La cuestión de la estabilidad estratégica y las armas nucleares, es uno de esos asuntos que a primera vista tienen una respuesta directa y fácil, pero que una vez se comienza a indagar y profundizar en los destalles aparecen multitud de paradojas y efectos contradictorios. En un sentido amplio, la estabilidad estratégica suele definirse como la ausencia de incentivos a que un país lance un primer ataque contra otro, por temor a los costos y daños que podría sufrir como represalia. La cuestión no es, sin embargo, tan sencilla.
Según la línea argumental más simple sobre la estabilidad estratégica, las armas nucleares, al proporcionar opciones de represalia de destrucción masiva, serían el tipo ideal de armamento que aportaría estabilidad estratégica a los conflictos entre potencias, al implicar costes muy elevados y masivos. Por lo tanto, bajo esta simple perspectiva, bastaría con que las potencias enfrentadas desplegasen ciertas y limitadas capacidades en armamento nuclear para hacer que la situación estratégica fuera estable y conseguir disuasión.
No obstante, en un sentido más específico, y siguiendo la definición de Vladimir Dvorkin, la estabilidad estratégica nuclear entre dos países se logra cuando:
- Ninguno de los dos estados pueda hacer un primer ataque contra el arsenal nuclear del país adversario que destruyese la mayoría de armas nucleares enemigas, combinado con defensas estratégicas eficaces que destruyeran el arsenal que sobreviviera a ese primer ataque y anulase la capacidad adversaria de hacer represalia nuclear.
- Cuando en cada misil y bombardero haya pocas ojivas ofensivas, habiendo una relación paritaria entre vectores de ataque y ojivas.
- Cuando el armamento desplegado sea poco vulnerable a un primer ataque, maximizando su capacidad de supervivencia.
En la práctica, esto no sitúa ante la dicotomía de tener que optar entre dos tipos de armamento nuclear hipotéticos:
- Misiles intercontinentales basados en silos que pudieran transportar muchas ojivas de gran precisión (siendo un arma muy eficaz en la ofensiva pero a la vez vulnerable a un primer ataque enemigo).
- Misiles móviles terrestres más pequeños que transportan menos ojivas y menor precisión (armamento menos eficaz ofensivamente pero más invulnerable a un primer ataque)
Si el decisor prefiriese una situación estratégica nuclear estable, se tendría que optar por desplegar la segunda opción de armamento (además de no desplegar defensas antimisiles, etcétera).
Es decir, la estabilidad estratégica nuclear no se alcanza simplemente con los estados enfrentados desplegando cualquier tipo de armamento nuclear, sino que la estructura y característica de la fuerza nuclear debe de cumplir una serie de requisitos o características muy específicos para que la situación estratégica sea estable. De lo contrario, de desplegarse un arsenal nuclear que no cumpliese con esas características (como el basar todo el armamento en misiles fijos alojados en silos), la situación estratégica podría ser sumamente inestable, induciendo y favoreciendo un primer ataque.
Es fácil imaginar un escenario hipotético en el que dos países con relaciones históricas de odio y hostilidad, en caso de que ambos desplegasen ambos nuclear muy ofensivo pero vulnerable a un primer ataque (caso de la opción 1), se verían ante un dilema de usar preventivamente sus armas nucleares contra las de su adversario, para así no perder ellos mismos su arsenal ante un ataque preventivo enemigo que destruyese las fuerzas propias.
Las paradojas de la estabilidad
La destrucción masiva de las armas nucleares no aporta estabilidad de por sí. Lo único que aporta la destrucción masiva es que las apuestas, costes y beneficios se incrementen mucho respecto a cuando en la estrategia solamente existía el armamento convencional. No obstante, ese aumento en los costes de las apuestas puede espolear tanto estrategias ofensivas como otras más conservadoras y defensivas. Según la “paradoja de la estabilidad/inestabilidad” (concepto desarrollado a partir de las aportaciones de Glenn Snyder), aunque las armas nucleares incentivasen estrategias conservadoras en las cuales los estados nucleares evitan enfrentarse directamente, de manera paradójica también podría incentivar y hacer más probable las agresiones a escala más pequeña e indirecta, tal y como sucedió durante la Guerra Fría.
