«Guerra Híbrida» en el Mar de Azov

Desafío geopolítico

Rusia bloquea el acceso al Mar de Azov
Rusia bloquea el acceso al Mar de Azov

Las operaciones rusas previas a la anexión ilegal de Crimea en 2014 donde la aparición de los llamados “pequeños hombrecillos verdes”, o tropas sin distintivos de nacionalidad, que desplegaron en lugares estratégicos de la península consiguiendo la capitulación de los destacamentos militares ucranianos, sin apenas hacer uso de la violencia, sorprendieron a las autoridades y expertos occidentales que vieron una nueva manifestación del arte de la guerra – la llamada guerra hibrida – en la que las doctrinas y los procedimientos estratégicos, operacionales y tácticos rompían con la tradicional configuración del conflicto bélico.

Los incidentes del pasado 25 de noviembre cuando guardacostas rusos apresaron por la fuerza tres barcos militares ucranianos, dos lanchas artilladas y un remolcador, que navegaban cerca de la costa de Crimea haciendo la ruta de Odesa, en el mar Negro, a Mariúpol, en el mar de Azov, constituyen unos acontecimientos que guardan cierta similitud, en otro formato, con aquellos síntomas de guerra hibrida que se dieron en el año 2014, realizados en una amplia zona gris ubicada entre la guerra y la paz.

En los días siguientes se dieron multitud de detalles contradictorios de lo acontecido donde aparecieron noticias falsas – fake news – sobre

quién había tenido la culpa, con versiones de los hechos totalmente distintas entre Rusia y Ucrania. Mientras para los rusos fue una provocación ucraniana para desafiar la soberanía rusa en Crimea y provocar una mayor presión occidental sobre Rusia, para los ucranianos fue una actitud agresiva de Rusia para negar el derecho de paso de Ucrania a través del estrecho de Kerch y así entrar en el mar de Azov.

Intentando buscar las causas de lo ocurrido, por un lado, es difícil de creer que sea una provocación ucraniana cuando es sabido y reconocido que Rusia tiene el control total sobre el estrecho de Kerch y gran parte de la costa de la península de Crimea, después de la anexión ilegal rusa y la construcción del puente en dicho estrecho, con independencia de que la armada de Rusia es muy superior a la ucraniana.

Por otro, parece más lógico pensar que sea una acción agresiva más en la pretensión de Moscú de tener el control pleno del mar de Azov en un momento en que los países occidentales están distraídos por la inmigración ilegal, el populismo radical, las discrepancias sobre seguridad europea, las violentas protestas de París junto al aún no resuelto acuerdo final de salida del Reino Unido de la Unión Europea (BREXIT).

A mayor abundamiento, no hay que olvidar que estas actitudes y hechos en el mar de Azov por parte de Rusia, forman parte de la política rusa de permanente hostilidad hacia Ucrania con objeto de desestabilizar al gobierno de Kiev y enviar al mundo internacional el mensaje del fracaso estatal ucraniano sin posibilidad de gobernar con solidez y credibilidad el país.

El Mar de Azov. Fuente - BBC
El Mar de Azov. Fuente – BBC

ANÁLISIS

En 2003, Vladimir Putin y Leonid Koutchma, presidente ruso y ucraniano respectivamente, concluyeron un acuerdo que preveía «la gestión conjunta» de las aguas del mar de Azov, considerados como «las aguas interiores de Ucrania y de Rusia», y del estrecho de Kerch. Sin embargo, este documento no regulaba la delimitación de la frontera marítima entre ambos países.

La construcción del puente en el estrecho de Kerch, que fue inaugurado por Putin el pasado mes de mayo, ha supuesto un antes y un después en la soberanía de ambos países respecto al mar de Azov. Al descansar la autorización de paso por dicho estrecho, es decir, la entrada al mar de Azov, en Rusia, proporciona al país de los zares un arma estratégica de gran calado ya que le permite estrangular a su antojo la economía ucraniana.

Hay que tener presente que los puertos ucranianos del mar de Azov, de apenas 14 m de profundidad media, especialmente Berdiansk y Mariupol, son imprescindibles para la economía de Ucrania ya que por allí se exportan, aparte de grano, productos metalúrgicos como el acero y el hierro, que suponen el 25% de los ingresos obtenidos por las exportaciones del país.

El objetivo ruso de imponer un bloqueo en los puertos ucranianos del mar de Azov pretende asfixiar a Ucrania en su propio territorio, un territorio que es ucraniano según el derecho internacional. Primero fue la anexión de Crimea, después la región de Donbás en el este de Ucrania donde Rusia está apoyando política, militar y económicamente al movimiento de los separatistas, y ahora quiere apoderarse del mar de Azov, mientras Occidente sigue con su habitual actitud pasiva.

Es verdad que la Unión Europea está profundamente preocupada por la crisis entre Rusia y Ucrania en el mar de Azov, no solo porque la soberanía, la libertad y la seguridad de Ucrania están en cuestión sino también porque empiezan a verse afectados tanto la seguridad como los intereses económicos europeos. Las actividades de los buques en el mar de Azov se ralentizan enormemente, incluidos los que operan bajo banderas europeas. Pero también es cierto que la respuesta europea solamente se limita a declaraciones de condena del incidente en el estrecho de Kerch pero sin reaccionar con alguna medida concreta tipo sanción, acción disuasiva o vigilancia de actividades rusas.

