En los últimos años las armadas occidentales han reducido notablemente el número de buques de escolta, han renunciado a la especialización en favor de la polivalencia y han rebajado algunos estándares de fabricación, eliminando por ejemplo el blindaje, mientras confían a ciegas en la electrónica. La suma de todos estos factores y otros que explicaremos supone un riesgo inaceptable y merecen una reevaluación completa por parte de los planificadores si de verdad se pretende emplear la fuerzas naval en escenarios reales en los que la atrición debida al uso y las bajas producidas en el combate podrían dejar en jaque a buena parte de nuestras armadas a las primeras de cambio.
El final de la Guerra Fría y por lo tanto de la amenaza soviética que durante décadas había condicionado nuestra defensa provocó una reducción significativa en el gasto militar de prácticamente todos los países del globo, con especial incidencia en los ejércitos, fuerzas aéreas y armadas occidentales. Como consecuencia, se produjo una reorientación del gasto buscando mantener una serie de capacidades, en el caso de las armadas, que antes requerían de numerosas unidades y que ahora debían garantizarse con un número mucho menor de buques, tendencia que en algunos casos se ha llevado hasta el extremo, como ocurre en Europa.
Las flotas de combate de todo el mundo, sin excepción, verían reducido el número de unidades operativas y terminarían perdiendo capacidades no siempre fáciles de justificar -y menos en tiempos de vacas flacas-, pero esenciales para operar con garantías, como ocurrió al cerrar una buena cantidad de bases navales, renunciar a parte de los buques auxiliares, reducir la inversión en I+D, en mejores sistemas de comunicaciones o, sin ir más lejos, al rebajar los estándares de construcción de ciertos buques, buscando un ahorro muy útil en tiempos de paz, pero suicida en caso de guerra.
Desesperados por mantener una flota lo más numerosa posible, aunque sin un enemigo naval visible en el horizonte que la justificara, los Ministerios de Defensa de cada país comenzarían a vender a los responsables políticos la idea de dotarse de plataformas multipropósito en sustitución de los buques especializados, hasta entonces la norma a pesar de que cada unidades contase siempre con armamento antibuque, antisubmarino y antiaéreo, aunque fuese solo para la autodefensa. Se adoptó una concepción propia de la arquitectura -menos es más- que, aplicada al campo de la guerra naval, se ha demostrado una falacia por más que muchos la hayan apoyado entusiasmados durante estos años y, de hecho, sigan haciéndolo.
La idea relativamente moderna de las plataformas multipropósito choca con el diseño de los buques de combate clásicos. En décadas pasadas un buque de combate se diseñaba siempre teniendo en mente una función principal dentro de la guerra naval (AAW,ASW o AsuW). Tanto la plataforma como todo lo que contenía se construían en torno a esa idea, optimizando por tanto sus prestaciones hacia los mejores parámetros posibles para cumplir con dicha función. De esta forma, mientras un buque ASW debe ser capaz de conjugar velocidad y silencio durante las operaciones de búsqueda y despliegue de sonar, minimizando la producción de ruidos propios, de un AAW se espera que sea capaz de alcanzar una alta velocidad de crucero para poder escoltar, por ejemplo, a un portaaviones a través de una larga travesía oceánica. Esto obligaba, por ejemplo, a plantear sistemas de propulsión diferentes para unos y otros, así como formas de casco ad hoc.
Diseñar un buque multipropósito, por contra, supone dar forma a un casco que albergue la capacidad de ejecutar todas las funciones de forma óptima, sin necesidad de construir tres buques diferentes. Obviamente nunca destaca en ninguna de sus funciones, llegando tan solo a ser una solución de compromiso. Es cierto, para ser honestos, que para el diseño clásico un buque nunca tenía exclusivamente una función, sino que siempre combinaba distintas capacidades, en algunos casos marginales, pero incluso así, el conjunto estaba diseñado para favorecer el que era su principal dentro de la flota. El desarrollo de la electrónica y la informática parecía prometer un futuro en el que plataformas pequeñas alcanzasen capacidades de combate que antes solo estaban reservadas a buques de gran desplazamiento, como destructores o cruceros y, de hecho, en casos como nuestras F-100, se lograron importantes éxitos integrando sistemas que antes solo estaban a bordo de buques de mayor entidad. Solo así se podía cuadrar el círculo y lograr un buque barato, fácil de mantener, con escasa tripulación y con amplias capacidades.