Por otra parte, se debe recordar los casos israelí y británico, en los que las armas nucleares no impidieron que fueran atacados y su territorio parcialmente invadido en 1973 y 1982 respectivamente. O que en la actualidad las armas nucleares israelíes no pueden hacer disuasión contra grupos como Hamas o Hezbollah. Como explica la paradoja de la estabilidad/inestabilidad, durante la Guerra Fría, aunque la destrucción masiva de las armas nucleares limitó las agresiones directas a gran escala, ello promovió que en niveles más bajos del conflicto y en zonas periféricas aumentasen los enfrentamientos por intermediación. Aunque no hubiese una Tercera Guerra Mundial en Europa, las guerras en Corea o Vietnam fueron mucho más violentas y de mayor duración al convertirse precisamente en guerras “limitadas” y poco resolutivas (en las que los EE. UU. no podían usar todo su poder por miedo a intervención de la URSS y China).
Incidiendo aún más en la naturaleza paradójica de la estrategia tenemos la “paradoja de la inestabilidad/inestabilidad” (concepto desarrollado por Paul Kapur) que puede comprobarse en el caso del conflicto indopaquistaní, en el que las armas nucleares de Pakistán funcionan como un escudo protector tras el que el estado paquistaní promueve el terrorismo desde los santuarios situados en el interior de su propio territorio, atacando a la India por intermediación de grupos terroristas. Según la paradoja de la inestabilidad/inestabilidad, las armas nucleares además de incrementar la inestabilidad en los niveles inferiores del conflicto lo harían también en los niveles más elevados e incentivarían los enfrentamientos directos a pequeña escala que irían escalando en espiral hasta alcanzar los niveles más elevados del conflicto.
La Gran Estrategia, las fuerzas convencionales y el contexto geopolítico
Además de todo lo anterior, la cuestión se complica más todavía cuando introducimos en la ecuación los conceptos de “gran estrategia” e “interés nacional”. Para alcanzar la estabilidad estratégica no basta con que haya un equilibrio nuclear estratégico estable en la estructura de fuerzas como el descrito anteriormente (pocas ojivas por vector de ataque, armas de represalia con alta capacidad de supervivencia, etc), sino que también debe haber equilibrio y simetría en los objetivos e intereses nacionales para que se genere una situación estratégicamente estable. Por ejemplo, en el conflicto entre Corea del Norte y los EE. UU. hay una asimetría de intereses claramente a favor de los norcoreanos. Los fines y objetivos nacionales de Corea del Norte a la hora de desplegar armas nucleares consisten en asegurar su supervivencia ante ataques e invasiones que podrían derrocar al actual régimen, como sucedió en Irak en 2003 o en Libia en 2011, con lo que la estructura de fuerza nuclear norcoreana no necesita del nivel de sofisticación contrafuerza que necesitan los norteamericanos. Los EE. UU., por su parte, sí necesitan un arsenal con altas capacidades contrafuerza y de defensa antimisil para poder garantizar la disuasión extendida a Japón y Corea del Sur. De lo contrario, se generaría una situación de desenganche o decoupling, que consiste en que los norteamericanos no estarían dispuestos a sacrificar Honolulu o Los Angeles para salvar Seúl o Tokio.
La posibilidad de tal desenganche por esa asimetría de intereses ocurrió durante la Guerra Fría en Europa, durante los años 70 y 80, una vez la URSS y los EE. UU. alcanzaron una situación de estabilidad estratégica nuclear, al entrar en la fase de la destrucción mutua asegurada. La disuasión de la destrucción mutua asegurada abrió hipotéticamente la “ventana de oportunidad” a favor de la URSS (argumento hoy en discusión). Tal ventana de oportunidad y desenganche consistía en que los ICBM de la URSS (que habían aumentado mucho en número y habían desplegado ojivas MIRV) podían lanzar un primer ataque por sorpresa contra los ICBM y bases de bombarderos norteamericanos, destruyendo la inmensa mayoría en tierra.
