La historia de España, desde su fundación e incluso antes, ha estado ligada al arte de la guerra. La reconquista llevada a cabo por los reinos peninsulares en la edad media, la forja de un imperio de ultramar y los asuntos europeos, que fueron piedra capital de nuestra política exterior durante tres siglos, terminando por el ansia neocolonial que desangró al país en el norte de África, siempre han mantenido en jaque a la nación y perfectamente engrasada la maquinaria de guerra; plagada a su vez de grandes innovaciones, importantes gestas y sonoros fracasos. De estos últimos, relativamente recientes, y el derrumbe económico y social acaecido durante la revolución industrial, surgió una necesaria política de no intervención, incluida la neutralidad de nuestro país en los dos conflictos mundiales que acabaron por crear la Europa que hoy conocemos, y haciendo calar en la sociedad un acusado pacifismo, vertebrado entorno a las cicatrices de una terrible guerra civil, que llega hasta nuestros días.
Ante esta situación, España intentó buscar su lugar en el mundo moderno combatiendo su aislacionismo mediante su integración en las organizaciones internacionales que habían de garantizar la estabilidad occidental. Ciertamente nuestro ingreso en la OTAN supuso un importante paso para modernizar las fuerzas armadas y dar carta de naturaleza a la política exterior de nuestro país, que no era otra que aportar un ladrillo, bastante modesto, al muro que protegía a Europa del enemigo comunista durante la guerra fría y, posteriormente, en favor de la estabilidad mundial; fin que toda economía de mercado, especialmente en la unión europea que es un ente político y económico relativamente carente de materias primas e hidrocarburos, ha de garantizar.
No es que España carezca de amenazas, a las fronteras en litigio con el vecino marroquí, otrora foco de incontables disgustos y hechos de armas y hoy nación estable, pro-occidental y de política exterior muy mesurada, se suma la crisis migratoria que asola Europa, la lucha en origen contra el terrorismo internacional, especialmente el yihadista (que entronca con el anterior, al ser país de confesión musulmana) y la creciente amenaza de Rusia, protagonista de conflictos regionales en el extremo este de Europa, lo que supone un grave problema al ser uno de nuestros principales suministradores energéticos (gas) y fuente de agudas crisis diplomáticas, ataques cibernéticos e incluso un activo litigador en la ‘guerra de la información’ y de desestabilización que España, entre otros, ha sufrido en primera persona con sus problemas territoriales (hablamos lógicamente de Cataluña).
Sin embargo, todas estas amenazas poco tienen que ver con los conflictos bélicos convencionales o, como se catalogan recientemente, los de tipo híbrido, que combinan terrorismo con acciones bélicas. Por ello en el presente trabajo nos centraremos en la capacidad de las fuerzas armadas para hacer frente con sus armas, nunca mejor dicho, a los desafíos que deben afrontar.
Una cuestión de política exterior
La primera cuestión a dilucidar es, obviamente, cuáles son esos desafíos. Como miembros de múltiples organizaciones y firmantes de tratados vinculantes, y cierta vocación de trasladar nuestro modelo jurídico y social, haciendo valer las declaraciones de derechos humanos y en apoyo a los valores de la democracia, nos obligan a intervenir junto con nuestros aliados en cualquier parte del mundo en virtud de las decisiones que tome el gobierno de la nación.
Precisamente la tibia amenaza convencional a nuestra integridad territorial (otra cuestión es la no convencional) ha acrecentado esta vocación expedicionaria y solidaria de nuestra política de defensa si bien, y esta es la cuestión, no ha venido acompañada de la necesaria revolución de los asuntos militares.
Desde hace años España, convencida de ser una potencia ‘media’ en lo económico y político, y amparada en sólidos acuerdos de defensa con poderosos aliados, se ha empeñado en sostener unas capacidades médias, equilibradas y autosuficientes, pensando que con ello podía mantener la capacidad de disuasión o conjugar las amenazas no compartidas y, por otra parte, ser un socio relevante con el suficiente peso político (capacidad de decisión) dentro de las organizaciones internacionales a las que pertenece, especialmente de la eterna promesa nunca materializada de una Europa de la defensa; o lo que es lo mismo, convertir a la unión europea en un ente militar y político por encima de la soberanía (y los intereses particulares) de sus miembros.