Así, si antes una Task Force debía contar con cruceros, destructores y fragatas, sumando, digamos, hasta seis unidades para ser una fuerza de combate versátil y disuasoria, el buque multipropósito , sobre el papel, ofrecía lo mismo con tan solo dos o tres unidades… una tentación demasiado fuerte para nuestros políticos y más cuando las amenazas parecían haber desaparecido. El mensaje, un canto de sirena, era claro; con menos unidades (dinero al fin y al cabo) se podría cumplir con las mismas funciones y además, como la tecnología había evolucionado tanto, se podría hacer incluso más (alcance de radares, comunicaciones por satélite, Datalink…). Como consecuencia, armadas como la Armada Española vieron reducido su número de escoltas desde casi una veintena de unidades en los años 90 a las once actuales, que serán solo una decena cuando las F-110 sustituyan a las F-80…
Pero por atractiva que siga siendo la idea de la polivalencia, hay que decir que fracasaron en su empeño. Muy a pesar de los planificadores navales, de los políticos y al nuestro, que somos los contribuyentes, el poder naval no se basa solo en las capacidades per se, sino también el número, que se traduce en la capacidad de cada armada para estar desplegada en tiempo y forma allá donde se requiera. Existe además un precepto básico que en cualquier acción de combate: Siempre se han de esperar bajas propias. Si antes se poseía una flota formada por dieciocho escoltas y un conflicto suponía la pérdida de un diez por ciento de las unidades, eso implicaba la baja de dos buques, quedando una fuerza disponible de más de una quincena de unidades, un número odavía considerable y seguramente suficiente para seguir cumpliendo con su misión. Ahora bien, si tras los recortes los escoltas han sido reducidos a tan solo una decena, resulta imposible asumir la pérdida de dos unidades o la flota quedaría limitada a un número que difícilmente podría cumplir con el resto de funciones asignadas pues hay que tener en cuenta la regla 1/3.
Obviamente los Cuarteles Generales, testigos -y cómplices- de esta tendencia reductora no entendían como iban a poder cumplir su misión con una flota menguante pues la mar no había encogido tras la caída de la Unión Soviética. Gustase o no, se continuaba requiriendo la presencia de unidades desplegadas en el mar en todo momento y para que un solo buque atienda un escenario cualquiera es necesario tener tres buques comisionados. Uno estará en el propio escenario, un segundo en travesía volviendo o yendo hacia este y un tercer buque estará comprometido por las tareas de mantenimiento. Esta, que no es una regla exacta, pero sí un cálculo muy próximo a la realidad en tiempos de pa nos puede dar una idea del tamaño necesario para que una armada cualquiera pueda mantener una presencia activa en sus zonas de responsabilidad.
Obviamente las naciones Occidentales sufrieron mucho, y cuanto más grande eran sus flotas más se dejaron sentir los recortes. La US Navy perdería una clase completa de buques de combate, las fragatas. Lo haría en favor de un nuevo concepto: el LCS (Littoral Combat Ship o Buque de Combate Litoral), porque asegurado el dominio del mar tras la disolución de la URSS, pensaron que nunca más tendrían que luchar en Alta Mar y que lo conveniente era fiarlo todo a la guerra litoral. Décadas después tienen a destructores haciendo funciones de fragata y han tenido que aprobar apresuradamente el inicio de un programa conocido como FFG(X) que servirá para reintroducir la fragata entre sus filas. Llegaron, de hecho, hasta un extremo con los recortes -y con la amenaza de otros posteriores- que hubo que aprobar leyes federales para asegurar que no se redujera en el futuro el número de CVN servicio, un debate que en los EE. UU. aun está candente a propósito del Harry S. Truman (CVN-75), portaaviones que algunos abogan por pasar a la reserva en lugar de recargar sus dos reactores coincidiendo con su actualización de media vida. La Royal Navy, por su parte, tendría que escoger desde entonces entre dos tipos de fuerzas: aeronavales o anfibias. Aún hoy siguen luchando por no perder estas últimas después de la ingente inversión que ha sido necesaria para construir los dos portaaviones de la clase Queen Elizabeth. La Flota de la Federación Rusa fue un caso aparte y vivió un proceso brutal que implicó la retirada de cientos de unidades de época soviética que aún mantenían en activo, como explicamos en nuestro Número 2 a propósito de las Flotas Mosquito y en el Número 8 al hablar del desmantelamiento de los buques de propulsión nuclear.
