La batalla por la Cumbre 776

El nacimiento de un mito

Paracaidistas rusos en Chechenia
Paracaidistas rusos en Chechenia

La Segunda Guerra de Chechenia da comienzo en los primeros días de octubre de 1999, cuando las tropas rusas –especialmente su Fuerza Aérea o VVS- inician una campaña de bombardeos masivos destinados a desarticular el poder combativo de los señores de la guerra chechenos, antes de pasar a una ofensiva terrestre que habría de devolver a Moscú el control sobre la díscola región caucásica. Fue una guerra breve –si atendemos al desarrollo de las operaciones puramente militares, ya que las antiterroristas finalizaron oficialmente en abril de 2009-. También una guerra sangrienta, que no conoció la piedad y en la que cada vez que tuvieron oportunidad unos y otros sacaron a la luz lo peor del ser humano. Con todo, hubo momentos para el compañerismo, para la lucha codo con codo haciendo frente a un destino tan aciago como seguro e incluso para el heroísmo. De entre todos estos momentos, el más destacado es quizá el de la Batalla de Ulus-Kert, también conocido como la Batalla por la Cumbre 776.

Antecedentes

La segunda guerra de Chechenia curiosamente comienza, no en ésta república del Cáucaso ruso, sino en su vecina Daguestán, cuando miles de combatientes chechenos comandados por Shamil Basayev e Ibn al-Khattab tratan de extender su rebelión de corte islamista más allá de la autoproclamada República Chechena de Ichkeria, en apoyo de los musulmanes daguestaníes. Cómo no, la forma más rápida de extender su extraña mezcolanza entre ideología con tintes racistas e islamismo de corte wahabita es la invasión y a ello se aplican con todo su empeño durante días, creyendo que la debilitada Rusia sería incapaz de responder al desafío.

Tras una reacción sorprendente por parte de los habitantes de Daguestán, que lejos de secundar a los chechenos y alzarse contra el “dominio ruso” se organizaron rápidamente en grupos de autodefensa frenando el avance de los señores de la guerra chechenos, Rusia puso en marcha su aparato militar. Reabrir el conflicto del Cáucaso era un sueño no para los ciudadanos rusos, pero sí para buena parte de su estamento militar, cuyo orgullo estaba herido después de una década trágica que va de la retirada de Afganistán y la caída del Muro de Berlín al año 99 en el que el presupuesto militar de la Federación Rusa alcanza su mínimo histórico.

Independientemente de lo que hiciesen los envalentonados líderes chechenos, lo cierto es que después de cerrar en falso la Primera Guerra de Chechenia, que nunca contó con el apoyo mayoritario de la población rusa, en Moscú llevaban ya tiempo buscando la forma zanjar definitivamente la cuestión chechena y de hacerlo, de ser posible, manu militari. Además, en el caso de que la oleada de atentados de septiembre de 1999 que predispusieron a la población para el conflicto no fuesen atentados de falsa bandera, como sostienen activistas como Masha Gessen en el Kremlin tenían información sobrada acerca de los planes chechenos respecto a Daguestán. Entre otras pruebas, hay contactos documentados entre el oligarca Boris Berezovski, por entonces vicesecretario del Consejo de Seguridad Ruso -y uno de los principales valedores de Vladimir Putin- y Movladi Uyanov y Movladi Ugudov, ambos destacados dirigentes checheno en conocimiento de las intenciones de Bashayev y compañía…

Sea como fuere, el ataque sobre Daguestán, junto con los atentados de septiembre de 1999 en Moscú, Volgodonsk y Buinaksk, que segaron la vida de 300 personas, sirvieron para cambiar para siempre el rumbo de la política rusa, al elevar a un hasta entonces desconocido Putin a la Presidencia y con ello, dar rienda suelta a la reacción rusa, buscada por su estamento militar desde hacía años.