El fracaso de esta aspiración europea viene de la mano del fracaso propio en aplicar nuestra política de defensa, cuyo presupuesto es incapaz ya de sostener esta pretensión; al igual que el resto de países de la unión, que mantienen un conjunto equilibrado y autónomo de capacidades (cada cual las que puede costearse) bajo estricta soberanía nacional, por lo que malgastan recursos que empleados como un todo y con las debidas sinergias, permitirían alcanzar una capacidad real de defensa que hoy pasa por el apoyo de Estados unidos.
Es precisamente la dependencia de la OTAN, que sí tiene una estructura de mando conjunta y unas obligaciones para sus miembros perfectamente delimitadas, la que garantiza la capacidad de defensa de Europa; el precio a pagar es la ausencia de una capacidad de decisión propia, lo que obliga diplomáticamente a las cancillerías europeas a seguir a la administración norteamericana allá donde intervenga.
Ha sido precisamente EEUU, con intereses crecientes en otras partes del globo (Asia-pacífico) el que está presionando a Europa para que aumente su gasto militar y cerrar la brecha que hoy la separa del aliado americano, tanto desde el punto de vista cuantitativo como cualitativo, con una creciente disfunción entre el potencial tecnológico de las FAS americanas y las del resto de aliados.
En este sentido se ha pronunciado la administración Trump de forma firme y sistemática, arrancando a los socios un compromiso de aumento del gasto que, en el caso de España, ya se está anunciando sin pudor que será incumplido.
Tampoco la ruptura de la unión europea facilita las cosas, ciertamente la salida de Reino unido ha resquebrajado las de por sí escasas opciones que tenía la UE de organizar una fuerza militar eficiente, dejando a Francia, por ejemplo, como única potencia nuclear (potencia militar al fin y al cabo) de la unión. Tal es así que el presidente Macron se ha apresurado a forjar una nueva alianza militar, otra más, en el seno europeo que, ajena a la UE, permita mantener a Reino unido como socio.
Seguramente esto se deba a la creencia de que la vía ‘europea’ está muerta dada la gran cantidad de países miembros, muchos de ellos de mínimo impacto militar y político, con derecho a veto en las resoluciones, siempre delicadas, que la unión pueda tomar en política de defensa; más que en conservar para la causa la capacidad, esta sí notable, de Reino unido.
No debemos olvidar que todas estas iniciativas se hacen al margen de la OTAN, que se mantiene como principal vínculo occidental (y transatlántico) para la defensa común.
No obstante, todas las naciones implicadas siguen teniendo un grave problema: la incapacidad para organizar, dirigir y sostener grandes operaciones militares sin el apoyo de EEUU. Como demostró la guerra del golfo y parafraseando al dictador iraquí, la madre de todas las batallas, el increíble potencial de Estados unidos no tenía parangón en las potencias europeas, relegadas a comparsas y aportando un nivel ínfimo de fuerzas sólo importante para mantener la solidez de la alianza y el carácter ‘sujeto a derecho’ de una intervención, que avalada por la ONU, buscaba la liberación de kuwait mediante el uso de la fuerza. Dicho sea de paso, ese consenso nunca ha vuelto a conseguirse en el resto de intervenciones y, casualmente, tampoco han vuelto a ser bendecidas con los laureles de la victoria.
Si bien los británicos llevaron a cabo la reconquista de las malvinas (en tiempos de la guerra fría y con un presupuesto muy superior al actual) y Francia ha liderado, por iniciativa política propia, la intervención en Mali, lo cierto es que Europa necesita reforzar su capacidad de actuar como un todo en base a capacidades militares propias, o aportadas por sus miembros mediante delegación de la soberanía sobre las fuerzas militares, incluso mediante la organización de fuerzas, conjuntas o no, específicas para aportar las capacidades demandadas, aunque estas sean parciales.
De lo contrario, el papel de comparsas nos llevará a ser una especie de fuerzas de ‘segunda línea’ o fondo de armario de EEUU en sus aventuras militares. Aun así, la capacidad de aportar capacidades parciales del más alto nivel, interoperables con el resto de socios, garantiza a pequeñas naciones aliadas (todas salvo Reino unido o Francia) una aportación útil a la defensa común, y con ello el rédito necesario para que estas naciones mantengan su voz en los órganos de decisión. Sobre estos últimos basculará finalmente la credibilidad de defensa de estas naciones, que no se entiende fuera de dichas organizaciones.
