Es un lugar común creer que los enfrentamientos nucleares no pueden tener un ganador auténtico y que todos serían perdedores, por los millones de muertos que costaría esa victoria. Como consecuencia, la estrategia y las armas nucleares apenas servirían para poco más que para disuadir una amenaza existencial. La realidad, sin embargo, es diferente. Contrariamente a esas creencias, las teorías de supremacía o superioridad nuclear indican que sí pueden haber ganadores y perdedores, sin tener que padecer ambos contendientes una suerte de destrucción apocalíptica mutua.
La estrategia militar convencional básicamente consiste en unidades de combate disparándose y maniobrando en el campo de batalla, empleando una violencia máxima, tratando de aniquilar al enemigo, tomando territorios y objetivos clave, asumiendo potencialmente una alta proporción de bajas. Por otra parte, no todo empleo de la fuerza militar convencional se basa en dicho proceder con violencia máxima: la contrainsurgencia radica en un empleo de la violencia (comparativamente) que no es máximo, con procedimientos más cuidadosos y selectivos. Como no hay una destrucción total mutua es usual que al final del proceso un bando gane y otro pierda, una insurgencia se aplaque o no.
Por contra, la estrategia nuclear, dado que la destrucción provocada por el uso de la violencia máxima de los medios termonucleares puede destruir de manera instantánea una gran proporción de países completos, sigue una lógica distinta a la de la estrategia convencional basándose más en la amenaza que en el uso efectivo del armamento. Por ese motivo, las armas nucleares son en buena medida más instrumentos políticos de intimidación que instrumentos militares con los que ganar combates concretos. Aunque lo planes de la estrategia nuclear sí tengan objetivos potenciales de causar un daño masivo al adversario, como la destrucción masiva puede ser mutua, en realidad no dejarían de ser meras amenazas.
Como corolario de lo anterior, la tarea de los estrategas nucleares consiste en diseñar arsenales y estructuras de fuerza que puedan garantizar una respuesta nuclear asegurada contra el adversario, para así negar su capacidad de amenazarnos nuclearmente de manera impune, tratando aprovecharse de su monopolio o superioridad nuclear (escuela de la respuesta asegurada o sencillez). No obstante, llegados a este punto en donde la estrategia nuclear comienza a complicarse, arreciando profundas polémicas entre teóricos y académicos en la materia. Si hipotéticamente la función de los estrategas nucleares, es idear capacidades y estrategias nucleares que aseguren una respuesta de destrucción masiva que anulen la superioridad nuclear adversaria, está implícita la posibilidad de que, bajo ciertas condiciones, cumplir con dicha estrategia y capacidades de respuesta asegurada masiva no sea posible, por lo que alguno de los contendientes lograría de ese modo superioridad nuclear que conlleve el que, en un enfrentamiento nuclear, pudiera haber una victoria nuclear que no requiera
asumir el costo de millones de muertos propios, por la imposibilidad adversaria de desarrollar la capacidad nuclear estratégica necesaria (escuela de la superioridad nuclear o la complejidad).
Sin temor a sufrir una gran represalia, nada impediría que la estrategia nuclear y el uso del armamento nuclear deje de ser un instrumento meramente político para comenzar a parecerse a un instrumento militar con el que aniquilar fuerza e infraestructura enemiga, y alcanzando el enfrentamiento nuclear un resultado que termine con un bando como ganador y otro como perdedor, en lugar del escenario de los dos bandos sean perdedores.
Contraposición entre las escuelas de la sencillez y la complejidad
Aunque se hayan expuesto dos tipo ideales de escuelas estratégicas nucleares el mundo real muchas veces está plagado de áreas grises, solapamientos y puntos medios no binomiales. Los críticos de la superioridad nuclear suelen aducir que como lo más probable (por simple distribución de campana estadística) es que el balance de los contendientes nucleares daría un resultado intermedio (ni superioridad ni inferioridad total), la mera posibilidad de sufrir una destrucción que aunque no fuera total sí fuera masiva (algunas ciudades destruidas en lugar de todas las ciudades), en la práctica toda estrategia nuclear conseguiría unos efectos disuasivos similares entre sí (sea escuela de la represalia asegurada o de la superioridad), dejando el concepto de supremacía y superioridad nuclear como una mera abstracción que aunque teóricamente pudiera ser cierta, no tendría cabida en la práctica real de la estrategia nuclear.