En concreto, la UE está dividida en la contienda entre Rusia y Ucrania. Mientras los países bálticos, Polonia y el Reino Unido – cuando aún es miembro de la UE – presionan para que los Veintiocho amplíen las sanciones a Rusia, desde que se anexionó de Crimea, otros países como Italia, Grecia, Bulgaria y Chipre, pretenden suavizar las sanciones temiendo que dañen a sus economías. Alemania también está tratando de aliviar la presión de sus socios europeos con los ojos puestos en el gasoducto Nord Stream II a través del mar Báltico.

Algo parecido ocurre en la OTAN. Aparte de la declaración de condena inicial cuando se produjo el incidente, en la Reunión de los Ministros de Exteriores de la Alianza, del pasado 5 de diciembre, se expresó una especial preocupación por las acciones de Rusia cerca del mar de Azov, y pidieron a Moscú que libere a los marineros ucranianos y a los barcos apresados en el incidente. Ninguna respuesta a la petición de Ucrania de que la OTAN envíe buques de guerra como refuerzo a la seguridad de la zona.

De acuerdo con el Ministerio de Defensa ruso, Moscú desplegará nuevos misiles antiaéreos S-400 en Crimea, antes de final de año, que se suma a otros tres ya operativos desplegadas progresivamente en la península desde enero de 2017. No cabe duda que este nuevo despliegue eleva el nivel de fricción entre ambos países ya muy tenso, especialmente desde la inauguración del puente en el estrecho de Kerch que, de hecho, supone el dominio ruso de todo el mar de Azov.

A esta crisis se suma la violación, por parte rusa, del Tratado de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio (INF) ya que ha desarrollado y desplegado el sistema de misiles de crucero SSC-8, o 9M729. El secretario de Estado estadounidense, Mike Pompeo, ha emplazado a Moscú, la pasada semana, a cumplir el tratado de forma plena y verificable en 60 días o de lo contrario su país iniciaría el proceso para abandonar el mismo. Al ser el INF un pilar fundamental de la arquitectura europea de seguridad, su denuncia supone una peligrosa vulnerabilidad para la Unión Europea ya que se fractura el equilibrio estratégico nuclear en nuestro continente.

MIRANDO AL FUTURO

Es preciso recordar que la doctrina de seguridad occidental acostumbra a tratar el entorno de la conflictividad de forma binaria: o se está en paz o se está en guerra, o se gana o se pierde; o hay victoria o hay derrota. Sus adversarios – en este caso Rusia – contemplan el conflicto de una manera mucho más amplia y flexible que solo entre guerra y paz, eliminan la distinción entre poder estatal o no estatal, o no diferencian el empleo de medios y capacidades militares o civiles. Es decir, en esta era de la guerra híbrida, los adversarios de Occidente tienen una visión del conflicto mucho más alargada.

Lo primero que debemos resaltar es la manera tan astuta con que Rusia se ha hecho dueña del mar de Azov, en apenas cuatro años después de la anexión ilegal de Crimea. Tan solo se ha dedicado a construir el puente en el estrecho de Kerch sin que la comunidad internacional haya dado signos de algún tipo de inquietud o alerta. De pronto, con el incidente del pasado 25 de noviembre nos hemos dado cuenta de que el mar de Azov ya es de dominio ruso.

A nadie se le escapa que esta serie de acontecimientos concatenados materializados por la guerra de Georgia de 2008, con el reconocimiento ruso de la independencia de Abjasia y de Osetia del Sur; la anexión ilegal de Crimea en el 2014; el apoyo ruso de los actuales separatistas orientales ucranianos a partir de dicho año; o la reciente construcción del puente en el estrecho de Kerch, responde a una estrategia rusa perfectamente planeada y llevado a cabo por el Kremlin.

Dicha estrategia está utilizando los parámetros que caracterizan a la guerra hibrida. Es decir, está empleando una amplia y compleja combinación de medios convencionales y no convencionales con operaciones militares, paramilitares y civiles, cubiertas y encubiertas, dentro de un diseño de enfoque integral que consiste en desestabilizar el actual gobierno ucraniano y dominar el antiguo Rus de Kiev y sus aledaños, origen cultural de la vieja madre Rusia.

Teniendo en cuenta lo anteriormente expuesto, la crisis ruso-ucraniana desborda ampliamente el escenario del este de Europa y afecta gravemente a la situación de inestabilidad existente en el entorno euroasiático produciendo un peligroso desequilibrio de poder en el actual y previsible sistema de seguridad estratégica internacional.

Los hechos reseñados muestran con claridad que el propósito de Putin es seguir en Ucrania, reconquistando además antiguos territorios del viejo imperio ruso, utilizando diferentes medidas y operaciones como componentes de la guerra hibrida, sin importarle violar el derecho internacional.

Ante esta ofensiva Occidente debe responder, más pronto que tarde, con una nueva narrativa proactiva que haga frente a la continua y vehemente actitud agresiva rusa. Para ello se necesitan dos condiciones imprescindibles. La primera descansa en disponer de la unidad europea en todo momento. La segunda, que Estados Unidos se implique y se comprometa claramente con la defensa europea reforzando el vínculo transatlántico.

Solo con estas dos condiciones, la unidad europea y el refuerzo del vínculo transatlántico, Occidente puede hacer frente con autoridad y firmeza a los continuos desafíos que está presentando Rusia en el escenario geopolítico oriental europeo poniendo en cuestión la estabilidad y el equilibrio de poder en la arquitectura de seguridad europea y mundial. La geopolítica mundial de este primer cuarto del siglo XXI está en juego en este escenario y Occidente no puede perder la partida.

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