Putin, elegido por el propio Yeltsin probablemente por su lealtad en un tiempo en el que las acusaciones de corrupción contra él y su círculo eran más fuertes que nunca, prometía mano dura contra los chechenos, justo lo que quería un pueblo –el ruso- atemorizado por los atentados y hastiado de la imagen de debilidad que proyectaba el país. Siendo todavía Primer Ministro, Putin comenzó una campaña militar que le permitiría ganar las elecciones presidenciales de marzo de 2000 con más del 52% de los votos y erigirse en Presidente a la vez que solucionaba para siempre uno de los muchos desaguisados que la descomposición del imperio soviético había provocado.

El ataque checheno contra Daguestán pues, fue la excusa perfecta para que Rusia pusiese en marcha su vetusta pero aún potente maquinaria bélica. A diferencia del conflicto anterior, ésta vez lo hizo con una estrategia clara, aunque nada innovadora, que teóricamente se basaría en la utilización del poder aéreo, de forma parecida a como la OTAN había hecho contra Yugoslavia en los meses anteriores, aunque sin aproximarse dada la precaria situación de la VVS. Tras los bombardeos iniciales, dos brigadas (136ª Brigada, dependiente del Ministerio de Defensa y 102º Brigada dependiente del Ministerio de Interior), se encargarían de los combates terrestres.

Las operaciones iniciadas por Rusia en Daguestán, pese a necesitar de refuerzos tan diferentes como infantes de marina llegados de su base de Sputnik, en Múrmansk o paracaidistas llegados del Distrito Militar de Siberia, se cerró con un notable éxito. En poco más de un mes, entre agosto y septiembre de 1999, lograron desalojar a los chechenos de Daguestán, para centrarse posteriormente en bombardear Chechenia y, en especial, Grozni, su capital, que sufriría un durísimo asedio en el invierno de ese mismo año.

Entre diciembre y febrero de 2009, la sufrida ciudad –que no se había recuperado de los combates de la guerra anterior- fue objetivo de los ataques aéreos y artilleros rusos que, después de semanas de incesante fuego, terminaron por forzar a los guerrilleros chechenos a buscar una huida desesperada hacia las montañas. Una vez allí, en su santuario, podrían reorganizarse, volver a recibir suministros y, de éste modo, plantear una resistencia más efectiva ante un avance ruso que utilizaba tácticas muy diferentes de las de 1994, cuando trataron de tomar el control de Grozni utilizando columnas de blindados y sufriendo un terrible revés.

Los combatientes chechenos, entre los que se encontraban un número nada desdeñable de muyahidines procedentes de medio mundo que, después de la retirada soviética de Afganistán vieron en Chechenia su oportunidad de extender la Yihad global, podían contar con apoyos en las zonas fronterizas con el Cáucaso sur. Ésta fue precisamente la dirección hacia la que huyeron los combatientes que lograron escapar de Grozni, tratando de hasta Shatoy y las montañas del sur. Lograrlo requería seguir una ruta que les llevaba en dirección sudeste desde la capital a Argun y de ahí, en dirección sur-suroeste por la carretera que cruza Belgatoy, Starye Atagi, Duba Yurt, Zony y, finalmente, Shatoy.

Ésta pequeña región, a medio camino entre Grozni y la frontera con Georgia era, de hecho, un santuario de la incipiente red de Al-Qaeda en la que estuvo residiendo el propio al-Zarqawi. Era pues capital llegar allí, más no era sencillo y no pudieron seguir la vía más rápida, que estaba controlando por los rusos y que contaba con la única verdadera carretera. En su lugar, debieron rodear por el poblado de Ulus-Kert, alejado hacia el este de la ruta principal, confiando de alguna forma en llegar desde allí hasta su destino.

A lo largo de este trayecto, de poco más de cincuenta kilómetros, además de numerosos campos de minas y obstáculos naturales que obligaban a seguir una ruta demasiado previsible, existían una serie de colinas fundamentales tanto para proteger la retirada de los chechenos como, en su caso, para hostigarles si Rusia lograba hacerse con las mismas. Fue en uno de estos enfrentamientos cuando una serie de errores tácticos, la falta de liderazgo y la incapacidad de prestar apoyo efectivo a los asediados llevaron a la completa aniquilación de la 6ª Compañía del 2º Batallón del 104º Regimiento de la 76ª División Aerotransportada rusa. Una unidad que, se suponía, era la flor y nata de las SSR (Sujoputniye Sili Rossii o Fuerzas Terrestres de Rusia).