Este podría ser el caso de España, si bien para completar dicho proceso debería soslayar las limitaciones legales y diplomáticas que hacen que, por ejemplo, nuestros territorios africanos estén fuera del tratado del atlántico norte. No obstante el potencial bélico de naciones como Argelia o Marruecos, y la amenaza que representan, coincide plenamente con los objetivos que cubre el mismo, aunque sea por la inevitable implicación del territorio continental en un posible conflicto regional.
Esto no sucedió con la crisis de Perejil porque la iniciativa de Marruecos, el simbólico desembarco de una docena de gendarmes en aquel peñasco, fue un tanteo a la determinación del gobierno español en garantizar la soberanía de aquel territorio baldío, y de cuya respuesta no sobrevino acción alguna, por lo que la crisis se cerró en el plano diplomático, eso sí, a partir del hecho consumado de la intervención española.
Acciones bélicas de mayor intensidad habrían traído nefastas consecuencias (como todo conflicto) y sin duda, la intervención de los aliados ante la amenaza que se vertía sobre nuestro territorio, nada más ver el despliegue preventivo de misiles ABM en Turquía para ver en acción la política de ‘contención’ de la OTAN ante conflictos regionales.
No obstante, España siempre mantendrá este asunto como una parte capital de su política de defensa, por lo que debe garantizar la adecuada disuasión. El resto de las misiones que llevan a cabo las FAS con profesionalidad y eficiencia en los últimos 30 años, dentro de sus posibilidades, están orientadas a la proyección de fuerzas al exterior, integradas a su vez en estructuras operativas y mando de carácter multinacional.
Los pilares de la Defensa
Como es bien sabido por todos los lectores, España ha renunciado a las armas nucleares, bacteriológicas y químicas como instrumento de guerra, por lo que basa su disuasión para mantener su integridad territorial y la estabilidad (política y económica) en su zona de influencia, así como las vitales importaciones de mercancías estratégicas, en tres pilares fundamentales:
- La presencia avanzada de fuerzas terrestres en los territorios en litigio.
- La potencia de combate de su fuerza aérea.
- La capacidad de dominio del mar.
Cada uno de estos tres pilares es responsabilidad de una de las ramas de las fuerzas armadas, así pues el Ejército de tierra mantiene una importante presencia en las islas canarias, las ciudades autónomas en suelo africano (Ceuta y Melilla) y destacamentos permanentes en los islotes y peñones de soberanía frente a la costa de Marruecos.
Por su parte el ejército del aire cuenta con una de las mejores redes de vigilancia radar, mando y control de Europa (por algo el único mando de gran nivel OTAN en España es el CAOC de Torrejón de Ardoz) junto con medios ofensivos y defensivos (artillería antiaérea, perteneciente al ET) blindando así el espacio aéreo español de amenazas de todo tipo (incluso ABM) y con un poder de combate muy superior a la de sus vecinos, cifrada a día de hoy, y pese a los menguantes presupuestos, en más de 150 cazabombarderos de última tecnología.
Por último la Armada española dispone de una flota infinitamente superior a la de los países del norte de África, capaz de actuar en aguas litorales ante amenazas aéreas gracias a modernos destructores AEGIS (fragatas en terminología nacional) y de negar el tránsito marítimo (bloqueo) a cualquier vecino, debido entre otras cosas al control del accidente geográfico del estrecho de Gibraltar, la puerta del Mediterráneo. Igualmente, dispone de una fuerte fuerza anfibia, capaz de actuar sobre la costa enemiga, lo que es un valor estratégico de primer orden, y capacidad aeronaval.
Esto, unido a la presencia del archipiélago canario en la costa atlántica, frente al África subsahariana, permite a España dominar este entorno estratégico, que es la mayor amenaza a la estabilidad de la región y fuente de no pocos focos de tensión, desde las crisis migratorias a la proliferación de grupos terroristas. Otra cuestión es que el poder político carezca de iniciativa para intervenir, no así Francia, que lleva el peso de las operaciones en Mali y que siempre se ha mostrado dispuesta a hacer valer su influencia en esta zona del mundo, a la que tan unida está desde los tiempos de la colonización del continente negro.
