGV 8×8 Dragon Horse II, que se pretende introducir como mula mecánica en el Ejército de Liberación o en el King Leopard, de Norinco, dotado de un cañón de 23mm. La misma empresa también está desarrollando aparatos de reconocimiento como el Wachtkeeper, con un mástil extensible y que vendría a cumplir con el papel de nuestros VERT. Ahora bien, parece claro que los drones chinos carecen de las cualidades de sus homólogos norteamericanos o israelíes, al menos las variantes de exportación. Por ejemplo, estados como Jordania se están deshaciendo de ellos de ellos y otros como Nigeria apenas los utilizan.
El resto de estados sin duda van un paso por detrás. El caso europeo es sangrante, con multitud de proyectos que han ido quedando en agua de borrajas, por más que hayan servido para desarrollar valiosas tecnologías que podrían aprovecharse en el futuro. Con todo, empresas como Rheinmetall, que recientemente se ha hecho con la canadiense Provectus Robotics Solutions están desarrollando interesantes propuestas como el Mission Master. También el sector naval está en eclosión, con empresas como Marine Instruments lanzando modelos como el MIST, destinado a la vigilancia y seguridad de las bases navales y los buques de guerra, Naval Group presentando el UUV D19, ECA Group con su USV Inspector 90 o iXblue con su SEADRiX para guerra antisubmarina. Los modelos presentados en los últimos años solo en Europa son tantos, que ni siquiera merece la pena intentar un repaso. El lector debe quedarse con la idea de que es un sector en franco crecimiento y que tanto mayor es el número de propuestas cuanto más son los avances que se hacen en el campo de la Inteligencia Artificial, el auténtico cuello de botella a la hora de desarrollar SA.
Inteligencia Artificial
Se puede considerar como Inteligencia Artificial (IA), grosso modo, al “conjunto de acciones llevadas a cabo por una máquina (física o virtual) y encaminadas a solucionar una tarea o problema tal y como lo haría un ser humano”. Es, naturalmente, una de muchas definiciones posibles, utilizada por J. McCarthy, uno de los precursores de este campo, aunque hay otras que atienden a la forma en que estos ingenios razonan, a si dicho razonamiento es o no racional o al resultado del mismo. Además, en términos muy simples se puede diferenciar entre sistemas de IA débiles y fuertes, siendo los primeros aquellos actualmente en servicio, capaces de ejecutar programas diseñados por humanos (incluso aunque puedan aprender del entorno) pero en cualquier caso, sin capacidad para salirse de las pautas fijadas en su código y los segundos (teóricos y que algunos sostienen que jamás se materializarán) aquellos capaces de desarrollar autoconciencia, imaginación y, en resumen, todas aquellas características propias de la mente humana.
Los usos de la IA son múltiples y, aplicada al terreno militar, que es el que nos interesa, tiene el efecto de acelerar la Kill chain (o de romper su ciclo) a niveles hasta ahora desconocidos, algo que ya sucede por ejemplo con los sistemas de defensa de punto, capaces de reaccionar ante la cercanía de un misil enemigo con una velocidad que supera en varios órdenes de magnitud a la que podría alcanzar el mejor operador humano. De esta forma, el sistema de control de tiro de un CIWS Phalanx recibe datos de sus subsistemas de radar y FLIR, los procesa y pone en marcha su cañón M61 Vulcan en fracciones de segundo, para hacer frente a misiles que vuelan a velocidades supersónicas. Algo que lleva décadas utilizándose en el mar, está costando más aplicarlo al ámbito terrestre y, en casos como la guerra urbana, todavía es muy difícil que un robot pueda discriminar entre aquellos sujetos que realmente suponen una amenaza y los objetivos civiles o de otro tipo. Imagine el lector la dificultad de distinguir a un insurgente por el hecho de llevar un fusil o un lanzador de RPG, cuando en movimiento, con el ropaje y demás, los sistemas optrónicos solo distinguen una parte del arma. Ahora, añadan a la ecuación la posibilidad de que en lugar de un combatiente enemigo sea un miembro de un ejército aliado, cuerpo policial o cualquier otra cosa y tendrá una idea del reto que supone desarrollar un algoritmo capaz de hilar tan fino. Con todo, los avances están ahí y su ritmo es cada vez más rápido, aunque siempre, es indudable, habrá daños colaterales. No obstante, es posible que la misma tecnología que ahora se teme porque elimina al humano del proceso de toma de decisiones con la posibilidad de que una máquina provoque bajas por error, se perfeccione tanto en unos años que lo criminal llegue a ser dejar esa decisión en manos humanas.