Mapa de la zona de operaciones
Mapa de la zona de operaciones

La batalla por la Cumbre 776

Entre el último día de febrero de 2000 –día 29 por ser año bisiesto- y el 3 de marzo, en torno al poblado de Ulus-Kert se desarrollaron una serie de combates en los que las Tropas Aerotransportadas rusas -que disponían de varias compañías desplegadas en la zona- trataban de cercar y aniquilar a la columna chechena en retirada hacia el Sur. Los islamistas, por su parte, intentaban abrirse paso hasta Shatoy –ciudad ya dominada por los rusos, pero clave en el camino a las montañas- en medio de un intenso fuego de artillería. Rodeados y hostigados por los ataques aéreos, especialmente por los Mi-24 Hind, debían también enfrentarse a numerosos campos de minas, algunos de los cuales se cobraron numerosas bajas entre los mandos chechenos, ya que se pusieron al frente de sus hombres para motivarles a abrirse paso en tan siniestro camino con tal de forzar la salida de Grozni, que se había convertido en un matadero en el que los mandos rusos sobrepasaron cualquier límite moral e incluso práctico, con la intensidad del bombardeo, ganándose de paso el rechazo internacional.

La zona por la que debían transitar era una hermosa sucesión cumbres de mediana altura sembradas de robles, carpes, arces y fresnos formando un saliente entre las corrientes de los ríos Sharoargun y Abazulgo, dos de los muchos afluentes del Argun que cortan el paisaje local. Allí, entre las pequeñas pero escarpadas y frondosas laderas, en mitad de la niebla y con el suelo ya cubierto por las primeras nieves tuvo lugar esta trágica batalla, que dejó un sabor agridulce a unos y otros por más que cada uno haya tratado, pasado el tiempo, de aprovechar el resultado para sus intereses.

La acción comienza la mañana del 29 de febrero, cuando hombres de la 3ª Compañía del 104º Regimiento Aerotransportado se topan con las primeras patrullas de reconocimiento de la vanguardia chechena al este de la localidad de Ulus-Kert. Haciendo frente a una notable resistencia por parte de los chechenos, los infantes rusos logran detener momentáneamente el avance rebelde y tomar posiciones en las cotas cercanas, gracias al apoyo artillero y aéreo, pues con el tiempo aun despejado, todavía era factible su empleo, lo que obliga a los chechenos a volver hacia el pueblo y tomar otro camino en dirección sur-sureste.

Estos primeros combates –apenas escaramuzas, pues no se han reportado bajas-, lejos de refrenar a los chechenos, precipitan los acontecimientos, al obligar a la columna en retirada a buscar un paso alternativo. El único posible, de hecho: aquel que pasaba entre las cumbres 776 y 778, apenas dos pequeños montes olvidados que únicamente figuraban por su número en la cartografía soviética.

En previsión de que la columna chechena tuviese que acometer esta nueva ruta, el comandante del 2º Batallón Aerotransportado, que tenía su puesto de mando precisamente en la cumbre 776, ordena establecer a toda prisa posiciones de bloqueo, una tarea en la que se verían involucradas la 6ª Compañía, el 3º Pelotón de la 4ª compañía y dos patrullas de reconocimiento formadas con elementos del grupo de reconocimiento SPETSNAZ asignado al Regimiento. Fueron estos últimos, precisamente, quienes iniciaron las tareas de reconocimiento en la garganta entre ambas cumbres.

Mientras las unidades SPETSNAZ trataban de localizar la vanguardia o a los exploradores chechenos, la 6ª Compañía –a excepción del 3º Pelotón- comienza a diseminarse por la parte más segura de la garganta, estableciendo posiciones defensivas improvisadas, aprovechando los accidentes del terreno, más sin reforzarlas con pozos de tirador ni nada semejante. Su idea era hostigar a los chechenos y desviarlos hacia un campo de minas que había en el vado, para tratar de bloquearlos y exterminarlos aprovechando las ventajas de la orografía.