Decía el bueno de Bob Dylan que los tiempos están cambiando y, como no podía ser de otra manera, desde la caída del Imperio Soviético se han vivido numerosos altibajos en Rusia pero, con todo, desde el cambio de siglo, la recuperación militar ha sido palpable. La Federación Rusa, aunque con una flota que no es sino la sombra de lo que fue, está comenzando a reforzarse en cantidad y calidad, incluyendo su fuerza submarina, que vuelve a suponer una amenaza tanto en el Atlántico Norte, como en el Mediterráneo y en el Pacifico. Curiosamente esta nueva amenaza nace no tanto del aumento de unidades por parte rusa como de la reducción numérica que han sufrido los países OTAN, incapaces de hacer frente a la nueva situación como ya explicamos en nuestro primer número. Es China, la verdadera amenaza a nivel global, la que sí está construyendo una poderosa flota dotada de nuevos submarinos nucleares y convencionales y portaaviones, así como de un gran número de modernos escoltas. Aunque aún restan años hasta que la PLAN se convierta en un desafío como el que en su día supuso la Unión Soviética o en un contendiente por el Dominio Positivo del Océano, está dando los pasos adecuados para alcanzar dichas capacidades en el futuro próximo, un camino que también está siguiendo India. En la actualidad, la PLAN mantiene un programa de construcción naval sin parangón, con un ratio de entregas anual al que solo la industria estadounidense puede hacer sombra. Con todo, a largo plazo su programa naval es un misterio.
Hemos llegado a una situación en la que la otrora todopoderosa US Navy debe ser capaz de combatir en dos escenarios a un tiempo, contra rivales cada vez más fuertes y con un número de buques que no se adecúa a este reto. Cumplir con dicha misión implica retornar al diseño clásico de buques, basados en una especialidad principal, algo que podemos ver a las claras en el programa FFG(X) en el que tanto se juega Navantia y que dotará a la US Navy de una nueva generación de fragatas de líneas y concepción clásicas y no, como hasta ahora, de LCS modulares y atiborrados de sistemas informáticos en busca de una versatilidad que no ha logrado todavía implementarse a pesar de los indudables avances. Lo mismo ocurre con su programa de submarinos de ataque SSN(X) que mira hacia el combate en alta mar y tanto a la guerra litoral, manteniendo unas capacidades limitadas para operaciones especiales, pero siendo objetivo principal la guerra antisubmarina y antibuque.
Se retorna por tanto a los diseños pensados para luchar por el dominio positivo del mar en un marco de competición entre grandes potencias y precisamente por ello es vital repensar los números de las flotas e incrementar la producción de algunos sistemas. Solo así se entiende el aumento en la tasa de producción de la clase Virginia, la racionalización en el número de los futuros SSBN de la Clase Columbia que sustituirán a los actuales Ohio y el énfasis puesto en los buques autónomos que, al evitar la necesidad de grandes espacios para alojar a la tripulación, de estructuras capaces de protegerla y en el caso de los submarinos, de todos los sistemas destinados a proveer por ejemplo de aire, prometen hacer posible un aumento del número de buques con unos costes contenidos. En definitiva, después de décadas de pérdida de capacidades se está dando un giro de 180º en lo concerniente al pensamiento naval y se retorna a las plataformas especializadas y en buen número como única garantía si lo que se pretende es imponerse en un hipotético conflicto.