Por otra parte, la situación concreta de cada enfrentamiento nuclear no es como la de una distribución probabilística normal de campana de Gauss. No es lo mismo un enfrentamiento nuclear entre una potencia con 1) pocas ojivas nucleares, transportadas por aviones que podrían ser derribados por defensas antiáreas y en misiles de combustible líquido que requieren varias horas para preparar su disparo, contra una potencia que 2) tuviera una cantidad de ojivas muy superior, instaladas en misiles balísticos de gran precisión y combustible sólido de lanzamiento casi instantáneo, en bombarderos furtivos muy difíciles de derribar, y con sólidas defensas antiaéreas que pudieran derribar los aviones adversarios que quizás pudieran sobrevivir a un ataque por sorpresa.
Los defensores de la supremacía nuclear podrían decir que la tarea de la estrategia nuclear sería la de lograr capacidades de primacía como la que se describía en el párrafo anterior, en lugar de idear capacidades y estrategias que simplemente aseguren la respuesta nuclear. En realidad, solo los estrategas de las potencias débiles y pequeñas tendrían la motivación racional para diseñar estrategias de respuesta asegurada o destrucción mutua asegurada, pero en ningún caso sería ese el signo característico de toda la estrategia nuclear. No obstante, habrá diadas estratégicas en las que efectivamente ambos contendientes alcancen como mínimo esa capacidad de dañar gravemente y con destrucción masiva (aunque no total) al adversario.
En el ejemplo que se exponía anteriormente, la potencia que tiene mucha menos cantidad de ojivas nucleares podría desplegar algunos submarinos con misiles balísticos. En ese caso, los oponentes de las teorías de la superioridad nuclear podrían decir que el propósito de seguir acumulando ojivas y misiles sería algo irracional desde el punto de vista estratégico. La acumulación indefinida de fuerza nuclear, aducirán, respondería simplemente a inercias e intereses burocráticos creados por parte de sectores militares únicamente interesados en promocionar sus carreras; o a necesidades y presiones para sostener la industria de defensa; una industria y burocracia militar que persuadiría y presionaría a la élite política para continuar con grandes gastos en defensa. Tal fue la denuncia de Eisenhower sobre el complejo militar-industrial, que vía la presión política de la élite del Congreso conseguía un gasto militar nuclear estratégico innecesariamente grande con capacidad para hacer “overkill” contra la Unión Soviética una innecesaria y absurda cantidad de veces.
Los defensores de la respuesta asegurada, destrucción mutua y de una estrategia nuclear que consistiría simplemente en una disuasión muy básica, consistente meramente en provocar un daño y destrucción inaceptable, propugnan que de con ese tipo limitado de arsenal conseguiría evitar una guerra a gran escala entre grandes potencias o entre potencias nucleares, avogando por un arsenal de tamaño limitado, considerando un gasto absurdo el tener muchas más ojivas, misiles, bombarderos y submarinos que el adversario. Por otra parte, lo que en concreto signifique destrucción y daño inaceptable es una cuestión trillada y muy escurridiza, pero habitualmente suele citarse la regla que marcara el secretario de defensa estadounidense Robert McNamara, en la que el concepto de daño inaceptable se estimaba en destruir el 25% de la población enemiga y el 50% de su capacidad industrial. No obstante, aunque sin duda alguna ese 25% y 50% son un daño muy masivo, en absoluto representa la destrucción total del enemigo, y después de recibir ese enorme castigo podría optar por seguir combatiendo ya que nos habríamos quedado sin ojivas y todavía quedaría la mayoría del país teóricamente en pie.