Hacía el mediodía, los soldados rusos hicieron lo más común en cualquier ejército y época, por más que pueda resultarnos chocante: abandonar la escasa seguridad de sus posiciones defensivas y reunirse en pequeños grupos para comer y, con suerte, beber un trago que aliviase el frío y los nervios o fumarse un cigarrillo con los camaradas antes del combate, que de seguro se produciría. Se preparaban así para la larga noche en las montañas, sin percatarse de que sus reductos estaban expuestos, no ofrecían una mínima seguridad ante el fuego de los morteros o los RPG-7 chechenos y que, además, según estaban planteados no garantizaban poder ofrecerse apoyo mutuo entre las diversas posiciones rusas. Demasiados errores ante un enemigo decidido a romper el cerco o a morir en el intento.

El primer encuentro se produce poco después del mediodía del 29 de Febrero, cuando los chechenos sorprenden a ese grupo de soldados que comía tranquilamente en el vado. La sorpresa debió ser mayúscula y la violencia del ataque inusitada, pues las bajas rusas fueron cuantiosas y debió cundir, por momentos, el pánico.

Sorprendidos, con cuantiosas bajas y en una posición precaria, los rusos que habían sobrevivido a la emboscada y habían logrado retroceder hasta las posiciones preparadas de antemano, consiguen dar tiempo a sus compañeros para prepararse ante el inminente ataque checheno. También ganan tiempo para que tanto la artillería como el componente aéreo hagan lo que se espera de ellos. Un apoyo que, sin embargo, no llega en las primeras horas, por una parte por la falta de observadores artilleros capaces de fijar con un mínimo de exactitud las coordenadas sobre las que era necesario abrir fuego y por otra, en el caso de los helicópteros, debido al mal tiempo y la densa niebla.

Los chechenos, envalentonados, prosiguen en su ataque a la espera de la rápida llegada del grueso de sus fuerzas que, siguiendo la doctrina militar soviética, avanza siempre muy cerca de las unidades de reconocimiento para poder golpear con fuerza y aprovechar cualquier pequeña oportunidad que se detecte por parte de la vanguardia. Así, las fuerzas chechenas, a cuya cabeza se situaron hasta 400 combatientes saudíes fanatizados y con experiencia en combate, lograron infligir en muy pocas horas –posiblemente minutos- alrededor de una treintena de bajas a los paracaidistas rusos.

En las horas siguientes, todo indica que la situación se estabilizó hasta cierto punto, mientras el mando ruso trataba de reforzar la posición en la garganta enviando dos pelotones SPETSNAZ de refuerzo, efectivos del grupo Vega del FSB y a parte de la 1ª Compañía sin demasiado éxito, pues los chechenos habían reforzado todos los flancos y posibles accesos a la zona y mantenían a estas unidades bloqueadas aprovechando el terreno mientras machacaban a la 6º Compañía. No tuvieron pues más remedio que atrincherarse en la Cumbre 787 mientras esperaban un momento más propicio para enlazar con la 6ª compañía o, en su defecto, refuerzos.

Únicamente con la llegada de la noche, un puñado de hombres –se estiman en poco más de una docena- al mando del comandante Aleksandr Dostovdov lograron romper brevemente el cerco checheno y abrieron una pequeña vía a la esperanza entre los exhaustos miembros de la 6ª Compañía. Un espejismo, pues apenas poco después de recibida la noticia de la llegada de Dostovdov, un mortero hería de gravedad al capitán Viktor Romanov, forzando al jefe del Batallón, Sergey Molodov, a asumir el mando directo de los restos de la compañía.