Desplazamiento y letalidad
Si analizamos con un poco de tranquilidad los datos que nos aportan los anuarios navales, como el Flottes de Combat 2018 o el Jane’s Fighting Ships 2019, que será la guía que utilicemos en este caso, podemos extraer algunos datos muy interesantes, relativos a la relación entre el desplazamiento del buque y su capacidad de aguante. Una pequeña comparación entre algunos de los parámetros principales nos puede dar una rápida idea de la composición de las diversas flotas. Idea, por otra parte, muy ilustrativa, como podemos ver en la Tabla I.
Como vemos la US Navy continúa apostando y construyendo buques de gran desplazamiento debido a su necesidad de operar lejos de las costas de CONUS, lo cual obliga a diseñar buques de gran tamaño y autonomía, algo que a pesar de suponer una inversión extra tiene, como veremos, la ventaja de una mayor resistencia ante los ataques. Por el contrario, tanto China como Rusia acumulan una mayor cantidad de unidades de menor desplazamiento pero capaces de transportar una gran cantidad de vectores de ataque. No obstante, son más sensibles a los daños y, por lo tanto, susceptibles de quedar fuera de combate a las primeras de cambio.
Precisamente, respecto al número de lanzadores de SSM instalados, lo que nos da una idea de su capacidad de ataque -aunque no de su efectividad, para lo que entran en juego muchos otros factores-, en relación con el desplazamiento, en la Tabla II tenemos la proporción de lanzadores por tonelada.
Destaca la clara superioridad de la US Navy en cuanto a capacidad total de lanzadores, mientras que China, con un desplazamiento inferior por buque, ha armado a cada uno de estos con un ratio muy superior. Rusia, por el contrario, se mantiene por debajo en ambos aspectos, a pesar de la gran pegada, al menos en cuanto a alcance, de sus nuevas corbetas. Estos datos, por cierto, no incluyen la capacidad de los vectores de la Aviación Embarcada en los portaaviones, lo cual multiplicaría en varios enteros la letalidad de la US Navy. Se debe tener en cuenta, además, que los vectores SSM de la Aviación Embarcada pueden ser recargados sin mayores complejidades, mientras que los instalados en buques requieren de hacer puerto o una compleja y larga operación de NAVREP que pocos pueden afrontar.
Por lo tanto, podemos concluir con estos datos que la US Navy posee un potencial de proyección y ataque muy superior al de las restantes flotas, e incluso a la suma de ambas. También que el mayor desplazamiento de sus buques le aporta una mayor capacidad de supervivencia en caso de ser atacados algo que, como veremos en el siguiente epígrafe, parece ser fundamental.
La barbilla de cristal
Hasta el momento hemos hablado del diseño de buques en términos muy genéricos. Ahora toca hablar de los casos concretos, centrándonos en la resistencia estructural de las clases más comunes de buques, esto es, de las fragatas, auténticos caballos de batalla de la mayor parte de armadas en la segunda mitad del S. XX y por supuesto, en lo que va del siglo actual.
Desde la Segunda Guerra Mundial hasta nuestros días la evolución del diseño y construcción naval ha sufrido una curiosa evolución; los espesores de los aceros usados como protección balística y ante explosiones se han reducido de forma considerable, a la vez que para reducir costes se han adoptado en algunos casos estándares civiles de dudosa aplicación militar. Es cierto que las calidades de los aceros se han incrementado, existiendo en la actualidad clases de este metal que soportan limites elásticos superiores a los utilizados anteriormente. Sin embargo, es complicado justificar reducciones, en algunos buques tipo corbeta, de hasta 4/5 en el espesor de muchas zonas del casco frente a las fragatas, pasándose de utilizar planchas de acero de 2,5 centímetros a espesores de apenas 0,5 centímetros, un ejemplo que los españoles tenemos cercano. Es curioso cuando el acero no es uno de los condicionantes principales en cuanto a coste a la hora de planidicar la construcción de un buque de combate y durante su vida operativa se amortiza rápidamente (se calcula que supone el 15% del coste de un buque en términos generales).