Para apoyar estas capacidades, o mejor dicho hacerlas efectivas, España ha potenciado la inteligencia estratégica (satélites, UAV MALE) y la capacidad de guerra electrónica (programa Santiago) como los verdaderos potenciadores de fuerza que aseguren la superioridad en el enfrentamiento.
Como talones de aquiles citaremos precisamente el debilitamiento de ciertos sistemas EW (como la capacidad ELINT de largo alcance, a bordo de aviones de gran porte) la limitada capacidad de los sistemas ABM (patriot PAC2 y AEGIS) y la escasez de medios ASW, desde la flota de submarinos propia, en un momento muy delicado por culpa de los retrasos del programa S80, a los medios de lucha ASW más avanzados (aviones MARPAT y buques con sónares activos) que urge renovar.
Otro elemento de gran valor estratégico es la capacidad de proyección, si bien luego las operaciones militares o la amenaza que se pueda combatir sea de tipo regional, asimétrica y hasta no requerir operaciones militares, como fuerzas de interposición de la ONU o ayuda a catástrofes.
Sin embargo no debemos confundir la disuasión estratégica con la capacidad de actuación estratégica, que va ligada principalmente a desplegar fuerzas tácticas en cualquier parte del globo. Esta capacidad se mide principalmente en términos logísticos.
Tanto si se opera en pos de intereses propios como si se hace como parte de una coalición, la capacidad de exportar nuestras capacidades militares se antoja fundamental como complemento de nuestra política de defensa.
Ciertamente, el mundo globalizado actual y los intereses económicos y políticos, a veces tan lejanos como imprevistos (véase la forma en la que el conflicto que ha implicado a Arabia saudí en Yemen ha llegado a convertirse en un terremoto político en España) obligan a disponer de capacidades de ámbito global. Sin embargo, está fuera del alcance de nuestro país amalgamar un conjunto de capacidades lo suficientemente equilibrado y potente como para liderar una intervención militar lejos de nuestras fronteras.
A este respecto, las fuerzas armadas disponen de unas fuerzas y unas capacidades muy concretas, ya puestas a disposición de la UE y la Alianza atlántica, que implican principalmente al Ejército de tierra.
Así, más allá del despliegue preventivo al que hacíamos mención, el Ejército dispone de un cuerpo de ejército liderado por el CGTAD, una organización dual con un componente exclusivamente nacional y otro propiamente internacional, verdadero HQ NRDC-ESP, o cuartel general de reacción rápida de la OTAN, de entidad cuerpo, mando componente terrestre (LCC HQ) o mando conjunto eminentemente terrestre (JTF[L] – HQ) de ámbito operacional.
Adscrito al mismo, el volumen de fuerzas a asignar consiste en los apoyos logísticos, de fuegos e inteligencia de este nivel y una entidad divisionaria como principal fuerza de maniobra (disponemos de dos en diferente grado de preparación/alistamiento) siendo el resto de unidades, hasta completar el citado cuerpo, previsiblemente aportadas por otros aliados, que quedarían bajo mando del CG español.
Evidentemente este volumen de fuerzas (dos divisiones con un total de 8 brigadas y más de 30 batallones de infantería) sólo se entiende dentro de este planteamiento de uso expedicionario, que somete a la fuerza a periodos de gran actividad, por lo que deben asegurarse las necesarias rotaciones y periodos de descanso.
Tal es así, que bajo el mando del CGTAD generalmente se situará una sola brigada reforzada, como se ha establecido para la fuerza de muy alta disponibilidad de la OTAN o para la fuerza de intervención inmediata de la UE (los llamados battleGroup) como ya ha sucedido cuando nuestro CG proyectable ha sido activado (con ambas organizaciones).
A estas fuerzas terrestres se sumarán los buques de guerra y transporte que se estime oportuno, de los que el más importante es el LHD ‘juan carlos I’ cuyo proyecto fue llamado de forma significativa ‘buque de proyección estratégica’ o BPE, destinado no solo a reforzar los medios aeronavales y anfibios (relevó al portaaeronaves príncipe de asturias y a los LST) si no también un refuerzo de las capacidades de transporte de medios terrestres.
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