Cercados, superados por los chechenos en proporciones de 20 a 1 y sin apenas apoyos, cada minuto que aguantaban los asaltos chechenos, durante esa noche y el día siguiente era a costa de un acto desesperado de sacrificio. Así fue como el recluta Aleksandr Lebedev, rodeado y ya sin munición corrió a inmolarse entre un grupo de rebeldes con su última granada. El mismísimo jefe del batallón –aunque hay fuentes que dicen que fue el capitán Romanov, también herido de gravedad-, malherido y sin posibilidad alguna de ser evacuado terminó por solicitar un ataque artillero sobre su posición alrededor de las 06:00 horas del segundo día de combates, cuando las posiciones rusas habían sido completamente superadas por los chechenos. El ataque se materializó pasados diez minutos, tras lo que se perdió la comunicación con el comandante.

Al menos, aun a la desesperada, el apoyo artillero había comenzado a hacer algún efecto sobre los chechenos, ralentizando su avance y desbaratando su cohesión. Además, por fortuna para los rusos, el día 1 de marzo dos Mi-24 pudieron emplearse sobre los rebeldes, en los alrededores de la Cumbre 776. Pese a todo, sin suministros, sin tiempo de descanso y con demasiadas bajas, la situación de la 6ª Compañía era desesperada y exigió de un valor que sobrepasa en mucho lo exigible a cualquier soldado.

Mucho se ha hablado sobre la suicida resistencia rusa, pero hay que entender el contexto en el que se produjeron los combates. Un contexto en el que cualquier decisión era válida, salvo dejarse apresar por los chechenos. Hasta el más novato de los soldados –alguno llegado apenas semana y media antes al teatro de operaciones-, había tenido tiempo sobrado para escuchar a los veteranos hablar sobre las atrocidades cometidas por los muyahidines cada vez que capturaban a un ruso –algo en lo que los propios rusos demostraron no ser precisamente mancos, por otra parte-.

Así las cosas, al final del segundo día de combates, dos tercios de la 6º Compañía abonaban ya con sus cuerpos la feraz vegetación del frío bosque caucásico. La lucha, sin duda –y a tenor de lo relatado por los pocos supervivientes- debió ser atroz. Se utilizaron con profusión las granadas de mano, el fuego de mortero, la fusilería y los RPG-7 como cabe esperar pero, llegado el caso, también aparecieron el arma blanca e incluso las manos y los dientes. No podían hacerse ilusiones los rusos de recibir cuartelillo y mientras seguían su repliegue podían escuchar como los chechenos liquidaban a los compañeros heridos que no habían podido seguir el movimiento de los restos de la compañía.

Las horas seguían pasando, mientras los escasos supervivientes comandados por el capitán Román Sokolov –herido desde hacía horas- trataban de replegarse de la forma más ordenada posible, hacia el sur, a las posiciones ocupadas por la 4ª Compañía que, a su vez, hacía todo lo posible por enlazar con sus compañeros asediados en la Cumbre 776.

Si bien pasados los dos primeros días de combate la situación en la cumbre se estabilizó, pues la resistencia rusa ya era minúscula allí y prácticamente quienes resistían lo hacían de forma aislada y sin posibilidad de escape. Además, para los chechenos la situación no era tampoco demasiado halagüeña. Por el contrario, una vez sobrepasada la defensa rusa en la cumbre 776, debieron enfrentarse a otras compañías que se habían preparado mucho mejor que sus compañeros en previsión de lo que habría de venir. Se produjeron varias escaramuzas en los pasos de los alrededores.

Los restos de la 6ª Compañía luchaban ya únicamente por salvar el pellejo y, a pesar de los errores, lo hacían como las mejores unidades de infantería lo han hecho a lo largo de la historia. De este modo, los veteranos fueron sacrificándose uno a uno para permitir que un pequeño grupo de seis soldados jóvenes –apenas reclutas recién aterrizados en la unidad- pudiesen escapar de una muerte segura. Comandados por el sargento Andrey Proshev son, según las crónicas oficiales, los únicos supervivientes pues, en las últimas horas de la batalla, entre el tercer y cuarto día de combates, dieciséis paracaidistas rusos más encontraron la muerte –y la gloria- en los bosques junto a Ulus-Kert.