Aunque a los EE. UU. aún le quedaban las ojivas estratégicas de los submarinos balísticos, estas no tenían una precisión suficiente para atacar objetivos contrafuerza soviéticos (debido a su poca precisión no suponían una amenaza a los silos de ICBM soviéticos, búnkeres de puestos de mando, etc), sino que solamente podían ser usados contra núcleos de población y objetivos industriales. Pero como la Unión Soviética podía represaliar mediante la destrucción de las ciudades de los Estados Unidos, tal posibilidad quedaba racionalmente fuera de las posibilidades a escoger por los norteamericanos. Llegados a ese punto, el Pacto de Varsovia podía lanzar un asalto mecanizado a gran escala contra la OTAN sin miedo a que los EE. UU. iniciasen una guerra nuclear para compensar su inferioridad militar convencional, ya que era dudoso que los norteamericanos estuviesen dispuestos a sacrificar Chicago para salvar a Hamburgo.
Es decir, si al principio del artículo se hacía una definición canónica del concepto de estabilidad estratégica, que decía que la estabilidad se logra simplemente con que las potencias enfrentadas puedan ejecutar represalias nucleares contra sus adversarios, con el ejemplo de la “ventana de oportunidad” observamos que ese simple requisito de asegurar represalias nucleares (Disuasión Mínima) no es suficiente para alcanzar la estabilidad estratégica. Tener un arsenal de segundo ataque (como una potente fuerza de submarinos balísticos nucleares), no es suficiente.
Por consiguiente, alcanzar la estabilidad estratégica es algo mucho más complicado que simplemente desplegar unas cuantas armas nucleares y misiles que puedan ejecutar un segundo ataque de represalia. La estabilidad estratégica requiere que se cumplan muchos requisitos y características al mismo tiempo para lograrla. Además, estos requisitos y características no son de aplicación universal y constante, sino que necesitan adaptarse a las circunstancias concretas de cada conflicto: en el caso de la Guerra Fría antedicho, la OTAN al basar su disuasión en la disuasión nuclear extendida que proporcionaban los EE. UU., necesitaba una gran estrategia y estructura de fuerzas nucleares que tuvieran cierta superioridad frente a la URSS y no una simple paridad. El equilibrio en armas convencionales, la gran estrategia de cada bando, la estructura de la fuerza nuclear, etc, deben tenerse en cuenta en su conjunto para que todos esos aspectos estratégicos se vayan anulando entre sí y alcanzar un balance neto estratégico que sea realmente estable.
Las defensa estratégica y la Estabilidad Estratégica
La complejidad en el análisis estratégico sigue aumentando cuando introducimos el aspecto de las defensas estratégicas (defensas antimisiles, defensas aéreas contra bombarderos estratégicos, etc), ya que surge la cuestión de si estas generan inestabilidad estratégica (fomentando o induciendo a un primer ataque) o si producen estabilidad estratégica. La respuesta no es unívoca y dependerá de cada circunstancia en concreto.
Unas buenas defensas estratégicas, como un buen blindaje, pueden tanto desincentivar un ataque contra el actor estratégico que las posea, como también pueden constituirse en la protección ideal desde la que lanzar ataques mientras se permanece razonablemente seguro, sin miedo a represalias o riesgo de ser destruido. Un carro de combate es una magnífica arma ofensiva precisamente gracias a su elevado nivel de protección.