Este adelgazamiento de la estructura del buque, paliado por el incremento de las calidades hasta cierto punto, choca con el proceso inverso vivido por las armas ofensivas. El desarrollo de nuevos explosivos, cabezas de combate e incluso los daños producidos por los combustibles y fuselajes de los misiles SSM ha aumentado su letalidad década a década. Aunque desde el final de la Segunda Guerra Mundial se han producido combates con SSM (Malvinas, guerra India-Pakistaní, guerra Israel-Egipto…) lo cierto es que no existe una base estadística lo suficientemente amplia como para estudiar en profundidad los daños de estas nuevas armas aunque si tenemos los suficientes como para hacer algunas aproximaciones. La principal carencia de datos estadísticos de los efectos de los SSM es, precisamente, la relativa a los daños que pueden aguantar los grandes buques militares, caso de los portaaviones, los cruceros o buques de desembarco o abastecimiento. Es así porque los principales buques atacados por SSM en estas últimas décadas han sido buques en su mayoría del porte de una fragata o inferior y estos son, precisamente los que más han sufrido la disminución de un blindaje que ha pasado a segundo plano y que en lugar de servir para que el buque continúe operativo tras ser alcanzado, siendo capaz de encajar grandes daños sin cesar en su misión, solo sirve para evitar su hundimiento, como ocurrió, sin ir más lejos, con la USS Stark.
Dicha unidad sería atacada en 1987, durante la guerra Irán-Irak, por un avión iraquí que logró lanzar dos Exocet contra ella. Ambos misiles lograrían impactar en la fragata, de la clase O.H. Perry, en el costado de babor. El primero de ellos penetraría sin llegar a explosionar mientras que el segundo impactaría y explosionaría contra el buque, dejando el buque fuera de servicio y con un boquete en el casco de 12 metros cuadrados. Ninguno de los sistemas defensivos de la USS Stark llegó a entrar en servicio y la acción se saldó con 37 tripulante muertos y 21 heridos. Eso sí, los trabajos de urgencia mantuvieron el buque a flote y posteriormente seria remolcado y reparado volviendo al servicio activo. Y es que un buque tipo O.H. Perry aguantaría sin ir a pique, al menos sobre el papel, el impacto de 2 Exocet gracias a su desplazamiento de 4.200 toneladas. De esta forma, el caso de la USS Stark se ajustaría con precisión a lo esperado al ser necesarios 2 misiles Exocet para dejarlo fuera de servicio y 4 para hundirlo.
País | Número de buques | Desplazamiento total | Desplazamiento medio por buque |
China |
624 | 1.820.222 | 2.917 |
Rusia | 360 | 1.216.547 | 3.379 |
EE. UU. | 333 | 4.635.628 | 13.920 |
Seguramente sea la Guerra de las Malvinas de 1982 la mejor fuente de estudio de que disponemos a la hora de evaluar la capacidad de aguante de los buques de guerra modernos. La Royal Navy se desplegaría en un escenario subártico a miles de kilómetros de su metrópolis para enfrentar a una fuerza hostil avisada y que esperaba algún tipo de reacción por parte de Londres, aunque es cierto que no del tipo de la que los británicos llevaron a cabo. Las acciones de la Aviación Argentina lograron el hundimiento de una serie de buques, civiles y militares, que formaban parte de las fuerzas británicas. El misil francés fue ampliamente utilizado en este conflicto y con éxito. El HMS Sheffield (DDG Type 42, 4.200 toneladas) fue atacado por dos Exocet recibiendo el impacto de uno de ellos. Lograría mantenerse a flote, pero a diferencia de lo ocurrido posteriormente con la USS Stark en el Golfo Pérsico, el buque terminaría hundiéndose. Por su parte, el HMS Glamorgan (DDG clase County, 6.200 toneladas) recibiría también el impacto de un Exocet, pero los reflejos de su capitán y la actuación de la tripulación no solo lograrían mantener el buque a flote, sino que permanecería operativo durante el resto de la campaña.