Desgastados y completamente cercados y acosados ya los chechenos, que habían dejado cientos de muertos sobre el terreno, cedieron al empuje de las tropas rusas que poco a poco habían ido progresando y trataron de seguir su progresión en dirección a la aldea de Selmentauzen, dispersándose en muchos casos.

Los miembros de la 4ª y 1ª Compañías, por su parte, ya en la mañana del cuarto día (3 de marzo) lograron por fin reconocer la Cumbre 776 y la zona en la que se había producido la primera emboscada, encontrando en su avance los cadáveres de hasta 86 compañeros de la 6ª Compañía caídos en las jornadas anteriores.

Monumento a los caídos en la Batalla por la Cumbre 776
Monumento a los caídos en la Batalla por la Cumbre 776

Tras la batalla

La Batalla por la cota 776 fue un desastre táctico sin paliativos para las VDV rusas. Pese a todo, fue una victoria estratégica que, a la par que la 6º Compañía se desangraba, permitió batir a un enemigo fijado sobre el terreno y con una única vía de escape en dirección a Selmentauzen. Al final, cuando el ruido de los disparos y los bombardeos dejó de retumbar entre gargantas y bosques, el saldo para los chechenos había sido también dramático.

A los centenares de muertos en la Batalla por la Cumbre 776 –entre 300 y 400 según la fuente consultada- se sumaban las decenas de prisioneros hechos por las otras compañías aerotransportadas y los comandos SPETSNAZ enviados en socorro de la 6ª compañía y los otros centenares de bajas que se cobraron los helicópteros rusos más adelante. Entre los muertos destacaban alrededor de un centenar de fanáticos llegados de Arabia Saudí –de donde procedían cabecillas como Ibn al-Khattab y buena parte de la financiación de los rebeldes- y que formaban la fuerza de choque chechena.

En las semanas posteriores, la actividad de los chechenos quedó definitivamente reducida al área montañosa que hay al sur de Shatoy, mientras que la responsabilidad de las acciones rusas fue poco a poco recayendo en las tropas del Ministerio de Interior, en lo que serían actividades cada vez más de corte antiterrorista que contrainsurgencia.

Todos y cada uno de los 84 militares muertos en los combates en torno a la cota 776 fueron elevados a la categoría de héroes por una Rusia necesitada de símbolos. De entre ellos, 22 fueron condecorados a título póstumo con la más alta condecoración que concede el país, la medalla de Héroe de la Federación Rusa. También se realizó un multitudinario servicio religioso oficiado por el Patriarca de Moscú y de todas las Rusias Alejo II en el monasterio Novopasskiy de Moscú, en el que también tomaron parte Vladimir Putin, su gobierno y gran parte de las élites militares rusas. Las familias, sin embargo, prefirieron hacer un servicio más íntimo en la catedral de la Trinidad de Pskov, ciudad de la que eran oriundos buena parte de los fallecidos.

Tiempo después se inauguró un monumento en recuerdo de los caídos y con el paso de los años, bajo la influencia de las series de televisión, la música e incluso las películas –pues son varias las historias que ha inspirado esta gesta-, la batalla se convirtió en leyenda. Pese a todo, desde el gobierno ruso se lanzó una comisión de investigación cuyos resultados no han visto nunca la luz, pero que sin duda debieron sacudir profundamente los cimientos de las Fuerzas Armadas Rusas en un año clave en el que se sucedieron desastres como el del K-141 Kursk y que marcó un punto de inflexión para las Fuerzas Armadas Rusas.

Resulta evidente, a tenor de las actuaciones posteriores de las tropas rusas, que las lecciones que esta batalla –y del conjunto de ambas guerras chechenas- fueron perfectamente asimiladas. Sin duda se dedicó tiempo a estudiar todos los errores tácticos y operativos que condujeron al desastre, algo que no sucedió realmente entre el primer y el segundo conflicto chechenos, pues las únicas “innovaciones” reales aportadas por Rusia pasaron por aumentar el número de combatientes, cuya cifra prácticamente se dobló respecto al conflicto de 1994-1996 y en dar vía libre a los bombardeos tanto artilleros como por parte de la aviación.