En el caso de la estrategia nuclear, durante la Guerra Fría, se llegó a un consenso en el que cierto grado limitado de defensas estratégicas otorgaban estabilidad. Esos razonamientos fueron los que subyacían al tratado ABM, en el que la URSS y los EE. UU. se permitían mutuamente desplegar algunas defensas estratégicas entorno a la capital y algunas zonas de lanzamiento de misiles. La razón principal (entre varias) de que generasen estabilidad era que, en caso de una crisis nuclear entre ambas superpotencias, si se detectase un ataque nuclear estratégico limitado, las autoridades nacionales no tendrían miedo a que se estuviese ejecutando un primer ataque decapitador, ya que la misma naturaleza limitada del ataque podía ser frenada por las defensas estratégicas. Las defensas estratégicas a pequeña escala también pueden defender contra ataques limitados contra núcleos de población, sin tener que responder con una represalia nuclear contra el país atacante, otorgando flexibilidad política, salvando vidas y permitiendo escapar a los dilemas de la destrucción masiva.
Las defensas estratégicas desplegadas entorno a los silos de lanzamiento de ICBM también pueden contribuir a la estabilidad estratégica, especialmente si son defensas endoatmosféricas. Las ojivas nucleares, para poder destruir un silo de ICBM, deben detonar muy cerca del blanco, ya que en el caso de desviarse algunas docenas o cientos de metros (dependiendo de la potencia de la explosión y nivel de protección del silo) quedaría aún operativo. El problema para las ojivas atacantes es que una vez ingresan en la atmósfera terrestre, la fricción con esta hace que desaceleren rápidamente, conviertiéndose en blancos mucho más lentos y fáciles de derribar; mientras que los señuelos se desintegran en la fricción con la atmósfera o rebotan contra esta. En esos kilómetros de aproximación final al objetivo, la defensas antimisiles pueden tener bastante éxito derribando ojivas atacantes. Aunque las defensas no pudiesen interceptar todas las ojivas, con que sobreviviesen una fracción importante de los ICBM, se podría lograr un efecto de estabilidad estratégica que no incentivase un primer ataque como el descrito en el caso de la hipotética “ventana de oportunidad” soviética. En ese tipo de casos, las defensas estratégicas protegerían el arsenal de represalia y de segundo ataque nuclear, aumentando los niveles de supervivencia de la fuerza, lo que es acorde a la definición de estabilidad estratégica de Dvorkin. Además, al no proteger los núcleos de población e industriales, deja como rehén a la población propia y no socava la capacidad adversaria de ejecutar de represalias nucleares contra nosotros.
Por contra, unas defensas estratégicas que defendieran los núcleos de población y producción económica contra el grueso de las fuerzas de represalia enemigas, sí podrían implicar inestabilidad estratégica, como fue el caso de Iniciativa de Defensa Estratégica (SDI) de los EE. UU. durante la administración Reagan. Aunque en realidad el proyecto no era más que un bluff, en teoría unas defensas estratégicas que pudieran defender a la población de la destrucción apocalíptica tornarían la situación estratégica en sumamente inestable. La inestabilidad se causaría principalmente mediante una doble vía. Primero, con tal nivel de protección nada impediría a los EE. UU. lanzar un primer ataque contrafuerza contra el arsenal estratégico disuasivo de la URSS y luego imponer sus condiciones sobre el Pacto de Varsovia. Segunda, en los años previos al despliegue de tal capacidad de defensa estratégica, la URSS tendría el incentivo de iniciar una guerra preventiva antes de quedar en una situación de tanta inferioridad. Una tercera posibilidad es la que esas defensas estratégicas incentivasen un ataque preventivo o anticipatorio de los EE. UU. contra la URSS, en caso de que las defensas estratégicas no pudieran frenar todos los misiles enemigos, sino solo una fracción. En tal caso, durante una crisis, se podría dar la situación que los EE. UU. pudieran lanzar un primer ataque que destruyera una fracción de los misiles soviéticos, mientras las defensas estratégicas paran la fracción superviviente, por lo que la URSS podría deducir que la opción racional fuera la de lanzar un ataque preemptivo (anticipatorio).