País | Lanzadores | Media de desplazamiento por buque | Lanzadores por tonelada |
China | 5.250 | 2.917 | 1,8 |
Rusia | 3.326 | 3.379 | 0,98 |
EE. UU. | 11.834 | 13.920 | 1,17 |
Otros buques de guerra británicos serían hundidos a causa de ataques con bombas de aviación. El HMS Ardent (FFG Type 21, 3.250 toneladas) recibiría el impacto de 9 bombas de las cuales solo 3 llegarían a detonar. No se hundiría en ese momento, sino en las horas posteriores al ataque. El HMS Coventry (DDG Type 42, 4.200 toneladas) también recibiría el impacto de 3 bombas de las cuales 2 detonarían y los daños causados por los incendios y la escora por la inundación, acabarían dando cuenta del buque. Otro buque de combate hundido sería el HMS Antelope (FFG Type 21, 3.250 toneladas) que recibiría el impacto de 2 bombas, que no llegarían a detonar. Aunque lógicamente el HMS Antelope sobreviviría a este ataque, mientras navegaba los artificieros trataron de desactivar las dos bombas a bordo, detonando una de ellas lo que a su vez provocaría la explosión del pañol de misiles del buque, perdiéndose este.
Como vemos, ni el impacto de un misil tipo Exocet -del que hablamos por ser de uso común- ni la explosión de bombas convencionales de 1.000 libras son un sinónimo directo de pérdida del buque. Son muchos los factores a tener en cuenta y tienen en muchos casos que ver con el azar, con el entrenamiento del trozo de avería y con la correcta dirección por parte del capitán. Así, en el caso del HMS Glamorgan, aunque sufrió un impacto, el buque permaneció operacional mientras que el de menor desplazamiento HMS Sheffield se perdería. ¿Fueron las 2.000 toneladas de diferencia lo que salvaron al primero? ¿O las acciones llevadas a cabo por su tripulación? Estos casos exigen un estudio pormenorizado y detallado, pero por norma general podemos asumir que se cumple la norma de a mayor tamaño, mayor compartimentación y capacidad de aguante.
En la Tabla III vemos el armamento requerido para hundir un buque de Guerra de la Segunda Guerra Mundial con una probabilidad de 80%. Como hemos mencionado anteriormente los estudios actuales no arrojan conclusiones totalmente fiables, debido a la insuficiencia de datos estadísticos, al menos en comparación con la última Guerra Mundial. En lo que concierne a este artículo, todos los datos, o al menos la mayoría, están basados en el Exocet como vector de ataque, aun siendo conscientes de la amplia panoplia actuales de SSM y las diferencias básicas de diseño y características entre cada modelo, por lo que lo aquí expuesto solo puede considerarse como meramente orientativo.
Desplazamiento (tons) | Bombas 1.000 libras | Torpedos 533mm |
3.000 | 4,0 | 1,6 |
15.000 | 9,0 | 3,5 |
45.000 | 15,5 | 6,1 |
90.000 (extrapolación) | 23,0 | 8,6 |
FFG moderna (3.000 tons) | 4,0 | 1,6 |
LPD moderno (45.000 tons) | 15,0 | 6,0 |
Sin embargo hay un aspecto crucial que hemos de tener en cuenta y que no refleja ninguna table: la creciente integración de sistemas electrónicos e informáticos, el verdadero Talón de Aquiles de los buques de guerra moderrnos, especialmente cuanto menor sea el desplazamiento ya que más sencillo es alcanzar los componentes electrónicos clave. Un aspecto que durante la fase de diseño obliga a la redundancia y que, ya en la fase de operación hace prácticamente imposible la canibalización de equipos o la reparación con los medios disponibles en el propio buque o en el Grupo de Combate del que forme parte, lo que obliga a fiarlo todo a una red de bases de la que pocos disponen.
La redundancia de sistemas y cableados se supone se aplica en todos estos sistemas. La duplicación de equipos y cableados es norma común, encareciendo la instalación, pero asegurando su supervivencia ante daños hasta ciertos límites. Con el encarecimiento continuo de los equipos militares, la duplicación de algunos de estos sistemas se vuelve inviable, y se trata de asegurar su operación a través de la duplicación de los servicios auxiliares que lo componen y no del sistema en sí, una práctica habitual y en todos los buques militares en general, pues a nadie se le ocurriría -y sería imposible costearlo- diseñar una fragata F-100 con dos superestructuras destinadas a albergar sendos radares Spy-1D, CIC…
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