Esto último no había sido posible en la guerra anterior porque se había tratado inútilmente de tomar las ciudades al asalto, con el resultado de todos sabido y con la imposibilidad, dado el déficit tecnológico ruso, cuyas tropas carecían de armamento de precisión, sistemas de designación, etcétera, de apoyar a las tropas sobre el terreno desde el aire con unas mínimas garantías.

Esta batalla, en la que se dieron muchos de los defectos que afectaron al bando ruso durante el conflicto y a la que hay que sumar otros enfrentamientos que en apenas una semana les costaron la friolera de 200 muertos –únicamente la emboscada que en los días siguientes sufrió una unidad del OMON se saldó con 56 muertos- arroja, entre otras, las siguientes lecciones:

La Imposibilidad de adecuar la táctica militar a los intereses electorales: Putin y su círculo tenían un fuerte interés en terminar con el grueso de la fuerza chechena antes del fin del mes de febrero, para poder dar por concluida la intervención militar y presentarse a las elecciones de marzo con ese frente cerrado y, además, con el aval de la victoria. Esto precipitó la concatenación de decisiones erróneas sobre el terreno, pues el generalato, presionado por Moscú, no quería implicar en esta acción a más tropas de las estrictamente necesarias para dar una impresión de tranquilidad que era a todas luces ficticia. No en vano, unas horas antes del comienzo de la batalla por el cerro 776 habían declarado la guerra como finalizada… Finalmente, la batalla tuvo el resultado que tuvo y, aunque la poderosa maquinaria mediática al servicio del Kremlin, con Berezovski a la cabeza lograron convertirla en un símbolo, la guerra se cerró en falso. Si hubiesen mantenido la presión militar en los niveles de diciembre-enero durante unos meses más, quizá el resultado hubiese sido otro, pero finalmente el escenario checheno requirió de más de una década de acciones contraterroristas. Por fortuna para el Kremlin, el control sobre los medios de comunicación era, como decimos, total y absoluto, lo que permitió convertir un desastre táctico como el aquí descrito en una “victoria” y en un símbolo para el pueblo ruso.

La necesidad de profesionalizar las Fuerzas Armadas: La utilización de tropas mal entrenadas, normalmente de reemplazo, incluso en unidades supuestamente de élite como las VDV era una de las razones últimas detrás del desastre. No hay más que ver la imagen en la que aparecen los rostros de todos y cada uno de los fallecidos para darse cuenta de que muchos de ellos eran apenas niños que no habían tenido tiempo siquiera de formarse. Aun así estaban considerados como la élite de las Fuerzas Armadas Rusas en la época, lo que no hace sino aumentar el impacto de la catástrofe. De hecho, poco después de lo acaecido en Ulus-Kert, se cambió el sistema de reclutamiento ruso y se comenzó a implantar una profesionalización real, iniciándose un proceso aun inconcluso, pero que como demuestran las actuaciones en Georgia o Ucrania, ha mejorado en mucho las capacidades rusas.

La imposibilidad de crear agrupaciones tácticas de la nada: Es muy posible que fuese una consecuencia de la desorganización de las Fuerzas Armadas Rusas que siguió a la disolución de la URSS, pero el caso es que, de cara al conflicto, se improvisaron unidades ad hoc. De este modo, en lugar de utilizar las unidades orgánicas, que tenían cierta base incluso pese a su mal estado general y a que muchas estaban en cuadro, se crearon agrupaciones tomando elementos de aquí y allá que jamás habían entrenado –y mucho menos, luchado- juntos. Esto ocurrió en el caso de unidades supuestamente listas para el combate como las VDV, lo que puede darnos una idea de la situación del resto de las Fuerzas Armadas…