Asimetría de intereses en la coerción y estrategia
Como si indicaba, gran destrucción de ningún modo es sinónimo de inaceptable. La cuestión de lo que es aceptable y no es aceptable no es materialista, sino que en última instancia es algo subjetivo que depende de diversas variables que va más allá del costo, el beneficio y la probabilidad de sufrir o disfrutar de esos costos y beneficios. El ejemplo prototípico que más se suele citar en los estudios de seguridad y defensa para ilustrar esa realidad subjetiva que condiciona toda la estrategia, es el del diálogo de Melos que dramatizara Tucídides en su Historia de la Guerra del Peloponeso. En dicho diálogo, los atenienses plantean un ultimátum a los habitantes de la polis de la isla de Melos para que se sumaran a la Liga de Delos (que lideraba Atenas) o que en caso contrario serían destruidos. Aunque la gran superioridad militar ateniense y a su dominio de los mares, hacía muy poco racional o muy costoso resistirse con éxito a una campaña militar ateniense, los melienses rechazaron el ultimátum, y tras unos meses de campaña todos sus hombres fueron pasados por las armas y vendidos como esclavos las mujeres y niños. Por lo tanto, plantear el objetivo de la estrategia nuclear de una potencia contra su adversario limitado a causar un daño inaceptable, en realidad implica una falta total de estrategia, porque el enemigo al ser consciente que no sería totalmente aniquilado podría decidir soportar el gran costo, ya que incluso se podría dar el caso que ante la amenaza probable de destrucción total, decidieran no aceptar el chantaje, teniendo que procederse a la destrucción real de la totalidad del enemigo o aceptar que nuestro poder y coerción han fracasado.
Llegados a este punto concreto es cuando puede observarse la debilidad intrínseca de la escuela estratégica de la “sencillez” (que engloba las corrientes estratégicas de respuesta asegurada, disuasión mínima y destrucción mutua asegurada) y las ventajas y superioridad de la escuela de la “complejidad” (que engloba las corrientes de la limitación de daños, la superioridad nuclear y del warfighting nuclear). Dicha ventaja reside en que 1) el grado de destrucción inaceptable dependerá de cada subjetividad y cada colectivo, siendo pertinente lograr la capacidad de overkill sobre el enemigo para cubrir todas esas subjetividades. 2) Como el grado de daño inaceptable del enemigo y del nuestro propio son concepciones variables, aunque no se pueda garantizar salir totalmente indemnes de un enfrentamiento nuclear, no será lo mismo sufrir la destrucción de una ciudad pequeña que la aniquilación de diez grandes ciudades.
La esencia de la coerción y la superioridad
Por lo tanto, el trabajo y cometido de todo estratega nuclear que se precie deberá ser no el de idear estrategias que aseguren la respuesta nuclear contra el enemigo, sino el de intentar conseguir el máximo grado de supremacía nuclear posible o, en su defecto, el mínimo grado de inferioridad. La lógica de intentar conseguir tal superioridad principalmente no responde a que una vez se hayan iniciado las hostilidades, se pueda causar un gran daño al adversario y minimizar los daños en nosotros, sino que principalmente se idean las estrategias para el momento ex ante del intercambio nuclear, con el único fin de amenazar. No obstante, para que la amenaza sea creíble y pueda surtir efecto, debe haber una fuerza nuclear capaz de causar ese gran daño y destruir el arsenal nuclear adversario antes de que pueda ser usado, así como en contar con defensas estratégicas que puedan detener los medios de entrega nucleares enemigos. Si el adversario observa nuestra capacidad material y disposición a emplearlo, y es consciente que no puede causarnos un daño que estimemos inaceptable, es altamente probable que el enfrentamiento nuclear se gane sin disparar un solo misil o tirar una sola bomba. Y si se diera un hipotético caso como el de Atenas contra Melos, no habría más remedio que aniquilar al enemigo (al menos su fuerza nuclear) para impedir que nos causase el daño nuclear que fuera, o para conseguir alcanzar por la fuerza el objetivo en disputa que subyazca al conflicto.
(Continúa…) Estimado lector, este artículo es exclusivo para usuarios de pago. Si desea acceder al texto completo, puede suscribirse a Revista Ejércitos aprovechando nuestra oferta para nuevos suscriptores a través del siguiente enlace.
Be the first to comment