Por otra parte, la IA aplicada al reconocimiento fotográfico, especialmente en combinación con sistemas de aprendizaje avanzados, permite identificar instalaciones concretas de forma inimaginable hace solo un lustro. Precisamente DARPA está trabajando en un programa que analiza fotografías aéreas y satelitales, identificando en las imágenes los sistemas antiaéreos enemigos con una fiabilidad de más del 90% y realizando en cuestión de segundos una tarea que hasta hace poco llevaba semanas o meses a los mejores analistas. El algoritmo aprende de imágenes en las que aparecen instalaciones antiaéreas detectadas con anterioridad, extrae patrones que en muchos casos escapan al ojo humano y con esos datos y los nuevos que recibe de cada fotografía que le muestran, discrimina en las siguientes imágenes las instalaciones que tiene como objeto buscar. Lo mejor es que, como sucede con todos estos programas, cuantas más veces ejecuta su tarea más hábil es llevándola a cabo.
Lo mismo sucede con los algoritmos de navegación, un asunto complejo que varía enormemente según hablemos de navegación aérea, marítima o terrestre, siendo su dificultad mucho mayor en este último medio. Con todo, lo que hace poco parecía un obstáculo formidable; un vehículo capaz de seguir el ritmo de avance de la infantería en un escenario real, está muy cerca de conseguirse, con prometedores proyectos en fases muy avanzadas de desarrollo, como los UGV Mission Master de Rheinmetall y TheMIS de Milrem Robotics, entre otros. En el mar, más sencillo por la ausencia de obstáculos físicos como piedras, árboles, cuestas, baches, etc, pero aun así impredecible por el oleaje y le necesidad de compensar las corrientes y demás factores a la hora de navegar, los UUV y USV son cada vez más comunes. Como ejemplo, los EE. UU. están trabajando no ya en pequeños robots, sino en buques y submarinos de un desplazamiento considerable, como el futuro MUSV (Medium Unmanned Surface Vehicle) que dará lugar a buques de entre 12 y 50 metros de eslora o el XLUUV (Extra Large Unmanned Undersea Vehicle), un programa a cuya fase de diseño se han asignado recientemente 43 millones de dólares y que busca dotar a la US Navy de futuros submarinos no tripulados de alcance oceánico, con una gran persistencia en misión y susceptibles de ser empleados también en aguas someras, en misiones de inserción de unidades de Operaciones Especiales o en Guerra Litoral. En el aire, por supuesto, los problemas de la navegación han sido solucionados hace mucho tiempo y fuerzas armadas relativamente pequeñas y de medios muy limitados como las españolas ya utilizan en su día a día medios como los Raven, Searcher MKII, etc, tal es su difusión.
Las ventajas de la introducción de la IA se extienden a muchos otros aspectos, como ocurre también con la puntería, en donde las máquinas podrían hacer con relativa facilidad cálculos complejos que a un tirador humano, más bajo presión, le suponen un reto insalvable. Incluso los vehículos autónomos consumirán menos que los manejados por humanos, debido a la capacidad de encontrar en tiempo real el mejor equilibrio entre velocidad y consumo. Podríamos seguir enumerando los campos en los que la IA tiene algo que decir, en relación al funcionamiento de los SA y necesitaríamos varios artículos para enumerar cada posibilidad. No obstante, una vez más, el lector ha de quedarse con una idea: La IA es la verdadera tecnología disruptiva que hará posible que los SA lo sean realmente y que, además, lleguen a superar a los humanos en rendimiento y fiabilidad en prácticamente cualquier tipo de misión que podamos imaginar, si no en todos.
Problemas éticos
Llegados a este punto, todos tenemos claro que los avances en diversos campos han cristalizado en una serie de sistemas capaces de llevar a cabo algunas funciones mejor que sus pares humanos. Toca pues hablar de una cuestión peliaguda y que, con perdón, en ocasiones se torna hilarante por la ceguera que muestran algunos de los expertos que tratan de limitar (con muy buenas intenciones, pero de forma muy poco realista) la introducción en el campo de batalla de SA cada vez más autónomos, valga la redundancia.
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