La obligación de modernizar el arsenal ruso: Introduciendo armamento de precisión, equipos de designación en tierra, sistemas de obtención de inteligencia y equipos que permitiesen el funcionamiento todo-tiempo en las aeronaves. Una de las razones por las que la campaña chechena se precipitó fue el pánico de los mandos rusos a que la nieve llegase, cubriendo las copas de los árboles e imposibilitando la detección desde el aire de los chechenos, lo que demuestra que no tenían equipos tan “sencillos” como cámaras térmicas. Además, el mal tiempo y, como en el caso de ésta batalla, la niebla, impedían que los aviones de ataque Su-25 Frogfoot y los helicópteros Mi-24 Hind hiciesen fuego sobre los chechenos, pues en un escenario de combates tan cercanos el remedio podía ser peor que la enfermedad. Resulta curioso además, que todo esto ocurriese cuando, en declaraciones públicas, los propios rusos afirmaban que realizarían una campaña de precisión como la que la OTAN había efectuado sobre Yugoslavia meses atrás.

La importancia del mando y control: Sin querer entrar en acrónimos tipo C2, C3, C4, C4ISTAR, lo cierto es que cualquiera puede entender que en esta batalla, como en muchas otras en los dos conflictos chechenos –y de nuevo en la guerra de Georgia de 2008-, hubo serios problemas de mando y control, de obtención de inteligencia, de gestión de la información y como consecuencia, de coordinación entre unidades y de comprensión de la situación en el campo de batalla. Al final, la incapacidad de los mandos rusos para hacerse una composición correcta de la situación real sobre el terreno jugó en contra de sus intereses y costó la vida a demasiados soldados.

Por último, ya que nadie lo recuerda, hay que decir que la magnificación que de la resistencia y heroicidad rusa han hecho los medios del gigante euroasiático no debe hacernos olvidar que la situación chechena también era desesperada y que también se comportaron con valentía. Como hemos explicado al principio, la columna chechena había pasado por un auténtico calvario hasta llegar a los alrededores del poblado de Ulus-Kert. Con una gran columna que incluía miles de combatientes, pero también cientos de animales de carga y mujeres y niños, empantanados entre un campo de minas y varias cumbres dominadas por los rusos, tenían la obligación de abrirse paso a cualquier precio y así lo hicieron.

Por desgracia para ellos, a pesar de haber elevado esta batalla, en su imaginario colectivo, a la categoría de mito –comparable solo a la resistencia en Grozni en la Primera Guerra Chechena- lo único que lograron fue una incontestable derrota estratégica pues no lograron alcanzar sus puntos de destino y en los días siguientes fueron golpeados a conciencia y dispersados por las tropas rusas de refuerzo, la artillería y especialmente los helicópteros, una vez las condiciones meteorológicas se volvieron más propicias a su empleo. Así pues, el sacrificio de cientos de hombres no sirvió en nada a los intereses chechenos y la Rusia de Putin logró, pese al sacrificio de la 6ª Compañía, destrozar los restos de la resistencia, reduciendo el conflicto con el tiempo a una larga lucha contra una insurgencia que en muchos casos tenía más de mafia que de proyecto político de ningún tipo. Una lucha que todavía duraría más de diez años pero que no deja lugar a dudas sobre quien fue el vencedor.

Autor

  • Christian D. Villanueva López

    Christian D. Villanueva López es fundador y director de Ejércitos – Revista Digital sobre Defensa, Armamento y Fuerzas Armadas. Tras servir como MPTM en las Tropas de Montaña y regresar de Afganistán, fundó la revista Ejércitos del Mundo (2009-2011) y posteriormente, ya en 2016, Ejércitos. En los últimos veinte años ha publicado más de un centenar de artículos, tanto académicos como de difusión sobre temas relacionados con la Defensa y con particular énfasis en la vertiente industrial y en la guerra futura. Además de prestar servicios de asesoría, aparecer en numerosos medios de comunicación y de ofrecer conferencias ante empresas e instituciones, ha escrito capítulos para media docena de obras colectivas relacionadas con los Estudios Estratégicos, así como un libro dedicado al Programa S-80.

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