Las defensas estratégicas, por lo tanto pueden obedecer tanto a intenciones y propósitos ofensivos como defensivos:
- Para ejecutar un primer ataque que implica bajos costes en daños y represalias sufridas.
- Para simplemente disuadir un ataque enemigo disminuyendo la efectividad y eficacia del mismo.
Por otra parte, los propósitos que persiguen las doctrinas mediante despliegues militares específicos pueden llevar a generar efectos contrarios y paradójicos a los planeados. Barry Posen, en un estudio clásico sobre doctrinas y estrategias, expuso como los planes y doctrinas defensivas francesas de la década de 1930, en realidad generaron inestabilidad estratégica al no poder dar respuesta a las maniobras ofensivas alemanas en el Este, impidiendo que pudiera equilibrarse adecuadamente el rearme alemán y poder combinar los planes defensivos franceses con las fuerzas militares polacas y checoslovacas. Por lo tanto, el análisis integral del armamento (estratégico y convencional) no puede contemplarse meramente desde una óptica ofensiva-defensiva, sino que hay que integrarlo en el conjunto de la gran estrategia, los propósitos y los planes.
Paradójicamente, el armamento y planes estrictamente defensivos pueden incentivar las agresiones y la ofensiva en el bando contrario. Sin ir más lejos, la SDI de Reagan, aunque servía aun propósito eminente defensivo de proteger a la población norteamericana, fue vista en la URSS como una política que evidenciaba las intenciones del bloque occidental de dotarse de capacidades que hicieran viable un primer ataque contra la URSS. Ello motivó que en sectores del politburó soviético iniciaran la operación RYAN para detectar y prepararse para contrarrestar ese primer ataque de la OTAN con la intención de ejecutar un ataque anticipatorio del Pacto de Varsovia, alcanzándose elevados niveles de paranoia en algunos sectores soviéticos durante las maniobras de la OTAN de Able Archer en el año 1983.
La tricotomía de la Estabilidad Estratégica
Hasta ahora, en este artículo, se ha expuesto una perspectiva de la estabilidad estratégica que se corresponde en mayor o menor medida con lo que se conoce como “estabilidad en el primer ataque”, pero la estabilidad estratégica además está compuesta por la “estabilidad en la carrera de armamentos” la “estabilidad durante la crisis”, que se detallarán a continuación.
Carreras de armamentos
La estabilidad estratégica debe tener en cuenta, además del balance entre la ofensiva y la defensiva a la hora de calcular si se incentiva o desincentiva un primer ataque, la evolución y cambio que se va dando en ese balance (carreras y dinámicas de armamentos), que por motivos de política militar, de política de defensa, variables económicas, etc, hace que no sea estable y equilibrado en el tiempo.
Que las carreras de armamentos sean o no sean estables tienen implicaciones muy importantes en la estabilidad estratégica general. La evidencia empírica demuestra que la mayoría de las guerras entre estados (aunque no siempre) están precedidas por carreras de armamentos competitivas. Habitualmente se denomina a esto el “modelo de espiral” de carreras de armamentos (modelo que comenzó a desarrollarse desde las aportaciones de Lewis Fry Richardon), que consiste en que un estado comienza a acumular armas para mejorar su seguridad; como consecuencia, el estado adversario trata de igualar o mejorar el nivel de armas del primer estado; esto a su vez lleva a aumentar el nivel de gasto militar del primer estado contra el segundo para volver a ganar ventaja. Mientras no se llegue a una situación en la que las variables económicas impidan a alguno de los estados seguir con la carrera de armamentos, podría llegarse al caso en que para materializar la ventaja militar o impedir que el adversario nos supere (o siga aumentando su ventaja) se decida iniciar la guerra y lanzar un primer ataque.
(Continúa…) Estimado lector, este artículo es exclusivo para usuarios de pago. Si desea acceder al texto completo, puede suscribirse a Revista Ejércitos aprovechando nuestra oferta para nuevos suscriptores a través del siguiente enlace.
6 Trackbacks / Pingbacks